jueves, 28 de enero de 2010

Adiós, viejo cabrón (homenaje y afrenta a J. D. Salinger con su cadáver aún caliente)


Iba a escribir algo sobre Jorge Ibargüengoitia, es buenísimo.

No sé a qué hora, pero juro que iba a escribir sobre él.

Lo que pasa es que acabo de ver que se nos ha muerto Salinger y me ha partido el corazón.

He corrido (en realidad, sólo he tenido que dar un par de pasos y estirar el brazo) a por mi vieja edición de El guardián entre el centeno (la de toda la vida, la de Alianza, traducida por Carmen Criado, y sin una palabra en la contra: ni un resumen del argumento, ni una explicación de quién era Salinger, ni un solo dato que te anime a leerlo).

Lo he abierto al azar y me he encontrado con esto:
Era una chica rara, Jane. No puedo decir que fuera exactamente guapa, pero me volvía loco. Tenía una boca divertidísima, como con vida propia. Quiero decir que cuando estaba hablando y de repente se emocionaba, los labios se le disparaban como en cincuenta direcciones diferentes. Me encantaba. Y nunca la cerraba del todo. Siempre dejaba los labios un poco entreabiertos, especialmente cuando jugaba al golf o cuando leía algo que le interesaba. Leía continuamente y siempre libros muy buenos. Le gustaba mucho la poesía. Es a la única persona, aparte de mi familia, a quien le he enseñado el guante de Allie con los poemas escritos y todo. No había conocido a Allie porque era el primer verano que pasaba en Maine –antes había ido a Cape Cod–, pero yo le hablé mucho de él. Le encantaban ese tipo de cosas.
Y me he enamorado de Jane.

Y me he acordado de por qué me gustó tanto El guardián entre el centeno cuando lo leí en la adolescencia y las dos o tres veces que lo he releído después.

Y luego me he puesto en plan abuelete y me he dicho a mí mismo: se nos están muriendo a chorros.

Pero, ¿quién?, ¿quiénes se están muriendo a chorros?

Allie, claro, el pobre Allie, era tan joven, y se muere siempre, en cada relectura va y le entra la leucemia esa de los cojones...

Y Salinger, el viejo gruñón y antipático, la ha cascado hoy, todavía no sé muy bien cómo ni por qué.

¿Pero quién más?

¿Quienes se están muriendo?

Todos, supongo.

Todos los que leyeron (leímos) El guardián entre el centeno y ya son viejos, aunque nunca llegaron a superar la adolescencia.

Es lo malo que tiene El guardián entre el centeno, es una trampa, está envenenado: te encadena de por vida a la adolescencia (puta, estúpida, dolorosa y ñoñísima, para nada idealizada adolescencia).

Te impide crecer, madurar, convertirte en un hombre de provecho.

Habría que prohibirlo.

Ha hecho mucho daño.

Ha creado ya no sé cuántas generaciones de descerebrados desde que lo publicaron por primera vez en 1951.

Y ha creado algo peor que una legión de adultos inmaduros: ha creado el mito de la adolescencia perpetua.

No se lo dejéis leer a vuestros niños o se os morirán tontos.

Viejos y tontos, que es lo peor.

Termino ya, aún tengo un montón de cosas que hacer.

Adiós, Salinger, adiós, viejo cabrón, ya no hace falta que te escondas, nadie volverá a darte el coñazo.

Ni yo te echaré de menos, lo juro también.

Aunque puede que esta noche, de madrugada y cuando nadie me vea, vuelva a leerme El guardián entre el centeno de un tirón.

Y volveré a enamorarme de Jane, eso seguro, y volveré a partirle la cara a cualquiera que presuma de habérsela tirado.

martes, 26 de enero de 2010

Resistencia, alienación y cuerpos rotos (de Foucault a Elizabeth Short y todo por culpa de un tal Sidi Mohamed Barkat)


Tengo sólo dos textos colgados de las paredes de mi despacho.

Uno es un poema de Bukowski que ya puse aquí en otra ocasión.

El otro, es un fragmento de Foulcault, Michel Foucault, el filósofo posmoderno, tan posmoderno que llevaba la cabeza rapada al cero y murió de sida.

Los dos textos me acompañan desde hace años, impresos sobre un papel que un su día fue blanco y liso (folios Galgo), pero que hoy, después de mucho humo, mucho polvo y muchas mudanzas ha acabado amarillento, arrugado y lleno de pedacitos de papel celo o de las marcas que deja ese mismo papel celo al ser arrancado.

