martes, 26 de mayo de 2009

Más de milagros ('La leyenda del Santo Bebedor' en el 70 aniversario de la muerte de Joseph Roth)


Que mal habla la gente.

Bibiana Aido, la ministra, acaba de decir en la tele "ponerse tetas".

Se lo ha pensado dos segundos, ha intentado buscar una expresión más afortunada, más digna del cargo, pero no, lástima, Bibi no ha sido capaz. Le ha salido la choni que lleva dentro.

Anoche estaba ese señor tan ridículo, Luis Racionero, en el programa de Sánchez Dragó ('Las noches blancas').

Racionero ha escrito un libro sobre los amores de su vida.

Qué cosa más rancia de conversación, qué despliegue de machismo, qué patético ver a esos dos hombres tan mayores hablar de mujeres.

Los dos se hincharon a decir follar. Y eso que estaban en Telemadrid.

Lo ve la Espe y les pone el culo morado.

La tesis de Racionero: a las mujeres no les gusta follar. Sólo quieren tener hijos.

Y la tesis de los dos: es que las mujeres ya no son lo que eran antes, no saben ni llevar una casa.

Qué pereza, qué horror cuando es todo tan pedestre (sí, pedestre), tan bobo, semejante miseria moral.

Pero de pronto, en este mundo lleno de Bibianas Aidos o Luises Racioneros, ocurre el milagro.

Esto es: aparece algo (una fuerza, una persona, un objeto, lo que sea) que te permite escapar, y te hace creer que la vida puede ser digna, y que existen otras cosas, y que la salvación (sí, la salvación) aún es posible.

Has estado abajo, muy, muy abajo, revolcándote en la mierda y en el barro, pero de repente...

De eso va La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth (Ed. Anagrama). Por eso cuando la semana pasada alguien nos preguntó por un "libro feliz", se lo recomendamos.

La leyenda del Santo Bebedor es la historia de un clochard (vagabundo, en fino y en francés), que vive debajo de un puente, a orillas del Sena, y que un buen día se encuentra con un señor que le presta una cantidad importante de dinero.

A cambio, le pide que, cuando pueda, se lo devuelva a santa Teresita de Lisieux, en una iglesia de París.

A partir de ese momento, Andreas, el vagabundo, va recuperando su vida, y le siguen ocurriendo milagros, casualidades y encuentros fortuitos.

Algunos para bien, pero otros, le desvían de su camino hacia la santa, le hacen recaer y perderse de nuevo.

Lo bueno de La leyenda... es que te lo crees.

Crees que, en efecto, los milagros son posibles y que Andreas puede salvarse y quizá tú con él.

La leyenda... es un cuentecito o una novela muy, muy corta, cortísima, muy sencilla, de una eficacia increíble.

La leyenda... lo ha leído todo el mundo y a todo el mundo le gusta. Tiene un final perfecto, tanto por la forma en que resuelve la historia como por esa famosa última frase.

Pero no, no vamos a reventarlo.

La leyenda... es tan, tan corta, que para editarlo como libro, además de utilizar una letra muy grande, le pusieron un prólogo y hasta un epílogo.

A nosotros no nos gustan los prólogos, solemos evitarlos, pero éste está muy bien. Es de Carlos Barral y lo escribió en plena crisis de abstinencia alcohólica, él mismo lo cuenta, sólo así se explica que haga esa apología del alcohol, tan desgarrada, tan dolida, tan desde la nostalgia, que al final hasta resulta graciosa.

Contamos todo esto porque mañana se cumplen 70 años de la muerte de Joseph Roth

La editorial El Acantilado acaba de publicar El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth, en el que Géza von Cziffra habla del que fue su amigo, la época que vivieron juntos, el exilio, la historia familiar de Roth, etc...

También en El Acantilado puedes encontrar muchas otras obras de Joseph Roth.

Ale, a disfrutarlo y a intentar salvarse.

2 comentarios:

Amónimo dijo...

De esa tesis podríamos deducir que a las mujeres no les gusta follar con Luís Racionero, por lo visto ni a la Dr. Ochoa; bendita sea por la educación sexual de toda una generación en vías de extinción.

saludos

Juan Vilá dijo...

Eso, eso, en vías de extinción, Anónimo: la Ochoa, el Racionero y toda esa generación (¿quizá la nuestra?) que debió aprender muy poco y muy mal.

¡Cómo nos pone el rollo apocalíptico!