martes, 5 de mayo de 2009

De asesinas, prodigios, viejos rockeros y más librerías que cierran


Aznar publica nuevo libro y han cerrado otra librería en Madrid.

¿Existe una conexión entre ambos hechos o estamos haciendo un chascarrilo cargado de veneno y demagogia?

No, hay nexo: la crisis.

El libro de Aznar se titula España puede salir de la crisis y lo publica Planeta, como todos los de Aznar. Lo presenta el lunes que viene. No pensamos ir.

La librería se llama Democrazy y acabamos de recibir un mail suyo comunicándolo. Es una librería moderna, de diseño, en Malasaña. Seguirá abierta hasta el 16 de mayo y mientras harán un 10% de descuento. Más información sobre lo que es o lo que era o dónde está en su web. Su director asegura que es un hasta pronto, no una despedida, que volverán cuando "el sonido de la tormenta haya cesado". Ojalá sea así.

Nosotros intentamos buscar ayer algún libro alegre. Alguien nos dijo que le molaba el blog y que estaba bien lo de Céline, pero que por qué no intentábamos hablar de algo que no fuera tan "abismal".

Sí, dijo "abismal" y no "abisal". Abismal es una palabra mucho más bonita. Abisal suena a peces que no tienen ojos o a peces que no tienen ojos pero que brillan en el fondo del océano y a claustrofobia y a submarinos que se quedan atascados allí abajo y a marineros que mueren dentro, asfixiándose poco a poco.

O sea, que lo intentamos. Creímos que La soledad de los números primos iba a ser ese libro alegre que tanto necesitábamos porque se vende como churros y porque lo ha escrito Paolo Giordano, un italiano muy joven y muy guapo.

Pero no. La soledad de los números primos empieza con una niña a la que no le gusta esquiar. Su padre la obliga a hacerlo y ella se caga literalmente en los pantalones y se cae despeñada por un barranco. Luego empieza a hablar de otro niño que tiene una melliza retrasada mental y a la que odia y de la que se avergüenza mucho y con la que sus padres quieren que vaya a una fiesta de cumpleaños.

Y ya lo dejamos porque no era ni alegre ni abismal, ni abisal, y porque no nos enganchó ni nos interesó demasiado. Es ya el segundo intento, pero le vamos a dar otra oportunidad a Giordano porque nos intriga muchísimo el secreto de su éxito.

Y ahora, otros tres libros con buena pinta y que nos apetece leer:

1. Perturbaciones. Varios autores. Editorial Salto de Página: Es una antología de relatos fantásticos, de terror o prodigiosos, con nombres importantes (José María Merino, Cristina Fernández Cubas, Martínez de Pisón, etc), otros menos conocidos pero que valen mucho (Jon Bilbao) y otros por descubrir.

Creemos en este libro porque creemos en Salto de Página, una editorial pequeña y relativamente nueva que está publicando cosas que merecen la pena, como el ya citado Jon Bilbao o como La lista negra, un libro que era igual que éste, una antología de relatos, pero dedicado al género negro y a los autores españoles emergentes. Había algunos muy buenos y el libro en sí tenía una entidad propia, un sentido, no se limitaba a juntar cuatro cuentecitos cogidos de aquí y de allá.

2. Soul man. José María Mijangos. Editorial Lengua de Trapo: La historia de un viejo rockero que trabaja como reponedor en un supermercado hasta que resucita su espíritu más cañero al volver a escuchar una canción suya. Con mucho humor, según dicen, y mucho de crónica del panorama musical español de los años 60. Diego Manrique hablaba ayer de este libro en El País, pero no quisimos leerlo, porque nos dio la impresión de que estaba contando demasiado, vamos, que nos pareció que nos iba a reventar el final.

3. La mala mujer. Marc Pastor. Editorial RBA: Una novela escrita por un mosso d´esquadra y que está basada en el caso real de Enriqueta Martí, conocida como la vampira de Barcelona. La mujer se dedicaba a secuestrar, prostituir y asesinar niños para preparar con sus cuerpecitos supuestos tratamientos destinados a la alta burguesía catalana de principios del siglo XX.

