domingo, 5 de julio de 2009

El resplandor (la jaqueca como experiencia mística)


Iba a escribir el viernes.

Pero me pudo la jaqueca.

Jaqueca o migraña.

Da igual mientras no la confundas con un simple dolor de cabeza.

La jaqueca es un fogonazo, un resplandor, un exceso de luz dentro de ti.

Y luego ya viene todo lo demás: las nauseas, la pérdida de visión, la fiebre, las alucinaciones, las sensaciones extrañas, el dolor de cabeza...

Existen mil síntomas y variantes.

Pero lo primero, lo fundamental, es el resplandor.

Cuando empiezas a ver lucecitas.

O cuando sólo puedes ver algo brillante, muy, muy brillante, como una bombilla de mil watios delante de tus ojos.

Hay quien cree que las jaquecas son experiencias místicas.

Y hay quien confunde una jaqueca con Dios.

Corto y pego de Migraña, de Oliver Sacks (Ed. Anagrama. Traducción de Gustavo Dessal y Damián Alou):
La literatura religiosa de todas las épocas está repleta de descripciones de «visiones», en las que junto a los sentimientos más sublimes e inefables se experimenta una radiante luminosidad (William James habla de «fotismo» en este contexto). Resulta imposible asegurar, en la mayoría de los casos, si la experiencia representa un éxtasis psicótico o histérico, el efecto de una intoxicación o una manifestación epiléptica o migrañosa. Una excepción única la constituye Hildegard de Bingen (1098-1180), una monja y mística de excepcional inteligencia y talento literario que experimentó incontables «visiones» desde la primera infancia hasta el final de su vida, y nos dejó exquisitas narraciones y figuras acerca de ellas en los dos códices manuscritos que han llegado hasta nosotros: Scivias y Liber Divinorum operum simplicis hominis.

Una atenta consideración de estas imágenes y narraciones no deja lugar a dudas por lo que se refiere a su naturaleza: son irrebatiblemente migrañosas, e ilustran, sin duda, muchas de las variantes del áurea visual anteriormente discutidas.
Y a continuación, Sacks transcribe algunos de los textos de Hildegard de Bingen y sus visiones:
La luz que veo no está localizada, pero es más brillante que el sol; no pude examinar su altura, longitud o anchura, y la llamo «la nube de la luz viviente». Y al igual que el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, igual los escritos, dichos, virtudes y obras de los hombres brillan en ella ante mí...

A veces, dentro de esta luz, contemplo otra que llamo «La Luz Viviente en sí misma»... Y cuando la contemplo, toda tristeza y dolor desaparece de mi memoria, y vuelvo a ser una simple doncella y no una anciana.
Yo el viernes no tuve visiones.

Sólo alguien, en todo caso, que apareció ante mí con una camiseta roja.

No era Hugo Chávez.

Ni siquiera el diablo.

Me habló de sus amigos presos y de los crímenes que habían cometido.

Me habló de su pistola.

Me habló de una virgen que se aparece en un pueblecito de Bosnia.

La Virgen, dijo, viene aquí para convertir a la gente como tú: los que estáis destruyendo Occidente.

Y me prometió que algún día me llevaría a verla.

Yo le contesté que sí, que encantado, que si algo me gusta en esta vida son las experiencias místicas.

Las colecciono.

Pero eso, todo eso, ya fue por la noche, cuando habían desaparecido las nauseas, la fiebre y sobre todo, la luz.

Cualquier posibilidad de luz.

A esas horas, lo único que quedaban eran gin tonics muy, muy pijos: Martin Miller´s con Fever Tree.

(La foto de hoy es del archivo de la revista Life. Fue tomada en marzo de 1955, durante una prueba nuclear en el desierto de Nevada. La explosión estaba a 40 millas del sheriff que aparece en primer plano.)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por no irte.

K. M-M dijo...

El tipo ése de rojo me cae bien, parece buena gente.

Juan Vilá dijo...

Anónimo, ¿irme?, ¿dónde?

K. M-M, ¿buena gente el de rojo? No sé, pero yo me iría con el a Bosnia, a ver si se nos aparece la Virgen. O lo que sea.

Gracias a los dos.