viernes, 29 de mayo de 2009

Las tormentas geomagnéticas y la Feria del Libro


"Las tormentas geomagnéticas, ¿cómo afectan a nuestra vida cotidiana?"

Ésta es una de las mil actividades, conferencias, encuentros, presentaciones, etc, que se van a desarrollar durante las dos próximas semanas en el parque del Retiro. Su título nos ha llamado la atención.

No tenemos ninguna respuesta, y quizá por eso nos produce tanta curiosidad, pero lo primero que se nos ocurre es que nos joden vivos esas tormentas. Nos revientan. Nos parten por la mitad. Nos matan. Putas tormentas geomagnéticas, tienen la culpa de todo.

La Feria del Libro, en cambio, mola.

Mola mucho.

Mola incluso cuando llueve.

En la Feria siempre pasan cosas.

Hay autores muy ridículos que refunfuñan porque no firman un sólo libro.

Y hay autores a los que pocos años después les dan el Nobel y ni se despeinan cuando una mujer pelín confundida les pregunta el precio de un libro creyendo que hablan con el dependiente. Al revés, cogen el ejemplar, miran la primera página y responden con una sonrisa.

Esto nos pasó a nosotros con una amiga en 1994. El futuro Nobel era Saramago.

Todo el mundo tiene alguna anécdota similar.

Pero la Feria son, sobre todo, libros: un montón de editoriales y librerías, todas puestas en dos filas de casetas, unas enfrente de la otras. Todas juntas.

A nosotros nos gusta pasearla, ver qué descubrimos, dejarnos sorprender.

Hay muchas casetas parecidas, casi clónicas, las de un montón de librerías que pagan una pasta por estar allí e intentan amortizar la inversión a base de desplegar todo su surtido de best-sellers.

Hay editoriales que están muy bien porque encuentras allí todos sus fondos y hay otras que las ves y te preguntas para qué.

Pero las editoriales, que cada uno busque la suya.

En cuanto a las librerías, te recomendamos unas cuantas por temas, casi, casi como el recorrido que haríamos nosotros si tuviéramos poco tiempo:

Generales: Hay muchas y las hay muy buenas. De entre las clásicas, hoy nos apetece recomendar la Rafael Alberti (caseta 57), en la que este fin de semana firmarán, entre otros, Luis García Montero, Ian Gibson o Maruja Torres. Y una más reciente, Muga (caseta 82). Sus responsables no paran de organizar actividades e historias. El sábado por la tarde tendrán allí a Bernardo Atxaga.

Infantiles: Nuestra favorita es El Dragón Lector (caseta 59). Siempre lo decimos: pocos libreros hay con el criterio de Pilar, su dueña. También nos fiamos y nos convence y tiene mucho encanto La Mar de Letras (caseta 77).

Música: El Argonauta (caseta 33). No es sólo que no haya otra librería especializada en el tema, que nosotros sepamos, es que sus dueños se lo curran mucho y viven para la música.

Cine: Ocho y medio (caseta 56). El referente.

Artes visuales: Phanta Rhei (caseta 75). Otro referente pero esta vez en todo lo que tenga que ver con el diseño, la moda, el arte contemporáneo, la fotografía...

Novela negra y literatura de género (terror, fantástica, ciencia-ficción...): Estudio en Escarlata (caseta 41). Han preparado un programa de firmas para todos los fans de lo suyo, que son muchos.

Madrid: Mira que tenemos una relación rara con esta ciudad, como todos. Quizá por eso sólo existe una librería dedicada a Madrid. Y ni siquiera tiene nombre, sólo La Librería (caseta 285). Pero si buscas algo de la ciudad y no lo tienen ellos, o no lo van editar, es que no existe.

Viajes: Las referencias en este caso son Altaïr (caseta 89) y De Viaje (caseta 51). También Desnivel (caseta 268), aunque ésta, más orientada a la aventura, los deportes al aire libre, la montaña, etc.

Poesía: Las dos son librerías y también editoriales: Visor (casetas 287 y 288) e Hiperión (caseta 260).

Cuentos: Tres Rosas Amarillas (caseta 54). Otros apasionados por lo suyo y que vieron venir antes que nadie el boom de los relatos.

Filosofía: Y también mitología, historia, ciencia, religión... Todo ello en El Buscón (caseta 35).

Ciencia-ficción y temas orientales: Miraguano (caseta 46). En teoría no están especializados y tienen muchas más cosas, pero estos dos temas son su punto fuerte. Y hasta los editan.

Más casetas, más editoriales, más librerías, todas las firmas y todas las actividades en la web de la Feria.

Y en Barcelona, el Salón del Cómic.

Cerramos con la canción en la que nos gustaría perdernos este fin de semana: Adoro a las pijas de mi ciudad, de La Costa Brava.

Olvidaros de mí hasta el lunes.

O mandar algún comentario si os apetece.

jueves, 28 de mayo de 2009

Pistolas que no disparan (y libros que nos apetece leer)


Va un policía en el metro de Madrid (línea 5).

Se vuelve loco y saca la pistola.

¿A cuántos se carga?

Ni uno.

¿Se suicida?

Tampoco.

Le reducen, le detienen y se lo llevan a urgencias.

Eso es lo que pasa en España: que no hay iniciativa, ni ambición, ni espíritu emprendedor.

Así ni triunfa el capitalismo ni salimos de la crisis.

Llega a ocurrir en Nueva York y el poli no deja uno vivo: los mata a todos de cuatro en cuatro.

Nosotros estamos un poco igual, pero sin pistola ni ganas de tenerla, atontolinados, pasmados, melancólicos.

Ayer no escribimos.

Teníamos demasiado lío y aún seguimos un poco igual.

Para compensar, hoy, en lugar de los habituales tres libros que nos apetece leer, hablaremos de cuatro.

1. Esta vez el fuego. Michele Monina. Ed. Periférica.

Últimamente a Periférica le ha dado por editar a autores jóvenes (más o menos), rabiosos y europeos. Empezaron con Sida mental, de Lionel Tran, un francés de barrio que recordaba su infancia: muy violento, muy fragmentario, con un estilo demasiado áspero, demasiado desnudo y que pecaba de ser un poco tópico y previsible.

Luego vino un inglés del que ya te hablamos, Gul Y. Davis y Un paseo solitario. Nos gustó mucho y te remitimos a lo ya escrito.

Éste, Monina, es italiano y la historia es la de una manifestación de mediados de los 90 contra Berlusconi. Jóvenes que, suponemos, empiezan siendo muy ingenuos y políticamente muy comprometidos, pero que acabarán desencantados.

Suponemos, sólo suponemos, ojalá nos sorprenda y nos guste.

De Periférica nos fiamos.

2. Un encuentro. Milan Kundera. Ed. Tusquets.

A Kundera le tenemos un poco de manía.

Le leímos en su día, pero ahora no recordamos nada.

Cogemos de la estantería El libros de la risa y el olvido, que tiene un título precioso. Lo hojeamos, vemos algunos subrayados. Suena todo un poco a charlatán de feria.

Sí, exageramos y simplificamos, nos falta rigor. Como siempre.

Tampoco nos interesan mucho los ensayos artísticos o estéticos, justo lo que es Un encuentro: Kundera habla de otros libros, de música, de pintura...

¿Entonces?

Nos gusta llevarnos la contraria.

Abrimos al azar, leemos algunos fragmentos: no parece pedante. Al revés: nos anima a seguir leyendo.

Miramos el índice y aparecen muchos nombres de los que nos gustan y de los que hablamos siempre: Bacon, Beckett, Céline, Dostoievski, Rabelais...

Prometemos darle una oportunidad.

3. Estremécete. Peter Leonard. Ed. Maeva.

Una novela negra (o de suspense) escrita por el hijo de uno de los maestros del género, Elmore Leonard.

Lo de los "hijos de" en literatura da sorpresas. Y morbo. Unos son buenos y otros, muy malos.

Joe Hill, por ejemplo, hijo de Stephen King.

Hacen falta muchos huevos para tener un padre así y ponerte a escribir historias de fantasmas.

Pero el tío lo hace bien, tiene un punto autoparódico (o sea, que se ríe de él mismo y del género) que a nosotros nos parece muy inteligente y nos gusta.

Hasta se permite hacer versiones de La metamorfosis de Kafka pero en plan película de serie B de los años 50.

Muy curioso.

¿Y éste?

No empieza mal: Peter Leonard se lo dedica al viejo. Entrañable.

Pero luego hace lo que se espera de todo hijo sensato: matar al padre.

La novela arranca justo ahí: una mujer lee la esquela de su marido rodeada de toda la comida que ha sobrado del funeral.

Al difunto se lo ha cargado el hijo en un accidente de caza.

Y ya se lía todo: el niño se junta con unos que son muy malos, le secuestran, etc, etc, etc.

Promete.

4. Principio de incertidumbre. Gustavo Dessal. Ed. RBA.

Con las óperas prima editadas por RBA nos pasa como con los libros escritos por "hijos de".

Nos ponen muchísimo.

Porque las hay muy buenas, como Naturaleza infiel, de Cristina Grande, no nos cansamos de decirlo, una de las mejores novelas del año pasado.

Y las hay muy malas.

Ésta, como la de Peter Leonard, empieza bien:
"Fue la misma noche en la que, atónitos frente al televisor, asistimos a la repetición del espectáculo de la modelo que con su mano derecha enfundada en un guante de goma masturbó a un cerdo durante diez minutos hasta conseguir que el animal ayaculase en una bolsa de plástico."
Menuda frase de arranque.

Lo que pasó esa misma noche fue que aparecieron muertas la novia y la compañera de piso del protagonista.

Lo que sigue, al parecer, es el intento por resolver el caso, más muertes y algo, o bastante, humor, esperamos.

Y ya.

