martes, 26 de enero de 2010

Resistencia, alienación y cuerpos rotos (de Foucault a Elizabeth Short y todo por culpa de un tal Sidi Mohamed Barkat)


Tengo sólo dos textos colgados de las paredes de mi despacho.

Uno es un poema de Bukowski que ya puse aquí en otra ocasión.

El otro, es un fragmento de Foulcault, Michel Foucault, el filósofo posmoderno, tan posmoderno que llevaba la cabeza rapada al cero y murió de sida.

Los dos textos me acompañan desde hace años, impresos sobre un papel que un su día fue blanco y liso (folios Galgo), pero que hoy, después de mucho humo, mucho polvo y muchas mudanzas ha acabado amarillento, arrugado y lleno de pedacitos de papel celo o de las marcas que deja ese mismo papel celo al ser arrancado.

El texto de Foucault pertenece al primer volumen de su Historia de la sexualidad, editado por Siglo XXI y traducido por Ulises Guiñazú. En él, se apunta cierta posibilidad de resistencia. Porque donde hay poder, dice Foulcault, hay resistencia. El poder es una red, un juego de relaciones no igualitarias, nada escapa a él y nada se le puede enfrentar, pero dentro de esa inmensa retícula, siempre se producen movimientos. Corto y pego:
¿Grandes ruptura radicales, particiones binarias y masivas? A veces. Pero más frecuentemente nos encontramos a puntos de resistencia móviles y transitorios, que introducen en una sociedad líneas divisorias que se desplazan rompiendo unidades y suscitando reagrupamientos, abriendo surcos en el interior de los propios individuos, cortándolos en trozos y remodelándolos, trazando en ellos, en sus cuerpos y su alma, regiones irreductibles.
Poesía pura que abría mil puertas (y hasta ventanas para ventilar la casa).

O no, porque quizá sólo procuraba cierta tranquilidad y ciertas esperanzas al pequeño (cada vez más pequeño) burgués (o mileurista) ilustrado (o directamente gilipollas). O sea, tú y yo, queridísimo e hipócrita lector.

Pero la posmodernidad quedó muy atrás (por mucho que algunos nostálgicos nos quieran vender lo contrario y ahora se empeñen en hacernos creer que Deleuze no era un charlatán).

E instalados ya en esta odiosa posposmodernidad (que bien podríamos representar como un parque temático construido en cartón piedra (o poliexpán, o poliuretano) sobre la ruinas de un país agonizante (vale Haití o vale Somalia) y a punto de venirse abajo e irse definitivamente a tomar por culo), instalados ahí, digo, entre los brillos y colorines de las atracciones y los estertores de los negros, me encuentro hoy una interesantísima entrevista en El País con un filósofo, seguro que discípulo de Foucault, llamado Sidi Mohamed Barkat.

Por favor, leedla.

Porque en ella, y hablando de la nueva organización del trabajo, encontraréis en qué se han convertido esos surcos, esas divisiones y ese hombre partido en trocitos del que hace más de 30 años hablaba Foucault y que en determinados momentos hasta nos permitió creer que teníamos la salvación al alcance de la mano. Sí, la salvación. Corto y pego:
La evaluación individualizada de la productividad crea una división en el interior de la persona. El trabajador ha sido transformado en una especie de empleador de sí mismo. En algunos sectores, ciertamente, se le ha concedido un grado considerable de autonomía, e incluso se puede decir que es más libre. Pero lo que sucede es que una parte de sí mismo -el sujeto- va a emplear a la otra parte -el cuerpo- y le va a pedir una serie de cosas. Si los objetivos que se impone son muy elevados, el sujeto puede pedirle al cuerpo tal vez lo imposible y es así como el cuerpo va a trabajar, no sólo en la empresa, sino fuera de la empresa; por ejemplo, pidiendo al marido o a la esposa que le ayude; formándose a su propio coste. El trabajo ha desbordado completamente su esfera para invadir la esfera de lo privado.
O describiendo ya sólo los efectos de ese proceso:
El cuerpo pensante, que es flexible y ligero, no puede serlo más que manteniendo una cierta economía vital; si se le empuja demasiado lejos, es como una máquina a la que se le pide más de la cuenta y se rompe. En lugar de producir ligereza e invención produce pesadez.
Y mucho más bonito, poesía pura también, digno discípulo de Foucault, ya digo, aunque mucho, muchísimo menos radical, rozando casi la ñoñería y la autoayuda:
La gente corre para atrapar, no sólo el salario, no sólo el reconocimiento, corre por el simple hecho de correr. Cuando se corre se crea un hilo y si uno se para, el hilo se rompe. Correr es trazar una línea. Esta línea no existe. Sólo existe cuando se corre.
¿Y Elizabeth Short? Iba a utilizar las fotos de su cadáver partido por la mitad para encabezar esta entrada (ella también aparece en Hollywood Babilonia), pero eso sí que sería posposmoderno, y oportunista, y odioso, y gore.

Otro parque temático construido sobre la muerte de quienes sólo tienen su cuerpo.

Ni siquiera pongo el link.

(Y perdón (a algunos, o a casi todos), por esta entrada tan oscura. El próximo día intento hablar de un par de libros muy, muy buenos y así nos reímos todos.)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Vilá, celebro ver que guarda buen recuerdo del concierto de Quique González. Yo también. Mucho. Un fuerte abrazo y gracias por compartir tiempo, esfuerzo y pensamientos.

Anónimo dijo...

Nos has acojonado...entrada gris gris gris marengo. Siento mucho no haber leido al tal Barkat y muy cierta la invasión del trabajo, pero desafortunadamente le pedimos demasiado al cuerpo

Anónimo dijo...

foucault se paseaba con maricones por parís con un coche deportivo rojo, y a parte copiaba y luego se inventaba todos los datos