jueves, 30 de julio de 2009

Alunizaje (chaladura y alabanza de la ciudad de Benidorm)


Un vecino macarra escucha a los Rage Against The Machine.

Y yo esta mañana he visto un coche estampado contra la sucursal de un banco.

Ha sido como una revelación.

Aunque no he tenido mucho tiempo para mirarlo.

Llegaba tarde.

Supongo que en breve empezará Bruce Springsteen su concierto en Benidorm.

Oí el otro día que iba a tocar allí y estuve un buen rato descojonándome.

Odio a los fans de Springsteen: son pesadísimos.

Pero hay que respetarles: ellos también son gente.

Y puede que hasta personas.

Haré como los fachas cuando hablan de los gays y dicen: no, si yo tengo muchos amigos homosexuales...

Pues eso, yo también tengo muchos amigos que son fans de Springsteen.

Lo que ya no me parece bien es que se casen entre ellos: podrían poner en peligro el futuro de la humanidad.

Oí la noticia en la radio.

Pensé en Benidorm y pensé en las dos canciones que le dedicaron Los Nikis a la ciudad (1 y 2).

Yo siempre he querido ir a Benidorm.

Celebrar una gran fiesta en el hotel Bali y tal vez, morir allí.

Igual que César Vallejo quería, o sabía, que iba a morir en París con aguacero.

Yo imagino, pero no quiero, morir en Benidorm.

Sólo aspiro a convertirme en fantasma para hacer así compañía a los fantasmas de todas las muchachitas inglesas que murieron en Benidorm mientras celebraban su despedida de soltera.

O si no, que me nombren alcalde, como Zaplana.

Ese mismo día, el domingo, cuando me enteré de lo de Sprinsteen, descubrí a estos dos chalados: Othon y Tomasini.



Radio 3 emitió un concierto suyo y por un momento, pensé que Kurt Weil y Bertolt Brecht habían resucitado.

O que habían castrado a Tom Waits.

O que a Anthony (el de Anthony and The Johnsons) le había salido un primo italiano.

Aunque puede que a alguno que le den repelús.

Sobre todo a los fans de Springsteen.

Y ahora se supone que deberíamos poner un poemilla o algo así.

Me he pasado toda la tarde buscando libros y poemas que no he encontrado: Gimferrer, Ferrater, Margarit.

Ese era un poco el rollo.

O los diarios de Pavese.

O Roger Wolfe.

Y hasta Margaret Atwood o Luis Alberto de Cuenca.

Pero al final me he quedado con Manuel Rivas.

El poema se llama Billar en la Royal Oak Tavern. Lo copio de El pueblo de la noche (Ed. Alfaguara y traducción de Dolores Vilavedra):
Dos pintas en la barra,
cerveza destilada de la insondable noche,
con un galón de lencería fina.
Siete bolas amarillas.
Una, negra.
Otra, blanca.
Dos tacos
del mejor roble de Eire.
Esta partida empezó antes de nacer el río Liffey.
Hay gente que no sabe quién y qué es lo que se juega.
Pero yo sí.
Y no me canso.

martes, 28 de julio de 2009

Sobrevivir al sueño americano (sobre 'Netherland', de Joseph O'Neill)


Otra vez en Madrid.

Leo Netherland. El club de Críquet de Nueva York (Ed. El Aleph), de Joseph O'Neill y traducido por Susana Rodríguez-Vida.

Supongo que es por el artículo que publicó el otro día El País.

Contaban que Obama recomendó el libro y lo ha convertido en un best seller.

El New York Times, además, lo eligió como una de las diez mejores novelas de 2008.

No sé si me ha gustado o no.

Ni siquiera si lo recomendaría: depende de a quién y para qué.

Pero es una buena novela.

Aunque a ratos me haya irritado y me haya aburrido.

Aunque sea tan, tan americana.

Cuando digo americana me refiero a cierto afán por mirarse el ombligo, en contra de lo que aseguraba el artículo de El País.

Mirarse el ombligo no como individuo (algo muy español), sino mirarse el ombligo en tanto que país: preguntándose sobre sí mismos, analizándose, trazando una identidad y un destino colectivo.

Y si muchos de los personajes (todos o casi todos) son inmigrantes (antillanos o europeos), mejor, mucho mejor, la tierra de promisión, más americano todavía.

Hay también otros rasgos, quizá más importantes de ese americanismo (por llamarlo de alguna forma): un tono y una manera de ver el mundo: demasiado comedido, demasiado sensato, huyendo lo mismo del desgarro que del tópico, muy, muy realista, con un punto sofisticado, puede que incluso excéntrico, pero a un paso del costumbrismo, o cayendo directamente él.

(Empalmo adjetivos, uno detrás de otro, intentando atrapar algo que se me escapa, pero que seguramente enseñen el primer día de clase en todos los talleres de escritura de todas las universidades yanquis. Así les salen luego todas las novelas tan parecidas.

Y exagero, claro.)

Netherland tiene mucho de eso, aunque es también otra cosa: una fábula, la historia de alguien que descubre que la vida no era tan maravillosa como creía, su desconcierto inicial y cómo sigue adelante o, al menos, cómo lo intenta.

"La desdicha me pilló desprevenido", dice el narrador.

De pronto ocurre algo y el protagonista no podrá agarrarse ni a su gran trabajo (en un momento dado presume de ganar 10.000 dólares brutos al día) ni a su matrimonio ni a su adorado hijo ni a su familia.

¿Qué ocurre?

Identidad y destino colectivo: el 11-S.

