lunes, 31 de agosto de 2009

10 libros para el próximo trimestre (segunda parte)


El jueves por la noche apareció un lagarto en esta pila de libros.

O una salamandra.

O quizá fuera una salamanquesa.

No bromeo.

El bicho asomó la cabeza, de un verde no muy intenso, me miró un segundo y luego desapareció.

No he sabido nada más de él. O de ella.

Es bonito, en cualquier caso, tener amigos.

Los libros a veces sirven para eso.

Pronto llegarán más.

Muchos más libros

Y habrá que hacer más pilas.

Y quizá, con un poco de suerte, cada una de ellas se acabe convirtiendo en la madriguera de algún reptil.

Cocodrilos, serpientes, iguanas...

Los imagino corriendo por el pasillo.

Devorándose los unos a los otros. O follándose, que es lo que hacen siempre los bichos en los documentales de La 2.

Pero mientras eso ocurre, nos conformaremos con utilizar los libros para leerlos.

Y ya, siguiendo con la entrada del lunes pasado, estos son los cinco títulos que completan nuestras 10 apuestas para el próximo trimestre:

6. El caballo amarillo (Diario de un terrorista ruso), de Boris Savinkov. Lo publicará, no sé muy bien cuándo, Impedimenta.

Al autor lo define la editorial como: "dandi asesino, mujeriego letal, intelectual revolucionario, inspirador de Camus, se ha convertido en una celebridad no tanto como escritor sino como terrorista ruso de altos vuelos".

A principios del siglo XX planea los atentados que acaban con un ministro del zar y un gobernador de Moscú.

Luego le pillaron y le condenaron a muerte. Pero él se escapó a París para codearse con la bohemia y escribir este libro en el que recrea un poco su historia.

Cuando estalla la revolución, vuelve a Rusia. Le arrestan otra vez y, al no poder aguantar la cárcel, se tira por la ventana.

7. El día del watusi, de Francisco Casavella. Lo reeditará Destino el 6 de octubre.

A finales de 2008 murió, a los 45 años, Francisco Casavella.

Ese mismo año había ganado el Nadal con Lo que sé de los vampiros y la muerte le pilló, como a tantos otros, por sorpresa, mientras trabajaba en su refugio: un apartamento en uno de esos pueblos de veraneo de la costa catalana.

Se escondía allí en invierno para concentrarse y escribir sin distracciones.

Ahora se recupera su obra más ambiciosa, esta trilogía que la editorial define como: "gran crónica de la Barcelona pre y post olímpica, de la España de la Transición, del final de una época. Un gran relato de las ilusiones fallidas de toda una generación, narrado por Fernando Atienza, oscuro personaje que ha sido testigo y depositario de los momentos clave, de las tramas inconfesables, de los chanchullos interminables que trufaron ese momento histórico, y que de hecho han conformado nuestro presente".

8. El barco de los muertos, de B. Traven. Lo publica en octubre Acantilado.

Qué gran libro.

Lo editó hace unos meses Alfabia, con el título de El barco de la muerte, pero había problemas con los derechos y no les quedó más remedio que retirarlo.

Ahora sale por fin la edición del Acantilado.

Es la historia de un marinero que, tras una noche de sexo y alcohol, se queda en Amberes: sin papeles, sin dinero, sin equipaje.

Se convierte en un paria al que no le queda más remedio que embarcarse en un barco que parece el mismísimo infierno: sin ninguna esperanza ni derecho, en las peores condiciones imaginables, permanentemente al borde del naufragio.

Pero para qué hablar más, nos remitimos a lo ya escrito.

9. El juego DeNiro, de Rawi Hage. Lo publica el 7 de septiembre Duomo Ediciones.

Duomo es una editorial nueva.

Hasta ahora no he leído nada de ellos.

Aunque han publicado un libro con muy buena pinta, El club de los pirómanos, de Brock Clarke.

Le tengo ganas a ese y le tengo ganas a éste: dos amigos crecen en Beirut durante la guerra civil. Uno opta por enrolarse en la milicia cristiana. El otro, comete pequeños robos para poder emigrar a Italia. Pero ninguno de los dos podrá escapar de su pasado ni de los fantasmas de la guerra...