Es curioso porque este año Edhasa ha publicado otra novela que reconstruye el caso: El cielo bajo los pies, de Elsa Plaza.

De Marc Pastor nos llama la atención, entre otras cosas, las citas con las que arranca: Joan Maragall, Poe, la Biblia (en latín) y un breve diálogo de Clint Eastwood en La muerte tenía un precio. Transcribimos:
- ¿Qué nos jugamos?
- El pellejo.
Pues eso, precioso, valiente y sin complejos, como Aznar. O como nosotros.

lunes, 4 de mayo de 2009

¿Dónde están tus golpes? (Leyendo 'En la cima del mundo' un domingo por la noche)


Han sido días intensos.

Demasiadas cenas, demasiadas comidas, demasiadas copas, demasiados colegas, demasiadas risas, demasiada gente.

Tanto ajetreo merecía acabar a puñetazos.

El domingo por fin encontramos un segundo para leer algo.

Nos esperaba En la cima del mundo, de Norman Mailer, un librito (otro de poco más de 100 páginas) sobre el combate de boxeo que en 1971 enfrentó a Muhammad Ali y Joe Frazier. Lo acaba de publicar 451 Editores.

A nosotros el deporte no nos gusta. Ni practicarlo ni verlo. Es como los viajes o la moda o las hipotecas o lo coches: supersticiones asesinas que definen nuestro tiempo.

Pero vemos a dos tíos reventándose la cara encima de un ring o a una docena de caballos corriendo sobre la hierba del hipódromo y eso ya es otra cosa.

Algo tan primario, tan inmediato y con tanta adrenalina de por medio nos engancha. Y nos deja como embobados sin poder movernos ni cambiar de canal la televisión ni nada.

La historia que cuenta Mailer es la de uno de los hombres más importantes de su tiempo, Muhammad Ali, antes conocido como Cassius Clay, al que le han quitado el título de campeón del mundo y le han mantenido más tres años alejado de los rings, tres de los mejores años de su carrera, por negarse a ir a la Guerra de Vietnam.

Ali vuelve para recuperar lo que es suyo, pero no con la cabeza baja, sino como un símbolo para los negros, para la izquierda, para los pacifistas y hasta para los yonquis y los gays. Ali tiene un estilo único, es un genio, un artista y un bocazas. Y frente a él va a encontrarse a otro fuera de serie, una persona y un boxeador muy diferente, Joe Frazier, con un origen mucho más humilde y mucho más negro que Ali, pero que boxea con el orgullo y la tenacidad de los blancos.

Mailer nos cuenta esta historia, pero mientras, nos va hablando de las diferencias raciales en los 60 y 70, de la importancia del ego, de por qué todos los pesos pesados están locos...

Al teorizar, a ratos, parece que se le va a ir la cosa de las manos, pero cuando Mailer cuenta y cuando Mailer describe en este libro, Mailer alcanza la talla de un campeón. Da gusto leerle. Nos deslumbra, nos sorprende, nos mantiene en tensión al relatar la pelea, incluso sabiendo de antemano cual es el final. Y todo ello suponemos que también sirve aunque te importe un pimiento el boxeo.

Cerramos con una cita. ¿Parece sacada de un libro de autoayuda? Puede ser. O puede que Mailer tenga razón y que el boxeo y la vida en eso sean idénticos.:
"Hay un punto en el que el boxeo sigue pareciéndose a una pelea callejera y es en la necesidad de confiar en la victoria. Un hombre que sale del bar a la calle para pelearse con otro hombre siempre intenta predisponer su mente para que confíe ciegamente en el triunfo. Esa es la facultad más misteriosa del ego: la confianza sirve como anestesia frente al dolor de los golpes y proporciona también una convicción especial para ofrecer tu mejor repertorio de golpes. La lógica del espíritu podría hacernos creer que solo se gana si uno lo merece; la lógica del ego propone el axioma de que si no crees que puedas vencer, entonces no mereces hacerlo. De hecho, muchas veces no lo mereces."
Ojo, la pelea de Ali contra Frazier no es la pelea de Ali contra Foreman. La de Ali contra Foreman es la más conocida, la que se disputó en Kinshasa, cuando Ali recuperó el título de campeón del mundo. Hicieron un documental sobre ella, Cuando fuimos reyes, y Mailer también la contó, pero no aquí. El texto está en el libro América, editado por Anagrama.