Ahora, a ver cómo nos organizamos para mañana, a ver si podemos hacer algo con la Feria del Libro.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Cerramos hoy por exceso de compromisos y obligaciones (pero volvemos a abrir mañana)

En consideración a los cuatro pringados que entráis aquí todos los días, unos versitos de las Elegías de Hollywood, de Bertolt Brecht, copiadas del libro Más de cien poemas (Ed. Hiperión):
Cada mañana, para ganarme el pan
voy al mercado, donde se compran las mentiras.
Esperanzado
me pongo en la cola entre los vendedores.
Y una canción, también muy conocida, Alabama song, de una de las óperas que escribieron Brecht y Kurt Weill:


martes, 26 de mayo de 2009

Más de milagros ('La leyenda del Santo Bebedor' en el 70 aniversario de la muerte de Joseph Roth)


Que mal habla la gente.

Bibiana Aido, la ministra, acaba de decir en la tele "ponerse tetas".

Se lo ha pensado dos segundos, ha intentado buscar una expresión más afortunada, más digna del cargo, pero no, lástima, Bibi no ha sido capaz. Le ha salido la choni que lleva dentro.

Anoche estaba ese señor tan ridículo, Luis Racionero, en el programa de Sánchez Dragó ('Las noches blancas').

Racionero ha escrito un libro sobre los amores de su vida.

Qué cosa más rancia de conversación, qué despliegue de machismo, qué patético ver a esos dos hombres tan mayores hablar de mujeres.

Los dos se hincharon a decir follar. Y eso que estaban en Telemadrid.

Lo ve la Espe y les pone el culo morado.

La tesis de Racionero: a las mujeres no les gusta follar. Sólo quieren tener hijos.

Y la tesis de los dos: es que las mujeres ya no son lo que eran antes, no saben ni llevar una casa.

Qué pereza, qué horror cuando es todo tan pedestre (sí, pedestre), tan bobo, semejante miseria moral.

Pero de pronto, en este mundo lleno de Bibianas Aidos o Luises Racioneros, ocurre el milagro.

Esto es: aparece algo (una fuerza, una persona, un objeto, lo que sea) que te permite escapar, y te hace creer que la vida puede ser digna, y que existen otras cosas, y que la salvación (sí, la salvación) aún es posible.

Has estado abajo, muy, muy abajo, revolcándote en la mierda y en el barro, pero de repente...

De eso va La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth (Ed. Anagrama). Por eso cuando la semana pasada alguien nos preguntó por un "libro feliz", se lo recomendamos.

La leyenda del Santo Bebedor es la historia de un clochard (vagabundo, en fino y en francés), que vive debajo de un puente, a orillas del Sena, y que un buen día se encuentra con un señor que le presta una cantidad importante de dinero.

A cambio, le pide que, cuando pueda, se lo devuelva a santa Teresita de Lisieux, en una iglesia de París.

A partir de ese momento, Andreas, el vagabundo, va recuperando su vida, y le siguen ocurriendo milagros, casualidades y encuentros fortuitos.

Algunos para bien, pero otros, le desvían de su camino hacia la santa, le hacen recaer y perderse de nuevo.

Lo bueno de La leyenda... es que te lo crees.

Crees que, en efecto, los milagros son posibles y que Andreas puede salvarse y quizá tú con él.

La leyenda... es un cuentecito o una novela muy, muy corta, cortísima, muy sencilla, de una eficacia increíble.

La leyenda... lo ha leído todo el mundo y a todo el mundo le gusta. Tiene un final perfecto, tanto por la forma en que resuelve la historia como por esa famosa última frase.

Pero no, no vamos a reventarlo.

La leyenda... es tan, tan corta, que para editarlo como libro, además de utilizar una letra muy grande, le pusieron un prólogo y hasta un epílogo.

A nosotros no nos gustan los prólogos, solemos evitarlos, pero éste está muy bien. Es de Carlos Barral y lo escribió en plena crisis de abstinencia alcohólica, él mismo lo cuenta, sólo así se explica que haga esa apología del alcohol, tan desgarrada, tan dolida, tan desde la nostalgia, que al final hasta resulta graciosa.

Contamos todo esto porque mañana se cumplen 70 años de la muerte de Joseph Roth

La editorial El Acantilado acaba de publicar El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth, en el que Géza von Cziffra habla del que fue su amigo, la época que vivieron juntos, el exilio, la historia familiar de Roth, etc...

También en El Acantilado puedes encontrar muchas otras obras de Joseph Roth.

Ale, a disfrutarlo y a intentar salvarse.

lunes, 25 de mayo de 2009

Los milagros aún existen (Iggy Pop lector, personaje de novela y su nuevo disco)


Íbamos a hablar de milagros y redenciones, de vagabundos alcoholizados y de niñas santas, del 70 aniversario de la muerte de Joseph Roth y de su libro La Leyenda del santo bebedor.

Pero se no ha cruzado una noticia que primero hemos recibido con escepticismo y luego, casi, casi con asombro: sí, los milagros aún son posibles.

No es que Iggy Pop siga vivo, todo el mundo la sabe, es que ha sacado un disco, Preliminaires, y, por lo poco que hemos oído, el disco mola. Mola mucho.

Mola el cambio de registro. Y la actitud. No es una mamarrachada más de estrella del rock en sus horas bajas.

Iggy Pop dice que está "harto de escuchar a un puñado de brutos idiotas golpeando guitarras para hacer música mala" y ha decidido volver al jazz y a la canción francesa.

El resultado suena un poco a Tom Waits (en King of the dogs) y un poco a Leonard Cohen (en Les feuilles mortes), pero en el fondo sigue siendo Iggy Pop.

Y esto, ¿aún es un blog de libros?

Sí, es que Iggy Pop ha leído a Michel Houellebecq y se ha inspirado en La posibilidad de un isla para el disco: "El libro trata sobre la muerte, el sexo, el fin de la raza humana y unas cuantas cosas más bastante graciosas. Lo leí en un hotel solitario de la costa francesa con gran placer y en mi mente iba creando la música que escuchaba en mi alma mientras lo leía", comenta.

De hecho, el primer singles, del que hay tres vídeos distintos, está dedicado a su personaje favorito de la novela, el perro Fox.



Puedes oír algo más de este nuevo Iggy Pop y verle contonearse a sus 62 años sin camisa ni camiseta en la web del Canal+ francés.

Sigue fibroso, aunque también un poco hinchado, muy poco, con esa textura que sólo da la heroína después de años y años de adicción.

Iggy Pop también debería leer Making Of, de Óscar Aibar, publicado el año pasado por Mondadori.

Como en La posibilidad de una isla (aunque no tiene nada que ver) hay muerte, hay sexo y es muy gracioso.

Además, aparece él como personaje.

Aibar novela con muchísimo sentido del humor la producción de su primer película, Atolladero, un western futurista, crepuscular y desquiciado, con malos malísimos, dinosaurios extraterrestres, F-16 disparando misiles reales en pleno set de rodaje y todos los problemas del mundo.

Atolladero es un retrato del cine español llevado al límite, de su falta de medios, de su improvisación constante, de su afán por querer ser siempre otra cosa y de los personajes que lo pueblan, entre el divismo (muy poco, aquí) y la sordidez.

Y Atolladero es una de esas epopeyas contemporáneas, o sea, ridículas, siniestras, disparatadas. Tanto, que al final, el narrador sólo podrá presumir de haber hecho lo que tenía que hacer y, a pesar de ello, aún seguir vivo.

Un auténtico héroe. Si nosotros hiciéramos lo que de verdad tenemos que hacer, seguro que nos cortaban el cuello. Y a ti también, no te hagas el tonto, lo sabes perfectamente.

Uno de los personajes, decíamos, es Iggy Pop, la estrella internacional de la película. En el libro aparece como Jim Rock y está muy centrado: ya no se acerca a las drogas ni en broma, se toma muy en serio su trabajo y siempre está dispuesto a colaborar en todo. Pero le pierde el sexo.

Reproducimos un diálogo entre el director de la película y Jim Rock, después de que el primero haya pillado al segundo con un "joven y fornido carpintero" detrás de unos matorrales:
- Los sesenta fueron muy extraños –dijo poniéndome la mano en el hombro.
Le ofrecí un cigarro y caminamos lentamente de vuelta a los camiones.
- Durante más de veinte años hice de todo con todo el mundo –añadió–. Luego llegaron los ochenta y la compañía de discos me obligó a pasar una revisión médica para renovar el contrato. Yo me acojoné, ¿sabes? Si había una persona en el mundo que se merecía estar infectada era yo.
- ¿Y qué pasó? –le pregunté con impaciencia.
- Joder, pues que estaba limpio, tío. Después de toda una vida follando a destajo con todo tipo de seres, después de años chutándome cualquier mierda con la primera jeringuilla que pillara en el suelo del lavabo de cualquier antro... ¡pues resulta que estaba limpio! Entonces decidí poner un poco de orden y me enrollé con Suhi para probar la monogamia.
- Eso está bien, supongo.
- ¿Bien?, ¡una mierda! –exclamó llevándose la mano a la entrepierna–. Esto es lo único que me queda y pienso aprovecharlo al máximo mientras funcione.
- ¿Y luego?
- Luego me pegaré un tiro en la cabeza o cantaré folk, yo qué sé –dijo mirando al infinito con una expresión mística–.
O sea, que al bueno de Iggy le sigue funcionando el asunto. Su inmenso asunto, según la leyenda.

De momento se ha pasado al jazz, sólo eso. Nada que ver con el folk.

viernes, 22 de mayo de 2009

Tu colega chiflada ha escrito un libro (sobre Miranda July y sus cuentos)


Mírala, es la de la foto: Miranda July.

Mona, ¿no?

Es como esa colega tuya. Seguro que tienes a alguien muy parecido cerca. O quizá sea como tú.