Según el Washington City Paper: "La prosa de Hage es a la vez nítidamente realista y emocionantemente llena de oscuras fantasías, como si Kahlil Gibran fumara costo con Hunter S. Thompson".

10. Fotorretórica de Hollywood, fotografías de Barry Feinstein y poemas de Bob Dylan. Lo publica en septiembre Global Rhythm.

23 fotos del Hollywood de los años 60 y 23 poemas escritos por Dylan a partir de ellas en la misma época.

Todo ello inédito hasta ahora y reencontrado en un cajón por Barry Feinstein.

Corto y pego de la editorial: "Las fotos retratan con desolada frialdad, a veces con afable ironía, el fin de una época («dorada» según la adjetivación canónica). Hay estrellas dentro o fuera del plató, pero el objetivo las contempla como si se hubieran caído del cielo: una, la más hermosa, está literalmente por los suelos; otras visten prendas y gestos dolientes durante el funeral de Gary Cooper; hay también aspirantes al estrellato, idólatras, maniquíes, decorados ya inútiles y
lugares intensamente deshabitados".

¿Y los poemas? Los poemas, también según la editorial, son "Dylan sin banda sonora, Dylan en un formidable estado impuro".

Mañana más.

domingo, 30 de agosto de 2009

Yonqui-piscina (leyendo a Luciano de Samósata un domingo al mediodía)


"Qué buen día hace para ir a la piscina a ver si se ahoga alguno".
(Frase pronunciada por alguien que hoy al mediodía abandonaba el garito chungo, politoxicómano y terminal, que hay justo debajo de mi casa, mientras yo leía el magnífico prólogo que Iván de los Ríos ha escrito para El bibliómano ignorante, de Luciano de Samósata y editado por Errata Naturae. Estaría bien escribir pronto alguna entrada más extensa sobre el libro.)

jueves, 27 de agosto de 2009

Turín, 27 de agosto de 1950 (sobre la muerte de Cesare Pavese)


Murió el chivato de Budd Schulberg y no dijimos nada.

Lo mismo ha pasado con los aniversarios de Capote, Knut Hansum y Malcolm Lowry.

Ha sido un verano demasiado intenso.

Hoy, en cambio, nadie hablará de Pavese.

No toca: no es una cifra redonda.

Pero cada año, al llegar el 27 de agosto, resulta difícil no acordarse de él.

Imaginar sus últimas horas en el hotel Roma de Turín.

La decisión la tenía tomada desde hacía días, según reflejan sus diarios.

Dejó esa famosa despedida, narcisista, claro, pero también gruñona y hasta con sentido del humor:
Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado.
Antes o después, cuentan que hizo varias llamadas.

Todas a mujeres.

Intentó quedar con alguna.

Ninguna quiso verle.

Se tomó un bote de somníferos y acabó con todo.

Lo del suicidio es así: pretende resultar siempre tan sublime, que acaba cayendo en el ridículo.

O convirtiéndose en un chiste.

Pero Pavese, no.

Pavese, de tanto pensarlo, parecía condenado a ello.

Era sólo cuestión de tiempo.

Se ve en sus diarios.

Los tengo aquí: he pasado casi toda la tarde releyéndolos.

Siempre te sorprenden.

Hoy me doy cuenta de que ningún otro tío ha escrito de amor como él.

Ahora que tantos se preocupan por cómo hablar de los sentimientos.

Ahora que casi todos los evitan y los silencian.

Que lean a Pavese: tan lúcido, tan descarnado, tan gilipollas, con tanto resentimiento.

El amor es así.

Él habla, además, de muchas otras cosas.

He leído también algunos de sus poemas.

