martes, 15 de septiembre de 2009

Porno, sumisión y ñoñería (sobre 'Mientras duerme el tiburón', de Milena Agus)


Tengo un par de libros que comentar.

Uno me gusta. Mucho, mucho, mucho.

El otro no me ha gustado. Pero hay unas cuantas cosas que decir de él.

Y me pone.

No sé cómo me pone, si cachondo, o si me cabrea, o si me mata de risa, pero me pone muchísimo.

La idea era empezar por el primero.

Lo malo es que aún no está a la venta: sale el viernes.

Esperaré uno o dos días.

Vamos a por el segundo.

Se llama Mientras duerme el tiburón. Lo escribe Milena Agus, lo traduce Celia Filipetto y lo publica Siruela.

Milena Agus, según cuenta la editorial, tiene mucho éxito: ha vendido un millón de libros en toda Europa.

Ésta es su primera novela, de 2005, aunque luego ha escrito otras, también publicadas en España.

Aquí cuenta la historia de una familia sarda (de la isla de Cerdeña, en Italia).

Es uno de esos relatos lánguidos.

Habrá quien diga "poético", pero a mí me parece más bien cursi, muy, muy cursi.

Otros dirán "femenino", y entonces respondo, vale, si aceptamos que la literatura "femenina", como buena parte de la prensa "femenina", lo que en realidad hace es asumir todos los tópicos de la tradición más machista y reaccionaria, les lava un poquito la cara y se los vende a una nueva generación de mujeres.

¿Como Sexo en Nueva York? Parecido. Sexo en Nueva York es más bien una fantasía gay. Pero de eso hablamos otro día.

Volviendo a Milena Agus, en su historia hay tres mujeres, basicamente tres, y en torno a ellas gira todo.

Y cuidado si alguien quiere leer el libro, porque a partir de aquí yo voy y se lo reviento.

La madre es muy sensible, una artista. Sufre mucho y se vuelca en la pintura. El marido no le hace ni caso. Ella está a punto de ponerle los cuernos. Pero no, alma pura, babosea un poquillo, tontea con el novio de su hermana y se contiene. Bailan tangos. No follan.

Luego la madre va y se suicida. Todo muy romántico. Lo hace, además, sin salpicar. Y eso que se tira desde el tejado. La hija describe así el cadáver: "Estaba preciosa con su vestido floreado y su rubia trenza de muchachita y un brazo delgado que acabó debajo de la cabeza como cuando dormía. Sé que se fue sin desesperación ni rabia".

Nada ñoño y muy creíble.

Hay también una tía, que es una solterona y está buenísima. Se los folla a todos. Pero no porque le guste, sino para intentar retener a alguno a su lado y cumplir su gran fantasía: casarse.

Así de convencional, así de antiguo, así de tópico.

La tercera es la hija, una adolescente que nos cuenta la historia. Tiene un amante, un hombre casado. Pasa un poco como con la tía: hace lo que sea para que no la dejen.

Y cuando digo lo que sea, viene la parte porno, porno tipo softcore, o mezcla de softcore con sadomasoquismo pelín retorcido y con un punto ridículo: hay escenas de lluvia dorada, coprofagia y una apoteosis digna del mejor Sade, adorable Sade que siempre castigaba a las muchachitas virginales de buena familia: Agus pone a su colegiala a limpiar el suelo con el mango de la mopa insertado justo ahí. El problema, y no es un chiste, es que el suelo no está del todo liso y el palo se le va clavando y clavando hasta que la pobre empieza a sangrar y la ingresan con una peritonitis.

Las mujeres de Agus son así: sumisas, siempre pendientes de los hombres y condenadas al abandono, con un rollo muy triste, muy pasivo, muy victimista.

Los tíos, en cambio, son aventureros, seductores, fuertes, muy morenos, muy altos, con un montón de pelos en el pecho.

Y bla, bla, bla.

Pero cuidado, porque hay algo que reconocerle a Agus: construye muy bien las historias, va mezclando personajes y tramas, salta de unos a otros. Y no aburre. Por lo menos en la primera parte.

Cuenta también con el don, eso tan importante y tan difícil de explicar, de conseguir y de manejar: la cabrona tiene ritmo.

Quizá por eso me he acabado Mientras duerme el tiburón y hasta en un momento de debilidad, o muy pasado de copas, sería capaz de confesar que la tía me cae bien.

Lo contrario, ni de coña, sería admitir que lo he leído como las otras 999.999 personas (según la editorial), porque no me atrevo con la literatura guarra de verdad.

O quizá porque no encontraba mis libros de Georges Bataille.

Pero no, juro que no, a Bataille le tengo aquí a mano y para demostrarlo, corto y pego una bonita frase, que es también porno y también sado, pero en plan intelectual:
Entre una «mujer», un «suplicio» y el «universo risible» hay una especie de identidad: me producen ganas de perderme.
Pues eso, ahora yo voy y me pierdo un rato.

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