jueves, 15 de octubre de 2009

No volveré a tomar el nombre de Nick Cave en vano (sobre su novela 'La muerte de Bunny Munro')


No sé si me gusta Nick Cave.

Tengo unos cuantos discos suyos (con The Birthday Party y The Bad Seeds) y llevo años sin oírlos.

Ni siquiera los he metido en el ipod.

Demasiado intenso, chillón, grandilocuente.

Me gustó, eso sí, lo que hizo como Grinderman, cosas como la canción de abajo (el vídeo original es muy, muy chulo: muy sucio, muy oscuro, muy vicioso, pero Emi no me deja insertarlo aquí).



Este No pussy blues da la impresión de que Nick Cave ya no se toma tan en serio a sí mismo.

Queda la energía, la distorsión y la mala leche, pero parece menos pretencioso.

También tenía gracia cuando le daba el punto marciano y se ponía, por ejemplo, a cantar con esas dos bombas sexuales: Kylie Minogue y PJ Harvey.

O el colmo del despropósito (maravilloso despropósito), su versión con Shame MacGowan de It´s a wonderful world.

Pero Nick Cave se estaba convirtiendo, cada vez más, en un imitador de Leonard Cohen.

En australiano, en ex yonqui, en bestia.

Lo bueno es que lo reconocía y hasta le grababa homenajes al maestro ya viejo y arruinado.

Tampoco esta vez me ha dejado YouTube insertar el vídeo que quería, pero sí este bonito montaje con fotos de Nick Cave y de fondo, su versión de I´m your man:



Y quizá, para terminar de ser Leonard Cohen, después del traje y la voz profunda, le hacía falta una carrera literaria.

En 1989 publicó su primera novela Y el asno vio al ángel (editada en España por Pre-Textos).

Yo la recuerdo como algo ilegible: tan rebuscada, tan barroca, tan excesiva, tan ingenua, tan torpe.

Con ese precedente, no esperaba gran cosa de La muerte de Bunny Munro (editado por Papel de liar y traducida por Miguel Izquierdo).

Y sin embargo, me ha sorprendido, me ha gustado y la he disfrutado muchísimo.

Una novela estupenda.

La historia es la de los últimos días de Bunny Munro, putero, adicto al sexo, canalla de poca monta y vendedor de cosméticos a domicilio.

Bunny tiene una mujer que se suicida al principio y un hijo del que debe ocuparse a partir de entonces.

El Bunny éste parece casi una caricatura de Nick Cave, lo que le da a la novela un punto autoparódico muy gracios0.

Se agradece la ironía y cierto sentido del humor que se mantiene hasta el final.

Se agradece también lo guarro que es.

Bunny se pasa todo el día follando o intentando follar, pensando en "vaginas" (él emplea esa palabra) e imaginando con especial cariño la de Avril Lavigne.

O los minishorts dorados de Kylie Minogue en el vídeo de Spinning around.

Y además de cerdo, Nick Cave sigue siendo tan siniestro como siempre.

A ratos, incluso, parece una de las películas buenas de David Lynch.

Desde la primera página, se crea una atmósfera muy densa, de amenaza constante o casi de pesadilla.

Hay fantasmas, hay pederastas en chándal y hay diablos que van matando mujeres a través de toda Inglaterra, de norte a sur, hasta llegar al protagonista.

Bunny va visitando a sus clientas y deja a su hijo en el coche.

El padre intenta seducirlas a todas y el niño hace cuanto está en su mano por no olvidar a la madre muerta sólo una horas antes.

Al principio, parece que la fiesta de Bunny va a continuar para siempre, pero la historia se va enrareciendo poco a poco, empiezan a pasar cosas y él va perdiendo el control...

Y todo ello, para mostrarnos la desesperación del personaje, su tragedia y su miseria moral, su patetismo, esa muerte que se anuncia tanto en el título como en las primeras líneas.

En La muerte de Bunny Munro, Nick Cave sorprende por su imaginación, pero también por cómo controla la historia y por su capacidad para ensamblar escenas y situaciones potensítisimas: a ratos divertidas, a ratos aterradoras y siempre pelín desquiciadas.

Yo, después de leerla, me he reconciliado con él, me ha divertido muchísimo y hasta prometo que voy a meter todos sus CD en mi ipod.

(Estupendo también lo que escribe Juan Varela en soitu.es sobre La muerte de Bunny Munro como el anuncio de una posible o futura novela multimedia. No estoy de acuerdo en nada, o casi nada, con él. Es más, hasta podría tener ese rollito papanatas de quienes parece que han nacido en Internet, pero es inteligente, muy inteligente, y provocador, y tiene su punto. Igual otro día hacemos una gran defensa de la lectura como experiencia íntima, aunque compartida y en formato electrónico si hace falta. Frente a todo el ruido y la pachanga de quienes aspiran a convertir la literatura en un espectáculo más, desde aquí propondremos la vuelta a cierta vida monástica. Un monasterio, eso sí, laico, alegre y libertino.)

2 comentarios:

DON ZANA dijo...

Sr. Vilá,

Aunque últimamente me manifiesto poco, sigo muy atentamente su blog.

Mi silencio se debe a que no tengo ni idea de quién es toda esta gente de la que habla (aunque el inglés de la guitarra de ayer me resultó bastante simpático).

Ayer encontré andando por la calle a un viejo amigo de la infancia que llevaba los bolsillos llenos de sustancias cuyo nombre no recuerdo pero que supongo que serán (o al menos deberían ser) ilegales. Nos metimos en un bar por la noche y salimos de otro por la mañana. ¿O era el mismo?. Sí, era el mismo, pero la puerta de atrás.

La cuestión es que ahora me encuentro (como se imaginará) bastante confuso, con una aguda cefalea y muerto de frío. LLevo un par de horas sentado delante del ordenador (con el abrigo puesto) y escuchando música. Concretamente a Leonard Cohen.

Por eso he decidido que a la entrada de hoy sí puedo hacerle un comentario. Para ser más precisos, voy a hacerle dos comentarios (ambos a propósito de Cohen):

1) Suscribo plenamente su propuesta de volver a una vida monástica.
2) Para ser Leonard Cohen hace falta dar saltitos en un escenario a los 75 años. Pero no cualquier tipo de saltitos. Usted ya me entiende...

Perdone si no me expreso con mucha claridad. Estoy realmente confuso, y realmente congelado. Y escribir esto es todo lo que he hecho esta mañana.

No nos abandone, Sr. Vilá.

Juan Vilá dijo...

Don Zana,

No hay nada más peligroso que un amigo de la infancia.

A estas alturas ya debería saberlo.

La próxima vez, en cualquier caso, avíseme.

Me encantaría dar saltitos con usted, aunque aún no tengamos 75 años y aunque no sea en un escenario.

Cuídese mucho y un abrazo para su suegra