El texto de Foucault pertenece al primer volumen de su Historia de la sexualidad, editado por Siglo XXI y traducido por Ulises Guiñazú. En él, se apunta cierta posibilidad de resistencia. Porque donde hay poder, dice Foulcault, hay resistencia. El poder es una red, un juego de relaciones no igualitarias, nada escapa a él y nada se le puede enfrentar, pero dentro de esa inmensa retícula, siempre se producen movimientos. Corto y pego:
¿Grandes ruptura radicales, particiones binarias y masivas? A veces. Pero más frecuentemente nos encontramos a puntos de resistencia móviles y transitorios, que introducen en una sociedad líneas divisorias que se desplazan rompiendo unidades y suscitando reagrupamientos, abriendo surcos en el interior de los propios individuos, cortándolos en trozos y remodelándolos, trazando en ellos, en sus cuerpos y su alma, regiones irreductibles.
Poesía pura que abría mil puertas (y hasta ventanas para ventilar la casa).

O no, porque quizá sólo procuraba cierta tranquilidad y ciertas esperanzas al pequeño (cada vez más pequeño) burgués (o mileurista) ilustrado (o directamente gilipollas). O sea, tú y yo, queridísimo e hipócrita lector.

Pero la posmodernidad quedó muy atrás (por mucho que algunos nostálgicos nos quieran vender lo contrario y ahora se empeñen en hacernos creer que Deleuze no era un charlatán).

E instalados ya en esta odiosa posposmodernidad (que bien podríamos representar como un parque temático construido en cartón piedra (o poliexpán, o poliuretano) sobre la ruinas de un país agonizante (vale Haití o vale Somalia) y a punto de venirse abajo e irse definitivamente a tomar por culo), instalados ahí, digo, entre los brillos y colorines de las atracciones y los estertores de los negros, me encuentro hoy una interesantísima entrevista en El País con un filósofo, seguro que discípulo de Foucault, llamado Sidi Mohamed Barkat.

Por favor, leedla.

Porque en ella, y hablando de la nueva organización del trabajo, encontraréis en qué se han convertido esos surcos, esas divisiones y ese hombre partido en trocitos del que hace más de 30 años hablaba Foucault y que en determinados momentos hasta nos permitió creer que teníamos la salvación al alcance de la mano. Sí, la salvación. Corto y pego:
La evaluación individualizada de la productividad crea una división en el interior de la persona. El trabajador ha sido transformado en una especie de empleador de sí mismo. En algunos sectores, ciertamente, se le ha concedido un grado considerable de autonomía, e incluso se puede decir que es más libre. Pero lo que sucede es que una parte de sí mismo -el sujeto- va a emplear a la otra parte -el cuerpo- y le va a pedir una serie de cosas. Si los objetivos que se impone son muy elevados, el sujeto puede pedirle al cuerpo tal vez lo imposible y es así como el cuerpo va a trabajar, no sólo en la empresa, sino fuera de la empresa; por ejemplo, pidiendo al marido o a la esposa que le ayude; formándose a su propio coste. El trabajo ha desbordado completamente su esfera para invadir la esfera de lo privado.
O describiendo ya sólo los efectos de ese proceso:
El cuerpo pensante, que es flexible y ligero, no puede serlo más que manteniendo una cierta economía vital; si se le empuja demasiado lejos, es como una máquina a la que se le pide más de la cuenta y se rompe. En lugar de producir ligereza e invención produce pesadez.
Y mucho más bonito, poesía pura también, digno discípulo de Foucault, ya digo, aunque mucho, muchísimo menos radical, rozando casi la ñoñería y la autoayuda:
La gente corre para atrapar, no sólo el salario, no sólo el reconocimiento, corre por el simple hecho de correr. Cuando se corre se crea un hilo y si uno se para, el hilo se rompe. Correr es trazar una línea. Esta línea no existe. Sólo existe cuando se corre.
¿Y Elizabeth Short? Iba a utilizar las fotos de su cadáver partido por la mitad para encabezar esta entrada (ella también aparece en Hollywood Babilonia), pero eso sí que sería posposmoderno, y oportunista, y odioso, y gore.

Otro parque temático construido sobre la muerte de quienes sólo tienen su cuerpo.

Ni siquiera pongo el link.

(Y perdón (a algunos, o a casi todos), por esta entrada tan oscura. El próximo día intento hablar de un par de libros muy, muy buenos y así nos reímos todos.)

domingo, 24 de enero de 2010

Tragedias, inutilidades y chismes (sobre 'Hollywood Babilonia', de Kenneth Anger)


Vuelvo, por motivos profesionales, a Hollywood Babilonia.