Es inteligente, muy, muy inteligente. Y tiene talento.

Es moderna, con ese punto entre frívolo e intenso.

Y un pelín histérica.

Intenta hacer siempre mil cosas a la vez, quiere estar al tanto de todo, no perderse nada.

Parece más o menos feliz, como si controlara su vida o como si lo intentara.

Pero por dentro, se siente muy sola, le puede el miedo y la ansiedad.

Tiene muchas dudas respecto a su cuerpo, se siente culpable por algún extraño motivo (seguramente relacionado con su infancia o su familia) y empieza a notar el paso del tiempo.

Tic-Tac, Tic-Tac, le dice eso que llaman reloj biológico: te estás haciendo vieja, ya no tienes 15 años, mira todas esas arrugas...

Y a veces, se le va la olla. Aunque puede que eso no se lo diga a nadie. Ni siquiera a ti.

Hace cosas extrañas.

No, nos nos referimos a su forma de vivir que pretende ser siempre tan original y extravagante, sino a cosas de verdad extrañas.

Cosas que ponen de manifiesto lo desesperada que está.

¿Como qué?

Como encontrarse a su vecino en mitad de un ataque epiléptico y abrazarse a él imaginando que es su novio.

O dar clases de natación a un grupo de viejos sin salir de casa, sólo con una palangana para que metan la cabeza dentro.

O enamorarse de uno de sus alumnos adolescentes porque cree que es la reencarnación de una fantasía sexual que la persiguió durante años.

O trabajar como extra en una película para salvar su relación de pareja.

O actuar como la madre de una hija que en realidad no es suya.

Así es un poco Miranda July y los relatos de su libro Nadie es más de aquí que tú (Ed. Seix Barral).

Hemos mezclado a la autora, de la que sabemos muy poco, con sus cuentos. Y hemos hecho una especie caricatura. Sólo eso.

Perdona, Miranda, si simplificamos. O si exageramos. Es que nosotros somos así.

En realidad todos sus cuentos, o casi todos, son variaciones sobre la misma historia: una mujer chiflada (no loca) que se siente muy sola o muy triste o muy jodida (aunque no lo reconozca y aunque siga fingiendo normalidad), y que decide escapar de ello. Pero para conseguirlo, acaba recurriendo a soluciones chocantes, o retorcidas, o directamente taradas.

No son cuentos de esos que a nosotros nos gustan, los que te afectan de una forma casi física. Son algo más intelectuales, más sutiles, más fríos.

Pero sí que consiguen cosas importantes, como desconcertarte, o transmitirte cierto desasosiego. Y hasta hacerte sonreír.

Hay imágenes muy potente. Y algunas descripciones fantásticas.

Algunos cuentos son muy buenos, como Los movimientos, en el que un padre le enseña a su hija los movimientos que hay que hacer con los dedos para conseguir que una mujer tenga un orgasmo.

Retorcidito, ¿verdad? Pues en el fondo está lleno de ternura. Y tiene sólo dos páginas.

O El niño de Lam Kien, relato de la amistad entre una agorafóbica (o mucho más que eso) y un niño chino que pasea a un perro invisible. Una historia muy, muy inquietante y en la que todo son silencios y preguntas sin responder.

O El patio común. O Majestad.

El problema es cuando July quiere dar el triple salto mortal, ser más rara que nadie y acaba pasándose de rosca y cayendo en la impostura.

Entonces, y en los cuentos más largos, resulta un poco tostón.

Pero July merece la pena: no es una frasante. Tiene talento y algo que decir, y es distinta.

No se nos ocurre nada más.

Podríamos cerrar con un vídeo muy friki, muy divertido y muy cutre que estamos viendo ahora mismo en youtube.

Pero va a ser que no.

A Miranda July algo así le pondría los pelos de punta.

jueves, 21 de mayo de 2009

Fracasa de nuevo. Fracasa mejor. (Los libros de esta semana)


Esta mañana había gritos en la calle.

Han intentado secuestrar a una mujer, una clienta del tugurio chungo que hay en los bajos del edificio.

Luego ha venido la policía, con las sirenas y todo el lío.

Pero no me he enterado de nada: dormía.

Es el calor, supongo.

Ya está aquí. Y enloquece a la gente.

Qué asco.

¿Un nuevo apocalipsis?

Seguro.

Otro más.

Agotador.

O "asustante", como diría la ministra.

Ella sí que da miedo: promete superar a Esperanza Aguirre como mandamás de Cultura.

Pero lo peor es el trabajo: tenemos un huevo de cosas pendientes, tonteriítas por las que nos pagan, y muy pocas ganas de hacerlas.

Hoy volveremos a ser rápidos, rapidísimos, y montaremos el escaparate con los libros que nos apetece leer.

1. Epiléptico. La ascensión del gran mal. David B. Ed. Sins Entido. Ahora se han puesto muy de moda los cómics en los que el autor nos cuenta la enfermedad de un pariente. Mira si no María y yo, de Miguel Gallardo, o Arrugas, de Paco Roca, los dos premiadísimos.

Pues el primero en hacerlo, creemos, fue el francés David B., con esta obra autobiográfico en la que hablaba de la epilepsia de su hermano.

La epilepsia, la enfermedad sagrada, como decían los griegos.

Epiléptico está considerado uno de los grandes cómics de los últimos años y en esta edición se han publicado por primera vez en España los seis tomos juntos.

Le tenemos ganas. Muchas. Aunque luego estos cómics tan, tan aclamados, siempre nos decepcionan.

2. Clarke Street 64. Andrew Holmes. 451 Editores. La historia de Dash y Max, dos rateros al servicio de un criminal que decide secuestrar a un niño de seis años, aunque parece que ellos no están de acuerdo con la decisión y no van a consentirlo...

Una novela inglesa, dura y de barrio, parece, con humor, según cuentan, y protagonistas perdedores pero que quizá tengan mucha más dignidad que el resto.

Asegura la contra que al autor, un inglés de 1972, la crítica le ha comparado con Martin Amis, Elmore Leonard, Ian McEwan y Nick Hornby.

¿Se puede ser todo eso a la vez?

Ojalá que sí.

3. El arte de perder. Lola Beccaria. Ed. Planeta. ¿Cómo?, ¿una novela distinguida por Planeta con uno de esos premio suyos (el Azorín=68.000€)?

Sí, nos apetece, queremos intentarlo, darle una oportunidad. Le vemos posibilidades

Y además, es de una mujer que busca el amor en Internet.

¿En plan Bridget Jones o la Chick Lit?

No, no creemos.

Se puede hablar de mujeres que buscan el amor sin ser gilipollas, sin caer en todos los tópicos, sin asumir un discurso tan frívolo y tan reaccionario como el de Sexo en Nueva York.

O, al menos, se debería hacerlo.

Quizá Lola Beccaria lo haya conseguido.

¿Por qué ella?

Entre otras cosas, porque empieza la novela con una cita de Beckett que nosotros llevamos tatuada en el culo. O tal vez en el pecho. Ya no recordamos muy bien dónde:
"Lo has intentado. Has fracasado. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor."
Mañana más.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El perdón y los premios (más de los Wittgenstein, un cómic, algo de Dylan y algo de Cohen)


Le Gañán ha escrito un gran comentario en la entrada del lunes, Apología del silencio, la del mercado nuevo, los Wittgenstein y Thomas Bernhard.

¡Santo Dios, santo Dios!, como decía ayer una diputada del PP en el congreso, corred todos a leerlo.

No sabemos si es verdad, o si se lo ha inventado Auster, o si se lo ha inventado Le Gañán. Pero nos da igual, es una historia preciosa sobre Wittgenstein y el perdón.

Más sobre Wittgenstein: a finales de mayo, Lumen publica una biografía familiar. La escribe Alexander Waugh y se llama La familia Wittgenstein. Cuenta cosas, según el catálogo de la editorial, como que Ludwig fue compañero de pupitre de Hitler o que su hermano Paul, el único que no se suicidó, se dedicaba a tocar piano. Hasta que perdió una mano en la I Guerra Mundial.

Más sobre el perdón: ya nadie pide perdón. Y eso que, bien visto, lo de pedir perdón puede convertirse en una de las formas más sublimes y refinadas de narcisismo.

Ahora, hablando de narcisismo, lo que hace la gente es dar y recibir premios.

Hasta a nosotros nos han dado uno. El primero en toda nuestra vida.

Pero es un premio que mola, el de una lectora, Patsy Scott, que tiene también un blog llamado Yes, feri guell fandango y que ha elegido sus diez blogs preferidos. El nuestro es el último.

Y nos encanta saber que hay gente a la que no conocemos pero que nos lee y que le gusta esto. Gente, además, que vive en Lavapiés y que escribe entradas contra esa bobada de la cirugía estética vaginal.

Gracias, Patsy. Gracias, Le Gañán.

Hay otros premios y los que más se llevan ahora son los de cómic.

Empezó el Fnac con la editorial Sins Entido y luego le siguió Planeta.

Sí, un premio Planeta de cómic dotado con 20.000€. Ya se conoce el ganador de la primera edición pero aún no se ha publicado.

Se ha convocado algún otro concurso parecido. Y nosotros acabamos de leer Evelyn, de Andrés G. Leiva, premio Sins Entido - Diputación de Cuenca.

Es una historia de vampiros, pero no de vampiros modernos en plan Crepúsculo, sino vampiros de toda la vida, como sacados de una novela gótica: mucha niebla, mucha bruma, carruajes, lobos, niños muertos con un mordisco en el cuello y oscuras mansiones que de repente saltan por los aires.

Los dibujos están bien, muy siniestros, un poco al estilo de las pinturas negras de Goya o de un Ensor descolorido. Pero el guión es flojito. Nos hubiera gustado algo que nos sorprendiera o que le diera una vuelta de tuerca al género, algo menos previsible.

