miércoles, 9 de diciembre de 2009

Caspa, grandeza y novela negra (sobre 'Impar y rojo', de Óscar Urra)


Tengo pilas y pilas de libros que me apetece leer.

Pilas que casi parecen montañas y que cada día se hacen más altas.

Resulta difícil escoger.

No tengo ni tiempo ni fuerzas para leerlos todos.

Cuando cojo uno y me siento con él en el sofá, creo que ya lo he dicho alguna otra vez, sólo espero que me guste, y que me sorprenda y que, al acabar, tenga un montón de cosas buenas que decir.

Yo lo que quiero (y perdón por la cursilería) es enamorarme de cada libro.

Y si esto no ocurre, es como si me partieran el corazón.

Me pongo triste, se me tuerce el gesto, me entra la mala leche y me acabo cagando en todo.

Lo que pasa es que hay libros que no sabes qué hacer con ellos: no te enamoran ni te dan ganas de quemarlos.

Eso son los peores.

O te enamoras de ellos y, al mismo tiempo, quieres quemarlos.

Esos son los mejores.

O, lo más extraño, empiezas con cierta ilusión, pero luego se te vienen abajo, o te cabrean, te peleas con ellos, y al final, acabas completamente rendido.

Entregadito por sus defectos.

Esos no los olvidas nunca.

Como si fueran una novia coja, o bizca, o con extrañas cicatrices por todo el cuerpo.

A mí es lo que me ha pasado con Impar y rojo, de Óscar Urra y editado por Salto de Página.

Impar y rojo es una novela negra, la segunda protagonizada por un detective que se llama Julio Cabria.

Detective ludópata, amante de la canción francesa (escucha a Brassens y a Brel), habitual de la filmoteca y lector empedernido de los clásicos (se entretiene con el teatro de Feijoo, conoce la pasión necrófila de Cadalso o cita El diablo cojuelo, como este blog).

Cabria se mueve en ese territorio indefinido, entre la caspa y cierta grandeza, grandeza muy de andar por casa, la única posible, grandeza moral de la caspa cuando se revuelve contra sí misma y decide hacer justicia y poner las cosas por una vez en su sitio.

Un territorio perfecto para la novela negra.

En este caso, la historia arranca con dos muertos, un proxeneta y un cura, los dos han aparecido asesinados junto a una carta: un joker, o sea, un comodín. Para resolver el caso, la policía recurrirá a los servicios de un detective privado, el ya mencionado Julio Cabria.

Lo primero que no me gustó de Impar y rojo es que es muy literaria. A ratos, incluso, demasiado literaria. Pelín forzada, como si Urra necesitara demostrar lo bien que escribe.

Y unido a lo anterior, de ritmo lento, demasiado descriptiva.

Mientras leía la primera parte me planteé varias veces dejarla.

No terminaba de arrancar.

Pero había algo que me animaba a seguir.

Tampoco me gustó lo que tiene de continuación de A timba abierta, primera entrega de las andanzas de Julio Cabria.

Impar y rojo está demasiado vinculada con ella. No es una historia independiente. Se trata, más bien, de una segunda parte, aunque plantee un caso distinto.

Y yo no había leído A timba abierta.

Urra se esfuerza por informar al lector sobre lo que ocurrió en la otra novela, o recordárselo, pero yo me sentía fuera: demasiados recuerdos, demasiadas aclaraciones, demasiadas vueltas atrás en el tiempo. Y el libro aún sin arrancar.

No, el libro no estaba arrancando, estaba haciendo algo mucho mejor, estaba construyéndose a sí mismo.

¿Qué es una novela negra?

Una novela negra, más que una historia de polis y cacos, es en realidad un paisaje moral, un clima, una atmósfera, un lugar en el que quedarse a vivir cuando funciona.

Por eso, en la novela negra más que en ningún otro género se hacen entregas y entregas con los mismos personajes y se inventan nuevos casos que no son más que excusas para que el autor y sus lectores puedan seguir instalados en ese mundo en el que tan a gusto se sienten, y en el que puedan dar rienda suelta a su melancolía, o a su furia, o a su frustración, o a su afán justiciero, o a lo que sea.

Y entonces, al llegar a la segunda parte, Impar y rojo da un giro y se pone en marcha.

Por fin arranca y se lo lleva todo por delante.

Y lo primero que encuentra en su camino eres tú, lector.

Literalmente, Urra te arrastra y todo eso que parecían defectos (demasiado literaria, de ritmo lento, etc) se convierten en un solar. Solar sobre el que, a partir de ese momento, se va a dar ese algo (atmósfera, clima o paisaje) en el que, ahora sí, querrás quedarte a vivir.

Y da igual si la resolución del caso te gusta o no, si resulta creíble o si sientes que te han hecho trampas, porque con todos sus defectos, o a pesar de ellos, o precisamente por ellos, Urra ya te ha ganado. Urra ha escrito una buena, o buenísima, novela negra.

Y además, luego viene uno de esos maravillosos epílogos en los que la caspa se revuelve contra sí misma y sueña con vengarse y darle a los malos lo que se merecen. Atmósfera o clima moral. Y aunque no lo ponga, lees al final esa palabra mágica: continuará. Y tú cierras el libro jodido. Pero jodido por un único motivo: porque quieres más y sabes que aún vas a tener que esperar muchos meses hasta que te ofrezcan la próxima entrega de este Julio Cabria. Un Julio Cabria que, mucho cuidado, la próxima vez que te lo encuentres va a llevar una Glock 19 en la mano y toda la rabia del mundo...

Cierro con una canción de Léo Ferré, Thank you Satan, que sirve de banda sonora para la escena más extraña de toda la novela:

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una nexplicación maravillosa de lo que es la lectura, la buena lectura, la vital, la que levanta o hunde el alma. Lo que provoca en nosotros...
Y siempre con la banda sonora perfecta...
Es usted una especie de hombre del renacimiento...así lo imagino...