Hay libros a los que uno siempre acaba volviendo (a veces por trabajo, sí, pero es mejor cuando se hace por vicio).

Hollywood Babilonia es un catálogo de monstruos.

Hay un poco de todo: yonquis de los años 20, gorditos simpatiquísimos que revientan a sus amantes con una botella de champán, inquisidores y periodistas corruptos, magnates de los medios a los que los celos transforman en asesinos (pero nadie se atreve a denunciarles), más y más asesinos, estrellas caídas en desgracia, mujeres y hombres de apetito sexual insaciable, borrachos, suicidas, traidores...

Hollywood Babilonia es un viaje por los principales escándalos del Hollywood clásico y sus protagonistas son gente como Charles Chaplin, Rodolfo Valentino, Erich Von Stroheim o Lana Turner.

Por citar sólo unos pocos.

El libro lo escribió Kenneth Anger a finales de los 50 pero se lo prohibieron y no pudo publicarlo en Estados Unidos hasta 1974.

Mientras, Anger cometió el error de ponerse a leer a Aleister Crowley (un charlatán que iba por la vida de anticristo), se tatuó la palabra Lucifer en el pecho y se hizo satánico.

Y hasta se convirtió en un cineasta de culto.

Pero leyendo Hollywood Babilonia no notas casi ninguna de esas tonteriítas tan intensas.

Al revés, Anger parece más bien un marica muy friqui que se las sabe todas y que se ha pasado media vida recortando revistas de cotilleos y archivando cuidadosamente todo aquello que le llamara la atención.

Si Anger hubiera nacido 50 años más tarde, piensas, ahora sería una especie de Perez Hilton, tendría un blog y se dedicaría a pintar pollitas y restos de cocaína en las fotos de los famosos que le caen mal.

Por suerte, no ocurrió eso y Hollywood Babilonia es algo así como la biblia de los chismes.

O la Enciclopedia Británica del morbo.

Iba a cerrar con una bonita escena: el suicidio del cómico Paul McCullough en 1936, recién salido del hospital donde había pasado una temporada ingresado por una crisis de agotamiento (o una depresión). Entró en una barbería y en un descuido del barbero, le quitó la navaja y se cortó el cuello allí mismo. "De oreja a oreja", dice Anger, pero según la Wikipedia el pobre McCullough tardó varios días en morir.

En lugar de eso, cierro con una frase, sólo una frase, la que hoy me parece que mejor resume Hollywood Babilonia, y quizá el mundo en general:
Las vidas inútiles no generan tragedias, sino inutilidades.
Feliz semana.

(En 1984 Kenneth Anger publicó un segundo volumen de Hollywood Babilonia, puede que sea algo más flojo pero a mí me gusta igual y hay también grandes, grandísimas historias en él. Tusquets ha editado los dos en España.)

miércoles, 20 de enero de 2010

Libros que no se leen, libros que se dejan a medias y literatura fantástica (sobre 'El nombre del viento', de Patrick Rothfuss, y 'La gárgola')


Habría que hablar también de los libros que no se leen y por qué no se leen.

No todos, claro, pero sí algunos de esos que crean cierta expectación, como el último de Auster, el de Murakami, etc.

Lo malo es que el motivo sería casi siempre el mismo: pereza.

Aunque podríamos hacer un esfuerzo y explicarlo un poco.

Tipo: las novelas de Murakami me aburren muchísimo, sólo soporto sus cuentos.

O con un tono más arrogante: considero a Auster un autor agotado desde hace años.

Pero para meterse con Auster y Murakami ya hay muchos otros sitios y este blog aspira a convertirse en otra cosa, no sé muy bien qué, valdría cualquiera siempre que pudiera ser descrita como: bonita, suave y que a veces huele mal.

También estaría bien que esa cosa tuviera un punto friqui y desconcertante.

Un sólo punto, pero muy, muy friqui.

O sea, que hoy vamos a hablar de literatura fantástica.

He intentado leerme El nombre de viento (nada o poco que ver, creo, con La sombra del viento).

Según la editorial (Plaza y Janés), es un gran pelotazo: 12 ediciones, 90.000 ejemplares vendidos en España...

Babelia lo eligió libro de la semana en agosto y en diciembre publicó una entrevista con su autor, Patrick Rothfuss. El tipo me cayó bien y me animó a intentarlo.

En la contra o al empezar, el libro decía:
He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos.
Me llamo Kvothe. Quizá hayas oído hablar de mí.
Y eso era lo que yo buscaba, una gran historia, una de esas novelas adictivas y divertidísimas que no puedes parar de leer.

