jueves, 12 de noviembre de 2009
Alguien debería actualizar los bestiarios del medievo y regalarlos en los bares (notas también sobre un nuevo blog y una serie tronchante)
Imagina un libro que se hubiera inventado con un propósito tan noble como que la gente tuviera algo de lo que hablar mientras se mama en los bares.
Imagina que encima ese libro llevara el nombre de una marca de cerveza.
Molaría.
Lo bueno es que ese libro existe.
Lo malo es en lo que ese libro se ha convertido.
Por partes.
La historia empieza en 1951: un directivo de Guinness, Sir Hugh Beaver, sale de caza. Al terminar, se va de cañas, o de pintas, como corresponde, y surge una de esas discusiones absurdas, tan típicas de los bares e imposibles de resolver: ¿cuál es el pájaro de caza más rápido de Europa, el chorlito dorado o el urogallo?
Entonces a Beaver se le ocurre una gran idea: en todos los bares debería haber un libro que resolviera ese tipo de dudas y al que los clientes pudieran recurrir en busca de alguna curiosidad o alguna gilipollez que comentar con los colegas.
Lo llamaron El libro Guinness de los récords y la primera edición (leo en wikipedia) la regalaron, en los bares, por supuesto. La segunda ya se puso a la venta y se convirtió en un pelotazo.
Hoy en día, El libro Guinness no tiene nada que ver con la marca de la cerveza y dice de sí mismo que es la obra con copyright más vendida del mundo.
Lo malo, decía, es en lo que se ha convertido: un libro destinado al público infantil o juvenil, lleno de fotos, con algunas imágenes en 3-D y sobre todo, inofensivo, con récords muy bobos, políticamente correctos, sin demasiado interés.
O sea, el último libro que alguien hojearía borracho en un bar.
Hoy miraba la edición de 2008. El capítulo que más me ha interesado ha sido el dedicado a las enfermedades.
Había cosas curiosas, como la mayor invasión de anisakis registrada nunca en una persona. Hablaban de una japonesa a la que le habían sacado del estómago 56 gusanos después de comerse un sashimi variado.
En la edición de 2009 ya ni siquiera hay un capítulo dedicado a las enfermedades. Lo llaman salud y dan cuatro datos muy generales.
Es una pena.
El libro Guinness debería ser una especie de bestiario medieval de nuestros días.
O como un circo, tipo el de P. T. Barnun, o el de La parada de los monstruos.
Algo muy morboso, muy extraño, un catálogo de milagros y de prodigios, aunque fueran todos falsos.
Quizá Mahou podría financiar el proyecto.
Si hablo de todo esto es porque hoy se celebraba el Día Internacional de los Récords Guinness.
Esta mañana tenía un mail de la editorial en España (Planeta) recordándomelo.
Había otro mail mucho más interesante.
Era de otro editor, Enrique Redel, de Impedimenta, responsable del éxito de Botcham y de la recuperación en España de su autor, Natsume Soseki.
Responsable también de El caballo amarillo, de Boris Savinkov, justo el libro que estoy leyendo ahora y sobre el que pronto escribiré algo.
Redel contaba que acaba de inaugurar un blog, Un lento aprendiz, y hoy lo dedicaba a una serie de televisión inglesa, Black books, protagonizada por un librero gruñón y borracho que trata a sus clientes a patadas y que se niega a vender sus libros.
Lee a Redel, él te lo cuenta mucho mejor que yo.
Un blog, con entradas así, merece la pena.
Y no dejes de ver Black books: es tronchante, divertidísima, hacía tiempo que no me reía tanto.
A mí me ha alegrado el día.
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2 comentarios:
Enorme lo de la coleccionista de gusanos y sus 56 mascotas.
En cualquier caso, si que existen libros de curiosidades que mantienen el espiritu que mencionas, aunque no sean tan enciclopédicos como el Guinness. Tengo un par por casa, pero ahora no caigo en los títulos.
Sí me acuerdo de que están ordenados por temas y había un capítulo como de crueldades históricas en el que te contaba, por ejemplo, que Ivan el Terrible quedo tan stisfecho con la Catedral de San Basilio que mando que le sacasen los ojos al arquitecto que la hizo para que no pudiese proyectar nada igual, o que la actual ¿Ángola? (no se si era otro país africano) tuvo una vez una reina ninfómana que en un ataque de celos mandó matar a todas las embarazadas del reino para dejar claro que no quería compartir a sus sudbitos. En fin, buenas batallitas para contar en un bar.
Tocando todos los palos...
¡Es vd. GRANDE Vilá, muy GRANDE!
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