jueves, 6 de agosto de 2009

Hiroshima (testimonios de la masacre)


El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos arrojó sobre Hiroshima la primera bomba nuclear de la historia.

Un año después, John Hersey recogió el testimonio de seis supervivientes en un reportaje para la revista The New Yorker.

Debolsillo acaba de reeditarlo con el título de Hiroshima. La traducción es de Juan Gabriel Vásquez e incluye un capítulo final escrito por Hersey en 1985, cuando volvió allí para averiguar qué fue de las personas cuya historia había contado.

Corto y pego una de las escenas que se produjeron el día del bombardeo:
Sobre el banco de arena, el señor Tanimoto encontró unos veinte hombres y mujeres. Acercó el bote a la arena y les pidió que subieran a bordo de inmediato. Pero no se movieron, y él se dio cuenta de que estaban demasiado débiles para levantarse. Se agachó y tomó la mano de una mujer, pero su piel se desprendió en pedazos grandes, como un guante. Esto lo afectó tanto que tuvo que sentarse un momento. Después regresó al agua; a pesar de ser un hombre pequeño, él solo levantó a varios hombres y mujeres que estaban desnudos y los llevó a su bote. Sus espaldas y sus pechos eran pegajosos y el señor Tanimoto recordó con desazón las quemaduras que había visto a lo largo del día: amarillas primero, luego rojas e hinchadas y la piel desprendida, y al final de la tarde, hediondas. Ahora que había subido la marea, su caña de bambú se quedaba corta y tenía que avanzar remando todo el tiempo. Sobre la otra orilla, en un arenal más alto, levantó los cuerpos viscosos y aún vivos y los subió por la pendiente para alejarlos del agua. Tenía que hacer un esfuerzo consciente por repetirse: "Son seres humanos".

Fueron necesarios tres viajes para llevarlos a todos al otro lado del río. Cuando hubo terminado, decidió que debía descansar un poco, y regresó al parque.

Caminando en la oscuridad, el señor Tanimoto se tropezó con alguien, y alguien más dijo con enojo: "¡Cuidado! Ahí está mi mano". Avergonzado de haber hecho daño a una persona herida, apenado por ser capaz de caminar erguido, el señor Tanimoto pensó de repente en el barco hospital que no llegaba aún (nunca llegaría), y sintió por un instante una ira ciega contra la tripulación del barco y luego contra los doctores. ¿Por qué no venían a ayudar a esta gente?
Casi como si quisiera responderle, al señor Tanimoto y a sí mismo, a tantas y tantas víctimas y supervivientes, Michihiko Hachiya dejó también su testimonio en Diario de Hiroshima de un médico japonés (6 de agosto - 30 de septiembre de 1945), editado por Turner, con prólogo de Elias Canetti y traducción del inglés de J. C. Torres.

Corto y pego otra vez:
El día entero habían llegado hasta mí detalles sobre la destrucción de Hiroshima, sobre las escenas de horror presenciadas. Había visto a mis amigos heridos, sus familias disgregadas, sus hogares destruidos. Conocía los problemas que debía afrontar nuestro personal y sabía cuán valerosamente habían luchado contra fuerzas sobrehumanas. Estaba al tanto de lo que debían soportar los pacientes, de la fe que tenían en esos médicos y enfermeras cuya impotencia, pese a que ellos no lo sabían, igualaba la suya propia.

Gradualmente, mi capacidad de comprender la intensidad de su sufrimiento, de compartir con ellos el dolor, la frustración y el horror fue menguando de tal forma que me encontré de pronto aceptando cuanto me habían contado con ecuanimidad y una desaprensión que no habría creído posible jamás.

Dos días habían bastado para que me sintiera cómodo en aquel ambiente de caos y desesperación.

Me sentía solo, pero mi soledad era como la de un animal. Mi ser se volvió parte de la oscuridad de la noche. No teníamos radios, ni luz eléctrica, ni siquiera una vela. La única luz que me llegaba era la reflejada en sombras inquietas por la ciudad en llamas; los únicos sonidos, los lamentos y sollozos de aquella marea humana dolorida. De vez en cuando un moribundo llamaba a su madre en mitad del delirio, o la voz de un doliente balbuceaba la palabra exaiyo: "el dolor es intolerable; ¡no puedo resistirlo!".

¿Qué clase de bomba era la que había destruido Hiroshima? ¿Qué habían dicho antes mis visitas? Cualquiera que fuese la respuesta, parecía una locura.
Dos días después, Nagasaki también fue bombardeada.

Sólo durante los primeros meses, se calcula que murieron entre 90.000 y 140.000 personas en Hiroshima, y unas 80.000 en Nagasaki.

Nadie fue juzgado por crímenes de guerra ni contra la humanidad.

Aún hoy, muchos siguen justificando la destrucción de ambas ciudades.

Paul Tibbets, piloto del B-29 que bombardeó Hiroshima, presumía de no haber dejado de dormir ni una sola noche desde que "hizo lo que tenía que hacer".

(Pie de foto: La imagen pertenece al archivo de la revista Life. Dos supervivientes de Hiroshima esperan a ser atendidos por el médico en octubre de 1945.)

No hay comentarios: