lunes, 15 de junio de 2009

Uno moderno, un clásico y uno político (los libros de la semana)


Anoche acabamos La reina en el palacio de las corrientes de aire, el último de la trilogía de Stieg Larsson (Ed. Destino).

¿Nos ha gustado? Sí.

¿Nos ha enganchado? También.

¿Nos ha entusiasmado? No.

Pero mejor te lo contamos el jueves, cuando se ponga a la venta el libro.

Ahora queremos cambiar de registro.

No más novelas negras.

Por lo menos durante una temporada.

Y eso que tenemos algunas con muy buena pinta.

Ahora el cuerpo nos pide libros serios, aburridos y pretenciosos.

Ahora el cuerpo nos pide literatura.

Es coña, claro.

No creemos que ninguno de estos tres libros sean aburridos o pretenciosos.

Quizá alguno sí que sea serio, pero eso no es malo.

Hoy toca hablar de tres libros que nos apetece leer.

En esta ocasión, uno moderno, un clásico y un ensayo político.

1. Intente usar otras palabras. Germán Sierra. Ed. Mondadori.

La historia de un tipo que se cree el protagonista de la novela que escribe su ex amante. Pero como ella no la acaba, contrata a un autor desconocido para que la termine él.

Suena a metaliteratura (literatura por lo general aburridísima que habla de literatura) y a jueguecito ingenioso.

Pero no, la hojeamos y parece divertida. Divertida e inteligente.

"Una fábula sobre la corrupción, el arte, el deseo de vivir a costa de los demás, la fama cutre, el placer de sentirse observado, la realidad cotidiana vista a través de los medios electrónicos y la narrativa literaria como tecnología obsoleta e improbable refugio de lo duradero", dice la editorial en la contra.

Alguien comenta que es experimental y además, el autor se dedica a la ciencia: da clases y publica artículos de investigación.

Asusta.

Pero no, él es médico, o licenciado en medicina.

Y los médicos, cuando se ponen a escribir, nunca son un coñazo.

Mira a Rabelais, mira a Baroja, mira a Céline, mira a Martín-Santos.

Ahora mismo, no se nos ocurre ni un solo médico-escritor que no nos guste. Aunque seguro que lo hay.

2. Francia combatiente. Edith Wharton. Ed. Impedimenta. Traducción de Pilar Adón.

Ahora que parece que se han puesto de moda (moda relativa) los libros sobre la I Guerra Mundial, llega éste que recopila los artículos que escribió Edith Wharton tras visitar el frente francés.

Lo bueno de esta moda, a diferencia de la manía que antes les dio a algunos por la II Guerra Mundial, es que se recuperan los textos originales, muchos de ellos nunca publicados antes en castellano.

Edith Wharton fue una novelista americana de principios del siglo XX, una de esas autoras de vida intensa y sofisticada. Se la conoce sobre todo por escribir de la alta sociedad de su época. Escribir y criticarla.

Pero aquí cambia de tema. Ya lo hemos dicho.

Abrimos al azar y leemos:

"Hemos conocido al ser más feliz del mundo: un hombre que ha encontrado una misión."

Y lo que sigue es la historia de un cura que ha consagrado su vida a la guerra, ha creado un museo dedicado a ella, con candelabros hechos con balas y vírgenes cuya aureola es en realidad un puñado de bayonetas colgadas detrás de su cabeza.

El cura, además, se encarga de los muertos en el campo de batalla, de saber dónde se entierra a cada uno y cuál es su nombre.

3. Imperialismo. John A. Hobson y Vladimir I. Lenin. Ed. Capitán Swing Libros.

Dos ensayos de principios del siglo XX sobre el imperialismo.

Es decir, sobre el capitalismo y el mundo en el que vivimos.

El primero, escrito por un economista del partido laborista inglés. El segundo, un folleto, como el mismísimo Lenin lo llama (folleto de unas 130 páginas).

Cortamos y pegamos del segundo:
Este ejemplo típico de malabarismo en los balances, el más común en las sociedades anónimas, nos explica por qué sus consejos de administración emprenden negocios arriesgados con mucha más facilidad que los particulares. La técnica moderna de composición de los balances no sólo les ofrece la posibilidad de ocultar al accionista medio la operación arriesgada, sino que incluso permite a los individuos principalmente interesados descargarse de la responsabilidad mediante la venta de sus acciones en el caso de que fracase el experimento, mientras que el negociante particular responde con su pellejo de todo lo que hace...
Suena muy antiguo, ¿verdad? No tiene nada que ver con la actualidad.

1 comentario:

Tío Piter dijo...

A propósito del Blog:
¿Nos ha gustado? Sí.
¿Nos ha enganchado? También.
¿Nos ha entusiasmado? Rotundamente...¡SÍ!
Siga así, Sr. Vilá.