martes, 5 de octubre de 2010

Sobre 'Tiempo de vida', de Marcos Giralt Torrente


Leo Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente (ed. Anagrama), y creo que quizá haya llegado el momento de volver a escribir una reseña después de estos cinco meses tan raros.

En Tiempo de vida, Giralt Torrente habla de su padre y de sí mismo, de la difícil relación que mantuvieron siempre, de la reconciliación que se produjo a raíz de que al padre le diagnosticaran un cáncer, de su posterior muerte y del proceso de duelo del hijo.

Tiempo de vida es una historia en la que se mezcla el amor con el resentimiento, los celos con la admiración, la mayor generosidad con las actitudes más mezquinas.

Giralt Torrente escribe con sobriedad, sin apenas florituras, incluso a ratos con antipatía.

Y a pesar de eso o no, al revés, precisamente por eso, lo que consigue es desbordar y conmover al lector.

Una conmoción (o emoción) que evita todos los tópicos y cualquier rastro de ñoñería.

Una emoción que se consigue a base de talento, muchísimo talento, y honestidad.

Giralt Torrente se impone a sí mismo la obligación de decir la verdad, y sólo la verdad, y esa es la impresión que transmite: la de alguien que está luchando consigo mismo por ser sincero, aunque eso duela y suponga en muchos casos reconocer cosas que nunca deberían ser dichas.

Luego hay otras veces que la novela parece convertirse en una impúdica lista de reproches.

O en un ajuste de cuentas.

Pero no, no es eso

Tiempo de vida trasciende el relato cerrado sobre sí mismo, cargante y quejica de la neurosis.

Quizá tampoco sea la historia del noble hijo abnegado que a veces Giralt Torrente se cuenta a sí mismo.

Tiempo de vida es algo mucho más descarnado e interesante.

Una elegía, claro, y una historia sobre la pérdida y el abandono, sobre cómo ese sentimiento de soledad de la infancia acaba cristalizando en algo mucho peor durante la madurez. Y el dolor, y la pena, y la falta de consuelo frente a la muerte, y la falta de respuesta, o de sentido, y ese proceso devastador que nos lleva a convertirnos en padres de nuestros propios padres, o sea, a cuidarles, ducharles, alimentarles o limparles el culo. La fugacidad de todo, y la fragilidad, y la necesidad de perdonar y de perdonarnos, y de asumir, y de encajar, y de reconciliarnos con nuestros padres, y con la vida, y sobre todo, seguir, sí, seguir, como siempre, hay que seguir, aunque a veces no se tenga muy claro ni hacia donde ni para qué.

martes, 21 de septiembre de 2010

En el 150 aniversario de la muerte de Schopenhauer (enésimo intento de matar a uno de los mil padres posibles)


Corto y pego el poema A Arthur Schopenhauer, de Naguib Surur, incluido en el libro Hacer imprescindible lo que es necesario, traducido por Santiago Alba y Javier Barrera, y publicado por CantArabia:
¡Tú, oh Arturo, eres libre!
Concibe el mundo en tanto que voluntad
y representación
y después represéntate lo que quieras...
¡Eres libre!
Di que el entendimiento es limitado y corto,
que el mal en el mundo es eterno,
que el bien es mal y el mal es bien,
convierte el blanco en negro
y haz que el negro aumente su negrura...
¡eres libre!
Di que la gente es un rebaño de bestias
o de muñecos ciegos... di que la vida
es una horrenda pesadilla
puesto que eliges el pesimismo...
¡eres libre!
También yo me represento
lo que quiero.
¡Soy libre!
Y veo que eres un sucio cerdo
cuando nos invitas al suicidio
para vivir después setenta años...
¡y dos más!
¡Ah, ladino!
Eres hijo de banqueros y te enriqueces con la miseria,
todos predestinados... hasta los ricos...
Oh Arturo, que hipócrita eres...
¿Qué queda para nosotros, los pobres, sino la limosna?
También yo me represento
lo que quiero...
¡Soy libre!
Y veo que el banco es el mal en sí,
y veo que el mal es el banco en sí,
y la cosa en sí
y para sí
que hace de esta vida
una horrenda pesadilla.
Tú puedes opinar lo contrario... ¡eres libre!

sábado, 18 de septiembre de 2010

Creo que yo tampoco voy a salir de aquí (Micah P. Hinson va a publicar una novela)

En realidad, lo que yo siempre había querido era colgar esta canción:



Tan rabiosa, tan sincera, tan desesperada.

