domingo, 7 de febrero de 2010

Catástrofe psicocósmica mientras la vida sigue en los bares (con un fragmento de Carlos Salem)


Nada más levantarme leo que han encontrado el whisky y el coñac que Shackleton y sus hombres bebían en la Antártida y así de pronto, el domingo por la mañana se llena de barcos varados en el polo, canciones insoportables de Franco Battiato y una tormenta de hielo que estalla justo a mi lado en el sofá.

Una catástrofre psicocósmica
(pronúnciese: pisicocósmica; y a ser posible, con acento italiano).

Ayer era todo distinto, ayer poco antes de la comida había un mail encantador en la bandeja de entrada y un libro que apetecía releer y hojearlo en busca de algunos fragmentos subrayados.

Fragmentos como éste:
La vida, la verdadera vida mentirosa, ocurre en los bares. Aunque uno beba en ellos un refresco de naranja (espacio disponible para publicidad).
La gente tiene una concepción equivocada de la utilidad de un bar. Se suele creer que es un sitio para hacer relaciones laborales después del horario de trabajo, para ligar o compararse, para seguir compitiendo como si no bastaran diez horas diarias o más de torneo desigual, para ser otros sin dejar de ser los mismos, para beber, lisa y abundantemente. Y puede que un bar sirva para todo eso, pero no es su función principal.
La gente va a los bares a sacar de paseo sus historias, dejar que estiren las piernas y que en más de un caso, luzcan esas mismas piernas. No se trata sólo de observar y tomar notas, sino de vivir –bebas o no licores– ese absurdo coherente de la noche, que empieza en la barra y acaba cuando sale el sol, ya sea tras las ventanas o en las entrepiernas.
El libro se llama Yo lloré con Terminator 2 (relatos de cerveza-ficción), escrito por Carlos Salem y publicado por Ediciones Escalera.

Ofrece justo lo que promete en el título: 14 cuentos muy divertidos, entre el género negro y el rollito canalla, con mucho humor y algún arrebato lírico, con atracadores de bancos, asesinos en serie de la tercera edad, artistas de medio pelo, camareras de las que parece imposible no enamorarse y hasta ángeles rubios que se han escapado del cielo porque allí hace muchísimo frío.

Allí también hace frío.

Y ya, voy a seguir escuchando a Fugazi, yo últimamente sólo escucho a Fugazi (y también como bizcocho de naranja):



(Tal y como prometí, he seguido leyendo a Carlos Salem. Esta vez también le he entrevistado para otro sitio. Y voy a seguir leyéndole. Lo siguiente será su novela romántica (que no rosa) Cracovia sin ti. Más adelante, cuando la publiquen, hablamos de ella.)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Curiosas ideas las que nos cuenta Carlos Salem sobre las utilidades de los bares y como la vida sigue... en ellos.

¡Qué tenga una buena, y organizada, semana Sr. Vilá y siga escuchando a Fugazi (y, por supuesto, comiendo bizcocho de naranja)!

Gracias.

Anónimo dijo...

¿Por qué (sé que es una pregunta estúpida) Fugazi? Aún hoy me sorprendo ante alguna de tus presentaciones musicales ... lo cuál es Maravilloso, ¿verdad?
Besos

Juan Vilá dijo...

Uf, Anónimo 2, la mayoría de las veces las canciones sólo responden a un capricho o a lo que estoy oyendo en ese momento.

Otras veces las utilizo para mandar mensajes en clave a Marte.

Pero creo que no en este caso.

Creo.

Gracias por sorprenderte y besos también,