Pero me quedé en la pagina 150, más o menos.

Ni me enganchó, ni me interesó, ni para entonces el libro había conseguido arrancar.

Era digno, sí, quiero decir que no había nada en él que pudiera ofender al lector, estaba bien escrito y cumplía todos los tópicos del género: un mundo inventado, una ambientación estilo medieval, alguna espada, criaturas y elementos mágicos...

Poco más.

Podría decir que hasta me recordó por qué nunca leía este tipo de libros: por previsibles.

Aunque hay una excepción, una novela similar en muchos sentidos (en otros, no), que lo tenía todo para no gustarme y que, sin embargo, disfruté muchísimo.

Era la historia de un actor porno que una noche sufre un accidente de coche. Va borracho y muy drogado. Lleva una botella de whisky entre las piernas, así que cuando todo empieza a arder, su pene (sí, hoy toca pene, pilila es sólo para muñecos de nieve) es lo primero en chamuscarse.

Mientras está en el hospital tratando de salvar su vida y afrontando una dolorosísima recuperación, empieza a recibir la visita de una tal Marianne Engel, paciente de psiquiatría que dice haber conocido al protagonista en la Edad Media y que le cuenta historias de amor de esa y de otras épocas históricas.

La gárgola era un disparate, a ratos hasta daba vergüenza que fuera tan cursi. Y luego se ponía muy gore y casi te revolvía las tripas. O apestaba a Ken Follet por una trama que había de constructores de catedrales. Andrew Davidson, su autor, metía también por ahí vikingos, señores del japón feudal, etc. Dudo incluso que tuviera mucho sentido. Pero era justo lo contrario que El nombre del viento: una novela original, distinta de cualquier otra cosa que hubieras leído antes, poderosísima y sobre todo, divertida, muy, muy divertida.

Booket, ahora en enero, acaba de publicarla en edición de bolsillo.

Supongo que por eso me he acordado de ella.

(La imagen que encabeza la entrada es de Oscar Graubner. La que aparece en ella es Margaret Bourke-White fotografiando Nueva York desde una gárgola del edificio Chrysler.)

domingo, 17 de enero de 2010

Una noche de juerga en Macao (contada por Jaime Gil de Biedma)


No creo que vaya a ver El cónsul de Sodoma, la película sobre la vida de Jaime Gil de Biedma.

Debe ser muy mala.

Y no me encaja Jordi Moyá en el papel.

El fin de semana pasado sí que me apetecía, éste ya no.

Ahora, la que me apetece es Sherlock Holmes.

Pero tiene gracia que se haya montado esa pequeña polémica o escándalo o lo que sea por El cónsul de Sodoma.

Ocurrió lo mismo cuando Miguel Dalmau publicó la biografía en la que está basada la película.

Algunos se escandalizaron mucho.

No debían haber leído a Gil de Biedma.

Yo este fin de semana he vuelto a Retrato del artista en 1956 (Ed. Península), el diario que escribió de ese año y que no permitió que se publicara hasta después de su muerte.

J. M. Castellet describe muy bien el libro en el prólogo: "uno de los mejores exponentes de chismografía literaria y exaltación del yo de la literatura española del siglo XX".

Y tiene razón.

Incluye fragmentos como éste:
En Macao, que es una Barceloneta aún más degradada, poblada de chinos y triste; el bloqueo norteamericano a la China maoísta ha hecho de aquel soñado enclave de los vicios una ciudad fantasma. El Casino por la noche era un espectáculo único: las salas iluminadas, los empleados en sus puestos, las ruletas girando, los croupiers dando las voces rituales, y ni un alma. Dejé a Fernando y a Cari, que estaba empeñada en bailar, a la puerta de un night club igualmente fantasmal y yo anduve por las calles durante horas, sin nada que hacer y sin nada que esperar, volviendo cada vez a los mismos sitios y a los mismos bares abiertos y desiertos. Jay me había hablado de los soldados portugueses en Macao pero no vi ninguno. Bebí mucho y a la una y media de la madrugada estaba lejos del muelle; no demasiado seguro de tenerme en pie, alquilé un rickshaw y el chinito se obstinaba en llevarme a un burdel de su confianza, tuve que enfadarme de veras. Llegué al ferry cuando la sirena dejaba de sonar y los escasos pasajeros habían embarcado.

