domingo, 15 de noviembre de 2009

Una bomba en tu bolsillo (sobre 'El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso', de Boris Savinkov)


Gracias, antes de nada, a quienes han llamado o escrito preocupándose por el tiroteo que hubo el sábado por la mañana en el garito chungo de debajo de casa.

Siento decepcionaros, pero no tuve nada que ver.

Ni disparé ni recibí ninguna bala.

Tampoco me enteré hasta mucho más tarde.

A esas horas, y como de costumbre, estaba durmiendo.

Y una vez aclarado este punto, sigamos hablando de tiros, de bombas y de mala gente.

Hablemos de Boris Savinkov y de su novela El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso, editada por Impedimenta y traducida por James y Marian Womack.

Savinkov fue un revolucionario ruso que participó en varios atentados importantes: en 1904 mató al Ministro del Interior y en 1905, al Gran Duque Sergei Alexandrovic, tío y cuñado del Zar, y gobernador general de Moscú.

Luego le detuvieron y le condenaron a muerte, pero consiguió escapar y refugiarse en París.

Allí se codeó con Picasso, Modigliani y Apollinaire quien, según dice James Womack en su magnífico prólogo, le llamaba "nuestro amigo el asesino".

También escribió este libro en el que cuenta una historia que bien podría ser la suya: un terrorista vuelve a Moscú, con un pasaporte falso, tres kilos de dinamita y un plan: acabar con el gobernador general.

Sí, con el gobernador general, como Savinkov.

Quizá eso sea lo primero que sorprende de El caballo amarillo: ni es el relato de un arrepentido ni es una apología del terrorismo.

Savinkov, y su protagonista, no se justifican ni piden perdón. Tratan de comprenderse a sí mismos, o tratan de convencernos a nosotros. O no, qué coño, en realidad, tratan de mentirse a sí mismos, y tratan de mentirnos a nosotros.

O sea, hacen literatura de verdad, construyen un gran relato lleno de sombras y de matices, de intereses nunca del todo claros, de grandes dilemas morales y existenciales, y con una galería de personajes tan desquiciados y tan desesperados que sólo un ruso podía haber escrito.

Está el narrador: nihilista feroz, negador de todo, que cita Verlaine, a Nietzsche y el Apocalipsis, y al que sólo le importa matar a sus enemigos y someter a la mujer casada de la que se ha enamorado. Todo un romántico.

Está el que mata por venganza, el que de verdad cree en la revolución, el místico que busca a Dios en cada atentado, o la que sólo quiere inmolarse junto al hombre que ama...

Y todos ellos, tan extremos, inevitablemente acaban produciendo cierta nostalgia en el lector, nostalgia de aquellos tiempos en los que los hombres y las mujeres, o algunos hombres y algunas mujeres, todavía eran capaces de plantearse cómo querían vivir y cómo querían que fuera el mundo, y luchaban por ello jugándose la vida a cada paso.

Nostalgia que, inmediatamente, se convierte en terror al comprender que esos hombres y esas mujeres siguen existiendo, y pueden hacer mucho daño, y nadie querría tenerlos cerca.

Esa tensión entre el romanticismo, o la fascinación, y el horror es la que Savinkov maneja tan bien. Porque no escamotea al lector ninguno de los dos aspectos y porque le permite conocer y comprender estos dos polos que definen el terrorismo.

Hay aún otra cosa que decir sobre El caballo amarillo: tiene todo el encanto de los clásicos de segunda fila, o de serie B, con momentos deslumbrantes y otros de una gran ingenuidad.

Como si a Dostoievski, el gran modelo de Savinkov, le hubiera salido un hijo mucho menos listo que él y algo canalla, alguien que va a enseñarnos todos sus trucos y a dejarle con las vergüenzas al aíre.

Y hay aún otra cosa que contar sobre Savinkov, a pesar del final de El caballo amarillo (no, no voy a reventarlo), él volvió a Rusia en 1917, en plena revolución. Le nombraron Ministro de la Guerra, pero no tardó en cambiar de bando y luchar contra los bolcheviques. Su vida aún dio unos cuantos giros hasta que en 1925 murió en una cárcel rusa. Unos creen que se suicidó y otros, que le asesinaron.

Él, en su último juicio, se definió como "el que siempre jugó a ambos lados de la barrera". Lenin, para poner en evidencia su falta de compromiso político y su talante más de aventurero que de otra cosa le llamaba "ese burgués con una bomba en el bolsillo".

(Todos los datos biográficos de Savinkov son del prólogo, ya citado y elogiado, de James Womack)

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