Hay quien cree que el nihilismo es esto:
O sea, un tipo deprimido y que dice que se quiere morir, según algunos a modo de chiste, pero que sí, que lo hizo, que se pego un tiro ayer hizo justo 16 años.
Pero a mí lo que me asusta, lo que de verdad me parece nihilista y alejado de cualquier valor, y que se caga en todo, y que no respeta nada, y que anuncia el fin del mundo (sí, sí, ya sé que exagero, y que parezco una abuela) es esto:
O sea, un tipo que está al borde de la bancarrota, que quiere vender batidoras pero que se ha quedado desfasado, y un buen día tiene una idea: mete no sé qué en una de sus batidoras y la batidora lo reduce a polvo.
Luego se graba a sí mismo, lo cuelga en Internet y se convierte en una estrella.
El chiste funciona y ya da igual vender batidoras o no: hay otras fuentes de ingresos mucho más rentables.
Y por su batidora va pasando todo lo que cae en sus manos y todo queda reducido a polvo: teléfonos móviles, pelotas de golf, esquís, juguetes, diamantes...
Y cuánto más caro o cuánto más deseado o cuánto más duro, mejor.
El mismo día que el ipad se puso a la venta, el tipo éste lo metió en su batidora.
Destrucción, destrucción, destrucción.
Es una gran metáfora del capitalismo posposmoderno: un mundo que produce y produce mercancías (o quizá ya sólo produzca símbolos e ideología) para inmediatamente destruirlas, una economía basada en el despilfarro, la violencia y la destrucción generalizada, tan generalizada que ya ni siquiera podemos verla, no la distinguimos, la consideramos normal.
Tan generalizada que los vertederos cada vez se parecen más a los supermercados.
Y viceversa.
Y quizá, llegados a este punto, sólo queda un último desplazamiento posible: que los campos de batalla dejen de estar ocultos detrás de las estanterías de los supermercados y sus crímenes, sus violaciones, y toda la sangre del mundo nos salpique la cara.
Destrucción para producir.
Destrucción para vender un poquito de humo.
Destrucción para renovar la mercancía y que la rueda siga girando.
Destrucción como espectáculo, todo visualmente muy atractivo, incluso simpático, gracioso, ja, ja, ja, tronchante.
Destrucción que fascina y que no puedes dejar de mirar.
Destrucción, destrucción, destrucción.
Y yo, sí, debería hablar de libros, incluso tengo algunos leídos y buenos, y tal.
Prometo hacerlo el próximo día.
martes, 6 de abril de 2010
domingo, 4 de abril de 2010
¿Eres un oportunista? (algunas cosas que la semana santa nos dejó)
Iba a escribir de un libro.
Y hasta de dos.
Pero se ha hecho tarde.
En lugar de eso, un vídeo.
Es una escena de la película Soul Kitchen, dirigida por Fatih Akin:
No es tan buena como Contra la pared (Gegen die Wand), también de Akin, pero tiene gracia.
Yo me he pasado toda la semana santa viendo películas de Akin.
Y escuchando esta canción que descubrí en un blog que se llama gintonicdream:
También he leído.
Primero lo intenté con Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac y editado por Alpha Decay.
Le tenía muchas ganas.
Todo el mundo hablaba maravillas de esa novela.
Al principio, me pareció irónica, inteligente, llena de talento, con un punto sofisticado...
Pero luego todo cambió y empezó a aburrirme y a irritarme.
Como no la acabé, no diré más.
La dejé en la página 105 (de 275).
De ahí, salté a otra primera novela, Desorientación, de Elisa Iglesia, y editada por Caballo de Troya.
Esa sí que me gustó.
Mucho.
El próximo día hablo de ella.
Entre tanto, una última reflexión de Simone Weil (de La gravedad y la gracia):
Y hasta de dos.
Pero se ha hecho tarde.
En lugar de eso, un vídeo.
Es una escena de la película Soul Kitchen, dirigida por Fatih Akin:
No es tan buena como Contra la pared (Gegen die Wand), también de Akin, pero tiene gracia.
Yo me he pasado toda la semana santa viendo películas de Akin.
Y escuchando esta canción que descubrí en un blog que se llama gintonicdream:
También he leído.