Luego leemos en El Mundo que van a subastar el primer poema de Dylan. Lo escribió con 16 años y habla de un perro muerto. O asesinado.

Muy alegre. El tema del perro muerto da mucho de sí. Otro día hablamos de perros muertos.

A Dylan querían darle el Nobel de literatura. Pero es muy malo escribiendo. ¿Alguien ha intentado leer Tarántula, ese engendro de libro, su única novela?

Pero no, lo del Nobel no era por Tarántula, era por sus canciones. La poesía popular del siglo XX, dicen, es el Rock'n'roll.

Vale, visto así lo aceptamos. Mola Dylan. Y según cuentan, el primer volumen de sus memorias, Crónicas, no estaba mal.

Quien además de cantar sí que escribe poemas muy chulos es Leonard Cohen.

El otro día nos devolvieron un libro que ya casi habíamos olvidado, El libro del anhelo, y hemos estado hojeándolo.

Lo publicó en 2006 también Lumen (hoy parece que estamos esponsorizados por esta editorial).

Hay poemas y dibujos, muchos son de los años que Cohen pasó como monje budista, o de cuando abandonó el monasterio, pero otros tienen unos cuantos añitos más.

Habla del zen y de lo coñazo que resulta dedicar tu vida a la meditación, habla de sus contradicciones, habla del paso del tiempo y de volverte viejo, habla de la poesía y de los poetas. Y sobre todo, habla de mujeres y de amor, ¿de qué iba a hablar Cohen si no?

Cerramos con un poema en prosa incluído en el libro, o un cuento breve, o lo que quiera que sea. Se llama Como tú:
Porque eres hermosa, pero olías mal, supe que te habían matado. Y tú pensaste lo mismo de mí. Dijiste: "Eres un anciano elegante, pero apestas". Después del largo evento de la intervención desnuda, juntaste las manos y te inclinaste. "Gracias", dijiste. "Ha sido la primera vez que no he hecho nada". Muchas han sido las cosas maravillosas que me han dicho sobre mi suerte, pero aquella fue sin duda la más maravillosa. "¿Cómo huelo ahora?", te pregunté. "Peor que nunca", dijiste. "Eso mismo pienso de ti", dije yo. Después volviste a Francia (¿o era Holanda?) y desde entonces hemos sido buenos amigos. A veces, cuando los colibríes están quietos, huelo cómo te pudres al otro lado del mundo.

martes, 19 de mayo de 2009

Oro y muerte en la Cuba de 1899 (Sobre 'Oro ciego' de Alejandro Hernández)


Tenemos muchas manías, muchos prejuicios.

Como la novela histórica. No podemos con ella.

Por megalómana, por esa solemnidad de cartón piedra, por escapista, por mentirosa. Y por haberse convertido en una auténtica plaga. Aunque la moda parece que ya está remitiendo.

Exageramos y generalizamos. Es nuestra tónica.

Hay alguna buena, seguro. Incluso dos o tres. Aunque a nosotros sólo se nos ocurre Reconstrucción (Ed. Tusquets), de Antonio Orejudo. Muy buena, buenísima, una de las mejores novelas españolas de los últimos años. Pero es que eso no era una novela histórica, sino todo lo contrario: una antinovela histórica, que hablaba del pasado para en realidad hablar del presente, y que estaba llena de ironía y de sentido del humor, casi una parodia del género. Y al mismo tiempo, con mucho calado.

Oro ciego (Ed. Salto de Página), de Alejandro Hernández, al principio no nos llamó la atención por lo que acabamos de explicar, por "histórica".

Pero nos insistieron: es buena, merece la pena...

Y decidimos darle una oportunidad, la única posible: coger el libro y empezar a leer. No hizo falta mucho: en la primera página, o casi, ya pensamos, joder, sí, esto es otra cosa.

Oro ciego cuenta las peripecias de Alex Pashinantra, un joven de origen indio en la Cuba de finales del siglo XIX, tanto en la Guerra de Independecia contra España como inmediatamente después, cuando el protagonista se embarca con su primo y un amigo en una aventura desesperada en busca de una mina de oro.

Desde la contra, la editorial habla de "ritmo absorbente".

Y es cierto, sobre todo en la primera parte: Alejandro Hernández (cubano, de 1970, ex soldado en Angola y ahora, guionista afincado en España) te trae y te lleva por donde a él le da la gana, sin dejarte un segundo de tregua. Pero sin histerismos. Oro ciego no es una de esas novelas espídicas y aceleradas.

Oro ciego es una novela llena de personajes y de historias asombrosas. Hernández va saltando de una a otra, a través del tiempo y del espacio, hacia delante y hacia atrás, gracias a una voz, la de su protagonista, muy sólida, incuestionable. Y gracias a su talento para armar una trama con todos esos elementos y hacer que avance sin que se atasque, y sobre todo, sin liar al lector.

Oro ciego tiene poco menos de 400 páginas pero en ella y en los mil giros que da el argumento hay de todo: campos de prisioneros en los que las madres enloquecen y matan a sus propio hijos, escenas de guerra que parecen sacadas de un grabado de Goya, misioneros yanquis que pretenden redimir a la humanidad, comunistas alemanes con el mismo objetivo pero métodos completamente distintos, putas francesas que mueren de gripe, pioneros de la psiquiatría y de la industria pornográfica, marihuana, cocaína, perros ciegos que viven en las profundidades de la tierra, pasiones exaltadas, venganzas que tardan años y años en consumarse, amores incestuosos, amores con animales y hasta algún amor verdadero.

Hay también historia, la de un país que aspira a recuperar la normalidad después de una guerra. Y que además pretende ser libre, aunque acabará vendiendo su alma al diablo. O sea, a Estados Unidos.

Y hay una aventura, ya lo hemos dicho, pero una aventura crepuscular y desquiciada. La única posible cuando se escribe con los dos pies bien asentados en el siglo XXI, como hace Hernández.

Oro ciego es una gran novela, muy ambiciosa, muy currada, muy conseguida. Llena de imaginación y de tremendismo, un tremendismo tropical, a la cubana, quizá a ratos excesivo, pero muy eficaz, muy potente.

Y con una bonita moraleja final: ¿quieres oro? Pues tendrás que hundirte en la mierda. Y ni aún así te aseguran que lo vayas a encontrar.

lunes, 18 de mayo de 2009

Apología del silencio (la muerte de Benedetti, los Wittgenstein, Bernhard y un mercado con librería pero sin alma)


Se ha muerto Benedetti.

No tenemos nada que decir al respecto: casi no le conocíamos ni nos interesaba demasiado.

No hay por qué hablar de todo, no hay por qué hablar siempre.

Especialmente si no te pagan.

Qué privilegio cerrar la boca y quedarse en silencio.

Qué bonito que Wittgenstein, uno de los filósofos más grandes y más tarados de la historia, acabara el Tractatus con esa proposición tan conocida: "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse".

Es lo que tenía Wittgenstein: sabía terminar muy bien las cosas. Como su vida.

Se iba a morir y soltó otra gran frase: "decidle a todo el mundo que he tenido una vida maravillosa".

¿Y la depresión?, ¿y sus intentos de suicidio?, ¿y su renuncia a todo: al judaísmo, a la filosofía, a la herencia multimillonaria de su familia?, ¿y esos trabajillos de mierda que tanto le gustaba hacer cuando ya no podía soportarse a sí mismo: profesor en un colegio de niñas o jardinero en un monasterio?, ¿y su huida constante?

Nada de ello importaba en ese último momento, o parecía sólo un mal chiste, lo importante era algo diferente: algo mucho más grande y extraño, algo maravilloso y dolorosísimo, algo llamado vida.

Wittgenstein tenía otra cosa buena: un sobrino, Paul Wittgenstein.

Thomas Bernhard le dedicó una novela-elegía: El sobrino de Wittgenstein.

Nosotros cuando queremos llorar, también leemos El sobrino de Wittgenstein.

El sobrino de Wittgenstein empieza con esta frase:
Doscientos amigos
asistirán a mi entierro
y tú tendrás que pronunciar un discurso
ante mi tumba
Paul Wittgenstein y Thomas Bernhard fueron amigos. Los dos eran austriacos y muy inteligentes. Los dos estaban enfermos.

Bernhard abandonó a Paul Wittgenstein y dejó que se muriera solo.

Ni siquiera fue al entierro.

Por eso le escribió este libro, que es en realidad una elegía, ya lo hemos dicho, ese discurso que Bernhard debía haber pronunciado ante la tumba de Paul.

A Thomas Bernhard también hay que leerlo.

Luego han abierto una nueva librería. Varias personas nos han preguntado por ella.

Está en un mercado, el Mercado de San Miguel, en Madrid, al lado de la Plaza Mayor.

Es un mercado de toda la vida, pero que ahora lo han reformado, lo han puesto muy moderno y muy exiquisto, y lo acaban de inaugurar.

No, en realidad no es un mercado.

Un mercado es otra cosa.

En un mercado hay gritos y huele mal, en un mercado hay marujas y gente gorda, en un mercado siempre te intentan timar mientras te llaman cariño, o reina, y mientras te guiñan un ojo.

Esto, el nuevo mercado, es un parque temático.

Muy pijo, muy bobo.

Y como vivimos en una sociedad capitalista y hemos leído a Marx, cada vez que nos encontramos este tipo de iniciativas, pensamos que hay detrás algún crimen, alguna forma más o menos sutil de coacción y de violencia.

¿Alguien se acuerda del heroico verdulero y del pescadero que defendieron hasta el final sus puestos frente a esta gran maniobra especulativa que, según cuentan, tiene detrás a personas muy "conocidas de la cultura y la gastronomía"?

