domingo, 16 de enero de 2011

Algunas cosas que Thomas Bernhard no podía soportar



Tengo que escribir algo (cuatro líneas, quizá sólo dos) sobre Thomas Bernhard para otro sitio y las primeras palabras que me salen son rabia, enfermedad, muerte, odio hacia su propio país (Austria) y sus habitantes (los austriacos), odio hacia sí mismo...

... También genio, coherencia, ensimismamiento, párrafos obsesivos y casi eternos en los que da gusto perderse...

... Y más rabia, y más muerte, y más me cago en todos vosotros, nazis, cabrones, pobres de espíritu, miserables...

¿Existe algún vínculo entre Austria y España?

¿Tal vez el catolicismo?

Aunque ellos tienen a Sisi como símbolo nacional y nosotros la mayor tasa europea de paro, precariedad y explotación.

O sea, somos superiores y supongo que por eso Thomas Benrhard nos quería tanto:



Pienso también en El sobrino de Wittgenstein, la frase que encabeza el libro:
Doscientos amigos
asistirán a mi entierro
y tú tendrás que pronunciar un discurso
ante mi tumba
Me obsesiona esa frase que no es suya, sino de su amigo Paul Wittgenstein, y que suena como una maldición, o una condena, como un deseo sádico y narcisista, y que exige, por supuesto, una media sonrisa como respuesta, y pedir otra ronda, y seguir diciendo tonterías, y llegado el momento, no cumplir, de ninguna manera, ni discurso ni acudir al entierro ni siquiera visitar la tumba.

Luego, sí, muchos años después, Bernhard escribió uno de los grandes, grandísimos, libros sobre la amistad, ese El sobrino de Wittgenstein.

Pienso en Trastorno, pienso en Extinción, pienso que hay un montón de obras suyas que aún no he leído, y eso por un lado es bonito (sí, bonito), anima a seguir, pero por otro, cabrea: leo mil mierdas por motivos de trabajo (y mil maravillas), pero nunca encuentro tiempo, por ejemplo, para leer a Bernhard.

Aunque anoche, sí, en el sofá, leía sus poemas, editados por La uña rota, en un libro que en realidad son tres y que se llama Así en la tierra como en el infierno - Los locos Los reclusos - Ave Virgilio. Tres poemarios con cosas como ésta, fragmento del poema París:
No lo soporto ya, ser menos que el vendedor de espárragos,
ser menos que la adivinadora y menos que
el cura, que da con el pie al cacharro de agua bendita de Notre Dame.
No lo soporto ya, ser más pobre que el mendigo
que se ha guardado mis últimos diez francos sin decirme «bon jour»,
más pobre que las furcias y los niños que, bajo los castaños,
chupan helados con la lengua del diablo,
que parecen las lenguas de ese mundo cálido, centelleante y casual.
Ninguno de ellos tienen nombre, no se llaman primavera, ni verano,
ni invierno, llevan el hermoso nombre común de PARÍS
y se los puede ver de noche con bocas abiertas
y mejillas hundidas, silenciosos y roncos ante los dolores terrenales
que les ha enseñado la ciencia,
para que puedan acusar a Dios.
Más sobre el libro, o los tres libros, aquí.

Y este enlance es sólo para Don Zana.