martes, 1 de diciembre de 2009

Amor, demonio y carne (sobre 'Las crudas', de Esther García Llovet)


Las crudas es una historia de amor que empieza con un velatorio.

Para enamorarse, todo el mundo lo sabe, hace falta un cadáver.

Real o figurado.

Pero lo más reciente y cercano posible.

Lo siguiente que pasa es que el protagonista, un cocinero llamado Romo Esmiz, se pone a preparar un steak tartare para reanimar al viudo.

Para enamorarse, todo el mundo lo sabe, es mejor tener las manos manchadas de sangre.

Real o figurada.

Pero lo más fresca posible.

Después, ya sí, Romo ve a una mujer, mulata, con el pelo rapado al uno, vestida de verde camuflaje y con sandalias de tiras.

La ve, con la imagen aún fresca de la muerta en la memoria y con las manos manchadas de sangre, y se enamora, claro.

Eros y Tánatos, follar y matar, ser consciente de la propia finitud y buscar la salvación (o quizá simplemente el olvido) en algún otro cuerpo...

Llámalo como quieras.

Incluso puedes llamarlo amor.

Exagero, como siempre, pero con un principio así, te crees todo lo que viene después.

Y eso no es fácil en una historia de amor.

El gran acierto de Esther García Llovet es que no intenta explicar todo aquello que resulta imposible de explicar: por qué la quiere él, por qué no le quiere ella, etc.

Da por hecho el amor y toda la persecución que le sigue por parte de ese cocinero hiperproteico, seductor y que conduce un Maserati.

Persecución del cocinero a la camarera salvadoreña que se llama Perica y no tiene papeles.

Aunque aquí, la que manda, de haber alguien que manda, es ella.

Y a él sólo le queda declararse enfermo de amor y arrastrarse un poco para conseguirla.

Y poco a poco, todo se va enrareciendo.

Aparecen más personajes y tramas: niños enfermos, niñas secuestradas, ex suegras cleptómanas y locutores de radio con nombre de mujer y una tragedia o un misterio a sus espaldas.

Todo se vuelve un poco siniestro.

Siniestro tipo película de David Lynch.

Pero no desentona.

Al revés: mola.

Mola mucho esta señora, Esther García Llovet, sobria, muy sobria cuando escribe y al mismo tiempo, muy extraña. Y sólida. Y poética sin ñoñerías. Poética más bien del tipo amenazante.

El libro lo publica Ediciones del Viento.

Corred a comprarlo.

O robadlo y leedlo.

Os va a gusta.

A mí, al menos, me ha gustado.

Mucho, mucho.

Y hasta voy a intentarlo con su anterior novela, Submáquina. La tengo por aquí y en su momento, aunque quise, no pude prestarle atención.

Iba a cerrar con alguna cancioncilla, pero no se me ocurre ninguna.

He renunciado al rock and roll.

En lugar de eso, cierro con la despedida de ese locutor de radio con nombre de mujer, Madame Aldolph, que aparece en la novela y al que ya he mencionado antes:
"Esto es todo por hoy –dice con un largo bostezo–. Malas noches a todos y a todas. Cenad ligero, no bebáis vino blanco jamás, nunca, ni para aderezar una salsa. Y recordad. Si vuestra acompañante pide Coca-Cola con la comida salid disparados como conejos. A no ser que tenga quince años."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vista su crítica, no me queda más remedio que leerlo. Les informaré.
Gracias y un saludo.
Pérez.

Anónimo dijo...

Pues la verdad es que a mi, leyendo su entrada, no me queda muy claro si seré capaz de darle una oportunidad a este libro... demasiado muerto y sangre para enamorarse...