Pues el otro día el verdulero y el pescadero también estuvieron en la inauguración, muy feos, muy reivindicativos, muy dignos, como una versión castiza de Astérix y Obélix, reclamando el espacio que les corresponde pero que aún no les habían dado. Quizá porque no pegaban y rompían la estética.

¿Y la librería?

Es una librería gastronómica. Pero muy desangelada, en una esquina, con muy poquitos libros. Todo muy previsible.

A nosotros nos suena a excusa. A ese tipo de cultura que sólo sirve para hacer "bonito" o para quedar de guays o para pasar el rato. Aunque ni sus propios responsables lo sepan y aunque nosotros seguro que exageramos, como siempre.

O no. Porque una librería, como un mercado, debe tener eso que llaman alma o espíritu o encanto. Para que te timen y te engañen, pero al día siguiente siempre vuelvas a por más: a por otra sonrisa, a que te llamen corazón, a que te guiñen otra vez el ojo. Y a llevarte un filete que sea todo nervios, o un pescado lleno de anisakis.

(En realidad esta entrada iba a hablar de otra cosa: de literatura gastronómica, de Aduriz y su editorial Gourmandia, o del salvaje de Anthony Bourdain. Pero se nos ha vuelto a ir la olla. A los dos los dejamos para otro día.)

jueves, 14 de mayo de 2009

El amor poco antes de contraer la gripe definitiva (Sobre 'Sidecar' de Alberto Lema)


Llevábamos un tiempo tontorrones.

Será la primavera.

Queríamos leer una bonita historia de amor.

Lo intentamos con Giordano, ya lo hemos dicho, pero no hubo manera: dejamos ahí a la pobre niña, agonizando en el fondo del barranco con todos los pantalones sucios.

Y teníamos también este otro libro: Sidecar (Ed. Caballo de Troya).

¿Por qué es tan difícil escribir de amor?, ¿por qué las descripciones y narraciones de encuentros sexuales suelen resultar tan previsibles, tan ñoñas, tan aburridas? O, al revés, como queriendo impresionar, como diciendo: vas a ver lo bestia que soy, lo cerdo, lo cabrón, cómo me lo monto.

¿No decía eso Martin Amis el otro día en el Hay Festival de Granada? Creo que vi un titular al respecto, pero ahora no aparece por ningún lado.

Frente a eso, lo bueno, lo asombroso de Sidecar y de Lema (un gallego nacido en 1975), es la naturalidad y la soltura con la que escribe, tanto de los sentimientos como de los cuerpos retozando.

Sidecar, en realidad, son dos historias, dos novelitas cortas.

La primera se llama Las muertes pequeñas y es la historia de un vendedor de chorizos (muy culto, eso sí) de 25 años que se enamora de una chica que ha hecho la tesis doctoral sobre Foucault, pero a la que le encanta el esoterismo, y con la se propone mantener una relación sin secretos.

Es una historia muy de nuestro tiempo, muy de inseguridades sexuales, de celos y complejos que se creen superados pero que en realidad no lo están en absoluto. También de colegueo entre el protagonista y su compañero de piso, mucho más cínico y descreído; de la necesidad de buscarse la vida y de la influencia de la familia (no necesariamente mala); de ilusiones que no siempre se cumplen, de la búsqueda del propio camino y de lo bien que viene a veces cambiar de aires.

Hay mucho humor, mucha ironía, y preciosas descripciones sexuales, como en ese primer encuentro de los protagonistas, cuando él se pierde entre las piernas de ella y dice, o piensa: "puedo oler tu alma". E ideas brillantes, foucaultianas unas y otras no tanto, como: "el opio es el sexo de los feos". ¿Acaso vivimos alienados por el sexo? Por supuesto, ¿alguien aún lo dudaba?

Las muertes pequeñas es la crónica de una juventud real con un trasfondo también real y político.

Y nos gusta, además, porque se crece y el final, esa noche de juerga y el desenlace, gana mucho.

Pero la que más nos ha gustado es la segunda, El síndrome de Rubens, la novelita de otro personaje muy parecido al anterior: joven, gallego y universitario de letras, y su fascinación por las mujeres gordas, contundentes y en definitiva, hermosas.

El síndrome de Rubens cuenta cuatro historias, las de cuatro mujeres de las que el narrador se enamora: la madre de un amigo, su primera novia, una profesora y un último amor.

A todo lo dicho respecto a Las muertes pequeñas, a la naturalidad, a la ironía, a la lucidez, añádele aquí una nostalgia no empalagosa, situaciones llenas de morbo pero sin que resulten ni forzadas ni retorcidas ni malamente "sucias". Y mucha, muchísima ternura de la buena, de la que casi no se nota.

Hay tanto encanto en El síndrome de Rubens que Lema no sólo convierte a sus mujeres en personajes creíbles y deseables, es que además hace que te enamores de ellas.

Y eso es algo que muchísimos escritores no serían capaces ni de soñar.

O sea, que a Lema también hay que leerle.

Mañana viernes es fiesta en Madrid, el patrón: san Isidro. Nos lo tomamos libre.

Pero no nos busques en Las Vistillas. Este año, no. No vamos a bailar un chotis. Ni a los toros.

El casticismo nos echa mucho para atrás.

Aunque Madrid tiene una cosa que está bien: todo el mundo la insulta y no pasa nada, a nadie le importa. Al revés, cuanto más la desprecias, cuanto más la criticas, cuanto más te cagas en ella, más madrileño pareces.

Cerramos con un himno-canción-homenaje a la ciudad, Este Madrid, de Leño. Dice cosas como:

Es una mierda este Madrid
que ni las ratas pueden vivir.

Queremos una central
que nos suministre
energía para destruir
la mucha vegetación
que nos estorba
y no, no podemos construir.

Increíble el vídeo. Pura arqueología del rock. Si lo aguantas entero, si llegas a los títulos de crédito, sobre el minuto siete, podrás ver el nombre de Teddy Bautista en pantalla. Sí, Teddy, el de la SGAE.

La foto hoy es de Anders Petersen, de una serie muy famosa que hizo en un café de Hamburgo. Tom Wais utilizó una para la portada del Rain Dogs.

No sabemos si representa muy bien el espíritu de Sidecar, creemos que no ¿Tal vez demasiado sórdida? Pero nos gusta.

El lunes más.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Policías bruscos, chicas de moda y estrellas politoxicómanas (los libros de la semana)


Todo el mundo consigue lo que desea. Yo quería una misión y por mis pecados me dieron una. Fue una misión elegida, y cuando acabó, ya nunca quise otra.
Lo escuchamos en la radio por la tarde, de vuelta a casa.

Es el principio de Apocalypse Now. Se cumplen 30 años de su estreno en Cannes.

¿Es la mejor adaptación al cine de la historia?

Nosotros creemos que sí, no tiene nada que ver con El corazón de las tinieblas de Conrad y al mismo tiempo, no se podía respetar más el espíritu de la novela.

La frase, la del arranque de la película, la incluye Fernández Mallo en su Nocilla Experience. También cita Apocalypse Now Alberto Lema en Sidecar. Mañana hablaremos de él y de lo mucho que nos ha gustado el libro.

Pero esta entrada no va sobre la influencia de Apocalypse Now en la literatura española de principios del siglo XXI.

Tampoco vamos a anunciar otra vez el fin del mundo. Ya estáis todos avisados.

Esta es la entrada rápida y socorrida de todas las semanas: tres novedades que nos gustan y nos interesan y nos apetece leer.

1. La playa de los ahogados. Domingo Villar. Ed. Siruela. Villar publicó hace tres años Ojos de agua, una novela negra que a todo el mundo le gusto mucho, mucho, mucho. A nosotros sólo nos gustó mucho.

Era una novela negra a la gallega, la historia de un saxofonista que aparecía muerto en su casa y la de los policías que investigaban el caso, Leo Caldas y su ayudante, Rafael Estévez, un maño demasiado brusco para entender la mentalidad gallega.

Las escenas en las que los gallegos interrogados por Estévez respondían siempre a sus preguntas con otra pregunta eran tronchantes. Uno de los grandes hallazgos del género negro en los últimos años.

En La playa de los ahogados vuelven a aparecer Caldas y Estévez. Esta vez investigarán el asesinato de un pescador. La novela es mucho mas larga que la anterior: casi 450 páginas. Esperamos que no se le haya ido a Villar de las manos.

2. Nadie es más de aquí que tú. Miranda July. Ed. Seix Barral: Parece que es la nueva chica de moda. Además de escribir, dirige cine y hace performance. Ese perfil nos da mucho miedo. Pero al mismo tiempo sentimos cierta curiosidad por ella.

Es un volumen de cuentos y en la contra, hablan de humor y erotismo.

Si quieres saber más, el Babelia le dedicó hasta la portada.

3. Como una moto. La vida galopante de John Belushi. Bob Woodward. Ed. Papel de Liar. Uno de los periodistas del Watergate nos cuenta la disparatada y trágica historia de John Belushi, el del Saturday Night Live y, sobre todo, el de los Blues Brothers. Un tío que se lo gastaba todo en limusinas y drogas. Murió a los 33 años. Reproducimos un trocito, un diálogo entre Belushi (John) y Smokey, la enésima niñera (vigilante) que le han puesto para que sea bueno y no se drogue.
– ¿Por qué tomas drogas? – preguntó Smokey.
– Porque están ahí.
– Vamos –dijo Smokey–. No entiendo cuando alguien como tú que lo tiene todo... ¿por qué tienes que depender de las drogas?
– Básicamente, es por la presión –respondió John–. Es lo que haces como persona para mantener la calma y estar alerta; la gente de este negocio consume drogas por eso.
– Eso no tiene sentido –dijo Smokey–. Al hacer lo que dices, tienes que darte cuenta de que pones en peligro tu capacidad de funcionar. Como el alcoholismo.
– El alcohol y las drogas son cosas distintas –dijo John asqueado.
– Tomas de esto o de aquello –dijo Smokey–, y tú tomas de todo. ¿Qué pasa cuando la cosa se estanca y ya no te da subidón? ¿Cuándo alcanzas ese punto y ya has probado cada droga a todos los niveles? ¿Qué pasa entonces?
John meditó un momento y dijo:
– No sé... supongo que te vuelves loco.
Entonces se levantó inquieto y se fue a la cocina.
Empezábamos con un referencia cinéfila y acabamos con otra, una de las escenas más conocida de The Blues Brothers. Atentos al minuto 2.30 cuando Belushi ve la luz: cómo brilla, cómo salta el gordito, aunque seguro que era un doble. Seguro también que no imaginaba lo poco que le faltaba para cascarla.

martes, 12 de mayo de 2009

Encima del infierno viendo las flores (de todo un poco)


Me encuentro a las seis de la mañana a una vecina en el portal.

