lunes, 11 de mayo de 2009

De un Goncourt a otro (o la incapacidad de Europa para contarse a sí misma)


Leemos el último Goncourt.

El Goncourt es un premio francés muy importante. A diferencia de casi todos los premios españoles no tiene dotación económica (10 euros según la wikipedia) y se otorga a una obra ya publicada, no a un manuscrito, con lo que se supone que la elegida es la mejor novela francesa del año.

El de 2009 aún no lo han dado. El de 2008 fue para Atiq Rahimi, un afgano refugiado en París, autor de La piedra de la paciencia (Ed. Siruela).

Vuelve a ser un libro muy cortito y tenía todo, o casi todo, para que no nos gustara. Pero sí que nos ha convencido.

Es la historia de una mujer afgana que cuida a su marido herido. Él es un talibán al que le han metido un tiro en la cabeza: no habla, no se mueve ni siquiera hace un gesto.

Ella en cambio habla y habla, le echa en cara un montón de cosas y le va contando todos sus secretos.

Sonaba a un cruce entre Cinco horas con Mario y Johnny Cogió su fusil.

Nos daba mucha pereza.

Era y es además una novela "teatral": todo transcurre en un único espacio (la habitación en la que está el marido) y se sustenta en el monólogo de la mujer.

Parecía aburrida o muy previsible o quizá ñoña y sensiblera.

Pero no: la novela sorprende, porque sorprende el personaje de la mujer, que va creciendo y creciendo, y que no es nada tópico. Y luego, van pasando cosas, se cruzan historias y otros personajes mientras la guerra sigue ahí fuera, siempre en segundo plano: los tiros, las bombas, las matanzas.

Tiene mucha carga dramática y de denuncia, pero también algo espectral, casi de relato de terror o fantástico.

El año pasado le dieron el Goncourt a Gilles Leroy por Alabama Song, en la que reconstruía la vida de Zelda y Francis Scott Fitzgerald, desde que se conocen y son muy felices durante los años 20 hasta la muerte de ella en el incendio de un psiquiátrico en el que estaba internada.

Para nosotros Scott Fitzgerald es un escritor muy, muy grande, y pensamos que nos iba a gustar.

Pero no nos gustó nada, o nos gustó muy poco. Creo que fuímos los únicos.

Sí, estaba bien, pero ¿para qué?

No aportaba demasiado. Fitzgerald ya lo contó en su día y lo contó como Dios: su proceso de descomposición (derrumbe lo llamaba él), el de su señora y el de toda una época.

Alabama Song pretendía ser una reivindicación de Zelda, pero hacía eso tan moderno que es mezclar realidad y ficción y que a nosotros nos pone muy nerviosos.

Si vas a contar la verdad, adelante, inténtalo: escribe una biografía o una biografía novelada.

Si quieres inventar, inventa. Pero no les llames Scott y Zelda ni pretendas reivindicar nada más que tu propio ingenio.

O llámales Scott y Zelda, pero delira. Y déjalo claro: hazla a ella travesti y a él, vampiro, por ejemplo, que está muy de moda.

El año anterior el Goncourt fue para Las benévolas, de Jonathan Littell, la historia de un nazi muy malo, que fue bastante polémica y hasta dijeron que era la novela del siglo, pero nosotros no pasamos de la tercera página: nos parecía una copia barata y ya caducada de Dostoievski o algo así, el principio lo habíamos leído mil veces y no nos interesaba nada.

La memoria de los Goncourt no nos llega a más.

¿A dónde vamos a parar? A que las supuestas mejores novelas francesas de los últimos tres años no hablan de Francia ni de los franceses, y sólo una transcurre en el presente, pero en el presente de Afganistán.

Novelas históricas, novelas sobre escritores muertos hace más de 50 años y novelas exóticas (ojo, esta es buena): tres de las grandes pestes de la literatura contemporánea.

Francia, y con ella toda Europa, cada vez se muestra más impotente a la hora de contarse a sí misma y a su tiempo.

Hay grandes, grandísimas excepciones, y mucho más que excepciones, sólo hablamos de una tendencia: lo que se vende, lo que se reconoce, lo que se premia.

Y seguramente exageremos, como siempre.

(Hoy, por cierto, han cerrado una clínica cerca de casa: se dedicaba a practicar circuncisiones ilegales los fines de semana. Al lado hay un burdel. Eso sí que es presente. Eso sí que es Europa. El médico era jordado y la putas, africanas o sudamericanas. Lo coge un escritor de verdad y con talla moral, tipo Juan Manuel de Prada, y se gana el Nobel.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hoy solo decir que Antonio Vega está en Paz, que escucho,como siempre, su música mientras escribo y que allá donde esté seguirá siendo el gran Antonio Vega.
Un BESO ANTONIO. SÉ QUE LLEGAN.