Subí tambaleante la pasarela y a la entrada el steward me devolvió el pasaporte con un impreso de customs clearance para Hong Kong. Precedido por el mismo steward entré tropezando en mi cabina de cubierta y me senté a cumplimentar laboriosamente aquel impreso, él siempre a mi lado standing a attention. El calor allí dentro era sofocante y a mitad del trabajo quise aflojarme la corbata. Entonces, oh, entonces, mi delicioso ángel guardián deshizo muy delicadamente el nudo, botón a botón me desabrochó la camisa hasta la cintura y me aligeró de la chaqueta con tanta destreza que apenas necesité interrumpirme. Puse a toda prisa la firma en el papel, me levanté y esperé. No mucho rato. Pasó a desnudarme minuciosamente, enjugándome el sudor del cuerpo con la toalla y cuando ya daba yo muestras de visibles de excitación, me tendió sobre la litera y empezó a masturbarme. Era impersonal y eficaz. Tantas y tan gentiles atenciones a un borracho muy naturalmente me movieron a corresponder, so I unzipped his fly and rewarded him with a thoroughly well done blow job. Tuvo un orgasmo imperturbable, se ajustó la bragueta apenas descompuesta, me preguntó si deseaba un whisky. Volvió al minuto, me lo dejó bien a mano sobre la mesilla, me arropó –era por completo innecesario– y se marchó sin decir más palabras, apagando la luz.
Y yo, al leerlo, pienso en la resaca del pobre Gil de Biedma a la mañana siguiente.

Son horribles las resacas.

A veces, hasta crees que te estás muriendo.

Menos mal que, a veces también y sólo a veces, hay alguien encantador a tu lado, alguien con la mano rota porque ha estado boxeando y que come pinchos sin parar de la mejor tortilla de patata del mundo.

Gracias, Jaime (no Jaime Gil de Biedma, el otro Jaime) por la foto y por el aperitivo del sábado.

Gracias, Jaime (ahora sí, Jaime Gil de Biedma) por ese gran poema que en ocasiones precede a la resaca.

miércoles, 13 de enero de 2010

Releyendo a Camus en el 50 aniversario de su muerte (con una canción de The Cure y un trocito de 'Los Soprano')


Lo único que jode del revival Camus, del 50 aniversario de su muerte y de todo lo que se está hablando de él, es que todos, o casi todos, o muchos, vuelvan a utilizarlo y a intentar aprovecharse de su obra, su figura, etc. Halagan a Camus. Lo ponen por las nubes y dicen que era muy guapo, muy listo y muy bueno sólo para inmediatamente después despedazar a Sartre.

Pobrecito Sartre (sí, pobrecito), al que ahora le toca pasarse unas cuantas décadas en el infierno de lo políticamente correcto.

Pero da igual, ya volverá, es más, ya está volviendo.

Vuelve Sartre, casi puedo olerlo, vuelve con Marx y con ese fantasma destinado hoy más que nunca a recorrer Europa.

Y yo también vuelvo, pero a Camus y al revival: lo bueno, como siempre en estos casos, es que alguien puede acercarse a la estantería de su casa, o a una biblioteca, y hasta a una librería, y coger alguno de sus libros.

A mí me ha pasado: he releído el El extranjero.

Al principio era curiosidad, sólo quería hojearlo.

Pero lo empecé y me sorprendió.

Sobre todo la primera parte.

Era aún mejor de lo que lo recordaba.

La ligereza con la que está escrito, tan, tan bien escrito, tan sobrio, tan claro, tan preciso.

Y, al mismo tiempo, lo asfixiante que resulta, casi intolerable, o directamente intolerable del todo, como un cruce perfecto entre Dostoievski y Kafka.

Y el personaje, claro, Meursault, su ambigüedad moral, su alienación, su lejanía respecto a todo...

Y ahora, ya mayorcito, supongo que también me sorprende que El extranjero sea una de esas obras que todo el mundo lee en la adolescencia.

Y a los chavalines les encanta.

Aunque ponga patas arriba su vida, como en el caso del pequeño Anthony Soprano (¿he colgado ya este vídeo? Creo que no):



O el de un jovencísimo Robert Smith, el de The Cure, que al acabar El extrajero escribió una de sus mejores canciones, Killing an Arab:
I'm alive
I'm dead
I´m the stranger
Killing an arab...

lunes, 11 de enero de 2010

Safari fotográfico por Madrid después de la gran nevada (con un poema de Lorca)

Anoche, el parque de Berlín de Madrid, tan nevado, parecía Berlín de verdad.

Salvo porque alguien, con unos cuantos días ya de retraso, había escrito su carta a los reyes sobre un coche.



Y por un padre rumano y su hijo ecuatoriano que intentaban esquiar con un único esquí que además estaba roto.

Eran las dos de la mañana.



Seguí andando hasta casa, aún quedaba bastante camino.