Primero lo intenté con Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac y editado por Alpha Decay.
Le tenía muchas ganas.
Todo el mundo hablaba maravillas de esa novela.
Al principio, me pareció irónica, inteligente, llena de talento, con un punto sofisticado...
Pero luego todo cambió y empezó a aburrirme y a irritarme.
Como no la acabé, no diré más.
La dejé en la página 105 (de 275).
De ahí, salté a otra primera novela, Desorientación, de Elisa Iglesia, y editada por Caballo de Troya.
Esa sí que me gustó.
Mucho.
El próximo día hablo de ella.
Entre tanto, una última reflexión de Simone Weil (de La gravedad y la gracia):
Trabajar cuando se está agotado es volverse sumiso al tiempo, como la materia. El pensamiento está obligado a pasar de un instante al siguiente sin poder agarrarse al pasado ni al futuro. Eso es obedecer.Feliz semana.
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miércoles, 31 de marzo de 2010
Cosas que hacer en Madrid cuando estás muerto (Warren Zevon, Jaime San Román, Simone Weil y Hunter S. Thompson)

Hoy empezamos por el final: el título es un plagio, o un homenaje, de Warren Zevon y su Things to do in Denver when you're dead.
Luego pongo el vídeo.
Me obsesiona cómo empieza esa canción.
Igual que en los viejos tiempos, la escucho una y otra vez, una y otra vez.
Esa parte que dice (traduzco libremente): "Llamé por teléfono a mi amigo LeRoy y le dije: colega, me da miedo estar solo, tengo algunas ideas extrañas en mi cabeza sobre las cosas que hacer en Denver cuando estás muerto".
Y ahora, el principio.
La foto es de Jaime.
Jaime es Jaime San Román, aquí siempre que se habla de Jaime sin apellidos es él.
Jaime, lo pensaba el otro día, sólo fotografía fantasmas.
Jaime, quiero decir, te recuerda eso en lo que consiste la fotografía: parar el tiempo, robarle el alma a alguien.
Su alma tal y como es: sucia y triste.
Pero es que Jaime cada vez lo hace mejor, sus fotos, su forma de matar a quien se le pone delante, ya sea persona, paisaje o niño que viaja dormido en el autobús.
Y su frialdad, su distancia y su aspereza (siempre repito este adjetivo).
Pienso en eso, pienso en Warren Zevon y pienso en Madrid muerto dentro de unas horas.
Todos os habréis marchado.
Quedaremos los fantasmas de Jaime y quedaré yo.
Leeré a Simone Weil para que me recuerde por qué no me largo yo también.
Sobre todo (corto y pego de La gravedad y la gracia, editado por Trotta y traducido Carlos Ortega):
Dos concepciones de infierno. La corriente (sufrimiento sin consuelo); la mía (falsa beatitud, creer equivocadamente que se está en el paraíso).Y en otro orden de cosas:
La contradicción sentida en el fondo del ser es el desgarro, es la cruz.Simone Weil era judía, aunque luego se hizo cristiana y mística.
Simone Weil era comunista (o más o menos comunista), aunque vino a nuestra guerra a luchar con Durruti.
A Simone Weil tanta piedad la acabó matando: huyó de Francia y de los nazis para dejarse morir en un hospital inglés.
Podría decir que Simone Weil fue una narcisista (por dejarse morir), pero no quiero frivolizar con ella.
Ahora viene la canción y el que sale todo el rato en las fotos es Hunter S. Thompson porque era muy amigo de Warren Zevon, el que canta, y porque es un homenaje de uno de sus fans en el tercer aniversario de su muerte.
Hunter S. Thompson ni fue místico ni fue rojo ni se dejó morir.
Hunter S. Thompson fue periodista (inventó el periodismo gonzo), aficionado a las drogas y se pegó un tiro.
Dejó (entre otras) Miedo y asco en Las Vegas, Los Ángeles del Infierno, El Derby de Kentucky es decadente y depravado, y una bonita nota de despedida titulada La temporada de fútbol ha terminado (traduzco libremente):
No más juegos. No más bombas. No más paseos. No más diversiones. No volveré a nadar. 67. Son 17 más que 50. 17 más de los que necesitaba o quería. Aburrido. Estoy siempre gruñendo. No es divertido - Para nadie. 67. Te estás volviendo avaricioso. Actúa según tu edad. Relájate - No dolerá.No fue un suicidio.
