miércoles, 22 de julio de 2009

Un intento fallido de vencer la apatía (sobre 'Los oficiales y El destino de Cordelia' de Ray Loriga)


Llevo días sin leer.

Desganado.

Es el calor, es el cansancio, es el trabajo.

A veces ocurre.

Te puedes pasar meses así.

Incluso años.

No es grave.

Ni hace falta preocuparse.

Excepto si te pagan por leer.

O si se te ha metido en la cabeza la absurda idea de actualizar con cierta frecuencia un blog que sólo visitan cuatro pringados.

(En verano la cifra se reduce a dos: los otros están de vacaciones.)

Hago un esfuerzo.

Lo intento con Los oficiales y El destino de Cordelia, de Ray Loriga y publicado por El Aleph.

Es una de esas ediciones que ahora se han puesto de moda: diminuta: 75 páginas y con una tipografía considerable.

Incluye dos cuentos.

A mí Loriga me gusta. Leí sus primeros libros y las cosas que publicaba a principios de los 90 en El Europeo.

En esos momentos fue un trallazo. Nadie escribía así ni tenía su actitud ni siquiera podía aspirar a rozar las ruedas de su Harley.

Era como esa canción de la Velvet, Rock and Roll, la de la niña que está harta y aburrida hasta que un día pone la radio y enloquece porque está sonando un Rock and Roll. Se pone a bailar y salva su vida. "A pesar de las amputaciones", canta Lou Reed.

Loriga fue un poco eso, un decir: vale ya, las cosas se pueden hacer de otra forma, hay mucha vida ahí fuera y yo soy capaz de meterla en un libro.

Luego le he seguido la pista.

Siempre he querido volver a leerle y siempre me ha merecido mucho respeto.

Me reencuentro con él en estos relatos, pero prometo no tenérselo en cuenta.

Loriga sigue siendo un escritor brillante, brillantísimo, aunque quizá aquí demasiado: a veces da la impresión de que le gustaría esculpir cada frase, o hacer que el lector se las aprendiera de memoria o incluso que se las tatuara, todas, todas, por todo el cuerpo.

Y muy relacionado con lo anterior, se ha vuelto muy sentencioso.

Casi como si el cuento (me refiero al primero) fuera una sucesión de aforismos.

El cuento se llama Los oficiales y va de un oficial que ve a un soldado que le imita en un bar. Están en plena guerra y se enamora de él.

Los oficiales agota e irrita.

Y luego da la impresión de que Loriga ha querido dejar el rock y los tatuajes para convertirse en alguien mucho más aburrido y pretencioso, tipo Vila-Matas.

O peor, que ha intentado hacer algo muy pos-posmoderno: escribir en 2009 una de esas obras menores de un autor centroeuropeo de principios del siglo XX que nadie conoce y que con tanto mimo edita El Acantilado para llenar las bibliotecas de cuatro esnobs.

Pero ni siquiera así funciona.

El segundo relato, El destino de Cordelia está mejor, porque cuenta y al mismo tiempo no cuenta, por la forma de ocultar los hechos con los que se suele construir una historia y porque en este caso sí te dejas llevar por esa voz que habla o que escribe.

El problema es que no sé muy bien adonde llegas.

Es una historia de amor, o de una obsesión, de tres hombres en torno a una mujer.

Estaría bien en un libro junto a otros diez cuentos más, o como el germen de una novela, pero así, nos sabe a poco.

No nos llena.

Podríamos dejarlo ya, pero sería injusto, olvidaríamos lo principal: Loriga la caga como los grandes.

Hasta cuando se equivoca lo hace con estilo.

Y siempre te enseña algo.

Tiene, además, un rollo perverso: se lo perdonas todo, le disculpas, no te enfadas.

No llega al punto de hacerte sentir un gilipollas, tampoco es tan grande. Ni un estafador.

Pero sí te queda cierto regusto amargo, como si en realidad fueras tú quien le traicionaras a él o como si se mereciera una nueva oportunidad.

Exageremos un poco más. Después de acabar este libro, te dices: no puede ser.

Y te dan ganas de leerte sus últimas novelas, todas las que te has perdido, para quedarte tranquilo y comprobar que Loriga sigue siendo uno de esos autores necesarios y que merecen la pena, alguien que de verdad tiene algo que decir.

2 comentarios:

Don Anonimo dijo...

supongo que forma parte del halo de blogero maldito que usted se empeña en construir el continuo ninguneo de los lectores anónimos que cotidianemente visitamos su página, pero que sufrimos aversión a la creación de perfiles, los clubs de fans y otros gregarismos, y por eso nos pasamos la vida sin consideración pública. no me creo que seamos yo y otro los únicos seguidores estivales. escriba usted, altius, fortius, acidus, y deje de lamentarse de la soledad del ciberespacio. además loriga es un engreído de pelo graso cuyos artículos hacen que la prosa de javier marías parezca sencillita y fluida. de acuerdo, pero los anónimos también exageramos, mi respetado amigo.

Juan Vilá dijo...

Que no, que no, que lo de los cuatro pringados es sólo falsa modestia.

Y afán de tocaros un poco los cojones.

Pero muy, muy poco.

Por si alguien saltaba.

Ni sois cuatro.

Ni sois pringados.

Yo os quiero a todos.

A ti el que más, Don Anónimo.

Respecto al pelo graso de Loriga me pasa lo mismo que con sus artículos: ahora no los conozco.

Antes molaba mucho.

Gracias y que tu verano no sea muy duro.