Y sí, el título es por esta canción de Gabinete Caligari:

jueves, 30 de abril de 2009

Céline, repugnante y maravilloso (a cuento del libro que ha escrito su viuda)


Céline era un canalla, un sinvergüenza, un golfo.

Como todos. O como tantos otros escritores.

La diferencia es que Céline también era nazi. Apoyó al gobierno de Vichy cuando los alemanes entraron en Francia y odiaba a los judíos, les culpaba de la guerra, de la pobreza y en general, de cualquier cosa mala que pudiera pasar.

Al acabar la II Guerra Mundial, tuvo que huir para que no le mataran y pasó por la cárcel. Nunca le perdonaron. Ni él se molestó en pedir perdón.

Todo el mundo, menos los nazis, considera que Céline defendió una serie de opiniones política y moralmente despreciables.

Y sin embargo, Céline es uno de los escritores más grandes del siglo XX. Desde todos los puntos de vista.

En 1932 publicó una novela llamada Viaje al fin de la noche y se lo llevó todo por delante. Desde entonces, ya nada volvió a ser lo mismo.

Exageramos.

O no: el Viaje al fin de la noche es la novela más influyente de los últimos cien años. La historia de un tal Ferdinand Bardamu, que una mañana se pone a maldecir a Francia y a los franceses. Y para demostrarse a sí mismo que tiene razón o por no estarse quieto o por hacer la gracia o por lo que sea, acaba alistándose en el ejército y poco después, le mandan a la I Guerra Mundial.

Allí conoce la muerte, el miedo y el horror. Pero eso tampoco le basta y se marcha a África, a enfermar de paludismo y a saber cómo funcionan las colonias, y cuánto se roba, y que la naturaleza no tiene nada de idílico. Y luego, a Nueva York, para trabajar en la fábrica de Ford y alienarse como un obrero más. Y ya de vuelta a Francia, se convierte en médico y abre una consulta en un barrio pobre donde comprueba que la miseria humana no tiene fin.

Los griegos tenían la Odisea, nosotros tenemos el Viaje. Ulises quería regresar a su patria, Bardamu aprende que no tiene un hogar ni un sitio al que volver ni nada que se le parezca. Sólo le queda la huida.

Seguimos exagerando: Hoy en día todos somos celinianos.

Aunque no lo sepas, aunque no te guste, aunque no lo hayas leído, tú también eres celiniano.

Ser celiniano implica no quedarse quieto jamás, una insatisfacción constante, ver siempre lo malo y buscarlo, no encajar en ningún sitio, caer y caer, declararle la guerra al mundo y recibir todos los palos... Pero con mucho nervio y mucha rabia, nada llorica.

Céline luego escribió otros libros y los llenó todos de puntos suspensivos. Novelas atroces, desquiciadas, divertidísimas, maravillosas... Sobre su infancia, su juventud en Inglaterra, la caída del gobierno nazi en Francia o su posterior huida para salvar el pescuezo.

A Céline hay que leerle entero.

Ahora se ha editado en España Céline secreto (Ed. Veintisiete letras), un libro que su viuda, Lucette Destouches, escribió en 2001, en colaboración con Véronique Robert, y en el que recuerda su vida junto a Céline, años y años, desde 1935 a 1961, resumidos en poquito más de 100 páginas.

La buena mujer no aporta nada que no supiéramos ya. Céline lo contó todo. Pero se le agradece el tono, la proximidad y algo tan básico como que no quiera ni despellejarlo ni subirle a los altares.

Su Céline resulta muy real y muy creíble, y a nosotros nos ha gustado porque nos ha dado la oportunidad de reencontrarnos con un viejo amigo: seductor, gruñón, desesperado, intratable, amante de los chismes (la "expresión de una vida en marcha" los llamaba), odiado y perseguido por todos... Y medio loco al final de su vida, cuando ya se había convertido en una especie de monstruo o de mala bestia. Los periodistas acudían a él para oírle despotricar y su editor le pedía más y más libros. Pero casi todos le despreciaban, como Camus, que iba mucho por su casa (su amante daba clases de baile con Lucette), pero que nunca quiso conocerle.

¿Se le podía haber sacado más partido a los recuerdos de la viuda? Nosotros creemos que sí. Pero puede que sea porque la otra que escribe el libro, o la que lo escribe en realidad, Véronique Robert, nos ha caído muy mal: empieza cada capítulo con unos textitos muy cursis y muy bobos, en cursiva. Y eso Céline nunca se lo hubiera consentido. Antes, se la come por los pies.

Cerramos con una cita del Viaje para que entiendas cual es el tono y el espíritu:
"¡Mirad, asquerosos! Dejadme ser amable algunos años más aún. No me matéis todavía. Dejadme parecer servil y desgraciado, lo contaré todo. Os lo aseguro y entonces os doblaréis de golpe, como las orugas babosas que en África venían a cagarse en mi choza, y os volveré más sutilmente cobardes e inmundos aún, tanto, pero es que tanto, que tal vez diñéis, por fin."
Y una canción. Ha sido difícil elegir. Incluso hemos dudado si incluir alguna entrevista con Céline que hay en youtube, o con su viuda. A quien le interese ver en movimiento al viejo y escuchar su voz, que lo busque.

Al final nos hemos quedado con Tom Waits. No sabemos por qué, pero suponemos que él también nos parece celiniano y que nos gusta.

Buen puente.

miércoles, 29 de abril de 2009

Libros para el puente (o para el fin del mundo)


Es el fin del mundo.

Todos lo saben menos Isaac Rosa, que aún cree en teorías de la conspiración o en cortinas de humo.

Pero el signo de los tiempos es otro.

Acabamos de volver de Crisol, después de leer que cierran las tres librerías que aún les quedaban en Madrid.

Hemos ido como el que va a oficiar un funeral, o peor, como el que acude al tanatorio sin conocer a nadie, ni a la familia ni a los amigos, sólo para verle la cara al muerto.

A nosotros Crisol nos gustaba, nos pillaba cerca de casa, tenía horarios cómodos y solíamos encontrar cosas. Era una gran librería, una cadena perteneciente a un grupo importante, pero de las mejores dentro de ese tipo de establecimientos. Y con unos trabajadores que solían saber de libros y lo que se traían entre manos.

Lo sentimos por nosotros, pero sobre todo, lo sentimos por ellos.

Más signos del Apocalipsis.

Ayer se nos rompió el mail. Teníamos casi 9.000 mensajes en la carpeta de entrada.

El programa se negó a seguir funcionando y nos exigió que hiciéramos limpia.

Fue una escabechina.

Nos impresionó la cantidad de bajas que habíamos sufrido en poco más de un año: todas esas personas que antes nos escribían y ahora están en el paro, o han desaparecido, o quizá se han muerto.

Hablamos de mails profesionales. Y de la diferencia de trato entre entonces y ahora por parte de todo el mundo. Lo que ha cambiado, por ejemplo, el tono de la gente, cómo se ha ido agriando, como se ha impuesto la tristeza, la frialdad, el desánimo, un minimalismo expresivo que en realidad transmite miedo, impotencia, hartazgo...

Ni bromeamos ni exageramos. Animamos a cualquiera a que haga la prueba con su cuenta de correo.

Y ya, al grano, hoy íbamos a hablar del gran Céline, pero mejor lo dejamos para mañana, con más tiempo, suponemos.

En lugar de eso, nos centramos en tres libros interesantes, que empezamos en su día, o que estamos leyendo ahora o que nos apetece leer. Libros que prometen para este puente.

