martes, 28 de julio de 2009

Sobrevivir al sueño americano (sobre 'Netherland', de Joseph O'Neill)


Otra vez en Madrid.

Leo Netherland. El club de Críquet de Nueva York (Ed. El Aleph), de Joseph O'Neill y traducido por Susana Rodríguez-Vida.

Supongo que es por el artículo que publicó el otro día El País.

Contaban que Obama recomendó el libro y lo ha convertido en un best seller.

El New York Times, además, lo eligió como una de las diez mejores novelas de 2008.

No sé si me ha gustado o no.

Ni siquiera si lo recomendaría: depende de a quién y para qué.

Pero es una buena novela.

Aunque a ratos me haya irritado y me haya aburrido.

Aunque sea tan, tan americana.

Cuando digo americana me refiero a cierto afán por mirarse el ombligo, en contra de lo que aseguraba el artículo de El País.

Mirarse el ombligo no como individuo (algo muy español), sino mirarse el ombligo en tanto que país: preguntándose sobre sí mismos, analizándose, trazando una identidad y un destino colectivo.

Y si muchos de los personajes (todos o casi todos) son inmigrantes (antillanos o europeos), mejor, mucho mejor, la tierra de promisión, más americano todavía.

Hay también otros rasgos, quizá más importantes de ese americanismo (por llamarlo de alguna forma): un tono y una manera de ver el mundo: demasiado comedido, demasiado sensato, huyendo lo mismo del desgarro que del tópico, muy, muy realista, con un punto sofisticado, puede que incluso excéntrico, pero a un paso del costumbrismo, o cayendo directamente él.

(Empalmo adjetivos, uno detrás de otro, intentando atrapar algo que se me escapa, pero que seguramente enseñen el primer día de clase en todos los talleres de escritura de todas las universidades yanquis. Así les salen luego todas las novelas tan parecidas.

Y exagero, claro.)

Netherland tiene mucho de eso, aunque es también otra cosa: una fábula, la historia de alguien que descubre que la vida no era tan maravillosa como creía, su desconcierto inicial y cómo sigue adelante o, al menos, cómo lo intenta.

"La desdicha me pilló desprevenido", dice el narrador.

De pronto ocurre algo y el protagonista no podrá agarrarse ni a su gran trabajo (en un momento dado presume de ganar 10.000 dólares brutos al día) ni a su matrimonio ni a su adorado hijo ni a su familia.

¿Qué ocurre?

Identidad y destino colectivo: el 11-S.

No le afecta directamente, y eso es uno de los mayores aciertos del libro, pero sí hará que todo se tambalee y empiece a cambiar. Sin gritos, sin dramas, de forma muy sutil. El miedo irrumpe en su vida, la sensación de amenaza constante. Su mujer se replantea su matrimonio y el entorno en el que quiere criar a su hijo. Decide dejar solo al protagonista en Nueva York...

Él entonces vuelve a jugar al críquet con un grupo de gente procedente de las Antillas; conoce a un tipo muy carismático y algo oscuro, un tal Chuck; planean construir juntos un estadio, etc, etc, etc.

A partir de este argumento, sería fácil hacer una caricatura: un analista financiero blanco y muy pijo descubre, gracias al deporte y al contacto con los pobres, valores como la camadarería o el civismo, y que el sueño americano aún es posible.

Pero no: Netherland es algo mucho más complejo y correoso, más amargo, más incómodo, más ambiguo.

Como la vida misma.

Hay otros dos elementos: la nostalgia, que marca el tono y lo contamina todo, lo ensucia, lo distorsiona, empalaga. Un coñazo la nostalgia.

Y Nueva York.

O'Neill te transmite todo su amor por la ciudad. Y aquí hay retratos magníficos de ella: algunos, sí, recuerdan a Fitzgerald (Francis Scott Fitzgerald, otro día te hablamos de él), pero otros no tienen nada que ver y son igual de buenos, los del hotel Chelsea, por ejemplo, tan decadente como lleno de encanto, o el del gran apagón de 2005.

Dan ganas hasta de volver allí.

Pero no, ni de coña, por suerte el arrebato se pasa muy pronto.

De momento nos toca seguir en Madrid, protegiendo la ciudad, esta ciudad, para que todos los demás os vayáis tranquilos de vacaciones.

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