Fue como los elefantes viejos, cuando deciden no dar más el coñazo y se retiran para morir en soledad.
Sin dramas.
Y luego, le hicieron una gran fiesta, con fuegos artificiales, el Mr. Tambourine Man y un cañón de 47 metros de altura que lanzó sus cenizas sobre todos los colegas.
Podría decir que Hunter S. Thompson fue un megalómano, pero con él tampoco quiero frivolizar.
El que le pagó el cañón y la fiesta-funeral al viejo Hunter fue su colega Johnny Depp.
Deep, deep, superdeep.
Y ya, lo dejo.
Es todo muy fúnebre hoy, y muy siniestro.
Lo sé y lo siento.
Pero es que estamos en Semana Santa.
Todos os vais y yo me quedo.
Con las calles llenas de crucificados, nazarenos y mujeres que lloran a sus hijos muertos.
Es lo que tiene el catolicismo.
Pero el sábado será de Gloria.
Y el domingo, de Resurrección.
De eso no me cabe ninguna duda.
A cuidarse y a divertirse.
Cuando volváis, yo seguiré aquí.
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domingo, 28 de marzo de 2010
Mamá Siberia, perdóname la vida 2 (reseña de 'Educación siberiana', de Nikolái Lilin)
Leo Educación siberiana, de Nikolái Lilin, editado por Salamandra y traducido por José Manuel Salmerón.
Ya avancé lo mucho que me había gustado.
Educación siberiana es, por lo visto, la historia de su autor, nacido en 1980 en una de esas extrañas y fantasmagóricas repúblicas soviéticas, o ex soviéticas, Transnistria, donde fueron deportados los urcas siberianos, entre los que él se crió.
Los urcas siberianos son una comunidad de ladrones que siguen sus propias normas.
Normas como ésta, corto y pego:
Nuestros mayores nos educaban bien.Y, en efecto, los urcas se dedicaban a asaltar bancos, furgones blindados y los trenes que iban a Sibería y volvían cargados de todo tipo de mercancías y materias primas.
Para empezar, nos enseñaban a respetar a todos los seres vivos, categoría en que no entraban los policías, las personas relacionadas con el gobierno, los banqueros, los usureros y todos aquellos que ostentaban poder económico y explotaban a la gente sencilla.
Los urcas son mafiosos muy crueles que aprenden desde niños que algún día morirán y mientras, que tarde o temprano, tendrán que matar, así que sus padres, abuelos y tíos se los llevan, por ejemplo, al matadero para que se familiaricen con la sangre y se ejerciten clavando sus navajas a los animales abiertos en canal y que cuelgan de los ganchos.
Toda la comunidad está muy unida, como una familia, y siguen a raja tabla un código de honor basado en el respeto, la valentía, la amistad y la entrega. Y decenas de ritos, supersticiones y costumbres, algunas divertidísimas, como la de negarse a hablar con los policías y utilizar a sus mujeres como intermediarias cuando van a detenerles.
Guardan sus armas junto a los iconos religioso, desprecian el dinero y las posesiones materiales, y cubren sus cuerpos de tatuajes con los que están contando una historia, su propia historia, a quien los sepa leer.
El tono de Educación siberiana oscila entre el de unas memorias, el de un reportaje y el de una novela de aventuras, o de iniciación, o una de esas historias de mafiosos en las que resulta imposible no sentirte fascinado por ellos, por su poder y por su extraña forma de vivir al margen de todas esas convenciones que a diario putean y limitan a cualquier 'ciudadano decente'. Porque ellos, y en esto son iguales los urcas que Los Soprano, por citar un ejemplo, hacen muchas de esas cosas que a cualquiera, ante determinadas situaciones, le gustaría hacer, como vengar una violación.
Lilin dice que no es escritor, pero miente. O se equivoca. Lilin es un narrador cojonudo, de una eficacia impresionante, capaz de mezclar mil historias y personajes. Lilin tiene ritmo, nunca aburre y transmite mil matices, desde la ternura hasta la violencia más extrema.
