martes, 4 de mayo de 2010

Sobre 'Homer y Langley', de E. L. Doctorow


Todo mundo está condenado a derrumbarse, a romperse, a explotar, a pudrirse.

Pero de cada derrumbe, explosión o carroña surge siempre e inevitablemente otro mundo.

Incluso cuando no quedan fuerzas ni ilusiones ni ganas surge otro mundo: en ese caso, son mundos de sombras, cenizas y polvo, mundos enfermos y en los que sólo encuentras cascotes.

Y mientras, la vida sigue, la vida siempre sigue y se lo lleva todo por delante, a la espera del gran calambre final.

Homer y Langley, de E. L. Doctorow, editado por Miscelánea y traducido por Isabel Ferrer y Carlos Milla, es un libro que habla justo de eso: de un mundo de lujo y esplendor que ya desde el principio lo ves derrumbarse y de la incapacidad de sus supervivientes para hacer nada digno a partir de ahí.

Homer y Langley no es una novela histórica, como otras de Doctorow, al que algunos acusan de haber inventado la novela histórica posmoderna, o sea, una novela histórica en la que todo, o gran parte de lo que se cuenta, es mentira.

Homer y Langley es una novela de terror, o novela psicológica, o si se quiere, una distopía.

Doctorow parte de un caso real, el de Homer y Langley Collyer, dos hermanos de buena familia que en los años 40 se hicieron famosos en Nueva York por convertir su mansión de cuatro plantas en un vertedero o mejor, una chatarrería.

Acumularon, acumularon y acumularon.

Se refugiaron detrás de 200 toneladas de objetos: decenas de pianos, cientos de miles de periódicos guardados durante más de tres décadas, máquinas de rayos X, máquinas de escribir, colchones, bicicletas y hasta un Ford T que instalaron en el comedor.

Al morir ambos, la policía y los bomberos tuvieron que recurrir al tejado. Ni por las puertas ni por las ventanas se podía entrar en la casa. Homer, ciego e inválido, había muerto de sed y de hambre. Langley le llevaba la comida cuando se le cayeron encima varias pilas de periódicos que le aplastaron. La policía tardó casi 20 días en encontrar el cadáver. O lo que las ratas habían dejado de él.

Doctorow parte de esa historia y luego, como de costumbre, cambia lo que le da la gana (el sábado, en Babelia, publicaron una entrevista con él y explicaban algunos de estos cambios).

Doctorow, como él mismo dice, no investiga.

Doctorow interpreta el misterio de Homer y Langley y lo que le sale es una historia sobre la incapacidad de vivir, la depresión, la disfuncionalidad, el aislamiento, la paranoia en la que acaba degenerando siempre el afán por instalarse fuera de la realidad, el horror ante el paso del tiempo y eso que uno de los personajes llama "la fortaleza que da carecer de ilusiones". Es decir, la fortaleza y el empecinamiento de determinados tipos de locura.

Y lo peor, lo que más acojona, es que Doctorow no hace una caricatura de Homer y Langley. Todo lo contrario: Homer y Langley son muy humanos, tan humanos como tú y como yo, tan humanos que producen ternura y asco. Y Doctorow te va contando el proceso, un proceso enajenado y cotidiano, muy cotidiano, cómo va ocurriendo todo, poco a poco, y lo que demuestra es eso que ya sabíamos: que sí, que también se puede vivir de esa manera, que mientras tanto hay vida, todo el rato hay vida, aunque sea otra forma de vida, claro, plegada sobre sí misma, y que cuando un mundo se derrumba, se rompe, explota o se pudre, la vida sigue y lo que hay que hacer es construir otro mundo, y si no, te conviertes en fantasma, fantasma en vida, y tu casa y el tiempo que te queda en un manicomio lleno de basura, de periódicos atrasados y de miedo, y que sí, que tal vez eso sea otra metáfora, la casa de los Collyer como metáfora, pero una metáfora bien real, tan real como 200 toneladas de mierda, o tan real como la disfuncionalidad y la desesperación.

(Y ya, yo lo dejo temporalmente: me voy a tomar unas semanas de descanso, sin dramas, nada que ver con Homer y Langley, es sólo que tengo que centrarme en otras cosas y quizá en algún otro mundo. Vuelvo a finales de mayo, mientras os dejo la despedida más alegre y bonita que ahora mismo se me ocurre. Que nadie se ofenda: no es una metáfora ni un arrebato más de megalomanía. Es sólo un chiste final. Y gracias, como siempre, gracias a todos.)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Voy a echar de menos este blog, pero si tienes mundos que explorar, adelante. Mucha suerte y estare aquí cuando vuelvas.

Anónimo dijo...

Hace un rato, esperando en la consulta del alergólogo, he cogido un EPS al azar y he vuelto a ojear el artículo sobre los hermanos Collyer al que enlazabas el otro día.

Fecha de portada 22 de noviembre de 2009. Gran día.

Disfruta mucho tus semanas de vacaciones blogeras. Y que sean muy provechosas.

Hasta que Google Reader me avise de una nueva entrada en este blog, beso.

Anónimo dijo...

¡Por favor, aproveche su tiempo y vuelva pronto!
Estaremos esperando...
M.Miller

Anónimo dijo...

Buenos dias,

No tarde en volver, le echaremos de menos. Pero sin chantajes emocionales.

Saludos

Anónimo dijo...

Haz lo que debas hacer, sin pausa pero sin prisa. Y, sobre todo, disfruta por el camino, sin idealismos, pero siendo consciente de tu momento de cambio. Hasta la vuelta...

Anónimo dijo...

Céntrese en ese otro mundo...
Disfrute y haga lo que tenga que hacer. Por mi parte, seguiré re-pasando sus entradas y esperando -o no, su vuelta.
Ante todo sea Feliz. En éste Mundo o en cualquier Otro.

aca dijo...

Con casi un año de retraso sobre tu recomendación, por fín descubro la historia de estos dos hermanos. Si "The road" es un ejemplo de amor fraterno filial incondicional, éste, sin duda, es el ejemplo quijotesco de cómo dos hermanos pueden llegar a acompañarse hasta el final de sus días en una vida excéntrica y tremendamente reivindicativa. Cuántos mundos paralelos al ortodoxo, madre mía, cuántas opciones y cuántas obsesiones vitales. Una de las últimas novelas que leo antes de dar a luz, me recoloca tras tanta información prenatal...vuelve cuando tengas ganas (y tiempo).