miércoles, 12 de agosto de 2009

Una oración por todos nosotros, bebedores (sobre 'Beber para contarla')


Parece que esto va a ir hoy también de hígados enfermos.

O a punto de enfermar, o que no tardarán en hacerlo, o que asumen demasiados riesgos, o que tal vez se salven, pero de milagro.

Da igual.

Hoy no importa la enfermedad.

Lo que importa es el hígado, esta vez humano, y para más señas, irlandés, sometido a una ingesta masiva de alcohol y escurrido luego a conciencia para que chorree literatura.

Importa por un libro, Beber para contarla, editado por La otra orilla y que reúne 15 textos de escritores irlandeses recopilados por Peter Haining.

En todos ellos está presente, de una u otra forma, el alcohol.

Entre los autores, hay viejos conocidos: Joyce, Beckett, O´Brien, Patrick McCabe y hasta Shane McGowan, el de The Pogues, explicando cómo y por qué montó el grupo y escribiendo frases como las que siguen:
No quería insultar a la inteligencia de las personas y no quería dármelas de puto intelectual. No quería que la música tratase de la angustia y de lo terrible que es estar tumbado en tu cuarto chutándote heroína y toda esa basura. No quería que hablara de lo puta que es la bebida, de lo mala que es, sino que más bien quería hacer una celebración de las drogas, de la bebida y de la vida. Quería festejar el lado oscuro de la vida que tanto disfruto. Me flipan los pubs, las drogas y el sexo.
Por si alguien no lo sabe, su idea funcionó, y McGowan, con The Pogues, hizo cosas así:



Luego, volviendo al libro y a quienes escriben en él, hay sorpresas. O autores menos conocidos, como Malachy McCourt, hermano espabilado y crápula de Frank, el de Las cenizas de Angela, que aquí nos cuenta cómo abrió el primer bar para solteros de Nueva York. Era, por supuesto, un auténtico bar irlandés.

Y sobre todo, Eamonn Sweeney. Atentos, editores que leéis esto, aunque estéis de vacaciones, aunque os dé mucha pereza, aunque no hayáis oído hablar de él en la vida, corred y contratad inmediatamente los derechos de su novela Waiting for the Healer. A juzgar por sus doce primeras páginas, publicadas aquí con el título de La despedida de soltera, es un trallazo. "Realismo guarro, irlandés, original, violento y doloroso", lo definen. Pero mejor no contar nada. Mejor enfrentarse a él sin saber dónde te estás metiendo. No dejéis que nadie os lo joda, ni siquiera J. L. Miranda, que lo traduce y escribe una introducción. Leedla, sí, pero después, al acabar. Es uno de los mejores relatos de todo el libro.

Otros textos son flojitos. Pero aún así. Este libro es mucho más que un conjunto de cuentos o de historias cogidas de aquí y de allá. Beber para contarla es un estado mental. O mejor, un paisaje retratado desde distintos ángulos y a lo largo de cientos de años.

Un paisaje de pubs y de tabernas, de miseria, de golfos, de asesinos con buen corazón, de mujeres con aspecto de ejercer la prostitución pero que dicen vender entradas para el cielo (o sea, que sí, que son putas), de borrachos que mueren ahogados y de terratenientes que celebran su ruina, de ingleses estúpidos que jamás entenderán la tierra que pretenden seguir explotando, de emigrantes, de granjeros que no han conocido el amor, de paradojas y de pasión por el absurdo, de misticismo, de grandeza de espíritu, de amargura y de nostalgia, de humor, muchísimo humor, y de moribundos que al cerrar los ojos sueñan con el aire viciado de un bar.

Es, claro, un retrato de Irlanda, a través de uno de sus símbolos nacionales: el culto a la cerveza, el whiskey y, en general, cualquier otra bebida con la suficiente graduación.

Pero es también eso que pretendía Shane McGowan con The Pogues: una reivindicación del alcohol y de todos esos vicios que nos permiten seguir viviendo. Aunque duelan, aunque poco a poco nos vayan minando.

Y al final, cuando acabas esa otra joya, De visita, relato de Bernard MacLaverty con el que se cierra el libro, te dan ganas de entonar una oración, parafraseando aquella con la que Joseph Roth terminaba La leyenda del santo bebedor, algo así como:

Denos Dios (o quien sea) a todos nosotros, bebedores, fuerza y salud suficiente para seguir disfrutando del alcohol aún muchos años y a ser posible, hasta el final de nuestras vidas.

Amén.

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