Estos versos son un fragmento de Siempre vienes del mar, traducido por José Agustín Goytisolo, en un vieja edición (1971) de Plaza y Janés:
Aún combatiremos,
combatiremos siempre,
pues buscamos el sueño
flanqueados por la muerte,
y tenemos voz ronca,
frente baja y salvaje
y un idéntico cielo.
Fuimos hechos para esto.
Si tu odio cede al golpe,
sigue una noche larga
que no es paz ni tregua,
ni verdadera muerte.
Tú ya no estás. Los brazos
se debaten en vano.
(La foto es de 1950, el año de la muerte de Pavese: él recoge el Premio Strega, el más prestigioso de la literatura italiana.)

miércoles, 26 de agosto de 2009

Bestia, bestia (sobre 'Los canallas', de Eugene Izzi)


La tentación de liarse a tiros está siempre ahí.

En el ascensor, por ejemplo, de buena mañana.

Mientras esa gente a la que no conoces habla de sus vacaciones: de cuándo se han ido y cuándo han vuelto, de lo importante que es desconectar, de lo deprimidos que se sienten.

Dicen que odian su trabajo, fantasean con dejarlo, pero en realidad están mintiendo.

Putas ratas cobardes, harían lo que fuera por conservarlo, de hecho, llevan toda sus vida haciéndolo: vagos, traidores, pelotas, miserables.

Sacrificarían a su propia madre.

Pero no, nada de arrancarles la cabeza.

Llega el ascensor a tu planta y te bajas, tú solo, sin despedirte. El resto va a otros sitios.

Con un poco de suerte, la mañana pasará pronto y luego podrás seguir leyendo Los canallas, de Eugene Izzi, editada por Barataria y traducida por Juan Diego Martín.

En Los canallas hay dos personajes, dos malas bestias, sólo que una es un policía y la otra, un delincuente.

El delincuente ha pasado 10 años en la cárcel y antes de nada, visita la tumba de su madre.

Es, en el fondo, un sentimental.

Luego ya empieza a hacer de las suyas.

Tiene dos misiones que cumplir, dos venganzas, una de ellas, la que a él más le importa, es llevarse al poli por delante.

Los canallas se desarrolla en Chicago, en el ambiente mafioso de finales de los 80.

Recuerda, quizá de lejos, a The Wire (la serie de televisión que Enric González describía el otro día como "quizá la mejor de todos los tiempos"), por su afán de verosimilitud, porque Izzi parece conocer muy bien de lo que habla y por las dificultades a las que se enfrentan los polis a la hora de realizar su trabajo.

Pero Los canallas es, sobre todo, una de esas novelas de detectives duros.

Aquí nada de investigadores modernos, sensibles y melancólicos. O sea, europeos.

Aquí, mucha testosterona, alguna que otra dosis de violencia más que contundente, interesantes personajes secundarios (como la perra del poli o la novia del asesino, uno de los grandes hallazgos de la novela), una trama que poco a poco se va complicando y en la que se van mezclando los odios, miedos e intereses de todos, y un final estupendo.

Y presidiéndolo todo, claro, el duelo entre los dos protagonistas, mucho más parecidos de lo que a ninguno de ellos les gustaría reconocer, la tentación del poli por actuar al margen de la ley y pasarse al lado de los malos, etc.

También la sombra de su autor, el tal Izzi, ex delincuente y ex trabajador de la industria siderúrgica, que empezó a escribir como terapia para apartarse del alcohol y salvar su matrimonio.

No funcionó. Al revés, la literatura sólo terminó de complicarlo todo: un buen día Eugene Izzi apareció ahorcado en su despacho. El cuerpo colgaba en la fachada del edificio. Llevaba un chaleco antibalas y los bolsillos llenos de amenazas muerte. Dicen que se había infiltrado en un grupo racista para escribir su próximo libro.

Oficialmente fue un suicidio. Nadie se lo creyó: ¿para qué coño se pone un chaleco antibalas alguien que va a suicidarse?

Los canallas, al margen de las anécdotas del autor y de su muerte, merece la pena.

(Recuperamos la vieja costumbre de incluir unos minutos musicales, en este caso el Bestia, bestia, de Ilegales. Curioso documento de cuando Jorge Martínez aún tenía pelo y perfecta como banda sonora para leer a Izzi o para ir por las mañanas a trabajar. Ya falta menos.)

lunes, 24 de agosto de 2009

10 libros para el próximo trimestre (primera parte)


Lo difícil hoy es dejar de leer a Kierkegaard.

