jueves, 28 de mayo de 2009

Pistolas que no disparan (y libros que nos apetece leer)


Va un policía en el metro de Madrid (línea 5).

Se vuelve loco y saca la pistola.

¿A cuántos se carga?

Ni uno.

¿Se suicida?

Tampoco.

Le reducen, le detienen y se lo llevan a urgencias.

Eso es lo que pasa en España: que no hay iniciativa, ni ambición, ni espíritu emprendedor.

Así ni triunfa el capitalismo ni salimos de la crisis.

Llega a ocurrir en Nueva York y el poli no deja uno vivo: los mata a todos de cuatro en cuatro.

Nosotros estamos un poco igual, pero sin pistola ni ganas de tenerla, atontolinados, pasmados, melancólicos.

Ayer no escribimos.

Teníamos demasiado lío y aún seguimos un poco igual.

Para compensar, hoy, en lugar de los habituales tres libros que nos apetece leer, hablaremos de cuatro.

1. Esta vez el fuego. Michele Monina. Ed. Periférica.

Últimamente a Periférica le ha dado por editar a autores jóvenes (más o menos), rabiosos y europeos. Empezaron con Sida mental, de Lionel Tran, un francés de barrio que recordaba su infancia: muy violento, muy fragmentario, con un estilo demasiado áspero, demasiado desnudo y que pecaba de ser un poco tópico y previsible.

Luego vino un inglés del que ya te hablamos, Gul Y. Davis y Un paseo solitario. Nos gustó mucho y te remitimos a lo ya escrito.

Éste, Monina, es italiano y la historia es la de una manifestación de mediados de los 90 contra Berlusconi. Jóvenes que, suponemos, empiezan siendo muy ingenuos y políticamente muy comprometidos, pero que acabarán desencantados.

Suponemos, sólo suponemos, ojalá nos sorprenda y nos guste.

De Periférica nos fiamos.

2. Un encuentro. Milan Kundera. Ed. Tusquets.

A Kundera le tenemos un poco de manía.

Le leímos en su día, pero ahora no recordamos nada.

Cogemos de la estantería El libros de la risa y el olvido, que tiene un título precioso. Lo hojeamos, vemos algunos subrayados. Suena todo un poco a charlatán de feria.

Sí, exageramos y simplificamos, nos falta rigor. Como siempre.

Tampoco nos interesan mucho los ensayos artísticos o estéticos, justo lo que es Un encuentro: Kundera habla de otros libros, de música, de pintura...

¿Entonces?

Nos gusta llevarnos la contraria.

Abrimos al azar, leemos algunos fragmentos: no parece pedante. Al revés: nos anima a seguir leyendo.

Miramos el índice y aparecen muchos nombres de los que nos gustan y de los que hablamos siempre: Bacon, Beckett, Céline, Dostoievski, Rabelais...

Prometemos darle una oportunidad.

3. Estremécete. Peter Leonard. Ed. Maeva.

Una novela negra (o de suspense) escrita por el hijo de uno de los maestros del género, Elmore Leonard.

Lo de los "hijos de" en literatura da sorpresas. Y morbo. Unos son buenos y otros, muy malos.

Joe Hill, por ejemplo, hijo de Stephen King.

Hacen falta muchos huevos para tener un padre así y ponerte a escribir historias de fantasmas.

Pero el tío lo hace bien, tiene un punto autoparódico (o sea, que se ríe de él mismo y del género) que a nosotros nos parece muy inteligente y nos gusta.

Hasta se permite hacer versiones de La metamorfosis de Kafka pero en plan película de serie B de los años 50.

Muy curioso.

¿Y éste?

No empieza mal: Peter Leonard se lo dedica al viejo. Entrañable.

Pero luego hace lo que se espera de todo hijo sensato: matar al padre.

La novela arranca justo ahí: una mujer lee la esquela de su marido rodeada de toda la comida que ha sobrado del funeral.

Al difunto se lo ha cargado el hijo en un accidente de caza.

Y ya se lía todo: el niño se junta con unos que son muy malos, le secuestran, etc, etc, etc.

Promete.

4. Principio de incertidumbre. Gustavo Dessal. Ed. RBA.

Con las óperas prima editadas por RBA nos pasa como con los libros escritos por "hijos de".

Nos ponen muchísimo.

Porque las hay muy buenas, como Naturaleza infiel, de Cristina Grande, no nos cansamos de decirlo, una de las mejores novelas del año pasado.

Y las hay muy malas.

Ésta, como la de Peter Leonard, empieza bien:
"Fue la misma noche en la que, atónitos frente al televisor, asistimos a la repetición del espectáculo de la modelo que con su mano derecha enfundada en un guante de goma masturbó a un cerdo durante diez minutos hasta conseguir que el animal ayaculase en una bolsa de plástico."
Menuda frase de arranque.

Lo que pasó esa misma noche fue que aparecieron muertas la novia y la compañera de piso del protagonista.

Lo que sigue, al parecer, es el intento por resolver el caso, más muertes y algo, o bastante, humor, esperamos.

Y ya.

Ahora, a ver cómo nos organizamos para mañana, a ver si podemos hacer algo con la Feria del Libro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mi me ha pasado lo mismo con "Naturaleza infiel" de Cristina Grande y "La casa de la Mezquita" de ader Adbolah, nada que ver con "La Carretera", son como dignos novios que te ayuda a recolocar el recuerdo de un gran Amor. Seguimos siendo cursis. Gracias por tanta recomendación.