Recordé vagamente unos versos de Lorca:
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Pero ya no sabía lo que venía después ni si ese poema era de Poeta en Nueva York o no.

Tampoco quería yo equivocar el camino.

Anoche, no.

Lo que quería era llegar a casa, porque muy cerca había alguien esperándome, con los brazos abiertos y una rodaja de kiwi en el ombligo, y los cojones duros como piedras, y una pilila (sí, pilila, ni pene ni polla) de plátano entumecido por el frío.



Quería también terminar el poema de Lorca y descubrir que era mucho mejor de lo que recordaba, empezando por el título, Pequeño poema infinito, uno de esos títulos que sólo podía ser de Poeta en Nueva York.

Lo que Lorca escribió detrás de esos cuatro primeros versos, justo un 10 de enero, pero de 1930, fue esto:
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
la luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben volar sobre la nieve
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.

sábado, 9 de enero de 2010

10 libros para 2010 (segunda parte: estrellas suicidas del porno, mafiosos rusos y hasta místicos que optan por el silencio)



Con Chuck Palahniuk pasa un poco como con James Ellroy: tengo el presentimiento de que la ha cagado con el libro que va a publicar este año en España.

Puede, incluso, que los dos lleven unos cuantos años y unos cuantos libros cagándola.

Pero con muchísima clase.

De esa forma en que los errores acaban convirtiéndose en aciertos.

Palahniuk es cada vez más irregular y excesivo, en ocasiones hasta llega a aburrir, pero luego siempre sorprende con sus historias que parecen casi leyendas urbanas, y su retorcido sentido del humor, y esa lucidez brutal con la que mira el mundo que le rodea.

O sea, el mundo que nos rodea a todos.

A Palahniuk le debemos la gran novela americana de los 90, El club de la lucha; el artículo más desesperado de los últimos años, Estrategia de alto riesgo (recogido en el libro Error humano, editado por Mondadori); y el relato más repugnante de la historia de la literatura universal, Tripas.

Tan repugnante que, según cuentan, más de 60 personas se han desmayado en las distintas lecturas públicas que Palahniuk ha hecho de él por Estados Unidos.

Aunque también puede que haya quien descubra en Tripas unas cuantas formas nuevas de masturbarse.

En marzo Palahniuk publica en España Snuff (Ed. Mondadori), sexta apuesta de este blog para los primeros meses de 2010 o sexto libro que me llama la atención o que me apetece leer o lo que sea.

La historia es la de una estrella del porno que decide batir el récord del mundo y follarse a 600 hombres en el rodaje de su nueva película.

Aunque en realidad lo que quiere es morir reventada para que la película se convierta en un pelotazo y pasar a la historia y dejarle todo el dinero a un hijo que dio en adopción hace años.

En el vídeo que encabeza esta entrada, un Chuck Palahniuk con gafas y repeinado entrevista a su personaje. Muy gracioso.

Siete: Nikolái Lilin, ruso refugiado en Italia, de menos de 30 años, tatuador y descendiente de los urcas, bandidos deportados por Stalin a Siberia en los años 30, nos cuenta su historia, la de los suyos y la del lugar en el que se crío, Transnistria, un país no reconocido por nadie, en la que sólo hay corrupción, mafia y contrabando. Todo ello aderezado con criminales que rigen su vida y su forma de administrar la violencia por férreos códigos de conducta, extraños rituales de iniciación y un protagonista que acaba en la cárcel a los 12 años por intento de asesinato.

El libro se llama Educación siberiana y ha funcionado muy bien en Italia después de que lo recomendara Roberto Saviano (el de Gomorra).

Lo editará Salamandra en marzo.

Ocho: Otra primera novela y otro relato de iniciación, pero esta vez muy distinto. La autora es argentina, Pola Oloixarac, y ha provocado cierto revuelo en su país con una novela que pretende ser algo así como una crítica, supongo, de una universidad de filosofía y todo lo que gira a su alrededor.

Se le presupone mucho humor y mala leche.

A algunos, como Fogwill, les ha encantado, lo que ya es una garantía.

A otros, les ha horrorizado y han acusado a Oloixarac de reaccionaria (por su mofa de cierta izquierda), de pedante y hasta de algo tan bonito como haber escrito una novela "sin amor y sin poesía".

Se llama Las teorías salvajes y la editará Alpha Decay en marzo.

Nueve: Dos crímenes, novela de Jorge Ibargüengoitia que RBA va a publicar ya, el 14 de enero.