Puede parecer pedante, pero no, de verdad que no.

Todo lo contrario.

Cosas como ésta, también de Temor y temblor:
En la resignación infinita hay paz y sosiego. Todo hombre que la desea y no se haya envilecido burlándose de su propia estampa –lo que es un vicio más terrible aún que el del exceso de orgullo–, puede muy bien disciplinarse y educarse haciendo este penoso movimiento que en sus dolores reconcilia con la existencia.
Lo difícil también, hoy y siempre, es saber hasta qué punto se está envilecido.

O dilucidar si se es burla, parodia o caricatura.

Pobrecito Kierkegaard, ya lo dijimos.

Mejor hoy hacer frente a la pereza, plantarle cara, a ella y a esos más de 30 mails pendientes de leer, todos de editoriales que mandan sus programaciones con los libros que publicarán durante los próximos meses.

Puede incluso que algunos ya estén en las librerías.

Esto es una especie de avance de temporada.

Abro unos cuantos de esos mails, más o menos la mitad.

Elijo cinco libros que me llaman la atención y que me apetece leer.

Mucho.

No están ni Dan Brown ni Paulo Coelho ni Isabel Allende ni los ensayos liberales de Vargas Llosa. Esos ya los tienes, por ejemplo, en la web de La Casa del Libro, donde han hecho un especial con los próximos lanzamientos.

Tampoco van a aparecer aquí los Muñoz Molina, los Orham Pamuk y otros aspirantes a convertirse en el pelotazo 'de culto' de este otoño.

Sí están:

1. La fiesta del oso, de Jordi Soler. Lo editará Mondadori el 6 de noviembre: Soler ha escrito dos de las mejores novelas españolas, o hispano-mejicanas, de los últimos años.

Toma nota y corre a por ellas: Los rojos de ultramar y La última hora del último día.

No son novelas sobre la Guerra Civil, son novelas sobre el exilio.

Novelas brutales que cuentan la huida de su propia familia de Cataluña al acabar la guerra, su paso por los campos de concentración franceses y las décadas que vivieron en una plantación de café en mitad de la selva mejicana, junto a otros exiliados, y donde nacería el propio Soler.

Es Conrad, es Faulkner, es Céline.

Son las pesadillas de la infancia y mil cosas peores.

Es el afán por no olvidar y las heridas que no cierran.

Es nuestra historia, una parte silenciada de ella, y al mismo tiempo, literatura de altísima calidad.

En La fiesta del oso, al parecer, Soler sigue hablando de la peripecia familiar, de ese tío que se perdió en los Pirineos intentando cruzar la frontera y que tal vez no murió...

Cuando la publiquen, contamos más.

2. La manía de leer, de Víctor Moreno. Lo edita Caballo de Troya el 2 de octubre: Este trimestre Caballo de Troya sólo publica dos libros. Con la crisis les habrán cerrado el grifo.

Los dos tienen buena pinta.

De momento, nos quedamos con este ensayo desmitificador de la lectura.

Como si leer sólo fuera una opción y, en realidad, tampoco sirviera para todo lo que algunos (papanatas o no lectores) quieren que creamos.

Quizá sólo produzca cierto placer y cierto conocimiento, dos milagros a la vez. Pero no en todos los casos.

Contra la pedantería, como si también se pudiera ser culto sin necesidad de leer y para responder preguntas del tipo de (copio de la editorial): "¿Existe un fundamentalismo de la lectura? ¿La lectura es un modo de salvación? ¿Salvarnos de qué?"

3. Nocilla Lab, de Agustín Fernández Mallo. Lo publica Alfaguara en octubre: Es el final de la trilogía Nocilla.

Me gustó mucho Nocilla Dream.

Mucho, mucho.

Me pareció previsible Nocilla Experience, como si lo que en la primera parte era fresco, fluido y muy sólido, allí se convirtiera en una fórmula que empezaba a agotarse.

Tengo ganas y curiosidad de ver aquí que pasa.