Ella es azafata, viene de Buenos Aires. Yo saco a mi perra para que mee un poco y se queda tranquila hasta que dentro de unas horas nos volvamos a levantar.

No sabía que madrugabas tanto, me dice la vecina.

Yo tampoco, le respondo, con los ojos enrojecidos después de llevar horas delante del ordenador.

Y como estoy agotado pero de buen humor, le subo la maleta hasta su casa en el cuarto piso.

Si es que somos supermajos.

Hoy le preguntan a Enric González: ¿se puede ser un periodista libre y ganar 700/800 euros al mes? Y él contesta:
Le aseguro una cosa: se puede ser un periodista libre ganando 700 euros mensuales, si uno está dispuesto a perderlos. Lo que no se puede es vivir. Aprovecho la ocasión para decir que mi sueldo mensual es 10 veces mayor, es decir, ronda los 7.000.
Qué clase. Nos alegramos por él. Se merece el sueldazo.

En Madrid, además, descarrila el Metro, Zapatero habla y habla, aunque a nosotros nos parece que esta vez no se lo cree ni él. Y va y se muere Antonio Vega. Alguien ya ha puesto un mensaje al respecto en la entrada de ayer.

Bien visto, lo de Antonio Vega es una noticia llena de esperanza, un mensaje para el universo: lo que aguanta el cuerpo, lo que en ocasiones cuesta morirse.

O sea, que si el llegó a los 50, nosotros, para bien o para mal, cumplimos los 40 sobradísimos.

Y vale ya de cháchara, hoy, dos cositas: un libro curioso y una librería nueva.

Esta entrada, en realidad, es una especie de acuse de recibo: una respuesta a dos mails que nos han llegado a través del blog.

El libro se llama Confusión de confusiones. Bonito, ¿verdad?

¿De que habla?, ¿de chavalines drogados?, ¿de curas pederastas?, ¿de ministros que deciden cambiar de sexo para escapar de la falta de criterio de su presidente?, ¿de ex presidentes grafómanos y cegados por la soberbia?

No, es el primer tratado de bolsa de la historia.

Lo escribió en Amsterdam un judío español del siglo XVII, José de la Vega o José Penso de la Vega.

Suena a Spinoza, también judío, también de origen español, o portugués, también refugiado en Holanda para que no le despedazaran.

Este señor, Spinoza, se dedicaba a pulir lentes. Y mientras, escribía algunos de los libros más importantes de la filosofía occidental.

Una vez le ofrecieron un puesto en la universidad, pero él lo rechazó. Quería ser libre. Otro gilipollas.

Aunque nosotros, cuando queremos llorar, leemos el final de su Ética:
Si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.
Volviendo a Confusión de confusiones, ni lo hemos leído ni lo hemos visto ni siquiera lo hemos rozado. O sea, que no nos hacemos responsables. Simplemente nos ha parecido curioso. Más información en su blog.

El otro mail hablaba de una librería relativamente nueva que hay en Madrid. Se llama Asia Libros y abrieron en diciembre en Conde Duque, 18.

Están especializados en todo lo que tenga que ver con Asia, desde Turquía a Japón, pasando por China, India, Pakistán, etc. Tienen una parte muy potente dedicada a literatura, pero también hay libros de filosofía, política, viajes, infantiles y en general, cualquier cosa. O casi. Incluidos cómics y DVD.

Detrás de ella están el fotógrafo Juan Ramón Yuste, el escritor Javier Moro (el de, entre otras, Pasión india o El sari rojo) y Álvaro Enterría, alguien que lleva 20 años viviendo en la India, donde tiene otra librería y una editorial, y autor de La India por dentro, un libro que los que entienden de viajes consideran imprescindible para entender el país.

Y además, los que la llevan la librería saben.

Joder, que gusto ver a Susana y a Jacinto moverse, tratar a la gente, ya sean vecinos inquietos del barrio o estudiantes en búsqueda de un libro de Mishima para el examen de mañana.

Tienen también una web muy potente: www.asialibros.com. De hecho, antes de abrir la librería física llevaban cuatro años en la red.

Lo que no les preguntamos es si habían recibido el libro ese de haikus de Jiménez Losantos.

Mierda.

Bueno, da igual, cerramos con uno de nuestros haikus preferidos, escrito por Issa y como siempre, sacado de Jaikus inmortales, antología de Antonio Cabezas editada por Hiperión:
En este mundo,
encima del infierno
viendo las flores.

lunes, 11 de mayo de 2009

De un Goncourt a otro (o la incapacidad de Europa para contarse a sí misma)


Leemos el último Goncourt.

El Goncourt es un premio francés muy importante. A diferencia de casi todos los premios españoles no tiene dotación económica (10 euros según la wikipedia) y se otorga a una obra ya publicada, no a un manuscrito, con lo que se supone que la elegida es la mejor novela francesa del año.

El de 2009 aún no lo han dado. El de 2008 fue para Atiq Rahimi, un afgano refugiado en París, autor de La piedra de la paciencia (Ed. Siruela).

Vuelve a ser un libro muy cortito y tenía todo, o casi todo, para que no nos gustara. Pero sí que nos ha convencido.

Es la historia de una mujer afgana que cuida a su marido herido. Él es un talibán al que le han metido un tiro en la cabeza: no habla, no se mueve ni siquiera hace un gesto.

Ella en cambio habla y habla, le echa en cara un montón de cosas y le va contando todos sus secretos.

Sonaba a un cruce entre Cinco horas con Mario y Johnny Cogió su fusil.

Nos daba mucha pereza.

Era y es además una novela "teatral": todo transcurre en un único espacio (la habitación en la que está el marido) y se sustenta en el monólogo de la mujer.

Parecía aburrida o muy previsible o quizá ñoña y sensiblera.

Pero no: la novela sorprende, porque sorprende el personaje de la mujer, que va creciendo y creciendo, y que no es nada tópico. Y luego, van pasando cosas, se cruzan historias y otros personajes mientras la guerra sigue ahí fuera, siempre en segundo plano: los tiros, las bombas, las matanzas.

Tiene mucha carga dramática y de denuncia, pero también algo espectral, casi de relato de terror o fantástico.

El año pasado le dieron el Goncourt a Gilles Leroy por Alabama Song, en la que reconstruía la vida de Zelda y Francis Scott Fitzgerald, desde que se conocen y son muy felices durante los años 20 hasta la muerte de ella en el incendio de un psiquiátrico en el que estaba internada.

Para nosotros Scott Fitzgerald es un escritor muy, muy grande, y pensamos que nos iba a gustar.

Pero no nos gustó nada, o nos gustó muy poco. Creo que fuímos los únicos.

Sí, estaba bien, pero ¿para qué?

No aportaba demasiado. Fitzgerald ya lo contó en su día y lo contó como Dios: su proceso de descomposición (derrumbe lo llamaba él), el de su señora y el de toda una época.

Alabama Song pretendía ser una reivindicación de Zelda, pero hacía eso tan moderno que es mezclar realidad y ficción y que a nosotros nos pone muy nerviosos.

Si vas a contar la verdad, adelante, inténtalo: escribe una biografía o una biografía novelada.

Si quieres inventar, inventa. Pero no les llames Scott y Zelda ni pretendas reivindicar nada más que tu propio ingenio.

O llámales Scott y Zelda, pero delira. Y déjalo claro: hazla a ella travesti y a él, vampiro, por ejemplo, que está muy de moda.

El año anterior el Goncourt fue para Las benévolas, de Jonathan Littell, la historia de un nazi muy malo, que fue bastante polémica y hasta dijeron que era la novela del siglo, pero nosotros no pasamos de la tercera página: nos parecía una copia barata y ya caducada de Dostoievski o algo así, el principio lo habíamos leído mil veces y no nos interesaba nada.

La memoria de los Goncourt no nos llega a más.

¿A dónde vamos a parar? A que las supuestas mejores novelas francesas de los últimos tres años no hablan de Francia ni de los franceses, y sólo una transcurre en el presente, pero en el presente de Afganistán.

Novelas históricas, novelas sobre escritores muertos hace más de 50 años y novelas exóticas (ojo, esta es buena): tres de las grandes pestes de la literatura contemporánea.

Francia, y con ella toda Europa, cada vez se muestra más impotente a la hora de contarse a sí misma y a su tiempo.

Hay grandes, grandísimas excepciones, y mucho más que excepciones, sólo hablamos de una tendencia: lo que se vende, lo que se reconoce, lo que se premia.

Y seguramente exageremos, como siempre.

(Hoy, por cierto, han cerrado una clínica cerca de casa: se dedicaba a practicar circuncisiones ilegales los fines de semana. Al lado hay un burdel. Eso sí que es presente. Eso sí que es Europa. El médico era jordado y la putas, africanas o sudamericanas. Lo coge un escritor de verdad y con talla moral, tipo Juan Manuel de Prada, y se gana el Nobel.)

viernes, 8 de mayo de 2009

Escapando de Nunca Jamás ('Peter Pan' contra la Generación Paquirrín)


(Aviso: hoy esto nos ha salido muy largo. Pero no vamos a cortarlo)

Walt Disney ha hecho mucho daño al mundo.

A Walt Disney habría que descongelarlo, si es que está congelado, y juzgarle por crímenes contra la humanidad.

Si naciste en los 60 o los 70, sólo serás medio tonto, como nosotros. Habrás crecido con sus películas, sus series, sus muñequitos, pero también habrás visto o leído alguna otra cosa.

Si naciste en los 80 o los 90, estás perdido. La sirenita, La bella y la bestia, Aladdin, El rey león, Pocahontas... Más toda la basura acumulada durante décadas. Esos habrán sido tus referentes en la ficción. Y nadie se habrá molestado en contarte un cuento de verdad.

Tus padres te habrán dejado horas y horas delante de la tele, con el vídeo repitiendo una y otra vez, esas películas. Una y otra vez durante años.

Es la Generación Paquirrín o Borja Thyssen (pero ellos son ricos y no necesitan trabajar), es el rollo poligonero, es el tunning, es la ingesta masiva de pastillas bobas mezcladas con esteroides, es la mayor tasa de analfabetismo funcional de la historia.

Exageramos, como siempre, y demostramos, además, lo mal que hemos empezado a envejecer y lo mucho que nos gustaría tener una novia tipo Tamara (la de Paquirrín), 20 añitos y ya es toda silicona.

¿Y Disney?

Disney ha mentido y ha engañado a esas pobres criaturas, las ha despojado de recursos y las ha hecho creer que el mundo y la vida eran fáciles, bonitos, de colorines.

Pero a nosotros lo que de verdad nos duele es lo que le hizo Disney a Peter Pan.

Peter Pan, dices, y todos te responden que sí, que han visto la película.

No, la película no vale.

¿Has leído a J. M. Barrie?

Enhorabuena, Sr. Disney, ha desactivado uno de los mitos modernos más potentes para crear toda una generación de consumidores a sus órdenes.

Ahora se acaban de publicar dos libros sobre el tema. Un ensayo, Todos crecemos menos Peter, de Silvia Herreros de Tejada (Ed. Lengua de Trapo) y El pajarito blanco (Ed. Barataria), primera obra de J. M. Barrie en la que aparece Peter Pan.

Barrie era un tarado. Su hermano murió de pequeño y él intentó sustituirlo y conseguir todo el cariño de su madre. Pero no lo consiguió.

Barrie nunca creció ni física ni mentalmente. Era muy bajito y seguía pareciendo un niño incluso ya de mayor. Un viejo con cara de niño.

Barrie siempre se rodeaba de chavalines, eran sus mejores amigos.

Se ha especulado mucho con la posible pederastia de Barrie. ¿Le gustaban los niños?, ¿abusaba de ellos? Según cuenta Silvia Herreros de Tejada, no. Barrie, en realidad, era impotente y nunca llegó a desarrollar su sexualidad. A nosotros esa teoría nos parece mucho más coherente que la otra.

Pero nada de ello impidió que Barrie tuviera mucho éxito y fuera uno de los escritores más reconocidos de su tiempo. Gracias, sobre todo, a Peter Pan, una obra que se pasó toda su vida cambiando, añadiendo finales, modificando escenas en la versión teatral, convirtiéndola en novela...

Silvia Herreros de Tejada le sigue muy bien la pista en su libro a todas esas variaciones, a las distintas interpretaciones posibles de Peter Pan y del personaje. Todos crecen menos Peter es un buen libro, aunque quizá demasiado académico y demasiado literario. O sea, muy despegado de la vida. Y a nosotros, lo que nos gusta es justo lo contrario: traer los libros a este otro lado, agarrarnos a ellos o convertirlos en armas arrojadizas.

Maneras de leer y seguramente también, maneras de vivir. Otro día cerramos con Rosendo.

O sea, que vamos a hablar de Peter Pan, de la novela llamada así, la que hemos leído y releído decenas de veces, no la obra de teatro.

Peter Pan es un libro que empieza con una frase muy conocida, "Todos los niños crecen, excepto uno". Y con una escena aterradora: el descubrimiento de esa realidad por parte de una niña de dos años a través del reproche de su propia madre: "¡Oh, por qué no podrás quedarte así para siempre!".

¿Por qué no?, ¿y por qué no te quedaste tú siendo una niña para siempre, mamá, y así yo no hubiera nacido?, debería haber contestado Wendy a la señora Darling. En lugar de eso : "No hablaron más del asunto, pero desde entonces, Wendy supo que tenía que crecer. Siempre se sabe eso a partir de los dos años. Los dos años marcan el principio del fin".

No es mal arranque para una historia infantil. Vamos, que es casi como Bambi, cuando muere la mamá, pero aquí la sombra de la muerte se proyecta sobre el propio niño y además, sobre la vieja caen todas las sospechas.

¿Sospecha de qué? Pues que quizá las madres no sean tan buenas, generosas y abnegadas como hacen creer a sus hijos. Quizá las madres sean manipuladoras, egoístas y odiosas.

¿Cómo?, ¿existe un mensaje más subversivo frente al orden familiar?

Peter Pan, y esto lo cuenta muy bien Herreros de Tejada, está lleno de odio frente a la figura materna. Odio y desprecio.

En los cuentos tradicionales, quizá porque son las madres quienes los cuentan, ellas siempre quedan a salvo. Las malas son las madrastras, como en Blancanieves, las que usurpan la figura maternal después de haber seducido al padre. Quizá como una advertencia frente al niño o la niña, como queriendo decir, cuidado que si yo no estoy, puede venir otra mucho peor.

Peter Pan, en cambio, refleja la lucha de poder entre la madre y el hijo, y aquí sólo quedan dos opciones: el odio cuando la madre impone su voluntad o el desprecio por parte del niño si consigue salirse con la suya.

¿Y el padre? No, el padre no existe, como en tantos otros relatos infantiles. O es un calzonazos. Quizá, otra vez, porque son las madres quienes los cuentan. En este caso, el Sr. Darling es castigado cuando desaparecen los niños y le envían a dormir a la caseta del perro. Sí, la caseta del perro, ya ni siquiera ocupa un puesto entre los humanos.

Peter Pan es el relato de todas las sombras de la infancia. De la soledad más absoluta, de esa guerra del niño contra el mundo adulto, de no querer crecer, sí, pero también de no querer ser como los mayores de referencia. Es decir, como los propios padres.

¿Y cual es la solución? La única solución posible es la muerte. ¿Y si Peter Pan representara el deseo de morir en la infancia? Sólo los muertos no envejecen y permanecen niños o jóvenes para siempre. ¿Acaso Peter Pan está vivo?, ¿quienes son los niños perdidos que le acompañan en sus aventuras?

¿Y si hablamos de ti?, ¿recuerdas la primera vez que sentiste de forma consciente el deseo de morir?, ¿fue por una rabieta con mamá o fue de noche, porque no podías cerrar los ojos sin que doliera mucho?, ¿el qué? Ni siquiera ahora sabes qué era eso que dolía tanto de pequeño al meterte en la cama, eso que te hacía llorar y que no te dejaba dormir y que casi, casi te cortaba la respiración.

Exageramos, como siempre. Se nos va la olla. Habla con tu psiquiatra, pregúntale a él, o a ella, o a tu psicólogo, o a tu coacher, o a quien ahora mismo te esté tratando.

Terrores infantiles es un bonito eufemismo.

Peter Pan grita "la muerte es una aventura maravilllosa". Él lo sabe bien. La muerte es el país de Nunca Jamás.

Y los niños perdidos, en la primera versión de la historia, la que ha publicado ahora Barataria, según cuenta Herreros de Tejada, eran los bebés muertos. Los bebés que se caían de sus carritos en el parque.

Peter primero los enterraba, pero de dos en dos, para que no se sintieran tan solos. Y luego decidió que era mucho más divertido irse con ellos a la Isla de Nunca Jamás para jugar un rato y matar a unos cuantos piratas. Peter Pan, de hecho, y según alguna de las muchas versiones, también se cayó cuando era un bebé en el parque y nadie acudió a buscarle.

Hay que elegir: crecer o morir.

Y no existe posibilidad de un final feliz. Aunque Barrie deja al niño las dos opciones: Peter es el modelo para los que mueren. Wendy para quienes crecen.

El final de Peter Pan es uno de los más amargos y desoladores de la literatura. Wendy crece y Peter se olvida de ella. Wendy se casa, tiene una niña, se convierte en su propia madre y Peter vuelve para secuestrar a su hija. A Wendy le gustaría que Peter se la llevara a ella. Pero sabe que ya no, que ha envejecido, que ahora Peter la ve como lo que es: su enemiga.

Pasarán los años y lo mismo ocurrirá con cada nueva generación. Peter olvidará a la madres, las verá sustituirse las unas a las otras y morir, y se llevará consigo a las niñas. Siempre las niñas.

Lo malo, lo peor de todo es que a los niños Peter Pan les encanta. Les encantaba la versión real cuando iban a verla al teatro en vida de Barrie. Y les encanta ahora cuando les lees la novela. Ellos no necesitan que se la explique nadie, ellos saben perfectamente de lo que se está hablando. Y toman su decisión: deciden crecer y no morir, aún a riesgo de parecerse algún día a sus padres y aún sabiendo que eso duele, porque vivir le duele a todo el mundo menos al Sr. Disney, flotando por toda la eternidad en su tanque de hidrógeno líquido (sí, ya sabemos que es una leyenda urbana, pero nos gusta).