Creo que con Ibargüengoitia me puede pasar un poco como con Rubem Fonseca, que se convierta en uno de los descubrimientos del año y que me haga preguntarme cómo he podido vivir tanto tiempo sin leerle.

Hace poco, RBA recuperó otra de sus novelas, Las muertas, y un librero me habló tanto y tan bien de ella que me dieron ganas de dejarlo todo y poner a leerla inmediatamente.

Pero no lo hice.

Quizá sea éste el momento.

Dos crímenes es la historia de un inocente que huye de la policía y que va a esconderse a casa de un tío suyo muy rico, donde pasará de todo (mentiras, pasiones, etc) y allí, sí, habrá dos asesinatos.

Ibargüengoitia murió en un accidente de avión en 1983 y está considerado un nombre fundamental de la literatura mejicana.

Diez: Iba a elegir uno de esos libros modernos, pero he leído este título y no he podido resistirme: No sufrir compañía.

Tendría hasta que ponerlo en grande, muy, muy grande, en un cuerpo 80, o así.

Exagero, claro, tampoco es eso.

El título completo es No sufrir compañía. Escritos místico sobre el silencio (siglos XVI y XVII) y lo editará Acantilado en marzo.

La selección de textos es de Ramón Andrés e incluye autores como: san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, Luis de Granada y Juan de Ávila.

Poco más que decir al respecto.

Sólo que dan ganas de apuntarse.

Un silencio perfecto y sin dramas.

Un silencio que se basta a sí mismo.

martes, 5 de enero de 2010

10 libros para 2010 (primera parte: Adolf Hitler, Kate Moss y el perro rabioso)


Sí, el perro rabiosos es James Ellroy, el señor de la foto.

Le llaman así: el perro rabioso de las letras americanas.

Y a él le gusta.

Le gustan también los perros.

El bull terrier con el que aparece es suyo.

Cuenta su antiguo editor, Enrique de Hériz, que cuando Ellroy vino a España de promoción, iba saludando a los perros por la calle. Y luego, llamaba al suyo desde la habitación del hotel, y le ladraba, y le gruñía, y aullaba, y así se mantenía en contacto con el bicho para que no le echara tanto de menos.

Poco después, Ellroy se divorció y la ex mujer se quedó con la custodia del perro.

No hay derecho. A un hombre se le puede quitar todo: el dinero, la casa, la reputación... Todo menos su perro.

Y ahora, ya en serio, la primera de las apuestas, o de los libros destacados del año, o los que a mí me apetece leer: Sangre vagabunda, de James Ellroy, esperadísimo final de su Trilogía Americana, una especie de historia oculta de Estados Unidos desde finales de los 50 hasta principios de los 70, con los Kennedy, toda la corrupción política de la época, la mafia, el FBI y, en este caso, los conflictos raciales.

Los tres protagonistas de la novela son: el matón preferido de Edgar Hoover, un ex policía reconvertido en traficante de heroína y un detective privado bastante chungo.

O sea, todo muy violento y cargado de testosterona, puro Ellroy.

Sólo que ahora le ha costado ocho años acabar el libro.

¿Para bien o para mal?

Los lectores de Amazon (66 opiniones) le dan tres estrellas y media sobre cinco.

Ediciones B lo publica en España el 13 de febrero.

Yo, por cierto, he robado la foto que encabeza esta entrada de culturaimpopular.com, blog de Es Pop Ediciones, dónde se habla de Ellroy pero también de Schulz, Cormac McCarthy, etc.

Y los aficionados a la novela negra también tendrán en febrero lo nuevo de Fred Vargas, Un lugar incierto, en la que el comisario Adamsberg se enfrenta al misterio de 17 zapatos con 17 pies cortados dentro. O Canciones de sangre, la segunda novela de Jake Arnott, que publica Mondadori en enero.

Segundo libro que apetece, o con buena pinta, o segunda apuesta. Esta vez una curiosidad histórica y con un punto macabro, la biblioteca privada de Hitler analizada y desmenuzada por un investigador que ha trabajado en ella durante seis años, tras descubrirla en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

Timothy Ryback cuenta en Los libros del Gran Dictador todos los título que encontró. Y mucho más que eso: qué fragmentos estaban subrayados, qué notas había en los márgenes, para qué utilizó Hitler cada libro, cómo pudieron influirle, etc.

Y hasta un descubrimiento asombroso: un pelo del bigote más famoso de la historia, atrapado durante más de 50 años entre las páginas de uno de esos volúmenes.

Publica Destino el 16 de febrero.

Tres: Este viernes se cumplen 20 años de la muerte de Jaime Gil de Biedma y se estrena El cónsul de Sodoma, la película que pretende reconstruir su vida.