Asusta que el libro venga con un DVD, corto y pego, en el que hay un "documental-película que ofrece claves para acercarnos a la narrativa de Fernández Mallo e incluye entrevistas con Eloy Fernández Porta, Vicente Luis Mora, Pere Joan y Antonio Luque, entre otros artistas vinculados a su narrativa".

Los bueno de Nocilla Dream es que no necesitas que nadie te la acerque ni te la explique. Se basta a sí misma.

4. El cobrador, de Rubem Fonseca. Lo publica RBA en septiembre: Uno de esos autores a los que ya consideran un clásico.

Brasileño, nacido en 1925, fue policía antes de dedicarse a escribir.

Este libro es de relatos y dice la editorial que son: "secos, ásperos, directos y magistrales, sin concesiones a las florituras literarias ni psicológicas, ofrecen un brutal fresco de descomposición social, y acumulan una enorme cantidad de imágenes inolvidables que producen perplejidad ante el mal, el individual y el colectivo".

No lo conozco, más que de oídas, no he leído nada de él, me apetece descubrirlo.

5. El ruido eterno, Alex Ross. Lo publica Seix Barral en septiembre: Un repaso a la historia del siglo XX a través de la música. Puede que sea sólo una curiosidad, pero parece que no.

Corto y pego: "Nos descubre las conexiones entre los acontecimientos más importantes y los compositores más influyentes".

El libro ha recibido un montón de premios (finalista de Pulitzer, ganador del National Book Critics Circle Award, uno de los mejores libros del años para el New York Times, etc).

El autor es crítico musical del New Yorker.

Otro día, más.

Quizá, esta vez sí haya una segunda parte.

jueves, 20 de agosto de 2009

Lecciones de existencialismo barato (leyendo a Kierkegaard camino de Asturias)


Corto y pego de Temor y temblor, de Søren Kierkegaard, en la traducción de Demetrio Gutiérrez Rivero para Ediciones Guadarrama:
Sí, el prodigio está en vivir así, en virtud del absurdo, alegre y feliz a cada instante y a lo largo de toda una vida, viendo siempre la espada suspendida sobre la cabeza de la amada, pero sin que por ello se busque el reposo en los dolores de la resignación, sino encontrando precisamente la alegría y la felicidad en virtud del absurdo. El hombre capaz de lograrlo es grande, el único grande entre todos los hombres.
Aunque Kierkegaard no hablaba de esto: ni del calor ni de las carreteras ni de las escapadas de fin de semana ni del embrutecimiento.

Kierkegaard hablaba de Dios, de la fe y de un viaje terrible: el de Abraham hasta el Monte Moria para sacrificar a Isaac, su propio hijo.

Kierkegaard fue uno de los hombres más desgraciados de la historia, suponiendo que eso se pueda medir o establecer un ranking.

Era jorobado.

Conoció a una mujer, Regine Olsen. Se enamoró de ella. Le pidió que se casaran. Regine dijo que sí, pero luego Kierkegaard fue incapaz de asumir el compromiso. Ella se marchó con otro. Él no la pudo olvidar nunca.

Una vez Kierkegaard pidió que le insultaran y caricaturizaran desde una revista de la época. Sus enemigos lo hicieron con tanta saña que la gente se burlaba de él y le acosaba por la calle. El pobre estuvo a punto de no volver a escribir.

Enterró a cinco de sus seis hermanos.

Siempre creyó que Dios odiaba a su familia y que les estaba castigando porque su padre de joven había maldecido al cielo.

Otro día hablamos con calma de Kierkegaard.

Sólo le pasó una cosa buena en la vida: no tuvo que trabajar gracias a la herencia que le dejó su familia.

Justo después de haber sacado del banco el poco dinero aún que le quedaba, cayó desplomado en la calle. Tenía 42 años.

Quizá por eso, y por todo lo demás, ayer me acordé de él.

Para Faemino y Cansado, Kierkegaard es tan importante como para mí.

martes, 18 de agosto de 2009

Amores modernos, amores brutales y regaliz en el gin tonic (del 'Agrio' de Valérie Mréjen al 'ENORME POLLÓN' de Carlos Herrero)



Shumookh quedó segundo.

