Un vecino macarra escucha a los Rage Against The Machine.
Y yo esta mañana he visto un coche estampado contra la sucursal de un banco.
Ha sido como una revelación.
Aunque no he tenido mucho tiempo para mirarlo.
Llegaba tarde.
Supongo que en breve empezará Bruce Springsteen su concierto en Benidorm.
Oí el otro día que iba a tocar allí y estuve un buen rato descojonándome.
Odio a los fans de Springsteen: son pesadísimos.
Pero hay que respetarles: ellos también son gente.
Y puede que hasta personas.
Haré como los fachas cuando hablan de los gays y dicen: no, si yo tengo muchos amigos homosexuales...
Pues eso, yo también tengo muchos amigos que son fans de Springsteen.
Lo que ya no me parece bien es que se casen entre ellos: podrían poner en peligro el futuro de la humanidad.
Oí la noticia en la radio.
Pensé en Benidorm y pensé en las dos canciones que le dedicaron Los Nikis a la ciudad (1 y 2).
Yo siempre he querido ir a Benidorm.
Celebrar una gran fiesta en el hotel Bali y tal vez, morir allí.
Igual que César Vallejo quería, o sabía, que iba a morir en París con aguacero.
Yo imagino, pero no quiero, morir en Benidorm.
Sólo aspiro a convertirme en fantasma para hacer así compañía a los fantasmas de todas las muchachitas inglesas que murieron en Benidorm mientras celebraban su despedida de soltera.
O si no, que me nombren alcalde, como Zaplana.
Ese mismo día, el domingo, cuando me enteré de lo de Sprinsteen, descubrí a estos dos chalados: Othon y Tomasini.
Radio 3 emitió un concierto suyo y por un momento, pensé que Kurt Weil y Bertolt Brecht habían resucitado.
O que habían castrado a Tom Waits.
O que a Anthony (el de Anthony and The Johnsons) le había salido un primo italiano.
Aunque puede que a alguno que le den repelús.
Sobre todo a los fans de Springsteen.
Y ahora se supone que deberíamos poner un poemilla o algo así.
Me he pasado toda la tarde buscando libros y poemas que no he encontrado: Gimferrer, Ferrater, Margarit.
Ese era un poco el rollo.
O los diarios de Pavese.
O Roger Wolfe.
Y hasta Margaret Atwood o Luis Alberto de Cuenca.
Pero al final me he quedado con Manuel Rivas.
El poema se llama Billar en la Royal Oak Tavern. Lo copio de El pueblo de la noche (Ed. Alfaguara y traducción de Dolores Vilavedra):
Dos pintas en la barra,
cerveza destilada de la insondable noche,
con un galón de lencería fina.
Siete bolas amarillas.
Una, negra.
Otra, blanca.
Dos tacos
del mejor roble de Eire.
Esta partida empezó antes de nacer el río Liffey.
Hay gente que no sabe quién y qué es lo que se juega.
Pero yo sí.
Y no me canso.