martes, 6 de julio de 2010

La noche que me encontré a Kafka por la calle

Madrid por las noches es un sitio extraño.

Sobre todo en verano.

Te pones a andar porque quieres volver a casa y de repente apareces en tu antiguo colegio (pero no, eso en el fondo tiene su gracia e incluso es bonito. Sí, bonito).

Luego vas a visitar la casa de una muerta, le presentas tus respetos y compruebas que el bar que había justo debajo, donde ella se rompió varias veces la pierna, y la cabeza, donde perdió un ojo y todo su dinero jugando borracha al póquer tampoco existe. Se murió de pena, el bar y todos sus parroquianos, después de que ella, la muerta, muriera.

Que Dios, sí, Dios, la tenga en su Gloria.

Y entonces, colgado en una pared, donde antes había unos tablones o las vallas de una obra o lo que fuera, te encuentras con él, (¡¡¡¡¡oh, es él!!!!!), seis versiones del mismo retrato, pero así como movidas, o distorsionadas, un rollo muy baiconiano.


Y le empiezas a dar vueltas a la cabeza. Cómo era, te dices: ¿"en la batalla entre el mundo y tú ponte siempre del lado del mundo" o "en la batalla entre el mundo y tú apuesta siempre por el mundo"?

Porque la frase puede parecer lo mismo pero no tiene nada que ver.

Y ya, por fin llegas a casa y corres a la estantería y coges el libro donde crees que estaba (Aforismos de Zürau. Franz Kafka. Ed. Sexto Piso) y empiezas a leer y lo primero es esto:
A partir de un cierto punto, ya no hay regreso posible. Éste es el punto a alcanzar.
Y lo siguiente:
¿Cómo alegrarse del mundo sino cuando se refugia uno en él?
Y más:
Escondites, innumerables; salvación, una sola; pero tantas posibilidades de salvación como escondites.
Y otro:
En teoría existe una posibilidad perfecta de felicidad: creer en lo indestructible dentro de uno mismo y no aspirar a ello.
Y sigues y sigues leyendo a Kafka, y ya no paras, mientras de fondo Micah P. Hinson se queja de lo mala que es la Heineken y se canta unas coplillas con la foto de su mujer en la guitarra.