1. El hombre de mazapán. J. P. Donleavy. Ed. Edhasa: Otra de esas historias de irlandeses borrachos que a nosotros tanto nos gustan: excesiva, llena de miserias, de humor y de mala leche. Está escrita en los 50 y al pobre Donleavy le costó años publicarla. Decían que era obscena. Ahora, no sé quién, la ha incluido entre las 100 mejores novelas del siglo XX. Fresán escribió una crítica en ABC hace un par de semanas que nos decidió a leerla. A veces, las críticas también sirven para eso.

2. El beso de la sirena negra. Jesús Ferrero. Ed. Siruela: Ferrero se pasa a la novela negra y nos apetece ver qué ha hecho. Decimos como en su día con Atxaga: lo normal con estos cambios de registro es cagarla. Pero Atxaga, por ejemplo, no la ha cagado. Sus Siete casas en Francia nos gustaron. Es una buena novela. Y además, divertida. Igual que cuando John Banville se disfraza de Benjamin Black para dedicarse al género negro.

3. Libro de huelgas, revueltas y revoluciones. Edición de Constantino Bértolo. 451 Editores: ¿A que el título es bonito y más para un 1 de mayo? Un paseo por la historia de la literatura y de la insurrección. Distintos autores (John Milton, Mark Twain, Stephen Zweig, Galdós, Isaac Rosa otra vez...) nos cuentan la Revolución Rusa, la Mexicana, el Mayo del 68, la Intifada o los movimientos antiglobalización. Las ilustraciones corren a cargo Doré, Sorolla o Chagal.

Detrás del libro está Constantino Bértolo, alguien con mucho criterio. Empezó como crítico y ahora trabaja como editor, dirigiendo Caballo de Troya. Otro día, con más calma, transcribimos aquí los dos entrevistitas (en realidad, selección de libros) que le hemos hecho. Merecen la pena.

Y mañana, sí, el viejo gruñón, la gran bestia, nuestro amadísimo Céline. Sí, amadísimo. En vísperas del Apocalipsis uno sólo puede amar a Céline.

martes, 28 de abril de 2009

La necesidad de perderse (Sobre 'El heredero' de Mario Catelli)


Hay novelas que se escriben en 10 minutos.

Vale, exageramos, como siempre, en realidad, son cinco.

Para otras, en cambio, hace falta toda una vida.

La diferencia se suele notar.

Las que necesitan tanto tiempo son pocas. Exigen demasiado esfuerzo, ¿para qué quemarse hasta ese punto?

Quizá porque se tiene algo qué decir.

A nosotros nos ha venido esta idea a la cabeza mientras leíamos a Mario Catelli.

Catelli nació en Argentina, tiene más de 50 años, lleva desde 1987 viviendo en Barcelona y según cuenta la editorial, El heredero es su primera novela para adultos (aunque al parecer tiene tres libros infantiles y juveniles publicados). Con esta obra ha ganado el último Premio Bruguera.

La historia suponemos que es la suya, o muy parecida, la de un argentino que intenta buscarse la vida por todos los medios imaginables en Barcelona.

"Mi cuerpo parece acostumbrado a todo, menos a recordar", dice Catelli nada más empezar la novela.

Su cuerpo, en efecto, trapichea con drogas, toca el saxofón en la calle, roba si la cajera de cualquier establecimiento se descuida, pinta las casas de señoras teñidas de rubio y con un padre enfermo, intenta vender pisos o dedicarse a coser bolsos.

Su cuerpo viste las ropas de un músico muy elegante pero que ya está muerto y no tiene permiso de trabajo, aunque sí de residencia. Lo ha conseguido en una sauna, comiéndole la polla a un funcionario viejo y con la espalda llena de pelos.

¿Y su memoria? En su memoria está la culpa y están los muertos. Como en todas las memoria, pero en la suya quizá un poco más porque él ha sobrevivido mientras sus amigos eran torturados, violados o asesinados por la dictadura argentina.

La vida de Marcos o Martín, el personaje de Catelli, transcurre entre esa necesidad de encontrarse a sí mismo, o al menos, una profesión, algo con lo que ganarse la vida y fijarse una identidad, y la necesidad inversa de huir y perderse, de no parar nunca, de no ser arrastrado hacia atrás, de no volver a esos sitios que duelen tanto.

Marcos o Martín es un Pijoaparte, ahora que Marsé está tan de moda, pero ya crecido, a punto de cumplir los 40, descreído y en versión sudaca.

Si quisiéramos ponernos pedantes, diríamos que El heredero nos ha sabido a El juguete rabioso, de Roberto Arlt, o al Herry Miller menos místico y tostón.

Pero como preferimos que todo el mundo entienda esto y se anime a leerlo, diremos que es una novela muy distinta a lo que ahora suele hacerse, que transmite una extraña sensación de autenticidad (la autenticidad en los libros a nosotros siempre nos parece extraña, y nos gusta), y que sorprende por lo bien escrita que está.

Bien escrita porque te va llevando, O porque de repente te encuentra una frase, un giro o una página entera que te gusta y te hace pararte, y la vuelves a leer, pero sin que resulte ni cursi ni empalagoso. Y porque Catelli hasta se permite ponerse introspectivo y meterse mucho dentro del personaje sin resultar coñazo.

Ya casi al final de la novela, Marcos o Martín, ve a un tío en un bar al que le han tocado las tragaperras. "Debe ser bueno ganar. El que lo hizo fuma a pleno pulmón y sonríe, debe estar contento, sí, pero ¿cuánto habrá perdido?", escribe Catelli.

Y nosotros pensamos que tiene razón, que algunos necesitan perderlo todo y perderse muchas veces para llegar algún sitio.

Catelli es ahora el que lo ha conseguido, y puede también sonreír y hasta fumar a pleno pulmón.

lunes, 27 de abril de 2009

Enamorados de Lisbeth Salander (Sobre el fenómeno Larsson)


¿Hablamos de Céline (estamos leyendo el libro que ha escrito su viuda sobre él)?, ¿hablamos de El heredero, de Mario Catelli, una novela cojonuda que terminamos el otro día?, ¿hablamos de haikus ahora que Jiménez Losantos amenaza con publicar su propia visión del género?...

Cuesta arrancar los lunes.

Dejamos para los próximos días lo de Céline y Catelli, y descartamos de momento los haikus, aunque abrimos al azar nuestra antología favorita, Jaikus inmortales, editado por Antonio Cabezas y publicado por Hiperión, y transcribimos uno de Basho:
Muévete, tumba,
que mis gemidos son
viento de otoño
Imposible no pensar en la situación profesional de Losantos. Pobre. Y quizá en la nuestra.

Otro día, más haikus.

La siguiente opción es Larsson, el triunfador de Sant Jordi.

¿Hay alguien que aún no sepa quién es este tío?

Stieg Larsson es un sueco que ha escrito una serie de novelas negras. Todo el mundo las está leyendo: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, que se editará en España el próximo 23 de junio.

Luego se murió y no pudo escribir más ni ver su éxito, aunque dicen que igual existe una cuarta novela escondida en algún rincón de su disco duro o en la caja fuerte de sus herederos que andan peleándose como fieras por la pasta y los derechos.

Larsson ha sido un pelotazo. Lleva meses en todas las listas de los más vendidos y a nosotros nos parece uno de los fenómenos editoriales más interesantes de los últimos años.

No es una novela ñoña y escrita para adolescentes, como El niño con el pijama de rayas.

No es una novela histórica (nosotros es que odiamos la novela histórica), copia a su vez de alguna otra novela histórica.

No es un thriller sobrenatural sobre los secretos del cristianismo o extrañas sociedades místicas que gobiernan el mundo...

Los libros de Larsson son novelas negras.

Y entonces, viene algún pedante y se mete con Larsson. Él se cree muy listo pero lo que hace es repetir toda una serie de tópicos que desde siempre se han esgrimido contra la novela negra y que nosotros creíamos muy superados.

La novela negra es divertida, lo que a algunos les parece imperdonable. Y la novela negra, a diferencia de otros géneros, no es escapista, sino que se atreve a husmear en los aspectos más oscuros de la sociedad.

Larsson habla, por ejemplo, de importantes empresarios que se dedican a malversar fondos públicos, del pasado nazi de Suecia, de la brutalidad de determinadas prácticas psiquiátricas, de la impunidad con la que actúan los servicios secretos, de la situación de esclavitud en la que viven las inmigrantes que ejercen la prostitución y, en general, de distintas formas de violencia contra las mujeres.

La serie de Larsson no es una obra maestra (¿cuántas obras maestras hay?) y seguramente tampoco sean las mejores novelas negras de la historia (ni mucho menos), pero están muy bien y le dan mil vueltas a cientos de otros títulos supuestamente mucho más serios y mucho más profundos.

Nosotros los disfrutamos, los devoramos y sí, nos enganchamos, como todo el mundo, lo que nos convierte en seres muy vulgares, pero también refuerza nuestra tesis principal: nosotros somos gente.

Aunque el gran acierto de Larsson es el personaje de Lisbeth Salander, tan excesivo ya en la segunda parte, tan fuera de la realidad, que resulta imposible no enamorarse de ella.

Lisbeth es un ser antisocial, una especie de Pipi Calzaslargas en versión punki, como la describió su autor, llena de tatuajes, irresistible tanto para hombres como para mujeres, que pesa sólo cuarenta kilos pero que se entrena con los campeones de su país de boxeo y que es capaz de meterse en cualquier ordenador.

A Lisbeth la han puteado durante toda su vida. Incluso hay quien se cree que es tonta, pero todo lo contrario. Lisbeth es peligrosísima y está deseando poner a los malos en su sitio...

A nosotros por eso nos gustó más la segunda parte que la primera: porque Lisbeth es la auténtica protagonista. Además de por el final. Pero tranquilos, no vamos a reventarlo.

Estaría bien ahora poner una foto de los dos tochos, son libros de muchísimas páginas, uno encima de otro, aquí, en la mesa o delante del ordenador, pero los hemos prestado. Ya es la quinta vez que nos los piden. Y los hemos regalado como tres o cuatro veces más. La de pasta que le estamos dejando a Destino. A ver si el año que vienen aciertan y le dan el Premio Nadal a alguien que merezca la pena.

viernes, 24 de abril de 2009

Viaje real a la locura (sobre Michael Greenberg y Gul Y. Davis)


¿Alguna vez has estado en un psiquiátrico?

No es un sitio muy divertido.

Hay personas y donde hay personas siempre pueden surgir cosas buenas: cariño, generosidad, sonrisas...

Pero lo que hay sobre todo en un psiquiátrico es sufrimiento.

La locura no tiene gracia. No resulta romántica ni guay ni sofisticada. Una enfermedad mental o una crisis nerviosa o un brote o como quieras llamarlo no se parecen en nada a una fiesta.

La locura tampoco es la última parada de la inteligencia o del talento. No es la demostración del genio ni suelen encontrarse demasiadas respuestas en ella.

Lo que no quiere decir que los locos (los enfermos mentales, los que están sufriendo una crisis, un brote, o como quieras llamarlos) sean tontos.

Hay locos listos y hay locos tontos, hay locos con talento y hay locos sin talento. Y seguramente en la misma proporción (o muy parecida) que los que consideramos cuerdos.

Es difícil establecer los límites y es difícil generalizar.

La locura (la enfermedad mental, las crisis, los brotes o como quieras llamarlo) tienen muchas formas de presentarse. E incluso muchas fases y etapas dentro de una misma enfermedad.

Los locos (los enfermos mentales, los que están sufriendo una crisis, un brote, o como quieras llamarlos) están locos una temporada y luego, a lo mejor vuelven a estar más cuerdos que tú, depende de cada caso.

Pero lo que no suele hacer la locura es convertirte en un genio o en un payaso o en un peligrosísimo criminal. Citamos estos tres prototipos porque son los que suelen aparecer en los libros. Son libros que mienten, aunque quizá sus autores ni siquiera lo sepan.

La locura real se conoce muy poco. Entre otras cosas, porque la locura real se esconde, tanto en la literatura como en la vida. Nadie quiere verla. No encaja con esa idea romántica y además, duele.

La locura real suele significar sufrimiento, insistimos en ello, miedo, soledad, incapacidad para entenderse a uno mismo, aislamiento, una ruptura respecto a todo lo que hasta ese momento has sido y respecto al mundo...

Hoy hablamos de locura por dos libros recientes que nos ha gustado cómo abordaban el tema.

El primero se llama Hacia el amanecer. Lo ha escrito Michael Greenberg y lo ha publicado Seix Barral.

No es una novela. Es un padre que cuenta como su hija Sally de 15 años sufre una crisis mental. La diagnostican un trastorno bipolar y lo que sigue es todo el proceso de recuperación: el ingreso en el hospital, las preguntas sin respuesta, la familia culpabilizándose y haciéndose todo tipo de reproches, la mezcla de impotencia y arrogancia de los psiquiatras, los efectos secundarios de la medicación...

Lo primero que sorprende en Greenberg es la mezcla de serenidad y sinceridad. No es exhibicionista ni obsceno, no se aprovecha de la enfermedad de su hija para hacer "literatura".

Puede incluso resultar frío, premeditadamente frío, pero eso es mil veces mejor que una historia victimista o llorica.

Y a pesar de ello, hay momentos en los que resulta difícil no verse afectado emocionalmente por lo que está contando. Como cuando decide probar la medicación de su hija para saber qué siente. O cuando pasa el brote y Sally por fin vuelve a ser Sally.

Greenberg desmitifica la locura y habla de ella desde fuera. Habla de sí mismo, de cómo lo vivió. No habla de la locura desde dentro. No pretende reconstruir la experiencia de su hija. No dramatiza, pero tampoco ofrece falsos consuelos.

El otro libro, Un paseo solitario, sí es una novela. Lo escribió en 2000 un inglés, Gul Y. Davis, y lo ha editado ahora en español Periférica.

Davis, al revés que Greenberg, habla desde dentro, desde su propia experiencia, la de alguien muy joven, poco más de veinte años en la novela, pero que ha pasado más de diez ingresado en distintos psiquiátricos. Le dan el alta y sólo una semana después sufre una recaída.

Davis habla de la incapacidad de sonreír o follar, de la violencia y los castigos en el psiquiátrico, del vacío, del aburrimiento, de sentirse muerto, del terror al no poder distinguir entre lo imaginado y lo real...

El libro de Davis es duro, durísimo, como el Greenberg, pero de una forma distinta, sin la menor serenidad, al contrario, con toda la urgencia y la desesperación de quien no quiere volver a ese sitio, el psiquiátrico, donde tanto daño le han hecho y ni siquiera han podido curarle.

Davis, ya para acabar, reza e inventa una oración que podría ser la de cualquier loco:

"Querido Dios, concédeme un sueño reparador. Rezo para que mañana no esté tan solo por dentro; para que mi dolor se adormezca, para que mi mundo sea amable, para que yo no siga atormentado. Amén."

Hoy es viernes, pero no ha habido chistes. Lo que sí tenemos es una canción, She lost control, que habla también de la locura. El que la canta es Ian Curtis. Hace un par de semanas estrenaron una película sobre su vida. Se llama Control y a nosotros nos apetece mucho verla. Quizá superemos la pereza y vayamos este fin de semana.

Ian Curtis se ahorcó con 23 años. Dicen que si era epiléptico (y que por eso bailaba así), que si estaba deprimido, que si se estaba divorciando de su mujer...

Habrá a quien la imagen de Ian Curis colgado en la cocina de su casa le parezca muy de maldito, muy guay. A nosotros, en cambio, nos jode frivolizar, como con la locura. Y nos parece de una desolación extrema.

Sentimos el mal rollo. Pero a veces toca.

A cuidarse y a ser buenos.

La foto de hoy, por cierto, es de Jaime San Román. No le conocemos, ni a él ni a su modelo, sólo de este blog. Pero nos mola.