jueves, 3 de diciembre de 2009

Mi cicatriz contra tu agujerito (premio a la Peor Escena Sexual de Ficción 2009 y unos apuntes sobre la muerte de la industria cultural)

Me entero por Celebitchy (un sitio de cotilleos yanqui) que Literary Review (revista inglesa de libros) ha entregado un año más su premio a la Peor Escena Sexual de Ficción.

Entre los nominados había tres candidatos al Nobel: Philip Roth, John Banville y Amos Oz.

También estaba Nick Cave.

Aprovecho para poner una bonita canción suya:



Al final, se lo han dado a Jonathan Little por este fragmento de Las benévolas. Corto y pego de la edición española, publicada por RBA y traducida por María Teresa Gallego Urrutia:
Tenía la vulva a la altura de mi cara. Los labios menores asomaban algo de la carne pálida y abombada. Aquel sexo me miraba, me espiaba como una cabeza de Gorgona, como un cíclope inmóvil cuyo ojo único no parpadea jamás. Poco a poco, aquella mirada muda me caló hasta la médula. Se me aceleró la respiración y alargué la mano para ocultar el ojo, ya no lo veía, pero él me seguía viendo y me desnudaba (aunque ya estaba desnudo). Si por lo menos consiguiera empalmarme, pensaba, podía usar la picha como una estaca endurecida al fuego y cegar a aquel Polifemo que me convertía en Nadie. Pero mi verga seguía inerte y yo estaba como tocado de estupor. Alargué el brazo, estiré el dedo medio y lo introduje en aquel ojo gigantesco. Las caderas se movieron levemente, pero nada más. No sólo no lo había reventado, sino que, antes bien, lo había desorbitado, liberando la mirada del otro ojo que se ocultaba detrás. Se me ocurrió entonces una idea: saqué el dedo y, propulsándome con los antebrazos, arrimé la frente a aquella vulva, apoyando mi cicatriz en el agujero. Ahora era yo quien miraba por dentro, quien rebuscaba en las profundidades de aquel cuerpo con mi tercer ojo resplandeciente, mientras su ojo único resplandecía hacia mí y, de esa forma, nos cegábamos mutuamente: gocé sin moverme, en un desmesurado salpicar de luz blanca, mientras ella gritaba: «¿Qué haces? ¿Qué haces?», y yo me reía a mandíbula batiente, y el esperma me seguía brotando de la verga en largos chorros; exultante, le mordía la vulva a dentelladas para tragármela, y al fin se me abrían los ojos y todo se les hacía inteligible y lo veían todo.
Los finalistas los puedes leer en inglés aquí.

Me hubiera gustado cerrar con una propuesta alternativa, algo de Mientras duerme el tiburón, de Milena Agus, tan cursi, tan sádica, tan reaccionaria.

Pero llevo más de una hora buscando el libro y no lo encuentro por ninguna parte.

En lugar de eso, algo más duro y antipático, un fragmento de Dialéctica de la ilustración, obra de los años 60 en la que dos marxistas, o neomarxistas, o como quieras llamarlos, Max Horkheimer y Theodor Adorno, hablan por primera vez de ese concepto que ahora repiten todos fascinados a cuenta de Internet y los delirios totalitarios de la ministra: LA INDUSTRIA CULTURAL.

¿Cómo qué?

Como engaño de masas.

Resulta extrañamente profético leer justo hoy algo así. Y hasta reconfortante:
En la industria cultural desaparece tanto la crítica como el respeto: a la crítica le sucede el juicio pericial mecánico, y al respeto, el culto efímero de la celebridad. No hay ya nada caro para los consumidores. Y sin embargo, éstos intuyen a la vez que cuanto menos cuesta una cosa, menos les es regalado. La doble desconfianza hacia la cultura tradicional como ideología se mezcla con la desconfianza hacia la cultura industrializada como fraude. Reducidas a mera añadidura, las obras de arte pervertidas son secretamente rechazadas por los que disfrutan de ellas, junto con la porquería a la que el medio las asimila.
O si prefieres, un poco más adelante:
Los motivos son, por supuesto, económicos. Es demasiado evidente que se podría vivir sin la entera industria cultural: es excesiva la saciedad y la apatía que aquélla engendra necesariamente entre los consumidores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué fuerte, Vilá!

Juan Vilá dijo...

Super, superfuerte