No le afecta directamente, y eso es uno de los mayores aciertos del libro, pero sí hará que todo se tambalee y empiece a cambiar. Sin gritos, sin dramas, de forma muy sutil. El miedo irrumpe en su vida, la sensación de amenaza constante. Su mujer se replantea su matrimonio y el entorno en el que quiere criar a su hijo. Decide dejar solo al protagonista en Nueva York...

Él entonces vuelve a jugar al críquet con un grupo de gente procedente de las Antillas; conoce a un tipo muy carismático y algo oscuro, un tal Chuck; planean construir juntos un estadio, etc, etc, etc.

A partir de este argumento, sería fácil hacer una caricatura: un analista financiero blanco y muy pijo descubre, gracias al deporte y al contacto con los pobres, valores como la camadarería o el civismo, y que el sueño americano aún es posible.

Pero no: Netherland es algo mucho más complejo y correoso, más amargo, más incómodo, más ambiguo.

Como la vida misma.

Hay otros dos elementos: la nostalgia, que marca el tono y lo contamina todo, lo ensucia, lo distorsiona, empalaga. Un coñazo la nostalgia.

Y Nueva York.

O'Neill te transmite todo su amor por la ciudad. Y aquí hay retratos magníficos de ella: algunos, sí, recuerdan a Fitzgerald (Francis Scott Fitzgerald, otro día te hablamos de él), pero otros no tienen nada que ver y son igual de buenos, los del hotel Chelsea, por ejemplo, tan decadente como lleno de encanto, o el del gran apagón de 2005.

Dan ganas hasta de volver allí.

Pero no, ni de coña, por suerte el arrebato se pasa muy pronto.

De momento nos toca seguir en Madrid, protegiendo la ciudad, esta ciudad, para que todos los demás os vayáis tranquilos de vacaciones.

sábado, 25 de julio de 2009

Otra postal desde la playa (y un poema de Bukowski)


Vuelvo a Asturias.

Llevo una botella de Whitley Neill y una mochila llena de libros.

La ginebra no es para mí.

Es un regalo para quien hace posible todas estas escapadas, dejándome su casa o guardándome siempre una habitación en ella.

La probamos juntos e intentamos descubrir si es tan buena como dicen o no.

Entre los libros están: Netherland, de Joseph O´Neill; Noches de Hollywood, de James Ellroy; Un médico rural, de Franz Kafka; y La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette.

Tengo además un poema.

Pero esta vez tampoco es para mí.

Es para alguien que está en otra playa muy lejos ésta.

Se llama Suerte y lo escribió Charles Bukowski:
Hubo una vez
en que fuimos jóvenes
dentro de esta máquina...
bebíamos
fumábamos
tecleábamos

fue un tiempo de
esplendor
un milagro

aún
lo es

sólo que ahora
en vez de
ir hacia el tiempo
es el tiempo
el que viene hacia
nosotros
y hace que cada palabra
taladre
el papel

clara

rápida

contundente

alimentando
un espacio
que se cierra
(Por el espacio, el tiempo y la suerte que aún nos queda, por si lees esto: sé buena, cuídate mucho, obedece.)

miércoles, 22 de julio de 2009

Un intento fallido de vencer la apatía (sobre 'Los oficiales y El destino de Cordelia' de Ray Loriga)


Llevo días sin leer.

Desganado.

Es el calor, es el cansancio, es el trabajo.

A veces ocurre.

Te puedes pasar meses así.

Incluso años.

No es grave.

Ni hace falta preocuparse.

Excepto si te pagan por leer.

O si se te ha metido en la cabeza la absurda idea de actualizar con cierta frecuencia un blog que sólo visitan cuatro pringados.

(En verano la cifra se reduce a dos: los otros están de vacaciones.)

Hago un esfuerzo.

Lo intento con Los oficiales y El destino de Cordelia, de Ray Loriga y publicado por El Aleph.

Es una de esas ediciones que ahora se han puesto de moda: diminuta: 75 páginas y con una tipografía considerable.

Incluye dos cuentos.

A mí Loriga me gusta. Leí sus primeros libros y las cosas que publicaba a principios de los 90 en El Europeo.

En esos momentos fue un trallazo. Nadie escribía así ni tenía su actitud ni siquiera podía aspirar a rozar las ruedas de su Harley.

Era como esa canción de la Velvet, Rock and Roll, la de la niña que está harta y aburrida hasta que un día pone la radio y enloquece porque está sonando un Rock and Roll. Se pone a bailar y salva su vida. "A pesar de las amputaciones", canta Lou Reed.

Loriga fue un poco eso, un decir: vale ya, las cosas se pueden hacer de otra forma, hay mucha vida ahí fuera y yo soy capaz de meterla en un libro.

Luego le he seguido la pista.

Siempre he querido volver a leerle y siempre me ha merecido mucho respeto.

Me reencuentro con él en estos relatos, pero prometo no tenérselo en cuenta.

Loriga sigue siendo un escritor brillante, brillantísimo, aunque quizá aquí demasiado: a veces da la impresión de que le gustaría esculpir cada frase, o hacer que el lector se las aprendiera de memoria o incluso que se las tatuara, todas, todas, por todo el cuerpo.

Y muy relacionado con lo anterior, se ha vuelto muy sentencioso.

Casi como si el cuento (me refiero al primero) fuera una sucesión de aforismos.

El cuento se llama Los oficiales y va de un oficial que ve a un soldado que le imita en un bar. Están en plena guerra y se enamora de él.

Los oficiales agota e irrita.

Y luego da la impresión de que Loriga ha querido dejar el rock y los tatuajes para convertirse en alguien mucho más aburrido y pretencioso, tipo Vila-Matas.

O peor, que ha intentado hacer algo muy pos-posmoderno: escribir en 2009 una de esas obras menores de un autor centroeuropeo de principios del siglo XX que nadie conoce y que con tanto mimo edita El Acantilado para llenar las bibliotecas de cuatro esnobs.

Pero ni siquiera así funciona.

El segundo relato, El destino de Cordelia está mejor, porque cuenta y al mismo tiempo no cuenta, por la forma de ocultar los hechos con los que se suele construir una historia y porque en este caso sí te dejas llevar por esa voz que habla o que escribe.

El problema es que no sé muy bien adonde llegas.

Es una historia de amor, o de una obsesión, de tres hombres en torno a una mujer.

Estaría bien en un libro junto a otros diez cuentos más, o como el germen de una novela, pero así, nos sabe a poco.

No nos llena.

Podríamos dejarlo ya, pero sería injusto, olvidaríamos lo principal: Loriga la caga como los grandes.

Hasta cuando se equivoca lo hace con estilo.

Y siempre te enseña algo.

Tiene, además, un rollo perverso: se lo perdonas todo, le disculpas, no te enfadas.

No llega al punto de hacerte sentir un gilipollas, tampoco es tan grande. Ni un estafador.

Pero sí te queda cierto regusto amargo, como si en realidad fueras tú quien le traicionaras a él o como si se mereciera una nueva oportunidad.

Exageremos un poco más. Después de acabar este libro, te dices: no puede ser.

Y te dan ganas de leerte sus últimas novelas, todas las que te has perdido, para quedarte tranquilo y comprobar que Loriga sigue siendo uno de esos autores necesarios y que merecen la pena, alguien que de verdad tiene algo que decir.

lunes, 20 de julio de 2009

Cosas que hacer en la habitación de un hotel si te aburres y eres una estrella del rock (Ron Wood, Keith Richards y Charly García)

Encuentro, por motivos que no vienen al caso, este vídeo de Keith Richards en YouTube:



Es una gilipollez, el capricho de una estrella del rock, o sea, de un niño mimado.

Pero me aburro y me hace gracia.

Lo veo una y otra vez, una y otra vez.

Llego a casa.

No tengo ganas de leer, por eso escribo estas entradas tan chorras.

Al menos, me pongo a hojear un libro.

Se llama Memorias de un Rolling Stone (Ed. Global Rhythm. Traducción de José Serra) y está escrito por Ron Wood.

Corto y pego:
Creo que Keith [Richards] estuvo metiéndose heroína durante diez años seguidos, y muy pocos sobreviven a eso. La historia del rock and roll está llena de gente que no lo logró. Janis Joplin encabeza la lista formada por Brian Jones, Jim Morrison y Jimi Hendrix, sólo para empezar. Keith afirma que la única razón por la que sigue vivo es que se prometió a sí mismo que, si se chutaba algo, sería caballo de la mejor calidad, e insiste en que nunca transigió al respecto. Pero no es algo que resulte tan fácil, porque la buena mercancía a veces es muy difícil de encontrar, y había gran cantidad de material poco fiable con el que siempre le estaban tentando. Tipos que querían alternar con los Stones perseguían a Keith y le ofrecían lo que tenían, que no siempre era lo mejor. Y él a veces lo acepta.
El hecho de que Keith haya sobrevivido puede deberse en cierta medida a su buen hacer, lo admito, pero sobre todo se debe a su puta buena suerte, a unos cuantos milagros y a algunos jueces del alto tribunal comprensivos.
El libro sigue y sigue, con todo tipo de anécdotas y excesos, como esa otra, en la que también Keith Richards y también en un hotel dispara una de sus pistolas (él siempre va armado) y casi se carga a los jubilados que estaban jugando una partida de cartas en la habitación de abajo.

El libro tiene gracia, como las estrellas del rock, personajes divertidos y al mismo tiempo, patéticos, tan fuera de la realidad, tan consentidos, tan inmaduros, tan fascinantes.

Y con mucha, muchísima suerte.

O no, porque debe ser un coñazo soportarte a ti mismo cuando te has convertido en un tipo así.

Mira este otro vídeo protagonizado por Charly García, un roquero argentino.

Míralo entero, fíjate bien, escucha cómo responde a la entrevista.

Saca tus propias conclusiones.

Y ríete si quieres.

Yo ahora me pongo muy serio, muy intenso, pero no me hagas caso, es el calor. En realidad, me descojono cada vez que veo estos vídeos:




(Si te interesa Keith Richards, ahora Global Rhythm acaba de publicar
Keith Richards. Biografía desautorizada, de Victor Bockris. Ni lo he visto, pero los libros de Global suelen estar muy bien.)

(Muy fuerte lo de Amazon borrando los libros electrónicos de George Orwell que ellos mismos habían vendido para su Kindle. Dan ganas de tirarlo también por la ventana. O mejor, ni molestarse en comprarlo. La historia completa aquí.)

domingo, 19 de julio de 2009

Time for heroes (Harry Potter, Giovanni Piranesi y Pete Doherty)

Voy a ver Harry Potter y el misterio del príncipe.

Me gustan las películas de Harry Potter.

De hecho, son de las pocas que consiguen vencer mi pereza y llevarme hasta el cine.

Lo intenté con el primer libro.

Lo dejé antes de la página 50, creo.

Pero eso tampoco significa gran cosa.

Me pasó lo mismo con Benet.

Por citar sólo un ejemplo de "alta" literatura.

Uno entre mil.

He dejado por la mitad, o antes, muchos más libros de los que me he acabado.

A veces el único problema de un libro es que no llega en el momento adecuado.

De las películas de Harry Potter me gusta el callejón Diagon, la casa de la familia Weasley y el colegio Hogwarts.