Y lo demás (todo lo demás), sólo ha sido un preámbulo, o una excusa, o una larga, larguísima, espera.

Pero ayer apareció el motivo que estaba esperando: una postal (la de la foto de abajo) me informaba de que su autor e intérprete, Micah P. Hinson, va a publicar una novela en noviembre:


Corto y pego lo que dice la editorial (Alpha Decay) en su web:
No voy a salir de aquí es, como la describe el propio Hinson, una nouvelette. Una novela breve escrita con ese mismo encanto del lirismo extrañado y melancólico que destila la vasta producción musical de este joven prodigio de la canción de autor norteamericana. Con pulso febril y exacto, Micah P. Hinson atrapa una secuencia de las vidas de dos jóvenes solitarios, enfermos, malditos y enamorados. Y los acompaña en un viaje suicida y sentimental cargado de preguntas. Los protagonistas de esta novela sólo encuentran una respuesta en el amor, entendido como un patético intento de superviviencia, y en la creación literaria, esfuerzo último de trascendencia. Una primera novela que se bebe a sorbos lentos y que recuerda, por su humor negro y su tristeza, al viaje a ninguna parte de los personajes de Buffalo ’66. Chico y chica a la deriva, con máquina de escribir a cuestas y muchas millas por delante. Impacto certero en el corazón desde alguna carretera secundaria perdida de Texas.
Y yo sólo puedo decir lo que ya dije el año pasado cuando me enteré de que Antonio Luque (Sr. Chinarro) iba a publicar un par de cuentos con esta misma editorial:
Ojalá no esté bien escrito, ojalá no esté bien construido, ojalá nos sorprenda, ojalá tenga algo que decir.

Y si la caga, no importa, le seguiremos escuchando de todas formas.
(Me encantan, por cierto, las autocitas, y que la realidad se esfuerce cada día un poco más por copiarse a sí misma, y repetirse, y ponérnoslo todo tan fácil, o tan difícil, según se mire.)

martes, 14 de septiembre de 2010

Más de librerías y libreros


Corto y pego (arriba) el reportaje que apareció publicado el viernes pasado en On Madrid (la guía de El País).

Si le das a la imagen, debería ampliarse e incluso tener el tamaño suficiente para que se lea.

Si no, que alguien lo diga y se busca la forma de hacerlo mejor.

A lo que iba: Diez librerías imprescindibles dice el título.

¿Imprescindibles de verdad?

Hombre, es una forma de hablar, depende de para quién.

Por supuesto, se puede vivir sin ellas.

En realidad, se puede vivir sin nada.

O casi.

Pero no merece la pena.

Las diez son buenas librerías y pretenden ofrecer algo distinto.

Librerías de Madrid (España).

Son sólo diez, podían haber sido veinte, o treinta.

Siento las que se han quedado fuera.

Y algún día hablamos de libreros, de lo achuchados que dijeron estar muchos.

De momento, un enlace para ver en acción al grandísimo Bernard Black, el librero más odioso y divertido de la historia.

YouTube no me deja insertar el vídeo, pero lo tienes aquí.

domingo, 22 de agosto de 2010

Que florezcan cien millones de tentativas abortadas (se nos ha muerto Fogwill)

Dicen que abril es el mes más cruel, pero a mí siempre me ha parecido peor febrero.

O agosto, el final de agosto: es como si el verano se esforzara cada año en morir matando.

Siempre, siempre, siempre, a finales de agosto, hay algo o alguien que intenta matarte.

Aunque sólo sea para que no puedas ir presumiendo por ahí (ojo, esto es un guiño a Julio Iglesias, no un homenaje) de haber sobrevivido a otro verano.

Y normalmente te salvas: de los accidentes de coche que te pasan rozando, de las infecciones tropicales que pretenden contagiarte aquellos que tienen la estúpida manía de viajar cuanto más lejos mejor, de las intoxicaciones alimentarias que llegan disfrazadas de ensaladilla rusa, de los ancianos que te disparan en una discusión de tráfico o de quienes se desmayan en un cine de verano justo delante de ti para que te agaches a atenderles y entonces, morderte la yugular.

