martes, 9 de junio de 2009

Cerrado por avería (gracias a Jazztel y a su servivió técnico)



Cortamos y pegamos del prólogo de ¡Viva la CIA! ¡Viva la Economía! (Virus Editorial), de Santiago Alba Rico, un libro en el que se recogían varios guiones de La bola de cristal:
Sade, como Avería, viene a decirnos: en el reino del Mal, bajo el gobierno del Mercado-Naturaleza, el bien es un pecado, la virtud es un delito de lesa humanidad contra la dignidad del hombre, ser inofensivo constituye una falta gravísima de insolidaridad criminal. El que se preocupa de su alma ofende su propio cuerpo y amenaza el de los demás. No derribar la Bastilla, en fin, es un gravísimo pecado que merece un castigo terrible. El rayo que mata a Justine, como el gripante y fundiente de Avería, viene a castigar precisamente el delito de no rebelarse contra el Mal, el pecado de aceptarlo como si formara parte, en efecto, de la naturaleza. En el mundo del Mal, en suma, hay víctimas y verdugos, y sus papeles son probablemente intercambiables porque lo que no hay –desde luego– es inocentes.

(...)

De este modo Avería, ensañándose con los inocentes, escarmentando a los inofensivos, triturando a toda esa buena gente que se ocupa sobre todo de su alma, nos enseña la misma lección que Sade o Brecht: en el reino del Mal la virtud no merece un particular respeto o admiración; merece, más bien, un severo castigo. No se puede transformar el mundo con la varita de masturbar nuestras virtudes: hay que derribar la Bastilla.
(Las negritas son mías. Las cursivas, del autor.)

lunes, 8 de junio de 2009

Un paseo por la Feria de Libro (impresiones)


1. Hay mucha gente. Gente de todo tipo, como cada año: niños, familias, viejos, jovenzuelos. A algunas casetas no puedes ni acercarte.

2. Los autores que firman, detrás del mostrador y con el cartelito encima, me producen una sensación extraña, más que nunca, no sé por qué. Como animales tristes y desconcertados.

3. No hay grandes colas. Incluso los autores más mediáticos despiertan poco interés. Arrasa Geronimo Stilton, que es un ratón, un actor disfrazado de ratón. Los padres, con sus hijos, esperan tranquilos. Pero hay un guardia jurado controlándolo todo. Por si de pronto los niños enloquecen en masa, supongo.

4. También tiene una gran cola Ibañez, el de Mortadelo y Filemón. Hasta le han puesto en una especie de carpa. Le siguen en número de fans Javier Cercas, Manuel Rivas y Boris Izaguirre.

5. Está el padre Mundina, el cura que se ha pasado toda la vida hablando de plantas. La gente para, se le queda mirando y dice: anda, pero si aún sigue vivo. Y luego continúan el paseo. Todos hacen (hacemos) lo mismo.

6. Mi Supercolega librera me enseña un libro muy chulo: El magnífico plan de Lobo, de Melanie Williamson (Ed. Edelvives). Es infantil. Una fábula sobre el capitalismo. El lobo se ha quedado sin dientes y engaña a las ovejas: las pone a trabajar para que le paguen una dentadura nueva. Su idea es comérselas a todas en cuanto vuelva a tener piños. La vida misma. Igual, igualito que los contribuyentes financiando a la banca. Lo bueno es que en los cuentos, a veces, sólo a veces, triunfa el proletariado.

7. Otro colega me habla de un cómic, Madman. Parece un rollo muy friqui, pero tiene gracia: sus enemigos son los beatniks: Kerouac, Allen Ginsberg y toda esa gente.

8. No veo nada que me llame demasiado la atención, ningún libro. Hojeo la adaptación al cómic de El curioso caso de Benjamin Button, de Francis Scott Fitzgerald (Ed. Gadir). Pero otro colega me dice: no te lo compres, ya te lo dejo yo.

9. Me encuentro con Kiko Méndez-Monasterio. Kiko escribió una de las novelas más extrañas del año pasado: La calle de la luna (Ed. Ambar), una mezcla de El guardián entre el centeno y El viaje al fin de la noche. Contaba el proceso de corrupción de un pijo de provincias que se viene a estudiar a Madrid. Era una novela muy de derechas, muy nostálgica, muy sentimental. Y al mismo tiempo, muy amarga y muy vivida. No hacía trampas. Era una buena novela. Otro día te hablamos de ella. Hay mucho que decir al respecto. Tanto, que Kiko debería convertirse en el gran reaccionario de este principio de milenio tan bobo, un Céline, un Chateaubriand. Le sobra talento y desesperación. Le necesitamos.

