lunes, 29 de junio de 2009

El arte de fotografiar cadáveres

Hay una imagen que me obsesiona.

Es la imagen de una muerta.

Un día la encontré en el periódico.

Desde entonces no he podido quitármela de la cabeza.

Este fin de semana la he vuelto a encontrar, la misma muerta, descrita por Bernardo Fernández en su Tiempo de alacranes (Ed. Pàmies). Mañana hablaremos del libro.

Nos ha gustado mucho, mucho, mucho.

Fernández escribe, refiriéndose al Señor, un capo mejicano del narcotráfico:
"Por ello (el capo) conservaba colgada en la pared de su celda la ampliación enmarcada de una foto de Enrique Metinides, legendario reportero gráfico de nota roja.
En la imagen, el cadáver de una mujer recién prensada entre un auto y un poste de luz devolvía una mirada desafiante al observador.
Se trataba de una señora de aspecto distinguido, casi bella, atropellada en la ciudad de México algún día de la década de los setenta.
Pese a no pertenecer a su categoría favorita de muerte, para el Señor esa imagen era poesía pura. Nadie nunca se atrevió a cuestionarlo."
Detrás de esa foto, y de esa mujer muerta, hay una gran historia. O miles de historias.

Alguien debería escribirla algún día.

Nosotros preferimos no conocer la auténtica porque seguro que nos iba a decepcionar.

Enrique Metinides, en efecto, existe, y durante más de 50 años se dedicó a fotografiar muertos y sucesos en general.

Cuenta El País que vio su primer cadáver con 11 años: un hombre decapitado en una comisaría de Méjico.

Luego se dedicó a viajar en ambulancias y coches de policía para llegar antes que nadie al lugar de los hechos.

A la mujer muerta la puedes encontrar aquí.

Fernández describe su mirada como desafiante.

Pero yo creo que es más bien serena.

O resignada.

O vacía.

O ausente.

Como si le importara una mierda estar muerta.

O como si ni siquiera se hubiera enterado.

Luego Fernández sigue hablando de "un fotógrafo gringo, un tal Watson o Wilkins, que se deleitaba fotografiando cadáveres en las morgues de Francia y México".

Se refiere a Joel-Peter Witkins.

Al narco no le gusta. A nosotros, sí.

Es muy distinto, muy rebuscado, muy barroco.

Hace cosas de este tipo.

Otro día te hablamos de él.

Hoy sólo nos interesa la muerte tal cual, sin artificios, el cadáver que no ha sido manipulado con fines "artísticos".

Hay un libro extrañísimo.

Se llama Evidence y en él, Luc Sante selecciona 55 fotografías del archivo de la policía de Nueva York.

Todas están hechas entre 1914 y 1918, y retratan la escena de un crimen: hombres y mujeres que fueron asesinados o que se suicidaron, o que quizá sufrieron un accidente.

Cadáveres en calzoncillos que aparecen en el descansillo de una escalera.

Parejas a las que encuentran muertas en la cama.

Unos pies que salen de un cubo de basura.

Una chica joven, con un charco de sangre junto a la boca, en lo que parecer ser el hueco de una escalera...

Son imágenes poderosísimas y al mismo tiempo, fantasmagóricas. Como si de verdad la fotografía sirviera para detener el tiempo y esos cuerpos siguieran ahí, todavía calientes, esperando por toda la eternidad a que alguien venga a buscarlos y los entierre, o los queme, o se los dé de comer a los perros.

Son imágenes bellísimas (sí, bellísimas), pero asfixiantes.

Te dejan sin aire. Y si las sigues mirando 30 segundos más, quizá no puedas ni soportarlas.

El libro lo venden nuevo y de segunda mano en Amazon.

(Estamos muy siniestros últimamente. Es el verano. Y el calor. Pero no sé muy bien por qué hoy hablamos de muertos. Ni por qué ayer tuve que reencontrarme con la mujer fotografiada por Metinides. Aunque creo que existe una conexión directa entre eso y el hecho de que en la última entrada no colgara la foto de la cabeza decapitada de Mishima. Sería bonito pensar que han sido los muertos y que se están revelando contra mi ñoñería y mi exceso de consideración, contra el tabú en torno a la muerte, como si hubieran decidido vengarse de la única forma que ellos pueden hacerlo: apareciendo de pronto y reclamando su espacio. Sería bonito, sí, y puede que tenga sentido hasta cierto punto. Sólo hasta cierto punto. Aún así, tampoco habrían conseguido mucho: se habla de ellos, pero no se les ve. Cada día me siento más puritano. Y lo preocupante es que empieza a gustarme.)

2 comentarios:

Jaime dijo...

Joder Juan eres un amo. Ha sido leer el título de la entrada y pensar automáticamente en esa foto. Yo la tengo por casa en un libro de fotografía de la revista Vice que me compré como hace un año. Coincido contigo en que lo acojonante de la foto es que la mujer parece todo menos muerta. De hecho, la primera vez que la ví pensé que era un rodaje de una película o algo así.

Joel-Peter Witkins, aunque reconozco que hace fotones, me da muy pero que muy mal rollo. Si bien es verdad que lo de la muerte como temática fotográfica me parece muy atractivo en el sentido literal de la palabra (las buenas fotos de muertos, y más si son muertos que, por la expresión o el gesto parecen vivos, son magnéticas, lo de hacer composiciones con trozos de cadáveres sacados de morgues mexicanas como si fuesen piezas de Lego (o de Tente, ese gran olvidado) me da un poco de grima. No tanto el resultado final (que también, a veces mucha), sino imaginarme a good old fucking Joel interactuando con esos cadaveres.

Puestos a hablar de libros de este tipo de fotografía, mira "Car Crashes and another sad stories", editado por Taschen. Son fotos de sucesos americanos delos 50. Sobre todo accidentes de coche, también escenas de crímenes. Todo en blanco y negro. Muy curioso.

Un abrazo

Juan Vilá dijo...

Gracias, Jaime,

Creo que tienes razón en lo de Witkins.

Pero ya hablaremos de él con calma.

E intentaré hacerme o ver ese libro del que hablas.

Un abrazo