Creo que estoy enfermo.
Me tranquilizaría pensar que tengo la gripe A.
Sabría al menos quién me la ha contagiado.
Podría hasta considerarse un accidente laboral.
Moriría y varias mujeres se pelearían por la indemnización.
Al final, se la llevaría mi perra.
Ella es quien más la necesita.
Aunque no quien más la merece.
Quien más la merece, hoy, es quien me va a cuidar esta noche.
Por supuesto, todo esto es una majadería más, nada se sostiene.
Sólo la fiebre y tampoco es muy alta.
Intento seguir trabajando: otro trabajillo de mierda: muy largo, muy coñazo, no mal pagado del todo.
No tengo derecho ni a baja ni a paro.
Supongo que tampoco a indemnización en caso de muerte.
Sí que me dejan entrar en las bibliotecas.
Creo en ellas y en los hospitales.
Universales y públicos.
Y me cago en el mercado, la libertad de empresa y la propiedad privada.
Pero de eso mejor hablamos otro día.
Hoy sólo de bibliotecas y hospitales.
Ayer fui a la biblioteca y encontré por casualidad un libro que no conocía, o que no recordaba.
Buscaba a Baudelaire (alguien me ha robado Las flores del mal) y salí con la poesía de Bolaño.
La tengo justo aquí al lado, reunida en un libro de Anagrama: La Universidad Desconocida.
Son más de 400 páginas.
Voy leyendo a saltos.
Cuando me canso del trabajo, abro al azar a ver qué encuentro.
Y siempre hay algo que me interesa o que me sorprende o que me gusta.
Es más, hace ya un rato que he mandado a la mierda el trabajo.
Ya sólo leo.
Bolaño habla un poco de todo: de campings, de mujeres, de navajas y de Barcelona, de su infancia en Chile y de su juventud en México.
Habla también mucho de la enfermedad y los hospitales.
Yo hoy me quedo con esos poemas.
Cosas como ésta, casi un haiku antipirético:
Cae fiebre como nieveO si no, este otro, más largo, más triste, se llama Las enfermeras:
Nieve de ojos verdes
Una estela de enfermeras emprenden el regreso a casa.
Protegido
por mis polaroid las observo ir y volver.
Ellas están protegidas por el crepúsculo.
Una estela de enfermeras y una estela de alacranes.
Van y vienen.
¿A las siete de la tarde? ¿A las ocho
de la tarde?
A veces alguna levanta la mano y me saluda. Luego alcanza
su coche, sin volverse, y desaparece
protegida por el crepúsculo como yo por mis polaroid.
Entre ambas indefensiones está el jarrón de Poe.
El florero sin fondo que contiene todos los crepúsculos,
todos los lentes negros, todos
los hospitales.
2 comentarios:
Lo mejor en estos casos es dejarlo todo por escrito antes del juicio final
Es Usted un poco hipocondríaco, Sr. Vilá ... acabo de advertir que sólo tres o cuatro de las ya numerosas "etiquetas" de su cuaderno aparecen citadas más a menudo que el anisakis. Bromeo, desde luego. Le deseo una rápida mejoría
Publicar un comentario