10. La caseta de Vips es la más ridícula de toda la Feria. a las chicas que la atienden les han puesto uniforme, con el polito rojo y la gorra. No sé qué coño venden, pero están desbordadas.

11. Paro en la caseta de Visor. Cojo un libro: Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas, de Raymond Carver. Abro al azar y leo:
Olvida todas las experiencias que impliquen muestras de dolor.
Y cualquier cosa que tenga que ver con la música de cámara.
Museos en tardes lluviosas de domingo, etcétera.
Los viejos maestros. Todo eso.
Olvida a las jóvenes. Trata de olvidarlas.
A las jóvenes. Y a todo eso.
Decido comprarlo. En la misma caseta, justo al lado, firma Alejandro Jodorowsky. Pero yo no me lo creo. Me aburre muchísimo, como todos los charlatanes, y los esotéricos, y los neomísticos. Parece viejo y cansado. Da la impresión de que los trucos le han dejado de funcionar.

Maestro, me dan ganas de decirle, para recuperar la vitalidad recurra a la psicomagia, haga uno de sus conjuros: cáguese literalmente en todos sus libros y después, coja a sus seguidores y métalos en la caseta. Préndales fuego. Libere su alma de semejante responsabilidad, de tanta gente que recurre a usted con la esperanza de curarse.

Yo no, yo no quiero curarme. Yo, en todo caso, aspiro a la Salvación.

Y por eso me largo ya de la Feria.

Y haré caso a Carver.

Prometo olvidar: la música de cámara, los museos, las tardes lluviosas de domingo y a las jóvenes. Sobre todo a las jóvenes.

También a esa escritora que veo poco antes de salir: como una vieja estrella del rock, con gafas de sol y una cara de mala hostia que asusta.

Eso es actitud.

No habrá firmado un libro en toda la tarde, pero a mí me ha convencido: prometo leerla en cuanto llegue a casa.

Sus obras completas.

Una señora con semejante distancia frente al mundo, o tan soberbia, o tan desencajada, o tan puesta de ansiolíticos, seguro que tiene algo importante que decir.

viernes, 5 de junio de 2009

De peces y pescadores muertos (sobre 'La playa de los ahogados', de Domingo Villar)


Lo de ayer fue como un chiste de Faemino y Cansado.

El alergólogo ratificó su diagnóstico: anisakis.

O sea, nada de comer pescado.

Pero la alergia, nos advirtió, también puede ser al ron, al hielo industrial, a los kikos y hasta a este blog.

Hay que restringirlo todo.

Cualquier cosa nos puede cerrar la traquea.

Cualquier cosa nos puede matar.

Eso ya lo sabíamos. Eso lo sabe todo el mundo. Para eso no hace falta ir médico.

Y el final, igualito también que Faemino y Cansado: qué se joda el doctor, que además se parece a César Vidal, y por la noche nos fuímos a cenar a un japonés.

Un japonés con nombre de libro: Kokoro, de Natsume Soseki, reeditado este año por Gredos. Otro día te hablamos del restaurante y de la novela.

Hoy mejor hablamos de peces, seguimos hablado de peces, y de pescadores muertos, de Domingo Villar y de su estupendo libro La playa de los ahogados (Ed. Siruela).

Al principio, cuando lo vimos, nos dio miedo y lo comentamos: casi 450 páginas.

¿Se le había ido la mano a Villar?

No, a Villar no se le ha ido la mano.

Al revés, a Villar la mano le ha madurado, y ha conseguido hondura, y la controla de maravilla: la mano, la trama, el ritmo, la ambientación... Todo.

Resumimos el argumento en dos líneas: un pescador aparece muerto en la playa de Panxón. Todos creen que es un suicidio, pero el inspector Leo Caldas y su ayudante Rafael Estévez se ponen a investigar el caso y...

Y mejor no contar más, como de costumbre. Mejor leerlo e ir descubriendo la historia, toda las vueltas que da, los personajes, subtramas y pistas que van apareciendo: los naufragios, los fantasmas y los crímenes del pasado que vuelven de pronto, las relaciones del protagonista con su padre, la sombra de la ex pareja de Caldas, las dificultades de su ayudante maño para adaptarse a Galicia...

