lunes, 8 de junio de 2009

Un paseo por la Feria de Libro (impresiones)


1. Hay mucha gente. Gente de todo tipo, como cada año: niños, familias, viejos, jovenzuelos. A algunas casetas no puedes ni acercarte.

2. Los autores que firman, detrás del mostrador y con el cartelito encima, me producen una sensación extraña, más que nunca, no sé por qué. Como animales tristes y desconcertados.

3. No hay grandes colas. Incluso los autores más mediáticos despiertan poco interés. Arrasa Geronimo Stilton, que es un ratón, un actor disfrazado de ratón. Los padres, con sus hijos, esperan tranquilos. Pero hay un guardia jurado controlándolo todo. Por si de pronto los niños enloquecen en masa, supongo.

4. También tiene una gran cola Ibañez, el de Mortadelo y Filemón. Hasta le han puesto en una especie de carpa. Le siguen en número de fans Javier Cercas, Manuel Rivas y Boris Izaguirre.

5. Está el padre Mundina, el cura que se ha pasado toda la vida hablando de plantas. La gente para, se le queda mirando y dice: anda, pero si aún sigue vivo. Y luego continúan el paseo. Todos hacen (hacemos) lo mismo.

6. Mi Supercolega librera me enseña un libro muy chulo: El magnífico plan de Lobo, de Melanie Williamson (Ed. Edelvives). Es infantil. Una fábula sobre el capitalismo. El lobo se ha quedado sin dientes y engaña a las ovejas: las pone a trabajar para que le paguen una dentadura nueva. Su idea es comérselas a todas en cuanto vuelva a tener piños. La vida misma. Igual, igualito que los contribuyentes financiando a la banca. Lo bueno es que en los cuentos, a veces, sólo a veces, triunfa el proletariado.

7. Otro colega me habla de un cómic, Madman. Parece un rollo muy friqui, pero tiene gracia: sus enemigos son los beatniks: Kerouac, Allen Ginsberg y toda esa gente.

8. No veo nada que me llame demasiado la atención, ningún libro. Hojeo la adaptación al cómic de El curioso caso de Benjamin Button, de Francis Scott Fitzgerald (Ed. Gadir). Pero otro colega me dice: no te lo compres, ya te lo dejo yo.

9. Me encuentro con Kiko Méndez-Monasterio. Kiko escribió una de las novelas más extrañas del año pasado: La calle de la luna (Ed. Ambar), una mezcla de El guardián entre el centeno y El viaje al fin de la noche. Contaba el proceso de corrupción de un pijo de provincias que se viene a estudiar a Madrid. Era una novela muy de derechas, muy nostálgica, muy sentimental. Y al mismo tiempo, muy amarga y muy vivida. No hacía trampas. Era una buena novela. Otro día te hablamos de ella. Hay mucho que decir al respecto. Tanto, que Kiko debería convertirse en el gran reaccionario de este principio de milenio tan bobo, un Céline, un Chateaubriand. Le sobra talento y desesperación. Le necesitamos.

10. La caseta de Vips es la más ridícula de toda la Feria. a las chicas que la atienden les han puesto uniforme, con el polito rojo y la gorra. No sé qué coño venden, pero están desbordadas.

11. Paro en la caseta de Visor. Cojo un libro: Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas, de Raymond Carver. Abro al azar y leo:
Olvida todas las experiencias que impliquen muestras de dolor.
Y cualquier cosa que tenga que ver con la música de cámara.
Museos en tardes lluviosas de domingo, etcétera.
Los viejos maestros. Todo eso.
Olvida a las jóvenes. Trata de olvidarlas.
A las jóvenes. Y a todo eso.
Decido comprarlo. En la misma caseta, justo al lado, firma Alejandro Jodorowsky. Pero yo no me lo creo. Me aburre muchísimo, como todos los charlatanes, y los esotéricos, y los neomísticos. Parece viejo y cansado. Da la impresión de que los trucos le han dejado de funcionar.

Maestro, me dan ganas de decirle, para recuperar la vitalidad recurra a la psicomagia, haga uno de sus conjuros: cáguese literalmente en todos sus libros y después, coja a sus seguidores y métalos en la caseta. Préndales fuego. Libere su alma de semejante responsabilidad, de tanta gente que recurre a usted con la esperanza de curarse.

Yo no, yo no quiero curarme. Yo, en todo caso, aspiro a la Salvación.

Y por eso me largo ya de la Feria.

Y haré caso a Carver.

Prometo olvidar: la música de cámara, los museos, las tardes lluviosas de domingo y a las jóvenes. Sobre todo a las jóvenes.

También a esa escritora que veo poco antes de salir: como una vieja estrella del rock, con gafas de sol y una cara de mala hostia que asusta.

Eso es actitud.

No habrá firmado un libro en toda la tarde, pero a mí me ha convencido: prometo leerla en cuanto llegue a casa.

Sus obras completas.

Una señora con semejante distancia frente al mundo, o tan soberbia, o tan desencajada, o tan puesta de ansiolíticos, seguro que tiene algo importante que decir.

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