Esos niños son sanos e inteligentes. Gracias a Peter Pan aprenden la lección y quedan vacunados. No sufrirán nunca la tontería esa del síndrome ni se parecerán a Paquirrín y a sus colegas.

Aunque puede que en esto último también exageramos y que si te descuidas, siempre puedes acabar siendo tan zafio (segundo día consecutivo que utilizamos este adjetivo) como Paquirrín.

En lo que no exageramos es en lo de Peter Pan, un libro inabarcable, que siempre te sorprende y que siempre te deja noqueado y que siempre te permite mil lecturas distintas y al que siempre hay que volver.

Cerramos con una canción-deseo para el fin de semana: Amor y plata, de 7 notas 7 colores.

La ilustración es de Mark Ryden. Brutal.

jueves, 7 de mayo de 2009

Deprisa, deprisa (Hay que leer a Javier Pastor)


Van a abrir una librería nueva. Pero es en Berlín.

Nuestra Supercolega sin nombre ha encontrado trabajo. Pero es sin contrato y le pagan una mierda.

A nosotros nos ha salido un bolo. Después de mucho mendigar, nos han hecho un encarguito, como los de antes: una entrevista. Nada del otro mundo. Pero nos apetece y nos mola. Aunque tenemos que entregarla YA, YA, YA.

O sea, que hay que darse prisa.

Hoy seremos claros, rotundos, contundentes como nunca antes: HAY QUE LEER A JAVIER PASTOR.

Su Mate jaque lo teníamos en la lista de espera, una pila inmensa de libros, desde que lo editó Mondadori a principios de año.

Es muy cortito, 99 páginas, pero es que a nosotros siempre nos han gustado mucho las novelas cortas, esas que te puedes leer de una tacada. Y cada vez más.

Aquí no sobra nada: ni una línea ni una palabra ni una coma.

De la historia es mejor no contar mucho, quizá porque tampoco hay mucho que contar: es de un tío que escribe, un egoísta, un ególatra, un egomaniaco. Como casi todos los tíos que escriben: YO, YO, YO.

El tipo está harto de su mujer, de escribir y de sí mismo. Ella quiere tener un hijo pero a él eso de la paternidad le parece muy vulgar.

Es cobarde, es odioso, es patético y seguramente está acabado. Pero como tiene tan mala leche, te hace gracia. Resulta brillante y excesivo, a ratos lúcido, a ratos paranoico, siempre cruel, amargado, una voz potentísima.

En plan House o Risto Mejide, con perdón. Ni Javier Pastor ni el personaje se merecen una comparación tan zafia, pero es para que el lector se haga una idea sin necesidad de demasiado esfuerzo por nuestra parte.

El escritor huye de su mujer y se va a un balneario para empezar un libro de encargo: Las Celebridades Que He Achuchado.

Sí que está acabado.

Pero empiezan a pasar cosas extrañas y luego tenemos la visión de su mujer sobre el tipo, la vida en común, lo que pasó y todo lo demás.

¿Qué nos ha gustado? Todo. Qué inteligencia, qué estilo, qué forma de escribir.

¿Es la historia de una crisis de pareja? No, la historia, la novela, va mucho más allá. Hasta acabar convirtiéndose casi en un relato de terror. Terror moral. O en una pesadilla.

Javier Pastor es de 1962. Y según cuenta la lacónica nota de la solapa, ésta es su tercera novela.

Javier Pastor es un escritor lento y leyéndole, entiendes por qué.

Javier Pastor no juega. Ya hemos dicho que no sobra nada. Pero es que, además, todo está justificado. Y todo encaja y todo merece la pena.

A nosotros nos daba un poco de pereza, aunque todo el mundo lo había puesto ya por las nubes, porque hay una partida de ajedrez de por medio, y porque hablaban de estructura palindrómica (que empieza igual que acaba). Y pensamos que iba a ser algo ingenioso o frío o sin sustancia.

Pero nada de eso, todo lo contrario.

Puedes hacerte una idea de libro aquí, El Cultural de El Mundo publicó un avance.

Hay otra noticia:

Llega una nueva editorial, no es un sello pequeño. Por lo visto, está detrás un grupo italiano. Se llama Duomo ediciones y puedes enterarte de más en El Periódico.

Puede que las cosas estén cambiando. O puede que no.

Nos sentimos ahora mismo incapaces de valorarlo.

¿Hay luz al final del túnel?, ¿qué luz?, ¿qué túnel?

La Velvet dice que sí. A nosotros el cuerpo también nos lo pide.

Mañana, más. No sabemos cuándo, a qué hora, pero mañana toca hablar de Peter Pan.

¿Crees que es para niños? Eso es que no lo has leído. Peter Pan es una de las obras más extrañas, aterradoras e inquietantes que se han escrito jamás.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Cómic y suicidio (Art Spiegelman y Aude Picault)


Con el suicidio pasa como con la locura: se ha escrito mucho y se han contado muchas tonterías.

Parece tan romántico, queda tan bien, resuelve tantos problemas cuando no sabes qué hacer con un personaje...

Pero la realidad del suicidio es muy distinta y no se parece en absoluto a esas visiones edulcoradas.

Si te suicidas, ya no hay nada, ni siquiera vas a ver cómo te lloran o cuánto te quieren o el dolor que queda atrás.

El suicidio, como la locura, implica un sufrimiento brutal por todas partes y si no cuentas eso, es que estás mintiendo.

Félix Romeo publicó el año pasado con Ediciones Plot un libro muy bueno al respecto. Se llamaba Amarillo y abordaba el suicidio de su amigo Chusé Izuel.

Nos gustó porque era frío y pudoroso, no caía en el exhibicionismo, no utilizaba la muerte de su colega para hablar de sí mismo o lo que es peor, para hacer "literatura". O sea, para soltar cuatro estupideces e intentar lucirse con palabras que parece muy bonitas pero que en el fondo están vacías y dan mucha vergüenza y hasta un poco de asco.

No, Romeo no hacía eso. Romeo respetaba a Izuel y se respetaba a sí mismo y sobre todo, respetaba lo que es, o lo que debería ser, la literatura.

Ahora hay dos cómics recientes que tratan el tema y nos han sorprendido porque son cómics (lo sentimos, aún tenemos ciertas reservas frente a ellos), y porque son muy distintos entre sí y porque no van sobre alguien que se suicida, o sobre un amigo, o un hermano, o un novio, o un hijo que se suicida.

Los dos cómics a los que nos referimos cuentan un tipo de suicidio muy concreto y real: el de un padre o una madre. El padre o la madre del autor.

Suele decirse que la muerte de un hijo es la más dolorosa, la más antinatural. Puede ser, pero también resulta cuanto menos extraño para un hijo que su padre o su madre se suicide, justo esa misma persona que un buen día le trajo al mundo.

El primero de los dos cómics es Breakdown, de Art Spiegelman. Lo ha editado Mondadori.

Spiegelman es el de Maus, una novela gráfica en la que hablaba del Holocausto, de la experiencia de su padre en Auschwitz y de lo que implica ser un superviviente. A los judíos los pinta como ratones y a los nazis como gatos. Está considerado una de las obras maestras del género y en 1992 le dieron el Pulitzer. Creemos que es el único cómic que ha ganado este premio, pero no estamos seguros.

Breakdown es anterior, o es el germen de Maus. Es excesivo e irregular, su autor había tomado muchas drogas antes de sentarse delante de la mesa de dibujo y eso se nota, está marcado por el espíritu experimental y underground de los 70. Es, en realidad, la obra de alguien con mucho talento que busca su camino y nos enseña el proceso a través de una selección de piezas muy breves y en gran formato.

Y el origen de todo ese proceso pasa por contar el suicidio de su madre. "En 1968 mi madre se suicidó... No dejó ninguna nota", escribe Spiegelman y se retrata a sí mismo como un prisionero. Prisionero del planeta infierno. Un caso clínico, así titula la historia de cuatro páginas en la que va narrando el proceso: su padre descubre el cadáver, a él se lo cuenta el psiquiatra, el entierro, las preguntas, la culpa...

Hasta llegar al final, con Spiegelman encerrado en una cárcel, rodeado de muchas otra celdas y gritando: "¡¡¡Me asesinaste, mamá, y me dejaste aquí para que cargara con la culpa!!!" mientras otro preso le responde: "¡Cierra el pico, amigo! ¡Algunos intentamos dormir!"

Puro relato de una neurosis.

El planteamiento de la francesa Aude Picault en Papá (Ed. Sins Entido) es completamente distinto.

Frente a la oscuridad, la pesadez y la contundencia de los dibujos de Spiegelman, Picault propone un trazo mucho más ligero y naif.

Naif no significa en este caso ni fácil ni bobalicón ni que sus dibujos no se llenen de pronto de sombras o de espirales negras.

La cantidad y variedad de registros que consigue Picault con este estilo es impresionante.

Picault recuerda a su padre, los buenos momentos que vivieron juntos, le ve en sus sueños y habla con él. Intenta comprender, reconstruye su muerte y los diez días que transcurrieron hasta que el cadáver fue descubierto con un disparo en la cabeza.

Picault quiere volver hasta esos días, reconfortar el cuerpo sin vida del viejo, abrazarle y llorar sobre él.

Papá no es una novela gráfica. Papá es una elegía gráfica, llena de dolor, pero también de ternura.

Picault dice cosas como: "me da miedo dejar de sufrir, porque el sufrimiento es lo que me recuerda a ti. Si no sufro, desapareces" y se te pone un nudo en la garganta.

Pero luego Picault cierra con una declaración de intenciones muy serena y muy acertada: "Ahora tengo toda la vida para pensar en ti y comprender todas las cosas que me dijiste".

Y sabes que sí, que Picault conseguirá salvarse: podrá vivir y al mismo tiempo, podrá seguir recordando.