La playa de los ahogados, como el anterior libro de Villar, Ojos de agua, es una novela negra.

Novela negra a la gallega.

Y eso es muy importante: ahora hay novelas negras americanas, francesas, suecas, escocesas, chinas, indias, palestinas...

Pocos géneros tan difundidos, tan leídos y tan cultivados.

Y no es por una moda o un capricho.

O porque haya crímenes y malos en todas partes.

O porque exista un esquema que se adapta a cualquier cultura.

No, la novela negra ni es esquema ni se adapta, la novela negra se empapa de la realidad, está hecha justo de eso, de realidad, y es uno de los artefactos narrativos más potentes para definir una sociedad y su tiempo.

En este caso, Villar habla de la Galicia actual, de Vigo, de los excesos urbanísticos y de mares esquilmados en los que ya apenas se encuentran peces, de puertos donde sólo pescan tres barcos y de lonjas a las que siempre acuden los mismos compradores, de gente que sigue creyendo en los fantasmas y de supersticiones para librarse de ellos, de nuevos ricos y de un mundo que ve en el turismo su principal esperanza. Pero también su mayor enemigo.

Villar, que es crítico gastronómico, incluye además las cosas que ama. Y consigue algo muy difícil, no ya transmitir ese amor, sino contagiarlo. Amor por el vino y los viñedos que cultiva el padre de Caldas, por la cocina, por el marisco, por los bares y por los restaurantes.

Aquí no hay tiros ni persecuciones a toda velocidad por la autopistas. Villar no va de duro.

Aquí hay melancolía, una tristeza que no es ñoña, sino más bien una forma de estar en el mundo. Y cierto toque de ironía, o mejor, de retranca. Y una obsesión, la del inspector Caldas y la de algún otro personaje por hacer justicia y que cada cual pague sus culpas. Villar no va de blando.

Con todo ello Villar crea un atmósfera, por llamarlo de alguna forma, que envuelve y atrapa al lector.

Atrapa también por su ritmo, casi perezoso al principio, pero que luego se va acelerando según la investigación avanza, y se complica, y da todos los quiebros que exige el género.

Te atrapa y se te queda pegada, o se te queda dentro. Da igual, lo que queremos decir es que La playa de los ahogados te la llevas puesta y sigue contigo incluso después de haberla acabado.

Y no le sobra una página.

Lo dejamos.

Hay que empezar el fin de semana.

Veremos si comemos más peces, peces muertos, o si bebemos ron, o si acabamos en urgencias.

Pero esperamos que no. Esta vez, no.

(La foto de hoy es de nuestro último fichaje, la Srta. Valerie de la Dehesa, colega y fotógrafa, con la que estamos negociando un contrato para incorporarla como editora gráfica, aunque sólo sea a ratos.)

jueves, 4 de junio de 2009

Planeando el fin de semana (la Feria del Libro, García-Alix y los AC/DC)


Se ha hecho muy tarde.

Más de las ocho y ni una palabra en el blog.

Y es una pena, porque íbamos a hablar de La playa de los ahogados (Ed. Siruela), la segunda novela de Domingo Villar.

Nos ha gustado mucho.

Mucho, mucho, mucho.

Esta vez, sí.

Una estupenda novela negra.

Mañana prometemos dar una cuantas razones para leerla.

Hoy, en lugar de eso, empezamos a pensar en el fin de semana.

Hay un par de cosas interesantes.

Está la Feria de Libro.

En Madrid, claro. Las otras dos cosas también. Pero los libros, no. Los libros relacionados con ellas están, o pueden estar, en cualquier otra parte.

El viernes pasado le dedicamos a la Feria una entrada con nuestras casetas favoritas, librerías en las que solemos encontrar títulos que merecen la pena.

Ha empezado también PhotoEspaña. Te remitimos a su web.

Desde hoy jueves y hasta el sábado organizan unos encuentros sobre la relación entre fotografía y literatura.

Participa Alberto García-Alix (el de la foto de arriba).

García-Alix es un gran fotógrafo. Todo el mundo lo sabe.

Y además, escribe bien.

No, no es escribir bien, eso lo hace cualquiera.

