martes, 18 de agosto de 2009

Amores modernos, amores brutales y regaliz en el gin tonic (del 'Agrio' de Valérie Mréjen al 'ENORME POLLÓN' de Carlos Herrero)



Shumookh quedó segundo.

No me pagó ni la cena ni las copas.

Pero hizo una gran carrera.

Al margen de eso, me gustó Lasarte.

Mucho.

Está a años luz de los hipódromos de por aquí: La Zarzuela o Dos Hermanas.

Y en Bilbao me prepararon un grandísimo gin tonic: Bulldog con Fever-Tree y un par de barritas de regaliz.

Lo del regaliz puede parecer una pijada.

Pero no: haced la prueba en casa.

Regaliz El Gato, de grosor medio, ni fino ni muy gordo.

Supongo que eso también es importante.

Y ya, cerramos el rincón del barman y hablamos de un libro, uno de los últimos leídos.

Se llama El Agrio y es muy cortito: 89 páginas.

Lo escribe Valérie Mréjen, lo edita Periférica y lo traduce Sonia Hernández Ortega.

Es una historia de amor: chica conoce a chico, chica se enamora de chico, chico va a su bola, defiende su independencia, no devuelve las llamadas, desaparece cada dos por tres, sigue con su novia de antes, se va ligando a otras...

La historia la cuenta la chica.

Es una chica moderna, pero no tonta. Ni un pelo de tonta.

Va acumulando detalles, cosas muy pequeñas y cotidianas, como pinceladas, y así retrata a los dos personajes y te mete en su relación.

La novela se desarrolla a saltos, hacia adelante y hacia atrás, de manera muy fragmentaria.

A muchos les ha encantado.

Encaja con cierta sensibilidad y es un buen libro: muy hábil, muy bien contado, incluso habrá quien los defina como "con alma".

Aunque habrá también a quién no le convenza el tono, esa languidez, sin dramas ni desgarro, su coqueteo constante con cierto tipo de ñoñería (pero sin caer nunca en ella).

Quizá esos lectores le agradecerán a la autora su pudor, y que no lo llene todo ni de babas ni de lágrimas, pero quizá tampoco se la terminen de creer, como si en realidad el personaje llamado Valerie Mréjen estuviera todo el rato intentando convencerse de algo que no es, como si quisiera convertirse en su abuela, amar como ella, o como en una novela rosa, tener sus expectativas y un príncipe azul.

Quizá el gran atractivo del libro sea justo eso: la tensión entre lo que la protagonista es y lo que desea ser, todo aquello que calla y que a lo mejor ni siquiera se dice a sí misma.

Y así, en esta posible lectura, los reproches o su ausencia de reproches hacia el chico, toda la melancolía, esa queja que no termina de estallar, va más bien dirigida contra ella y no contra el otro. O sea, contra su propia incapacidad de amar y entregarse.

Es sólo una posible lectura.

Luego habrá muchas, y muchos, como señala la editorial, que no verán fisuras por ninguna parte, se sentirán superidentificados y la convertirán en algo así como su guía espiritual, o su consultorio de la señorita Francis.

Al menos durante una o dos semanas: justo el tiempo necesario para contraer alguna otra enfermedad.

Entiéndase estos últimos párrafos como una caricatura.

Nada más que eso.

De verdad que es una buena novela. Y con un final estupendo, sobre el que no diremos nada para no joderlo.

Hay otro tipo de amor.

Y de historias de amor.

Mucho más descarnadas y sinceras, aún cuando también disimulen y se oculten.

Carlos Herrero, nunca nos cansaremos de recomendarlo, publicó ayer en El País uno de esos relatos suyos, que parecen marcianos, pero no, de marcianos nada, toda una lección.

Como dije (me encantan las autocitas) o escribí sobre sus Cuentos rotos: "No son cuentos perfectos, relamidos o basados en una idea muy brillante e ingeniosa, pero hay en ellos más verdad, más vida y más literatura que en la mayoría de libros que llevamos leídos este año".

Lo único que me pregunto es cuántas quejas habrá recibido El País por publicarlo, si es que ha recibido alguna.

Y si el domingo su Defensora del Lector se verá obligada a decir algo al respecto.

1 comentario:

churchill dijo...

como el "extraño de cojones", en "cuentos rotos" brutal e imprescindible. Amor, amor ante todo
Gracias por la sugerencia del regaliz, vuelta a la niñez y a los sabores inconfundibles.