Son cosas que pasan y tú te salvas, pero siempre hay alguien que cae.

Cayó Pavese.

Cayó Pascal.

Cayó Nietzsche.

Cayó Lady Di.

(Son sólo cuatro que murieron a finales de agosto, cito de memoria.)

Y hoy, leo, ha caído Fogwill.

Lo primero que pienso es que en estos meses apartado del blog y de pocas lecturas, lo que más he disfrutado han sido sus cuentos: los cuatro o cinco, quizá seis o quizá siete, leídos en los transportes públicos y por la calle, corriendo porque llegaba tarde a algún sitio. Y leídos exclusivamente por el placer de leerlos, quiero decir que nunca pensé escribir nada de ellos, ni aquí ni en ninguna otra parte. Leídos para desintoxicarme y olvidar todo lo demás.

Pero parece que sí, que toca, que la sorpresa de su muerte (yo ni siquiera sabía que estaba tan enfermo) obliga a decir algo sobre lo bueno que fue este tío, lo cruel, lo inteligente, y lo guarro.

Fogwill escribe como ningún otro antes, es imposible confundirle, tiene eso que se llama un mundo propio, pero a lo bestia y al mismo tiempo, fingiendo que no le concede ninguna importancia.

Pura pose, por supuesto, lo de no querer parecer un escritor, y escribir con esa sencillez inicial que luego inmediatamente se convierte en algo muy complejo y que siempre acaba mezclando sexo y política, una ironía muy seca y muy áspera con esas escenas tan suyas de coprofilia, de ménage à trois entre hermanos, de lesbianas karatecas, de soldados follándose a los ovejas. Escenas llenas siempre de violencia (explícita o implícita).

Y todo ello sin despeinarse, como la cosa más normal del mundo.

Toda la potencia narrativa de Fogwill radica precisamente en esa amoralidad. Su falta de escrúpulos, o su supuesta falta de escrúpulos, es la que pone en jaque al lector, la que le incomoda, la que hace que se plantee mil preguntas y también que disfrute hasta el punto de babear o de dibujar en su rostro un gesto indescriptible, mezcla de asombro, fascinación, envidia, cierta repugnancia y una entrega absoluta hacia lo que se está leyendo.

Tan amoral, o tan supuestamente amoral, y tan ambiguo en su escritura como lo fue en su vida.

Baste recordar que Fogwill, el hombre que escribió Los pichiciegos, la gran novela sobre la Guerra de las Malvinas, la que ponía en evidencia todo su disparate y todo su absurdo, la que convertía a los soldados en una especie de topos o armadillos que viven bajo tierra y que durante años estuvo censurada en Argentina, era el mismo que justo en ese momento trabajaba en una empresa inglesa que asesoraba al ejército argentino.

Algunos se rasgarán las vestiduras.

Otros, quizá compendan mejor esa supuesta, sólo supuesta, amoralidad, o la tensión de la que surge, o lo que a partir de ahí, y con un talento infinito, se puede escribir.

Igual que lo que hizo con este poema (que sí pero no, y del que copio el título de esta entrada):



¿Qué?, ¿qué hizo? Lo convirtió en un anuncio de Coca-Cola dirigido por su propio hijo:



Borges describió a Fogwill de forma muy despectiva como el hombre que más sabía de cigarrillos y automóviles del mundo.

A lo que Fogwill, respondió: sí, él escribe mejor, pero yo tengo mucha más vista.

O sea, que sí, un cabrón, un cabronazo, aunque mucho menos que Borges, y muy bueno, buenísimo, imprescindible.

Dejad ya la playa, o la piscina, poneos en pie, volved a ser personas y corred todos a vuestra librería, o a una biblioteca, o descargadlo de internet (creo que hay bastantes cosas suyas colgadas). Leed todos a Fogwill.

(Los relatos a los que hacía referencia y que he estado leyendo son los recogidos en el volumen Cuentos completos, publicado este mismo año por Alfaguara.)

martes, 6 de julio de 2010

La noche que me encontré a Kafka por la calle

Madrid por las noches es un sitio extraño.

Sobre todo en verano.

Te pones a andar porque quieres volver a casa y de repente apareces en tu antiguo colegio (pero no, eso en el fondo tiene su gracia e incluso es bonito. Sí, bonito).