García-Alix, cuando fotografía o cuando escribe, cuenta cosas interesantes.

El año pasado, coincidiendo con la exposición en el Reina Sofía, la editorial La Fábrica publicó sus textos completos. El libro se llamaba Moriremos mirando.

Eran artículos, prólogos para catálogos y algún guión.

Todos ellos, sobre su vida y las cosas que le gustan o que le han marcado, cosas como los colegas, las mujeres, las drogas, las motos, los tatuajes y por supuesto, la fotografía.

Con el estilo que le caracteriza, entre épico y arrabalero, pero siempre limpísimo.

Cortamos y pegamos del libro para que te hagas una idea:
"Si algo se distingue con claridad en mis fotos es la gente que me importa, los amigos que me han acompañado a lo largo del camino. Me gusta la literatura, y por lo tanto me gustan mucho los personajes complejos y literarios; seres generosos y comprensivos, llenos de matices, en los que el bien y el mal resultan por completo inseparables. Gentes que apuestan invariablemente a la misma carta y que, incluso perdiendo, son capaces de engrandecer la vida. Gracias a ellos, la película de los días adquiere densidad y la vida se convierte en una obra de arte. Un artista debería ser ante todo generoso. Y sin embargo, a la gran mayoría le aterra la idea de dar. Esa actitud me revienta tanto, que me hace maldecir la sola pretensión de querer ser artista, de llamarme fotógrafo."
Y luego están los AC/DC.

Mañana viernes tocan en el Vicente Calderón.

Madrid ya huele a azufre.

Toda la ciudad.

Pero no tenemos entrada.

Mierda.

Otra vez sin entrada.

No los veremos nunca.

Da igual.

Hay millones de cosas que no veremos nunca.

Y a los AC/DC les seguiremos oyendo.

Eso siempre.

A los AC/DC se les oye.

A los AC/DC no se les escucha.

La letra del Highway to hell también la tenemos tatuada en algún lugar de cuerpo.

No necesitamos excusas para cerrar hoy con un vídeo suyo, o para hacer lo que queramos, pero es que somos superserios y esto aún sigue siendo un blog de libros.

Así que te recomendamos uno: AC/DC Hágase el rock anr roll, de Murray Engleheart y Arnaud Durieux. Más de 400 páginas dedicadas a la historia de la banda.

No lo hemos leído. Pero lo editó el año pasado Global Rhythm y nos fiamos de ellos.

Si de algo saben en esa editorial es de música (aunque también de otras cosas, cada vez más).

Y mañana, sí, mañana hablamos de Domingo Villar y de La playa de los ahogados.

miércoles, 3 de junio de 2009

Cuerpos desnudos, papel de water o una pantalla de seis pulgadas (en busca del soporte definitivo para el futuro del libro)

Sigue la Feria del Libro.

Aún no hemos ido.

Esperamos al fin de semana: han anunciado que va a llover y si no, estará lleno de gente.

Nosotros es que somos gente. Hacía mucho que no lo decíamos. Nos gusta la gente.

Hoy empiezan en la Feria una serie de encuentros, o conferencias, o debates, o jornadas, o lo que sea, sobre el libro electrónico. "Del Sinodal al Digital" lo han llamado.

No sabemos mucho al respecto. Mejor te remitimos a Los futuros del libro, el blog de Joaquín Rodríguez, uno de los participantes en la mesa redonda de esta tarde con, entre otras, la poderosísima Carmen Balcells.

No somos fetichistas ni del papel ni de los libros y quienes han usado el Kindle nos han hablado maravillas de él.

Podría ser el futuro.

Vemos ahora mismo nuestra mesa (en la foto de abajo) y la idea del libro electrónico resulta tentadora.


Pero hay otras opciones.

El papel de water.

No es coña.

El otro día nos mandaron una noticia que hablaba sobre eso.

(Mil gracias y un beso a la remitente).

Al parecer, en Japón van a empezar a imprimir historias de terror en los rollos de papel higiénico.

No es sólo para que la gente se entretenga, hay una especie de sinergia detrás: cuenta la tradición japo que los fantasmas se esconden en el retrete.

De hecho, los padres asustan a sus hijos con la posibilidad de que salga en cualquier momento una mano peluda del water que les arranque los genitales o que se los lleve enteritos a una especie de infierno subacuático de mierda, ratas y alcantarillas.

Como en esa escena tan bonita de Trainspotting (abajo). Por cierto, el camello que aparece vendiéndole los supositorios de opio a Ewan McGregor es Irvin Welsh, el autor de la novela en la que está basada la película. (Buenísimas las dos: la novela y la película).



Volviendo a la iniciativa japones, la experiencia como lector debe ser total.

Otro posible soporte es la piel humana.

Ayer apareció en todas partes la portada del próximo 'Esquire': Bar Refaeli con todo su cuerpo lleno de letras, frases y palabras.

Te ofrecemos una foto distinta. Hay más en la web de la revista.


Es otra sinergia: desnudan a la modelo y de paso, anuncian que van a publicar un relato nuevo de Stephen King.

Los cuerpos desnudos y pintados resultan tentadores. Imposible negarlo.

Pero plantean problemas como la producción industrial (ni uno saldría vivo de la imprenta) o el almacenamiento.

Imagino ahora mi mesa llena mujeres desnudas, apiladas unas encima de las otras, como los libros, y la idea recuerda más a una fosa común que a una fiesta.

Mal rollito.

Y luego están los libros de verdad.

La idea del libro como objeto con valor por sí mismo.

Es curioso, o quizá no, que ahora que tanto se habla del libro electrónico se pongan de moda los libros ilustrados.

Nosotros ayer leímos/tocamos/vimos y hasta nos reflejamos en uno precioso.

Se llama Brillante como una cacerola y lo ha editado Alfaguara.

Son cuatro cuentos de Amélie Nothomb, supuestamente escritos para niños, o más bien para lectores juveniles, e ilustrados por Kikie Crêvecoeur.

Qué libro más bonito. Y eso que a nosotros no suelen gustarnos demasiado los libros bonitos. Al revés.


Los cuentos breves, brevísimos, hablan de príncipes chinos hartos de la belleza, de asesinos en serie a los que una copa de vino de Burdeos les cambia la vida, referéndums sobre la existencia de Dios y holandeses condenados a hablar todas la lenguas.

Gustarnos, gustarnos, nos ha gustado el primero: cómo le da la vuelta a una historia muy manida (la del príncipe en busca de princesa), y su crueldad, y su extraño sentido del humor. El final de los otros tres no ha terminado de entusiasmarnos.

Pero este libro, ya lo hemos dicho, es otra cosa.

Es un todo: con esos dibujos, que son, al parecer, grabados hechos en gomas de borrar, y la maquetación, el tratamiento tan distinto que se le da a cada uno de los cuentos, y el espejito que incluye en la página 20, y el juego de las copas de vino y los cuellos de las víctimas del asesino en serie...

Una joyita.

Y ya, lo dejamos, como siempre, sin conclusiones, incapaces de decidirnos por ningún formato.

¿Para qué?

A veces, como hoy, todo nos gusta y todo nos parece bien.

martes, 2 de junio de 2009

Puestos de gladiadores y corticoides (los libros de la semana)


Llevo toda la mañana viendo el vídeo de Gladiator que le puso Guardiola a sus jugadores antes de la final de la Champions.

No me gusta el fútbol.

Intento motivarme.

No sirve de nada.

Sólo me recuerda al chiste sobre películas de gladiadores de Aterriza como puedas.

Volvemos a deslizarnos hacia el friquismo.

Son los corticoides: nos quitan la capacidad de concentración y nos ponen de muy mala leche.

O sea, que dejamos ya de quejarnos como de costumbre y nos centramos en los libros.

Hoy toca esa bonita entrada semanal: libros que nos apetece leer.

1. Cuentos completos. Amy Hempel. Ed. Seix Barral: Lo recibimos hace tiempo, junto a Nadie es más de aquí que tú, de Miranda July, del que ya hablamos.

Nos apetecía, pero al final nos decidimos por el otro, el de July, sin saber por qué.

De Hempel habla bien mucha gente, y muy distinta, desde Alice Munro hasta Chuck Palahniuk.

Son cuentos muy cortos, minimalistas, dicen.

¿Y qué nos ha llevado a rescatar ahora el libro?

La crítica que le hizo Rodrigo Fresán en el ABCD uniéndolo al de July.

Cortamos y pegamos:
De ahí que lo recomendable sea comenzar por Nadie es más de aquí que tú y ser seducidos y tal vez, con el tiempo, abandonados por los encantos de relatos como «El patio común», «Algo que no necesita nada» y «El equipo de natación». Y después enamorarse y casarse hasta que la muerte nos separe de Hempel y de relatos como «En el cementerio donde está enterrado Al Jolson», «La parte más femenina de ti», «Ofertorio» y esa obra maestra que es «La cosecha».
Promete, sí que promete. No podemos añadir nada más. Al menos, hasta que lo leamos.

2. El niño criminal. Jean Genet. Ed. Errata Naturae: Es uno de esos libros minúsculos (93 páginas y un prólogo de 35). Minúsculos y exquisitos, editado por un sello nuevo que está haciendo cosas muy interesantes, sobre todo, recuperar escritos inéditos y casi desconocidos de grandes autores.

Lo último que publicó
Errata Naturae fueron unos textos de juventud de Leopardi, Giacomo Leopardi, otro tarado imprescindible: italiano, del XIX, cheposo, o sea, con una inmensa joroba, muy triste, muy pesimista, desolador, maravilloso.

Nosotros, en algún lugar del cuerpo, no recordamos cuál, tenemos tatuado un verso suyo, el final del poema El infinito: "Y naufragar me es dulce en este mar".

Otro día nos marcamos una entradita sobre la importancia de los jorobados en el desarrollo del pensamiento más desgarrado de Occidente: Leopardi, Kierkegaard y alguno más.

Pero este libro no es de Leopardi. Es de Genet, también tarado, también imprescindible: ladrón, presidiario, chapero y maricón.

Decimos ladrón, presidiario, chapero y maricón todo junto porque para Genet todo eso, como sus libros, eran lo mismo: darle la vuelta al orden establecido, ponerlo patas arriba y buscar la belleza en el estercolero.

Sartre descubrió a Genet en los años 40, cuando cumplía cadena perpetua en la cárcel, consiguió que le publicaran su primera novela, Santa María de las Flores, y que le dieran el indulto.

En este librito hay dos textos, El niño criminal, en el que Genet cuenta su infancia en distintas instituciones penitenciarias, y Fragmentos que, según dice la contra, ofrece "su visión más amarga de la homosexualidad".

A ver si nos lo leemos, nos gusta y escribimos algo más largo sobre Genet.

3. Nostalgia de Charlie Parker. Robert George Reisner. Ed. Global Rhythm Press: Distintos personajes, incluido el que firma como autor y encargado de recoger el testimonio de los demás, recuerdan al saxofonista más grande de todos los tiempos y reconstruyen su historia.

A nosotros, con el jazz nos pasa como con el fútbol: nos aburre muchísimo.

Pero Charlie Parker no. Ni tampoco su colega Dizzy Gillespie.

La culpa debe ser de Kerouac, que nos aficionó a ellos.

Jack
Kerouac quería escribir como Charlie Parker tocaba el saxo: improvisando y hasta arriba de drogas.

Consiguió lo de escribir, lo de la improvisación y lo de las drogas.

Pero sus libros, que tuvieron y aún tienen una influencia decisiva en todo lo que vino después, nunca llegaron a la altura de Parker.

También de
Kerouac te hablamos otro día.

La vida de Parker, por supuesto, fue un despropósito: todo excesos bajo ese aspecto de negro bueno.

Te dejamos con una grabación de él, por si no le conoces, para que compruebes que no es un coñazo ni de lejos.

(Visto ahora el vídeo, envidiamos la concentración de Parker, y su sonrisa cuando el batería se marca el solo, y el pitillo que se fuma después, y hasta la melancolía con la que a ratos mira.

Va de algo, pero seguro que no son corticoides.)


lunes, 1 de junio de 2009

Resaca tóxica (leyendo a Tsutsui en urgencias)


Domingo por la mañana.

Me despierto y lo primero que compruebo es que aún sigo respirando.

Bien.

Pero ha vuelto la bola.

Esa bola hija de puta en la garganta.

Un bola de carne, mi propia carne hinchada: la campanilla (perdón, úvula), la glotis, todo el paladar.

Duele y agobia.

Sobre todo agobia: la carne, mi propia carne, quiere matarme. Y de la peor forma: inflamándose e inflamándose hasta asfixiarme.

¿Aún respiro?

Si, creo que sí.

Resaca tóxica.

Alergia.

¿Anisakis?

No, eso no, anoche fui bueno y no comí sushi.

Ni nada de pescado.

Sólo copas, venga copas, ni me acuerdo de cuantas.

"Ron, ron, ron, la botella de ron."

Me visto (sin ducharme) y salgo corriendo a urgencias.

¿Aún respiro?

Sí, creo que sí.

Cojo un libro.

¿Qué libro puede llevarse uno a la sala de espera del hospital?

Yasutaka Tsutsui, sin dudarlo.

Al menos, para una resaca tóxica (una fractura o un ataque de pánico sería distinto).

¿Aún respiro?

Sí, creo que sí.

Pero mejor, corro.

El libro que elijo, el único que tengo de Tsutsui, se llama Estoy desnudo y lo ha publicado ahora Atalanta, la nueva editorial de Jacobo Siruela, el hijo de la duquesa de Alba (algo bueno tenía que haber hecho esa mujer, aunque sólo sea por la cantidad de años vividos).

Son cuentos. Ocho cuentos.

Dos magníficos: Estoy desnudo y La ley del talión.

Los otros, a ratos. Algunos, curiosos. Otros, divertidos. Y también los hay cargantes. Pelín tostones.

Pero todos, todos, todos tienen algo que merece la pena.

¿Aún respiro?

Sí, creo que sí.

Y ya he llegado al hospital.

Puedo ponerme a leer tranquilo. Si me desmayo, seguro que habrá alguien que sepa hacerme una traqueotomía.

Tsutsui nació en 1934. Dicen que es el nuevo autor de culto japonés.

Nuevo aquí. En su país deben conocerle desde hace años.

No es un japonés en plan samurái crepuscular (Mishima). Ni un japonés en plan "me gusta el jazz, soy muy cosmopolita y tengo una gran vida interior, aunque quizá algo rarita" (Murakami).

Tsutsui es más bien el tipo de japonés tarado, cruce de manga un poco guarro (no porno), algo de 'Humor amarillo' y algo de película sangrienta de yakuzas, pero sin yakuzas.

Simplificamos y exageramos. Como siempre.

En sus cuentos hay demonios que entran en una oficina y se ponen a matar a todo el mundo. Hay extraterrestres cabrones que no terminan de entenderse con los humanos (tiene dos cuentos sobre el tema, los que menos nos han gustado). Hay autobuses llenos de locos y viajes en avionetas suicidas. Hay chupatintas que quieren perder la virginidad y niños a los que les van cortando los deditos de uno en uno.

Hay sexo, pero como hablan de sexo los japoneses: con desvergüenza e ingenuidad. O pudor, si es que eso es posible. Pudor y vicio. O pudor y cierto espíritu de viejo pervertido.

Hay sangre, con esa misma contradicción o ambigüedad tan japonesa: entre lo naïf y el gore.

Hay humor. O muy negro, negrísimo y retorcido, o muy infantil, casi de chiste y de tropezones, como de 'Vídeos de primera'.

Y hay, sobre todo, imaginación, mucha, muchísima imaginación. Como todo lo anterior: siniestra y, al mismo tiempo, de colorines.

Nuestros cuentos preferidos son los que ponen a un tipo normal frente a una situación extrema, como Estoy desnudo o La ley del talión.

En el primero, una pareja está follando en un hotel. Se produce un incendio y los dos tienen que salir casi desnudos a la calle.

En el segundo, un tío vuelve a casa y se encuentra que un peligroso asesino ha secuestrado a su mujer y a su hijo.

Y mejor no contar más: hay que leerlos.

Por eso, quizá, está bien llevarse a Tsutsui a urgencias: porque sabes que lo tuyo es parecido, pero que no llegará ni mucho menos a tanto. O quizá sí.

Y por la sangre, y los muertos, y los accidentes, y el humor negro, y los cruel y disparatada que es la vida.

En realidad, todo eso lo tienes a tu alrededor, en esa gente que sufre y que no le queda más remedio que pasar la mañana del domingo en un hospital.

Y es una mierda. Una puta mierda tanto dolor, el de la gente que espera, no el nuestro, que casi ni existe, aunque algún día existirá. Tan inútil todo.

Pero te lo cuenta Tsutsui y mola. Incluso te da fuerzas para seguir respirando y para recibir con una sonrisa en la cara el chute de corticoides que volverá a poner todas tus carnes en su sitio.