También algunos partidos de quidditch (otros son demasiado largos) y detalles, como la pinta de ingleses borrachos que tienen muchos de sus actores (adultos y adolescentes) o que el profesor Dumbledore guarde en un armario todos los recuerdos del malvado Voldemort.

Luego suelo perderme a mitad de la trama y acabo aburriéndome.

Pero lo importante es otra cosa.

En mi caso, supongo que las películas de Harry Potter, y gran parte del cine actual, acaba reduciéndose a una variante de la arquitectura: la encargada de construir espacios imposibles.

Es lo que más me interesa.

Como un grabado de Piranesi (ver abajo) pero en movimiento.


Otro día te hablamos de Piranesi.

Me divierte también, de esta última película, lo mayorcito que está Harry Potter.

Se nos ha hecho un hombre.

El actor hasta se ha puesto a escribir poesía.

Esta semana, el Daily Mail reprodujo uno de los cuatro poemas que Daniel Radcliffe publicó con el seudónimo de Jacob Gershon cuando tenía 17 años.

Hablaba de un tipo que le ponía los cuernos a su mujer con dos rubias de piernas larguísimas, las dos a la vez, mientras bebía champán.

Ellas eran putas y él, un respetable hombre de negocios que no quería ni aburrirse con los suyos ni enfrentarse a una separación.

Los del Daily Mail le preguntaron a un crítico literario su opinión sobre el poema: alababa la complejidad dramática del personaje, pero no le gustaba ni la rima ni la métrica.

A mí lo que me parece el poema es muy, muy adolescente.

Normal a los 17 años.

Otro de los poemas de Radcliffe estaba dedicado a Pete Doherty, el ex novio yonqui y roquero de Kate Moss.

Mola Pete Doherty.

Tiene canciones muy buenas.

Tan buenas como Time for heroes.

Un tema perfecto para escuchar un lunes de julio en el trabajo.

Escucharlo y llorar.

¿Dónde cojones están los héroes?

¿Quiénes son aquí los héroes?

O mejor, para abrazar a alguien y cantarle eso de:
You know I cherish you my love
Yeah I cherish you my love.
Cantárselo y creéroslo los dos.

Como se lo creía Pete Doherty.

O como se lo creía Kate Moss.

Lo dejamos ya, quizá otro día te hablemos de Doherty. También de él dicen que es poeta.

Pobrecito Peter Doherty, al final no le va a quedar más remedio que matarse para no decepcionar a nadie.

De momento, fíjate en el vídeo, está grabado en Madrid: el metro, Colón y esa habitación de hotel (¿un NH?) con dos groupies adorables.

jueves, 16 de julio de 2009

Un libro que alguien debería escribir (chinos, novela negra y otro poema de Du Fu)


Hoy ha ingresado en la cárcel el asesino de Horta.

Mató a sus tíos y a una prima a martillazos. Luego descuartizó el cadáver de ésta última.

Todos eran chinos.

No ha habido un solo periódico que no recogiera la noticia.

Los cadáveres aparecieron en un bazar (suponemos que un todo a 100), propiedad de los muertos y situado en la calle Dante Alighieri. Sí, Dante. Llevaban días descomponiéndose.

El asesino trabajaba para ellos y dice que fue todo por un conflicto laboral.

Otros, en cambio, creen que el culpable sufría algún trastorno psiquiátrico.

Serán las dos cosas a la vez.

Y seguramente mil más.

Ya hablamos en otra ocasión de los chinos.

Hay un filón literario en ellos.

Ahora que está tan de moda la novela negra, alguien tendría que escribir una historia ambientada en la comunidad china española.

Reúne mil elementos atractivos para el género: la explotación, la precariedad de sus condiciones de vida, el aislamiento, la presencia de mafias...

Los escenarios podrían ser: una tienda de barrio que vende alcohol después de las 22.00, una de esas peluquerías que en realidad sirven de tapadera para un negocio de prostitución, una sucursal bancaria, el casino de Torrelodones.

Hay novelas negras escritas por chinos y ambientadas en China, como las de Diane Wei Liang. Dos de ellas las ha publicado aquí Siruela y las protagoniza una investigadora muy moderna que se supone que representa todas las contradicciones actuales del país.

Pero, que yo sepa, no hay ninguna novela negra de chinos ambientada en España.

Si me equivoco, por favor, que alguien escriba un mensaje o un comentario y lo diga. Me encantaría leerla.

Sí que hay un relato. Se llama Villancico y es de Antonio Jiménez Barca. Aparece en La lista negra (Ed. Salto de Página), un libro de cuentos muy curioso que desde el prólogo se define como: un panorama de las nuevas tendencias del género negro.

Villancico
era un relato navideño, la historia de un policía que renunciaba a las celebraciones familiares para defender de la mafia a una familia de chinos en Madrid.

Demasiado bienintencionado.

Yo pienso en algo más cruel y sangriento, sin buenos ni malos, sólo culpables, todos culpables, en mayor o menos medida.

Y unos cuantos verdugos.

Y un único superviviente.

Ahora viene el poema: Lamento del almizclero, de Du Fu. Lo sacamos del libro Poemas de Tang. Edad de Oro de la poesía china (Ed. Cátedra. Selección y traducción de Chen Guojian).

Una nota a pie de página dice: "el almizclero es famoso por el exquisito sabor de su carne en la cocina china". Nosotros añadimos que el almizclero es una especie de ciervo.