No me pagó ni la cena ni las copas.

Pero hizo una gran carrera.

Al margen de eso, me gustó Lasarte.

Mucho.

Está a años luz de los hipódromos de por aquí: La Zarzuela o Dos Hermanas.

Y en Bilbao me prepararon un grandísimo gin tonic: Bulldog con Fever-Tree y un par de barritas de regaliz.

Lo del regaliz puede parecer una pijada.

Pero no: haced la prueba en casa.

Regaliz El Gato, de grosor medio, ni fino ni muy gordo.

Supongo que eso también es importante.

Y ya, cerramos el rincón del barman y hablamos de un libro, uno de los últimos leídos.

Se llama El Agrio y es muy cortito: 89 páginas.

Lo escribe Valérie Mréjen, lo edita Periférica y lo traduce Sonia Hernández Ortega.

Es una historia de amor: chica conoce a chico, chica se enamora de chico, chico va a su bola, defiende su independencia, no devuelve las llamadas, desaparece cada dos por tres, sigue con su novia de antes, se va ligando a otras...

La historia la cuenta la chica.

Es una chica moderna, pero no tonta. Ni un pelo de tonta.

Va acumulando detalles, cosas muy pequeñas y cotidianas, como pinceladas, y así retrata a los dos personajes y te mete en su relación.

La novela se desarrolla a saltos, hacia adelante y hacia atrás, de manera muy fragmentaria.

A muchos les ha encantado.

Encaja con cierta sensibilidad y es un buen libro: muy hábil, muy bien contado, incluso habrá quien los defina como "con alma".

Aunque habrá también a quién no le convenza el tono, esa languidez, sin dramas ni desgarro, su coqueteo constante con cierto tipo de ñoñería (pero sin caer nunca en ella).

Quizá esos lectores le agradecerán a la autora su pudor, y que no lo llene todo ni de babas ni de lágrimas, pero quizá tampoco se la terminen de creer, como si en realidad el personaje llamado Valerie Mréjen estuviera todo el rato intentando convencerse de algo que no es, como si quisiera convertirse en su abuela, amar como ella, o como en una novela rosa, tener sus expectativas y un príncipe azul.

Quizá el gran atractivo del libro sea justo eso: la tensión entre lo que la protagonista es y lo que desea ser, todo aquello que calla y que a lo mejor ni siquiera se dice a sí misma.

Y así, en esta posible lectura, los reproches o su ausencia de reproches hacia el chico, toda la melancolía, esa queja que no termina de estallar, va más bien dirigida contra ella y no contra el otro. O sea, contra su propia incapacidad de amar y entregarse.

Es sólo una posible lectura.

Luego habrá muchas, y muchos, como señala la editorial, que no verán fisuras por ninguna parte, se sentirán superidentificados y la convertirán en algo así como su guía espiritual, o su consultorio de la señorita Francis.

Al menos durante una o dos semanas: justo el tiempo necesario para contraer alguna otra enfermedad.

Entiéndase estos últimos párrafos como una caricatura.

Nada más que eso.

De verdad que es una buena novela. Y con un final estupendo, sobre el que no diremos nada para no joderlo.

Hay otro tipo de amor.

Y de historias de amor.

Mucho más descarnadas y sinceras, aún cuando también disimulen y se oculten.

Carlos Herrero, nunca nos cansaremos de recomendarlo, publicó ayer en El País uno de esos relatos suyos, que parecen marcianos, pero no, de marcianos nada, toda una lección.

Como dije (me encantan las autocitas) o escribí sobre sus Cuentos rotos: "No son cuentos perfectos, relamidos o basados en una idea muy brillante e ingeniosa, pero hay en ellos más verdad, más vida y más literatura que en la mayoría de libros que llevamos leídos este año".

Lo único que me pregunto es cuántas quejas habrá recibido El País por publicarlo, si es que ha recibido alguna.

Y si el domingo su Defensora del Lector se verá obligada a decir algo al respecto.