martes, 4 de agosto de 2009

Cuando las cosas se tuercen (sobre 'Pero sigo siendo el rey', de Carlos Salem)


Leo Pero sigo siendo el rey (Ed. Salto de Página), de Carlos Salem.

Carlos Salem nació en 1959 y se define a sí mismo como argeñol (mitad argentino, mitad español).

En los últimos años ha publicado dos novelas: Camino de ida (premiada en la Semana Negra de Gijón) y Matar y guardar la ropa (por la que acaba de ser nominado en Francia a un premio, según cuentan, importante y prestigioso).

No he leído ninguna de las dos.

Salem tiene también varios poemarios, un libro de relatos y un bar en Madrid, el Bukowski Club, donde ponen copas y organizan actividades culturales.

Les entrevisté una vez, a los del Bukowski, vía mail, aunque nunca he estado allí.

Pero sigo siendo el rey va de un detective privado que cumple todos los tópicos del género: ex policía, algo bestia en sus métodos, justiciero, defensor de los débiles y con el corazón roto por una mujer que murió mientras él cumplía con su deber...

El detective se llama Jose María Arregui y en cierta ocasión (Salem cuenta la historia en otra de sus novelas) salvó al rey, a Juan Carlos I, por lo que tiene cierto prestigio y una medalla con el número privado del Borbón: puede llamarle para lo que quiera, aunque él nunca lo hace.

Al revés, es a Arregui a quien va a llamar el Ministro del Interior porque Juan Carlos ha desaparecido después de dejar una nota de despedida: "Me voy a buscar al niño. Volveré cuando lo encuentre. O no. Feliz Navidad".

España está en peligro. Nadie sabe qué ha pasado con el rey y sólo un hombre podrá salvarnos...

Pero sigo siendo el rey empieza muy bien, como un tiro: lees y lees, no quieres parar. Es divertida y agilísima. Tiene humor, incluso cierto tono paródico. Entre la parodia y el homenaje al género negro.

Salem también se pone lírico a ratos, pero no molesta.

Eso la primera parte.

Luego viene la segunda, donde Salem le da la vuelta a todo.

Pero sigo siendo el rey deja de ser una novela de detectives y se convierte en otra cosa: la historia de dos personajes, Arregui y el rey, perdidos en un territorio del que nadie sabe cómo escapar, un paisaje crepuscular y delirante, una España anclada en el pasado, con videntes que sólo pueden adivinar lo que ya ha ocurrido, directores de orquesta que buscan una sinfonía que perdieron hace años o dos combatientes que aún siguen luchando en su particular Guerra Civil, a razón de 12 balas diarias para que no se les acaben.

Salem vuelve a acertar al mezclar y confundir géneros, al intentar escribir algo diferente, inclasificable y por momentos, poderosísimo.

Lo malo es la tercera parte: la novela se desinfla y se vuelve previsible, demasiado ingenua y autocomplaciente.

Da la impresión, y puede que me equivoque, que Salem lo llena todo de guiños que se hace a sí mismo y a su obra anterior, o a los colegas (con Paco Ignacio Taibo II, por ejemplo, convertido en un personaje que come mucho y es capaz de adivinar dónde ha sido embotellada cada Coca-Cola que bebe).

El lector, en cualquier caso, siente que han montado una fiesta pero que a él no le han invitado.

Se queda fuera.

Echa de menos la agilidad del principio, cuando todo era tan divertido, o esa desquiciada desolación de la segunda parte, cuando todo le sorprendía.

El lector se cabrea y le jode que la novela se haya torcido, la estaba disfrutando. Mira las paginas que todavía le faltan, desea que acabe pronto, aunque en realidad, da lo mismo: ya sabe lo que va a pasar y cómo termina todo.

(¿Y el rey? Tiene gracia lo de convertirlo en un personaje de ficción, pero Salem se muestra muy comedido, no carga las tintas y evita provocar. El resultado es un Juan Carlos I "entrañable" y que se divierte contando chistes malos.)

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