Algo así debió de pasársele al asesino de Horta por la cabeza, pero él se negó a ser devorado por los mandarines, prueba irrefutable de que sufría algún trastorno mental:
Abandoné para siempre los arroyos diáfanos,
y tendré el honor de servir,
junto con otros deliciosos manjares,
en un banquete de los grandes señores.
Si no logro escaparme con la ayuda de las hadas,
¿por qué guardar rencor al cocinero?
En este mundo de caos la vida no vale nada,
y la menor fama puede traerte desgracias.
¡Ay de mí! ¡Esa gente con birretes
de mandarines son puros bandidos,
y me van a devorar vorazmente!
(Hemos hecho trampas: el de la foto no es chino, es coreano. Salía en la película Old boy, muy retorcida, muy cruel, muy buena. Otro día te hablamos de ella.)

martes, 14 de julio de 2009

Vuelta a Madrid y a la realidad (sobre 'El club de los estrellados', de Joaquín Berges)


Vuelvo a Madrid.

Leo un libro de Tusquets.

Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que leí algo de la editorial (ahora, por cierto, celebra su 40 aniversario).

De éste me gusta el título (El club de los estrellados), la foto de la portada y que no sé nada de su autor, Joaquín Berges, es su primera novela.

En la foto sale un tipo joven y atractivo, sentado y desnudo de cintura para abajo. Mira desafiante. Lleva un liguero rojo.

Poco que ver con el protagonista de la novela.

O uno de los dos protagonistas.

El de la historia se llama Francho y es feo, muy, muy feo, mayor que el de la foto. Trabaja como funcionario de correos y heredó de su madre, doña Luisa, una mercería. Vendió el local y se quedó con el género que aún guardaba la vieja. Ahora tiene un armario lleno de bragas, sujetadores y cosas por el estilo. Al volver a casa por las tardes, coge alguna prenda, se la pone y se masturba frente al espejo.

Hay otro protagonista, creo que no se dice su nombre. Es el mejor amigo de Francho. Tiene un bar y se conocen desde niños.

Éste último carece de excentricidades sexuales, que se sepa. Sus aficiones son la astronomía y la música de Bach.

Los dos están solos, muy, muy solos, aunque se tienen el uno al otro.

Una noche Francho se emborracha y le para la policía. Un agente se burla, o le toma el pelo, o hace un comentario jocoso y él le mete una hostia. Acaba detenido y en los calabozos otro tipo le da un sobre en el que pone: "para Koyak".

A partir de ese momento, Francho, porque es empleado de correos o por escapar de su vida, se empeña en llevarle la carta a su destinatario, y el otro, el amigo, entabla una peculiar relación con una mujer llamada Hortensia: la cuidará durante su enfermedad, la instalará en su casa y hará lo que sea con tal de tenerla cerca...

Hasta ahí, el argumento, o lo que se puede contar de él.

El club de los estrellados tiene cosas muy buenas.

Sus personajes son feos y creíbles, gente normal, cada uno con sus manías y sus perversiones. Berges podía haber caído en la caricatura. O el friquismo. Pero no.

Berges sabe tratarles. Y se agradece: no es ni cruel ni baboso. No se ríe de ellos, no los convierte en objeto de mofa, no carga las tintas, no les ahoga en caspa, pero tampoco los compadece ni los idealiza ni los quiere proponer como modelos de nada.

Son sólo personas: con su dignidad, sus miserias, sus fracasos y sus grandezas. Como tú o como yo.

Y a estos dos tipo tan cotidianos, tan grises a simple vista (sólo a simple vista) les embarca en una de esas epopeyas contemporáneas que tanto nos gustan.

En este caso, la epopeya consiste en huir de la soledad y del aislamiento, abrirse al amor, o algo que se le parece, descubrir un cuerpo, otro cuerpo al que se mira y se desea, aunque se haga de las formas más extrañas, o más torpes, o más desesperadas.

La epopeya es, por supuesto, absurda, como toda epopeya contemporánea. Absurda y disparatada.

Pero sólo en los métodos. O sólo vista desde fuera.

Berges hace creíbles las dos historias que avanzan en paralelo, la del fetichista y la de dueño del bar. El primero entra a saco en un mundo de putas, chulos y mafiosas. El segundo se mete en un amor imposible y mudo, mientras trata de desentrañar los misterios que rodean a esa mujer que tanto desea pero a la que apenas conoce.

Hay cierto tono melancólico, pero también mucha ironía.

Hay paralelismos entre las dos historias principales y las de otros personajes que aparecen por ahí, hay seguramente eso que llaman juegos de espejos. Y otras cosas parecidas. Pero no molestan, encajan en la novela.

Y luego está lo malo, lo que no nos ha gustado: su afán por describir. Y lo que es peor, Berges se pone a mirar el mundo, lo "observa" todo, y encima lo piensa en voz alta, y lo que resulta imperdonable, nos lo cuenta y llena la novela de reflexiones y sentencias.

Íbamos a poner un ejemplo, pero no. Hay muchos donde elegir y el problema es precisamente la acumulación.

Alguien tendría que haber cortado el manuscrito, pulirlo, es una pena.

Empieza muy bien, pero luego te atascas, a ratos, no consigues avanzar.

Hay cosas que es mejor mostrar, sugerir, dejar que el lector llegue a sus propias conclusiones.

No explicitar.

Y tampoco es que las reflexiones, descripciones, observaciones y sentencias aporten gran cosa, como sí aportan los personajes, ya lo hemos dicho, o la historia.

Al acercarse al final, el ritmo vuelve a subir.

Te reconcilias con el libro.

Merece la pena, te dices.

Terminanos El club de los estrellados y ya ni nos acordamos del fin de semana ni de la playa. Estamos de lleno en la realidad.

A otros, quizá, les descubra un nuevo pasatiempo: imaginar quién de todos los tíos que hay a su alrededor lleva unas bragas de seda roja debajo de los pantalones.

viernes, 10 de julio de 2009

Una postal desde la playa (y un fragmento de Rimbaud)


Hoy empieza la Semana Negra de Gijón.

