Habría que hablar también de los libros que no se leen y por qué no se leen.
No todos, claro, pero sí algunos de esos que crean cierta expectación, como el último de Auster, el de Murakami, etc.
Lo malo es que el motivo sería casi siempre el mismo: pereza.
Aunque podríamos hacer un esfuerzo y explicarlo un poco.
Tipo: las novelas de Murakami me aburren muchísimo, sólo soporto sus cuentos.
O con un tono más arrogante: considero a Auster un autor agotado desde hace años.
Pero para meterse con Auster y Murakami ya hay muchos otros sitios y este blog aspira a convertirse en otra cosa, no sé muy bien qué, valdría cualquiera siempre que pudiera ser descrita como: bonita, suave y que a veces huele mal.
También estaría bien que esa cosa tuviera un punto friqui y desconcertante.
Un sólo punto, pero muy, muy friqui.
O sea, que hoy vamos a hablar de literatura fantástica.
He intentado leerme El nombre de viento (nada o poco que ver, creo, con La sombra del viento).
Según la editorial (Plaza y Janés), es un gran pelotazo: 12 ediciones, 90.000 ejemplares vendidos en España...
Babelia lo eligió libro de la semana en agosto y en diciembre publicó una entrevista con su autor, Patrick Rothfuss. El tipo me cayó bien y me animó a intentarlo.
En la contra o al empezar, el libro decía:
He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos.Y eso era lo que yo buscaba, una gran historia, una de esas novelas adictivas y divertidísimas que no puedes parar de leer.
Me llamo Kvothe. Quizá hayas oído hablar de mí.
Pero me quedé en la pagina 150, más o menos.
Ni me enganchó, ni me interesó, ni para entonces el libro había conseguido arrancar.
Era digno, sí, quiero decir que no había nada en él que pudiera ofender al lector, estaba bien escrito y cumplía todos los tópicos del género: un mundo inventado, una ambientación estilo medieval, alguna espada, criaturas y elementos mágicos...
Poco más.
Podría decir que hasta me recordó por qué nunca leía este tipo de libros: por previsibles.
Aunque hay una excepción, una novela similar en muchos sentidos (en otros, no), que lo tenía todo para no gustarme y que, sin embargo, disfruté muchísimo.
Era la historia de un actor porno que una noche sufre un accidente de coche. Va borracho y muy drogado. Lleva una botella de whisky entre las piernas, así que cuando todo empieza a arder, su pene (sí, hoy toca pene, pilila es sólo para muñecos de nieve) es lo primero en chamuscarse.
Mientras está en el hospital tratando de salvar su vida y afrontando una dolorosísima recuperación, empieza a recibir la visita de una tal Marianne Engel, paciente de psiquiatría que dice haber conocido al protagonista en la Edad Media y que le cuenta historias de amor de esa y de otras épocas históricas.
La gárgola era un disparate, a ratos hasta daba vergüenza que fuera tan cursi. Y luego se ponía muy gore y casi te revolvía las tripas. O apestaba a Ken Follet por una trama que había de constructores de catedrales. Andrew Davidson, su autor, metía también por ahí vikingos, señores del japón feudal, etc. Dudo incluso que tuviera mucho sentido. Pero era justo lo contrario que El nombre del viento: una novela original, distinta de cualquier otra cosa que hubieras leído antes, poderosísima y sobre todo, divertida, muy, muy divertida.
Booket, ahora en enero, acaba de publicarla en edición de bolsillo.
Supongo que por eso me he acordado de ella.
(La imagen que encabeza la entrada es de Oscar Graubner. La que aparece en ella es Margaret Bourke-White fotografiando Nueva York desde una gárgola del edificio Chrysler.)
1 comentario:
Por indicación de mi bloggero favorito estoy leyendo La gárgola. Es un libro que empieza como la peli La princesa prometida, que me gusta mucho. Hay una cama, un enfermo y alguien cuenta historias de la edad media, pero aquí no secuestran a nadie (creo, porque no me lo he terminado). El libro también tiene comentarios interesantes sobre el mundo de la medicina y la industria del porno y también me hace gracia la forma en que llamamos ahora a los místicos medievales: esquizofrénicos y maníaco depresivos. Total, que no se si me gusta o no, pero el caso es que no puedo dejar de leerlo. Saludos a todos
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