Luego vas a visitar la casa de una muerta, le presentas tus respetos y compruebas que el bar que había justo debajo, donde ella se rompió varias veces la pierna, y la cabeza, donde perdió un ojo y todo su dinero jugando borracha al póquer tampoco existe. Se murió de pena, el bar y todos sus parroquianos, después de que ella, la muerta, muriera.

Que Dios, sí, Dios, la tenga en su Gloria.

Y entonces, colgado en una pared, donde antes había unos tablones o las vallas de una obra o lo que fuera, te encuentras con él, (¡¡¡¡¡oh, es él!!!!!), seis versiones del mismo retrato, pero así como movidas, o distorsionadas, un rollo muy baiconiano.


Y le empiezas a dar vueltas a la cabeza. Cómo era, te dices: ¿"en la batalla entre el mundo y tú ponte siempre del lado del mundo" o "en la batalla entre el mundo y tú apuesta siempre por el mundo"?

Porque la frase puede parecer lo mismo pero no tiene nada que ver.

Y ya, por fin llegas a casa y corres a la estantería y coges el libro donde crees que estaba (Aforismos de Zürau. Franz Kafka. Ed. Sexto Piso) y empiezas a leer y lo primero es esto:
A partir de un cierto punto, ya no hay regreso posible. Éste es el punto a alcanzar.
Y lo siguiente:
¿Cómo alegrarse del mundo sino cuando se refugia uno en él?
Y más:
Escondites, innumerables; salvación, una sola; pero tantas posibilidades de salvación como escondites.
Y otro:
En teoría existe una posibilidad perfecta de felicidad: creer en lo indestructible dentro de uno mismo y no aspirar a ello.
Y sigues y sigues leyendo a Kafka, y ya no paras, mientras de fondo Micah P. Hinson se queja de lo mala que es la Heineken y se canta unas coplillas con la foto de su mujer en la guitarra.

lunes, 28 de junio de 2010

"¡Éramos tan hermosos!... Pero la cagamos". (Algunas entradas que me gustaría haber escrito durante estos meses)


(Esta es una entrada que habla de series de televisión y que está llena de vídeos. Pero los vídeos no se ven bien: la columna es muy estrecha y se pierden los subtítulos. Creo que si hacéis doble clic sobre el vídeo os lleva a la página de youtube y allí podréis verlos bien.)

1.
Sobre Misfits, la mejor reivindicación de la generación Paquirrín (o generación ni-ni), sólo que en versión inglesa y después de que los chavalines hayan adquirido superpoderes. Y mucho más que eso. Haría falta toda una entrada (o dos) para explicar lo maravillosa que es esta serie (sí, maravillosa). Y tronchante:



2. Sobre Shameless, otra serie que demuestra que nadie se ríe como los ingleses. Y que nadie retrata como ellos las miserias. Hay quien dice que es una obra maestra. Y ese alguien no es cualquiera:



3. Sobre Malviviendo, un auténtico milagro de serie, puro talento. Y en el fondo, aterradora, porque pone en evidencia el país en el que vivimos. O sea, tan cutre o más que Inglaterra, pero con una diferencia: aquí ninguna televisión se atrevería a emitir algo tan real, tan divertido y tan bestia. Ni siquiera después de haber arrasado en Internet. Pues eso, a ver si nos eliminan ya del mundial. (Y la serie completa e imprescindible, aunque a ratos algo irregular, en su web):



4. Sobre Treme, otro milagro, pero que esta vez cuenta la vida en Nueva Orleans de un grupo de músicos después de la tormenta y el desastre. Y que habla de eso que en este blog nos gusta tanto: la épica contemporánea. Es decir: una épica precaria e incluso absurda, la de aquellos que a pesar de todo, todo, todo se esfuerzan por hacer lo que consideran que tienen que hacer y al mismo tiempo, y a pesar de todo, todo, todo, consiguen seguir vivos.



(Como se ve, sigo de vacaciones del blog (sólo del blog): busco series que me entusiasmen, hago algunas cosas más y leo muy poco. En cuanto me quite un par de esas cosas de encima y vuelva a leer, retomaré el blog. O cuando sea. Imposible, de momento, fijar una fecha, pero seguramente en verano, mientras muchos de vosotros estéis por ahí de vacaciones.)