Miro por encima el programa: tienen un montón de cosas apetecibles.

Estoy cerca, pero no pienso acercarme.

Estoy en la playa.

En mi playa.

Venir aquí no es viajar.

Venir aquí es como volver a casa.

Suponiendo que aun hubiera una casa.

Y suponiendo que volver a ella mereciera la pena.

A mí esta playa siempre me recuerda a Rimbaud, a eso que decía él: "Lo mejor es un sueño muy borracho junto al mar".

Corto y pego un poco más de Una temporada en el infierno, de la traducción de Gabriel Celaya con algunos cambios míos. Lo saco de Poesía completa, editado por Visor. También tienes una versión en Internet:
Estoy en la playa armoricana. Que las ciudades se iluminen en la noche. Mi jornada está terminada; dejo Europa. El aire marino quemará mis pulmones; los climas perdidos me curtirán. Nadar, triturar la hierba, cazar, fumar sobre todo; beber licores fuertes como el metal hirviendo, –como hacían esos queridos antepasados alrededor de las hogueras.
Volveré con los miembros de acero, la piel sombría, el ojo furioso: por mi máscara se me juzgará de la raza fuerte. Tendré oro: seré vago y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces inválidos cuando vuelven de los países cálidos. Me mezclaré en los asuntos políticos. Salvado.
Ahora estoy maldito. Tengo horror a la patria. Lo mejor es un sueño muy borracho junto al mar.

miércoles, 8 de julio de 2009

Esplendor en la hierba (el Sr. Chinarro publica un libro, o sea, Antonio Luque)



Nos gusta que nos sorprendan, aunque sea para mal.

Nos gusta que nos motiven hasta el punto de sentarnos delante del ordenador y ponernos a teclear para compartir nuestras impresiones con cualquiera que se pase por aquí.

Nos gusta que nos engañen y que nos hagan creer que lo que estamos leyendo es diferente, y merece la pena, y tiene algo.

Ese algo que lo distingue del millón de libros parecidos, o idénticos, que ya han sido escritos.

Aunque sea una frase.

Aunque sea para cagarnos en la pobre madre de su autor.

Aunque sea para olvidarlo a los 10 minutos y saltar a otro libro.

O a cualquier otra cosa.

Todo esto viene a cuento de lo último que hemos leído.

Era una buena novela.

Bien construida, bien escrita, capaz de transmitirnos cosas, como un poco de miedo o mucho mal rollo.

Nos la acabamos.

Pero no nos aportó nada.

Es como si ya la hubiéramos leído 20 o 30 veces antes.

Resultaba previsible, muy previsible, y parecía como hecha con retazos: un poco de esto, un poco de aquello.

Recordaba a demasiadas cosas.

No merece la pena hablar de ese libro, ni siquiera citarlo.

Ayer, en cambio, sí que ocurrió algo que nos sorprendió.

De entre los distintos mails que estamos recibiendo estos días con información sobre los libros que se publicarán a partir de septiembre (próximamente haremos algunas entradas al respecto), uno hablaba de alguien que nos gusta: Antonio Luque.

Antonio Luque tiene un grupo que se llama Sr. Chinarro.

O Antonio Luque es el Sr. Chinarro, pero por timidez, se hace rodear de otros músicos.

Sr. Chinarro por el personaje de Los payasos de la tele.

Estaba Gaby, Fofó, Miliki...

Y estaba el Sr. Chinarro, que era ese señor serio, calvo, con traje y que siempre acababa con una tarta estampada en la cara.

Este Chinarro no tiene tarta pero es también serio, muy, muy serio.

Y feo, con una pinta de lo más normal.

No parece una estrella del rock.

No va de eso.

De hecho, antes, creo que hasta hace muy poco, trabajaba como jefe de no sé qué en la fábrica de los bollycaos.

No es coña.

Nos gusta la gente que disimula.

Incluso la gente que se esconde.

Nos gusta la gente que no es lo que parece.

O la gente que parece todo lo contrario de lo que es.

Nos gusta la gente que se niega a seguir determinados juegos y prefiere hacerlo a su manera.

El Sr. Chinarro es uno de esos: va a su rollo y tiene talento.

De él, todo el mundo dice que es surrealista.

Y seguro que no mienten.

Pero es también divertido.

La ironía, entre los modernos, no se estila.

Al humor se le mira mal en los libros, pero en la música ya ni hablamos.

El Sr. Chinarro era muy, muy oscuro.

Pero de repente, le dio por hacerse gracioso y escribió versos tan desesperados, reales y divertidos como el que sigue (de la canción Morado):
Eres atractiva y casi nunca para mí,
como un billete de 500.
Necesitas cambio, alguna compra, otro color,
como un billete de 500.
El Sr. Chinarro tiene fama de escribir muy bien (y es cierto), de ser muy "de culto", y hasta Fernández Mallo, el de las Nocillas, se declara fan suyo.

Luego el Sr. Chinarro concede borracho una entrevista a su colega Erik, el batería de Los Planetas, y con su carilla se Koala suelta algo tan increíble como:
Hay carreteras incluso en el cielo
Ahora parece que se ha puesto a escribir y va a publicar en septiembre algo con la editorial Alpha Decay.

El libro se llama Socorrismo.