Lo que no hace Lilin es poesía y se agradece. Educación siberiana es un libro violento y duro, pero no insoportablemente violento ni insoportablemente duro.
Con un par de excepciones. Sobre todo, el capítulo dedicado a su estancia en una cárcel para niños, que harán bien en saltárselo los lectores más sensibles. Aquí, como en otras escenas de gran violencia, la peor parte le corresponde al Estado y a la Ley. Y es que son precisamente sus servidores los que cometen los actos más terribles y da igual que sean policías estalinistas torturando a una madre junto a sus dos hijos que soldados rusos en Chechenia o funcionarios de prisiones que se dedican a prostituir, violar y grabar en vídeo a los menores de los que deberían cuidar en la capitalista y democrática Rusia actual.
¿Y todo esto es real o Lilin se lo está inventado?
La pregunta surge de forma inevitable mientras vas leyendo el libro.
Yo creo que es real, o más o menos real, o bastante real con determinadas licencias.
Más que nada porque Educación siberiana está lleno de silencios. Lilin, que después de crecer con los urcas estuvo en la guerra de Chechenia y en la actualidad trabaja como tatuador en Italia, pone muchísimo cuidado para no comprometer en ningún momento a los suyos a la hora, por ejemplo, de dar detalles sobre sus golpes. O con la figura de su padre, del que casi no aporta datos: mató a un par de policías, estuvo en la cárcel, luego vivió en Grecia, poco más.
También se muestra muy comedido al hablar de sexo.
Y de amor, lo que sorprende al tratarse de una relato de iniciación.
Pero es que los urcas son puritanos y jamás hablan de eso ni de dinero.
Lo que sí hacen los urcas es utilizar todo tipo de fórmulas de cortesía al hablar: para saludar, para presentarse, para pedir un favor, para despedirse...
Fórmulas como ésta, que me gusta, y que queda muy bien para terminar la entrada, y que hasta te dan ganas de recuperar la fe: "Que Dios nos bendiga y aleje el mal y los peligros de nuestras pobres almas".
O sea, que vaya bien la semana.
jueves, 25 de marzo de 2010
'Quiero seguir siendo horrible en la medida de mis dotes –es decir, muy modestamente' (un año de Algo de libros)
Hoy hace un año que empezó este blog.
Tres personas ya me han felicitado, una vía sms, otra con un comentario en la anterior entrada y la tercera, con un gin tonic en la mano.
Había pensado varias opciones para celebrarlo.
Lo que no haré será dar cifras: de visitas, de usuarios únicos, de entradas más leídas...
Tampoco son para tanto.
Lo que quizá haga más adelante es regalar mis libros, no todos mis libros, sólo unos cuantos, 200 ó 300, tipo book crossing o tipo fiesta de intercambio: tú me traes una cerveza y te llevas un libro, o dos, o hasta tres, o los que sean.
Ya veremos: necesito tiempo y fuerzas para organizarlo.
Hoy, en lugar de eso, dos cosas, la primera y más importante, dar la gracias.
A todo, todos, todos.
Pero de forma muy especial y seguramente injusta por los que me olvido: a quien le puso nombre a este blog, a quien no sé cómo consiguió que apareciera en los buscadores, a quien escribió el primer comentario y a todos los que le han seguido después, a quienes se hicieron seguidores y a quienes prefirieron no hacerlo, a quien dibujó el diablo cojuelo y a quienes también lo llevan tatuado y me dejaron usarlo, a quienes me han escrito en privado, a quienes me han dejado sus fotos y hasta a quien me ha regalado una, a quienes me han puesto un link sin esperar que yo hiciera lo mismo, a quienes pensaron distintas campañas de promoción que al final por mi culpa no pusimos en práctica, a quienes he consultado en determinados momentos si se me estaba yendo la olla o no con alguna entrada...
Y sobre todo, a los jefes, subjefes y adjuntos a los subjefes que, encogiéndose de hombros y como si con ellos no fuera la cosa ("lo siento, Juan, no es nada personal, el presupuesto, la crisis, mi bonus, ya sabes"), fueron dejándome sin espacio sobre el que escribir y, por lo tanto, sin dinero, pero libre, quizá por primera vez en la vida, y con un montón de tiempo que dedicar al blog.
Sin ellos, sí que nada de esto hubiera sido posible.
Aunque se equivocaban: sí, sí que era personal.
Tan personal como la precariedad y el malestar.
Tan personal como este blog, que nace justo en ese momento, pero que pretende estar lleno de amor (sí, de amor).
Un amor infinito por las cosas y las personas que me gustan, por los libros, los colegas, las copas, las cervezas, las canciones y mi perra.
También por el rigor, la seriedad y la risa.
Un seriedad que se ríe y que hasta se descojona de sí misma, y de los pedantes, y de los aburridos, y de los tontos, y de los lloricas.
Porque las cosas pueden hacerse de otra forma, aunque sea para cuatro (o quizá alguno más), y regalándolo, y hasta cagándola cada dos por tres.
Pero es que es mejor cagarla que morir de estreñimiento.
Y ya.
Ahora viene lo segundo que quería hacer, coger el mismo libro que el año pasado: Cartas a las amigas, de Louis Ferdinand Céline, una vieja, viejísima e inencontrable edición de Ediciones del Arte Nuevo, con el diablo cojuelo estampado en la página tres.
Diría que lo abro al azar.
Sería mentira.
Cuando lo abrí al azar fue la otra noche y encontré este fragmento subrayado.
Pensé que era perfecto para un día como hoy. El viejo Céline escribió a su amiga N... el 19 de abril de 1937:
Sigo estando dentro de la misma piel y esto no siempre es gracioso. Yo jamás seré tan verdaderamente monstruoso como Wagner, cuya historia clínica he leído recientemente. Pero ya empiezo a dudarlo. Quiero seguir siendo horrible en la medida de mis dotes –es decir, muy modestamente. Pero, ¿y los demás? ¿Cómo se lo hacen después de todo? ¡Tan espantosos también, y además sin excusa! Los ángeles son raros, N..., Ángel N..., yo te abrazo y hasta pronto espero.Pues eso, hasta pronto (mañana, pasado o al otro), que quiero hablaros de Educación siberiana, un grandísimo libro.
Mil, mil gracias otra vez.
Ahora creo que me voy a dormir.
Lo haré escuchando esta canción, hoy quiero tener felices sueños:
martes, 23 de marzo de 2010
Mamá Siberia, perdóname la vida 1 (aproximación a 'Educación siberiana', de Nikolái Lilin, con un fragmento de la obra y un poema de Nietzsche)

Creo que estoy en racha.
Hablo de libros.
En este blog SÓLO SE HABLA DE LIBROS.
Buscaba libros capaces de entusiasmarme y voy empalmando uno con otro.
Ya llevo tres seguidos.
Primero Los pichiciegos, luego Stitches y ahora Educación siberiana.
Educación siberiana lo ha escrito Nikolái Lilin, lo ha publicado en España Salamandra y es una historia, se supone que real, sobre la mafia rusa. Más en concreto, sobre los urcas, una banda, o familia (en sentido mafioso), o comunidad de ladrones siberianos.
Pronto (mañana, pasado, al otro) prometo escribir más sobre él.
De momento, un trocito:
Por dignidad, los criminales honestos nunca hablan de dinero. En la comunidad siberiana todos los bienes materiales, y especialmente el dinero, son despreciados y jamás se los nombra. Los siberianos se refieren al dinero como «eso», «basura», «coliflor», «limones», o bien sólo pronuncian las cifras. Nunca lo guardan en su hogar, porque se cree que atrae la desgracia, destruye la felicidad y espanta la buena suerte; por el contrario, lo esconden cerca de casa, en el jardín, por ejemplo, en casetas para animales domésticos.A mí, al leer el libro, me ha pasado una cosa muy rara.
Me ha entrado una nostalgia brutal.
Nostalgia de Siberia.
Yo nunca he estado en Siberia ni he sentido el menor interés por Siberia y jamás se me ocurriría ir a Siberia.
Pero ahora sé que Siberia es mi única patria posible.
Y no porque sea un criminal.
Es más, estos tipos tan simpáticos, los urcas, la verdad es que dan mucho miedo y fuera del libro no debe ser nada divertido encontrarte con ellos.
