lunes, 22 de junio de 2009

Viajar es un coñazo (leyendo 'Intente usar otras palabras', de Germán Sierra, en una habitación de hotel sin minibar)


Viajar es un coñazo.

Pura superstición.

Uno de esos mitos contemporáneos.

Siempre lo decimos.

Mucho mejor quedarse en casa.

A ser posible, leyendo los Pensamientos de Pascal (Ed. Alianza. Traducción de J. Llansó):
Toda la desgracia de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación.
Porque lees a Pascal y hasta te entran ganas de creer en Dios, que era justo lo que él pretendía: convertirnos a todos.

Pero a veces no queda más remedio que ir a algún sitio. Existen motivos de peso, como cuando hay gente que te quiere y a la que tú quieres esperándote allí.

Toca entonces hacer las maletas, recorrer estúpidas autopistas (sobre todo si tú no conduces) y sufrir el insomnio en una habitación de hotel en la que ni siquiera se pueden ver, o se pueden oír, los canales de televisión que a ti te gustan. Los que le gustan a todo el mundo de madrugada: vídeos musicales, noticias las 24 horas, películas porno.

Hay incluso habitaciones de hotel que no tienen minibar.

Un drama. Una tragedia. Aislado en un pueblo de Navarra, sin una nevera llena de botellitas de colores o un garito abierto a esas horas.

Alguien debería intervenir de inmediato. El Ministerio de Sanidad. La OMS. Exigir la instalación incondicional de minibares en todas las habitaciones de todos los hoteles del mundo.

Al menos, esta vez, llevábamos un par libros. Nos decantamos por Intente usar otras palabras (Ed. Mondadori), de Germán Sierra.

Ya te dijimos algo de él, antes de leerlo, y sí, es moderno, muy moderno.

Esta vez utilizamos el término sin connotaciones negativas.

Simplemente describimos. Como hace Sierra, que en esta novela, más que contar, describe, o crea, o recrea, o retrata a un personaje, Carlos Prat y su mundo: su trabajo como funcionario cultural, su pasado en los 80 como socio de un bar de copas, su vagancia, su carácter algo canalla, sus compañeros y amigos, algunas de las mujeres que han pasado por su vida...

¿Qué es lo que hace moderno a éste libro?

Ese afán de no contar, por ejemplo, el no querer que haya una historia o un argumento, el reducir la acción al mínimo, algo que ya se ha intentado (y logrado) antes muchas veces.

Como en las Nocilla, de Agustín Fernández Mallo, el gran paradigma actual de lo moderno. O si prefieres, de eso que llaman afterpop. Aunque aquí, en el caso de Sierra, hay un personaje central que le da unidad a todo.

También están los referentes. Sierra lo va llenando todo de nombres y de cosas modernas, empezando por el título: Intente usar otras palabras, que es lo que te dice Google cuando no encuentra lo que buscas.

O la novia del personaje, que es DJ y pincha desnuda.

O la inevitable mención al 11-S casi, casi como si hubiera sido un episodio de ficción.

O los blogs que aparecen por aquí y por allá.

O caracterizar a un personaje en función de si prefiere la Coca-Cola o la Pepsi, el Mac o el PC, Glaxo Smith-Kline o Novartis, Prada o Gucci. Y así, muchas otras disyuntivas más.

O las reflexiones sobre ese nuevo mundo que ha creado Internet: la piratería cultural, el exhibicionismo, la obsesión por la fama...

Por supuesto, es normal que en una novela situada en la actualidad haya conexiones a Internet, blogs, móviles, DJ desnudas, etc.

Lo moderno no es tanto utilizar todos eso elementos, o cualquiera de ellos. Lo moderno es convertirlos en tus rasgos de identidad, situarlos en un lugar privilegiados, dirigirles una mirada llena de fascinación, que a veces, muchas veces, roza o cae en el ridículo, en una actitud tan cateta que hasta produce vergüenza ajena.

Pero Sierra, no.

Sierra no es ni ridículo ni cateto.

Le salva su inteligencia y su ironía, le salva también lo bien que escribe y mil detalles que demuestran su talento. Esas frases o párrafos deslumbrantes y al mismo tiempo, graciosísimas.

Observaciones como:
"Su generación fue la primera en darse cuenta de que ser propietario de un bar es lo más alto que se puede llegar en la vida. Sus padres deseaban que se hiciesen médicos, arquitectos, abogados, corredores de bolsa, ejecutivos de una empresa multinacional. Ellos querían levantarse a media tarde, disponer de un par de camareros y trabajar de doce a tres bebiendo con los amigos. Coger la mitad del dinero de la caja, en efectivo, a la hora de cerrar, e irse por ahí a gastarlo hasta la mañana siguiente. En los bares había alcohol, drogas, seres humanos atractivos, conversaciones interesantes y la mejor música del momento. A los bares era donde les gustaba ir: ¿no era lógico que quisieran tener uno?"
O mucho más elevadas:
"La cultura es nuestra principal estrategia de dominio, la máquina de guerra definitiva que todos, en mayor o menor medida, ayudamos a construir, la reluciente armadura que después de vestida nos impedirá movernos con libertad."
Descripciones sexuales:
"Apesta a aceite como las máquinas en celo. Jode como un automóvil que choca contra otro, con un estrépito de alivio, cualquier noche en una autopista solitaria."
Y maravillosas chaladuras:
"¿Has llorado alguna vez viendo una película porno?, le preguntó Pablo Melchor en cierta ocasión. Carlos contestó, sonriendo, que jamás (aunque, un rato después, quiso saber a qué clase de porno se refería). Entonces nunca has amado con suficiente intensidad."
Al final, la conclusión con la que te quedas es que Intente usar otras palabras resulta una novela interesante, muy interesante, aunque algo fría y a ratos, un poco hueca, demasiado intelectual, o demasiado ingeniosa, como si el experimento de Sierra no terminara de cuajar. Como si aún le quedara lo más difícil: conseguir que este engranaje tan sofisticado tenga alma (por llamarlo de alguna manera antigua, muy, muy antigua, milenaria, reaccionaria incluso). O como si estuvieras en una habitación de hotel cómoda, bien decorada, y hasta espectacular si quieres, con unas vistas impresionantes, pero a la que le falta el minibar.

No hay comentarios: