jueves, 14 de mayo de 2009

El amor poco antes de contraer la gripe definitiva (Sobre 'Sidecar' de Alberto Lema)


Llevábamos un tiempo tontorrones.

Será la primavera.

Queríamos leer una bonita historia de amor.

Lo intentamos con Giordano, ya lo hemos dicho, pero no hubo manera: dejamos ahí a la pobre niña, agonizando en el fondo del barranco con todos los pantalones sucios.

Y teníamos también este otro libro: Sidecar (Ed. Caballo de Troya).

¿Por qué es tan difícil escribir de amor?, ¿por qué las descripciones y narraciones de encuentros sexuales suelen resultar tan previsibles, tan ñoñas, tan aburridas? O, al revés, como queriendo impresionar, como diciendo: vas a ver lo bestia que soy, lo cerdo, lo cabrón, cómo me lo monto.

¿No decía eso Martin Amis el otro día en el Hay Festival de Granada? Creo que vi un titular al respecto, pero ahora no aparece por ningún lado.

Frente a eso, lo bueno, lo asombroso de Sidecar y de Lema (un gallego nacido en 1975), es la naturalidad y la soltura con la que escribe, tanto de los sentimientos como de los cuerpos retozando.

Sidecar, en realidad, son dos historias, dos novelitas cortas.

La primera se llama Las muertes pequeñas y es la historia de un vendedor de chorizos (muy culto, eso sí) de 25 años que se enamora de una chica que ha hecho la tesis doctoral sobre Foucault, pero a la que le encanta el esoterismo, y con la se propone mantener una relación sin secretos.

Es una historia muy de nuestro tiempo, muy de inseguridades sexuales, de celos y complejos que se creen superados pero que en realidad no lo están en absoluto. También de colegueo entre el protagonista y su compañero de piso, mucho más cínico y descreído; de la necesidad de buscarse la vida y de la influencia de la familia (no necesariamente mala); de ilusiones que no siempre se cumplen, de la búsqueda del propio camino y de lo bien que viene a veces cambiar de aires.

Hay mucho humor, mucha ironía, y preciosas descripciones sexuales, como en ese primer encuentro de los protagonistas, cuando él se pierde entre las piernas de ella y dice, o piensa: "puedo oler tu alma". E ideas brillantes, foucaultianas unas y otras no tanto, como: "el opio es el sexo de los feos". ¿Acaso vivimos alienados por el sexo? Por supuesto, ¿alguien aún lo dudaba?

Las muertes pequeñas es la crónica de una juventud real con un trasfondo también real y político.

Y nos gusta, además, porque se crece y el final, esa noche de juerga y el desenlace, gana mucho.

Pero la que más nos ha gustado es la segunda, El síndrome de Rubens, la novelita de otro personaje muy parecido al anterior: joven, gallego y universitario de letras, y su fascinación por las mujeres gordas, contundentes y en definitiva, hermosas.

El síndrome de Rubens cuenta cuatro historias, las de cuatro mujeres de las que el narrador se enamora: la madre de un amigo, su primera novia, una profesora y un último amor.

A todo lo dicho respecto a Las muertes pequeñas, a la naturalidad, a la ironía, a la lucidez, añádele aquí una nostalgia no empalagosa, situaciones llenas de morbo pero sin que resulten ni forzadas ni retorcidas ni malamente "sucias". Y mucha, muchísima ternura de la buena, de la que casi no se nota.

Hay tanto encanto en El síndrome de Rubens que Lema no sólo convierte a sus mujeres en personajes creíbles y deseables, es que además hace que te enamores de ellas.

Y eso es algo que muchísimos escritores no serían capaces ni de soñar.

O sea, que a Lema también hay que leerle.

Mañana viernes es fiesta en Madrid, el patrón: san Isidro. Nos lo tomamos libre.

Pero no nos busques en Las Vistillas. Este año, no. No vamos a bailar un chotis. Ni a los toros.

El casticismo nos echa mucho para atrás.

Aunque Madrid tiene una cosa que está bien: todo el mundo la insulta y no pasa nada, a nadie le importa. Al revés, cuanto más la desprecias, cuanto más la criticas, cuanto más te cagas en ella, más madrileño pareces.

Cerramos con un himno-canción-homenaje a la ciudad, Este Madrid, de Leño. Dice cosas como:

Es una mierda este Madrid
que ni las ratas pueden vivir.

Queremos una central
que nos suministre
energía para destruir
la mucha vegetación
que nos estorba
y no, no podemos construir.

Increíble el vídeo. Pura arqueología del rock. Si lo aguantas entero, si llegas a los títulos de crédito, sobre el minuto siete, podrás ver el nombre de Teddy Bautista en pantalla. Sí, Teddy, el de la SGAE.

La foto hoy es de Anders Petersen, de una serie muy famosa que hizo en un café de Hamburgo. Tom Wais utilizó una para la portada del Rain Dogs.

No sabemos si representa muy bien el espíritu de Sidecar, creemos que no ¿Tal vez demasiado sórdida? Pero nos gusta.

El lunes más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante su entrada.
"¿Por qué es tan difícil escribir de amor (bien o mal)?"

Fácil respuesta, querido amigo:
el amor es muy difícil.
Y digo el amor, no la amplia gama de instintos, atracciones y necesidades primarias, sexo, vamos, que se despiertan a lo largo de un sólo día.
Escribir sobre eso es muy fácil, tanto como hacerlo, el sexo digo, follar en una esquina con un desconocido o personaje misterioso, miradas de deseo de aquí y ahora... eso, también es maravilloso mientras dura (sí, lo reconozco, estoy algo primaveral y visceral respecto al sexo...es tan tan necesario e irrefrenable.
Escribir de ello es muy fácil.

Ante su pregunta, el amor es otra cosa, casi imposible, por eso es tan difícil escribir sobre ello.

A pasarlo bien¡¡¡