Pero Siberia, ay, Siberia, la hermosa, la dura, la rica Siberia, la tierra que todos desean.
Siberia es, más que ningún otro, un paisaje moral.
Y hasta un paraíso.
Aunque eso hay que saber verlo.
Siberia remite a esos poemas tan ingenuos de Nietzsche.
Corto y pego unos versos de Desde altas montañas, que se incluye en Poemas (Ed. Hiperión). Lo traducen Txaro Santoro y Virginia Careaga, con alguna pequeña variación mía:
¿Busqué un lugar donde más fuerte soplara el viento?Nietzsche, para hablar de hielo, sí, a pesar del romanticismo.
¿Aprendí a vivir
donde no vive nadie, en lúgubres zonas de osos polares,
olvidé hombre y Dios, maldición y plegaria?
¿Me convertí en fantasma que deambula por los glaciares?
Pero Caspar David Friedrich, no, ni de coña.
Por eso, precisamente, por el romanticismo.
Y porque Nietzsche, pobre, en el fondo, lo que está haciendo es lo mismo que hacemos todos los siberianos, urcas o miserables burgueses deportados por papaíto Stalin a este lugar que ventila y purifica el alma como ningún otro sobre la faz de la tierra.
Todos, todos, todos, cuando nos emborrachamos para soportar el frío, acabamos cantando la misma canción, esa que en realidad es una plegaria y cuyo estribillo dice "Mamá Siberia, perdóname la vida..."
(La foto, por cierto, es de un tal Mitsuhirato y la cojo de aquí.)
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domingo, 21 de marzo de 2010
Neurosis y pesadillas de la infancia (sobre 'Stitches', de David Small)
Hablemos de más libros capaces de entusiasmarnos.
O de un cómic.
Hoy toca cómic.
Se llama Stitches. Una infancia muda, y es de un tal David Small. Lo edita Reservoir Books, de Mondadori, y la traducción es de Rocío de la Maya.
En Stitches, David Small nos cuenta su infancia y adolescencia, desde los seis años hasta los 16, y un poco más, porque luego da algunos apuntes sobre lo que pasó después.
Como todo relato honesto de la infancia, Stitches es el relato de sus pesadillas, las reales y las soñadas.
La incomunicación.
El aburrimiento.
El miedo.
Todo ello, muy cotidiano, muy América años 50.
Y sus monstruos.
Toda infancia está llena de monstruos, reales también o imaginados.
Monstruos que, a veces, son algo que has visto durante el día, un feto, por ejemplo, conservado en formol, pero que escapa del frasco y te persigue por los pasillos de un hospital en el que no deberías estar.
O un crucifijo, con un Cristo que te grita y te llama idiota.
Y otras veces, el monstruo es tu propia madre.
O la bruja de tu abuela.
O el inútil de tu padre.
En Stitches está también presente la enfermedad y el dolor, un dolor que en alguna viñeta parece absoluto, y hasta te entran ganas de llorar junto al pobre chaval.
Stitches es un relato que te transmite toda la angustia del protagonista, esa sensación de amenaza constante y esa pregunta que flota en el ambiente: ¿qué va a ser lo siguiente?, ¿hasta cuándo va a seguir doliendo?, ¿de dónde vendrá la próxima hostia?
Stitches tiene la textura y la profundidad de una gran novela sobre la infancia, sin necesidad de usar casi palabras.
Pero es que los dibujos de Stitches, a medio camino entre el boceto y cierta forma de entender el expresionismo, tienen una fuerza tremenda.
Fuerza tremenda que Small traslada también a la narración.
Lo vas leyendo y te dices todo el rato: joder, joder, qué bueno es esto, qué bonito, qué triste, qué bien contado.
Y sí, claro, Stitches es un relato de la neurosis, llorica y resentido, un ajuste de cuentas.
Pero es que la literatura era eso, alguien lo explicó hace tiempo: un señor ya mayor, que se pone a llorar como un niño y que insulta a su madre, o a su padre, dependiendo del género literario, y que le dice: has hecho todo lo posible para joderme la vida, pero no lo has conseguido. Ahora, jódete tú, mira que cosas más chulas cuento.
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