Cortamos y pegamos del mail de la editorial:
Por fin Antonio Luque se pasa al bando de la literatura. En su debut, el líder del grupo Sr. Chinarro nos obsequia con dos relatos, Socorrismo y La Mina, en los que el realismo burlesco de Mortadelo y Filemón se combina con la mejor sorpresa lírica. En el primer relato, que da título al libro, Luque nos ofrece una historia de amor mágica y doliente entre dos tocayos, Augusto (de Valencia, España) y Augusta (de Valencia, Venezuela), ingeniero aristotélico él y afrodita nacida de las aguas ella. En el segundo relato, La Mina, Luque relata las aventuras y desventuras acontecidas en un pueblucho cuyos habitantes, de una u otra manera, están vinculados a la mina del lugar. A través de su visión afilada, el autor ensarta con ingenio refranero las tertulias en el Bar Petardo, las andanzas del Club de fútbol Atlético Minero y los peligrosos peligros de la cianuración. El mejor Antonio Luque en estado puro.
En ese mismo sello y ese mismo mes, publicará otro relato dentro del libro Matar en Barcelona.

Ojalá no esté bien escrito, ojalá no esté bien construido, ojalá nos sorprenda, ojalá tenga algo que decir.

Y si la caga, no importa, le seguiremos escuchando de todas formas.

(Hemos abierto con Esplendor en la hierba, una canción suya que en su día nos obsesionó. Fue una época extraña. Cerramos con otro tema sin vídeo, pero que es uno de nuestros preferidos. No sé muy bien por qué. Se llama Dos besugos.)

martes, 7 de julio de 2009

La apoteosis del monstruo (bostezos en el funeral de Michael Jackson y entusiasmo ante 'Las primas', de Aurora Venturini)



Escribo con la televisión encendida.

Me llega como ruido de fondo el funeral de Michael Jackson.

Hablan de un ataúd de oro: la apoteosis del monstruo.

Monstruo, entendido aquí, como lo extraño, lo diferente llevado hasta el último extremo, lo que rompe todas las leyes y todas las normas.

Monstruo entendido como una metáfora de la aberración, ese concepto tan antiguo y peligroso en el que se confunde lo moral con lo físico.

No juzgamos a Jackson.

Nos importa una mierda Jackson.

Juzgamos, o mejor, tratamos de describir lo que él representa, su imagen pública: ese despropósito de la cirugía estética, el negro que quería ser blanco, el adulto que "duerme" con niños.

Y aún así, nos sigue interesando bien poco.

Nadie ha sido capaz de "contárnoslo" bien.

O nosotros no hemos llegado a entenderlo.

Si todo monstruo exige siempre una respuesta por nuestra parte (miedo, horror, fascinación, asco...), éste último espectáculo de Jackson sólo nos produce un inmenso bostezo.

Pero hay otros monstruos.

Los de Aurora Venturini, por ejemplo, una señora muy mayor, de 87 años, que ha escrito Las primas (Ed. Caballo de Troya) una de las novelas más extrañas, sorprendentes, crueles y tiernas que hemos leído en mucho tiempo.

Sí, cruel y tierna a la vez, como debe ser.

Y como asegura la editorial en su catálogo. Esta vez no mienten.

La anécdota cuenta que en 2007 Venturini se presentó con seudónimo a un premio argentino que se llama Nueva Novela.

Se presentó y lo ganó.

Cuando abrieron la plica, todo el jurado (con gente como Rodrigo Fresán o Alan Pauls) flipó al ver la edad de la buena señora.

Esa es la anécdota, luego viene lo importante, el libro: una retrasada mental, Yuna López, también conocida como Yuna Riglos, nos cuenta su historia y la de su familia. Todos están tarados física, mental y/o moralmente. Casi siempre las tres cosas a la vez.

Hay una hermana con brazos y piernas muy cortos que va en silla de ruedas, se caga y se mea encima y casi ni habla. Hay una prima enana y puta. Hay otra prima con seis dedos en cada pie que se queda embarazada siendo casi una niña. Hay un tía histérica y que permanece virgen a pesar de haber estado casada. Hay personajes muy normales, y hasta guapos, pero que luego son los peores. Hay, hay, hay...

Hay, sobre todo, una voz que resulta creíble. Y más que eso, que desprende autenticidad, cualidad rarísima en los libros y que nos entusiasma cada vez que la encontramos. Yuna habla, o mejor, escribe, se atasca en cada punto y en cada coma, recurre al diccionario cada dos por tres tratando de explicarse, avanza y avanza en su relato y en su vida, y cuánto más escribe, más se va alejando de esa familia y ese entorno terrible, de los abusos sexuales, los abortos, los crímenes, los amores enfermos, las venganzas, los odios...

Las primas es una novela cruel, ya lo hemos dicho. Cruel y sórdida. Es una historia de monstruos. A ratos también divertidísima, pero insistimos en la ternura, en la forma en que Venturini nos obliga, casi como si nos cogiera por el pescuezo, a querer a esa pobre Yuna, llena de talento e ingenuidad, engañada y traicionada por todos, la misma Yuna que odia a los suyos, y les desea la muerte, que hunde la cara de su hermana en la sopa o la golpea con la cuchara mientras le da de comer.

Yuna es y se sabe un monstruo. Pero Yuna lucha por salvarse y Yuna nos recuerda por qué necesitamos y nos gustan las historias de monstruos: porque nos hablan de nuestros temores y nuestras pesadillas, de nuestro lado más oscuro y de todas esas cosas que de otra forma jamás seríamos capaces de reconocer, de todo lo malo que llevamos dentro. O sea, de nosotros mismos.

El ataúd de oro de Michael Jackson, en cambio, sigue sin decirnos nada.

Ya se lo han llevado. Deben de haber ido a enterrarlo.

(Hoy estamos demasiado cansados para buscar una foto en condiciones. Pero a la primera hemos encontrado algo mejor: La parada de los monstruos (Freaks), la película que nos venía una y otra vez a la cabeza mientras leíamos Las primas, igual de horrible e igual de tierna. Aquí puedes verla entera, pero no de dejes de leer a Venturini. Sería una pena.)

domingo, 5 de julio de 2009

El resplandor (la jaqueca como experiencia mística)


Iba a escribir el viernes.

Pero me pudo la jaqueca.

Jaqueca o migraña.

Da igual mientras no la confundas con un simple dolor de cabeza.

La jaqueca es un fogonazo, un resplandor, un exceso de luz dentro de ti.

Y luego ya viene todo lo demás: las nauseas, la pérdida de visión, la fiebre, las alucinaciones, las sensaciones extrañas, el dolor de cabeza...

Existen mil síntomas y variantes.

Pero lo primero, lo fundamental, es el resplandor.

Cuando empiezas a ver lucecitas.

O cuando sólo puedes ver algo brillante, muy, muy brillante, como una bombilla de mil watios delante de tus ojos.

Hay quien cree que las jaquecas son experiencias místicas.

Y hay quien confunde una jaqueca con Dios.

Corto y pego de Migraña, de Oliver Sacks (Ed. Anagrama. Traducción de Gustavo Dessal y Damián Alou):
La literatura religiosa de todas las épocas está repleta de descripciones de «visiones», en las que junto a los sentimientos más sublimes e inefables se experimenta una radiante luminosidad (William James habla de «fotismo» en este contexto). Resulta imposible asegurar, en la mayoría de los casos, si la experiencia representa un éxtasis psicótico o histérico, el efecto de una intoxicación o una manifestación epiléptica o migrañosa. Una excepción única la constituye Hildegard de Bingen (1098-1180), una monja y mística de excepcional inteligencia y talento literario que experimentó incontables «visiones» desde la primera infancia hasta el final de su vida, y nos dejó exquisitas narraciones y figuras acerca de ellas en los dos códices manuscritos que han llegado hasta nosotros: Scivias y Liber Divinorum operum simplicis hominis.

Una atenta consideración de estas imágenes y narraciones no deja lugar a dudas por lo que se refiere a su naturaleza: son irrebatiblemente migrañosas, e ilustran, sin duda, muchas de las variantes del áurea visual anteriormente discutidas.
Y a continuación, Sacks transcribe algunos de los textos de Hildegard de Bingen y sus visiones:
La luz que veo no está localizada, pero es más brillante que el sol; no pude examinar su altura, longitud o anchura, y la llamo «la nube de la luz viviente». Y al igual que el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, igual los escritos, dichos, virtudes y obras de los hombres brillan en ella ante mí...

A veces, dentro de esta luz, contemplo otra que llamo «La Luz Viviente en sí misma»... Y cuando la contemplo, toda tristeza y dolor desaparece de mi memoria, y vuelvo a ser una simple doncella y no una anciana.
Yo el viernes no tuve visiones.

Sólo alguien, en todo caso, que apareció ante mí con una camiseta roja.

No era Hugo Chávez.

Ni siquiera el diablo.

Me habló de sus amigos presos y de los crímenes que habían cometido.

Me habló de su pistola.

Me habló de una virgen que se aparece en un pueblecito de Bosnia.

La Virgen, dijo, viene aquí para convertir a la gente como tú: los que estáis destruyendo Occidente.

Y me prometió que algún día me llevaría a verla.

Yo le contesté que sí, que encantado, que si algo me gusta en esta vida son las experiencias místicas.

Las colecciono.

Pero eso, todo eso, ya fue por la noche, cuando habían desaparecido las nauseas, la fiebre y sobre todo, la luz.

Cualquier posibilidad de luz.

A esas horas, lo único que quedaban eran gin tonics muy, muy pijos: Martin Miller´s con Fever Tree.

(La foto de hoy es del archivo de la revista Life. Fue tomada en marzo de 1955, durante una prueba nuclear en el desierto de Nevada. La explosión estaba a 40 millas del sheriff que aparece en primer plano.)

miércoles, 1 de julio de 2009

Verano fatal (y un poema de Kavafis)



Ser o no ser.

He ahí la cuestión.

Aunque tampoco conviene dramatizar.

A veces se puede ser a ratos.

Es verano, hace calor y como los malos estudiantes, nos hemos quedado sin vacaciones.

La crisis.

Nos pasaremos todo julio y agosto trabajando.

Trabajar, trabajar, trabajar.

De forma reglada: madrugar, cumplir un horario, aburrirse en una redacción.

Mientras muchos de vosotros, cabrones, os vais de vacaciones.

No, no abandonamos el blog.

Todavía no.

Pero se acabaron las entradas diarias.

En principio y en verano.

La idea es escribir unas cuantas veces por semana: cuando se pueda.

Lo decimos sobre todo por los fieles, los cuatro pringaos que leen esto a diario.

Seguid entrando, seguid apareciendo por aquí y seguro que tenéis suerte y os encontráis algo nuevo.

Gracias a todos.

Y un poema de Kavafis, Konstantino Kavafis, o Constantino Cavafis, cada uno lo escribe a su manera.

Es de Poesías completas (Ed. Hiperión. Traducción de José María Álvarez), un libro robado precisamente una noche de verano en una casa de la calle Ayala de Madrid. Se llama Pueblo deprimente:

Pueblo deprimente éste donde trabaja –
empleado en un comercio,
él que es joven– y donde debe esperar
aún dos o tres meses,
dos o tres meses hasta terminar el negocio
y poder regresar a la ciudad y entregarse
a su movimiento y a sus diversiones;
pueblo deprimente éste donde espera.
Yace sobre su cama devorado por el amor,
toda su juventud despierta por el deseo de la carne,
con la tensión maravillosa de la bella juventud.
Y en el sueño le llega la delicia: en su sueño
ve y abraza la carne, el cuerpo que desea...