Da un poco de miedo, la película, aunque también apetece verla.

Y da un poco de miedo lo que se nos puede venir encima, aunque tampoco creo. Y en todo caso, puede estar bien si, por ejemplo, nos trae la correspondencia del poeta, un volumen de más de 400 páginas que editará Lumen con el título de El argumento de la obra.

Para comprarlo, hojearlo o robarlo habrá que esperar hasta el 19 de marzo.

Cuatro: Notas al pie en Gaza, de Joe Sacco. Edita Mondadori también el 19 de marzo.

Sacco es periodista y dibujante, lo que le permite plantear sus reportajes en forma de cómic.

En este caso, investiga una matanza de civiles palestinos ocurrida en 1956 en dos campos de refugiados, con testigos, documentación de la ONU, etc. Y al mismo tiempo, recoge su experiencia personal sobre el terreno en la actualidad.

Ojalá sirva para quitarnos el mal sabor de boca que nos dejó Vals con Bashir, ese otro cómic parecido, y magistral desde el punto de vista visual y narrativo, pero tan cuestionable politicamente.

Cinco: Kate Moss Machine, de Christian Salmon. Lo edita Península el 15 de abril.

Quizá sea sólo otra curiosidad, pero plantea una pregunta curiosa: ¿es Kate Moss el icono que mejor representa el capitalismo contemporáneo?

Salmon, por supuesto, cree que sí, que ella encarna el espíritu de nuestro tiempo mejor que nadie.

Corto y pego del mail de la editorial:
Elegante, sofisticada, arrabalera, macarra, niña buena, mujer perversa, andrógina, sensual, basta ver su último anuncio «Parisiense» para Yves Saint Laurent para entender que estamos ante una figura mediática llena de todos los valores que el capitalismo de ficción trata de impulsar desde los años 80.
En la próxima entrada, o en la siguiente, cinco libros más, todos, o casi todos, novelas.

domingo, 3 de enero de 2010

Haiku de vuelta a casa


cielo azul,

cielo helado y vacío...
vacío y azul



El haiku lo escribió Hosoki Bôkakusei.

Corto y pego del libro Instantes. Nueva antología del haiku japonés, traducido por José María Bermejo y editado por Hiperión.

Y sí, el cielo de la foto está vacío.

Vacío a pesar de las nubes.

Es un vacío metafísico.

Tan metafísico como el de mi estómago.

El vacío, a veces, se acaba convirtiendo en hambre.

O tan metafísico como el de ese bar al que cantaban los Talking Heads.

El vacío, a veces, también se acaba convirtiendo en aburrimiento.

Pero lo bueno, lo más zen, lo superguay, es cuando el vacío se queda en nada.


viernes, 1 de enero de 2010

Primera postal del año (Scott Fitzgerald, la necesidad de inventarse una nueva sonrisa y quizá algún otro propósito para 2010)


Empiezo el año en la playa, viendo a los chavales que hacen surf y jugando con el ipod.

Busco la banda sonora perfecta.

Para 2009 o para 2010.

No consigo encontrarla.

Tampoco encuentro las fuerzas necesarias para hacer balance del último año.

En lugar de eso, centro toda mi energía, ommmmmmmmmmmmmmmm, en 2010.

Trato de visualizarlo.

Visualización positiva.

Me imagino, me siento en él.

Y lo primero que me viene a la cabeza, casi por arte de magia, es este fragmento de El Crack-Up, de Francis Scott Fitzgerald, aquí traducido por Mariano Antolín Rato para una vieja edición de Bruguera:
Y una sonrisa... ¡Sí, me conseguiré una sonrisa! Todavía estoy trabajando esa sonrisa. Debe combinar las mejores cualidades de un director de hotel, de una vieja comadreja experimentada en sociedad, de un director de colegio en día de visitas, de un ascensorista de color, de un marica marcándose un perfil, de un productor consiguiendo material a mitad del precio de su valor en el mercado, de una experta enfermera al empezar en un nuevo empleo, de una modelo en su primer anuncio, de un extra esperanzado que pasa cerca de la cámara, de una bailarina de ballet con el dedo infectado, y por supuesto, el gran resplandor de amable agrado común a todos los que, desde Washington a Beverly Hills, tienen que existir en virtud de la mueca.
Yo creo que ese va a ser también mi propósito para 2010: una sonrisa, mi nueva sonrisa, la sonrisa perfecta, letal y definitiva.

Eso, y si me queda tiempo, aprenderé a montar en patinete.

Lo juro.

Sed muy felices todos.