miércoles, 1 de abril de 2009

"La fiesta ha terminado." ¿Qué fiesta? (Reseña de la novela de Daniel Vázquez Sallés. Ed. RBA)


Hoy estamos perezosos y torpes, no acabamos de verlo claro.

Llevamos tanto tiempo amenazando con hablar de La fiesta ha terminado, de Daniel Vázquez Sallés y editado por RBA, que ya ni nos apetece.

En realidad, ni siquiera sabemos si merece la pena dedicarle tiempo y espacio a un libro sobre el que no tenemos nada bueno que decir.

Pero vamos allá, intentaremos ser rápidos y asépticos. Aunque seguramente al final la caguemos.

¿Por qué lo leímos? “Una novela dura y exigente, que revela a un escritor de raza”, decían. Y muchas cosas más.

¿Es tan bueno?, preguntamos. Y nos respondieron que sí.

Creímos que podía ser un descubrimiento, como lo fue el año pasado Naturaleza infiel, de Cristina Grande, editado también por RBA.

Y nos gustó el planteamiento: Ruth y Mo son una pareja con dos hijos. Rondan los 40 y todas las semanas se encuentran en un hotel para follar. El polvo les sale a 250€. Luego vuelven a casa y todo es tan normal. Pero Ruth empieza a enamorarse del Mo del hotel y a odiar al Mo padre que tiene que aguantar el resto del tiempo. Prometía, ¿verdad?

A partir de ahí, pensamos que Vázquez Sallés nos iba a contar con mucha mala leche y ninguna piedad el proceso de descomposición de una pareja, sin buenos ni malos, sólo dos personas que ya no se aguantan y que sacan lo peor de sí mismas.

La portada, además, era muy bonita.

¿Y por qué no nos gustó? Al principio nos pareció que Vázquez Sallés se complicaba innecesariamente la vida y que luego, poco a poco, se iría soltando. Pero no, fue cada vez peor, cada vez más farragoso.

¿Cómo de farragoso? Abrimos al azar por la página 259 y copiamos:
"A salvo de ese oxígeno tóxico, en ese cuarto de baño hace una canícula abrasadora. Sin ventanas que muestren el quebranto de la luz de la tarde, lo único que resplandece es la llama parpadeante del fluorescente. Dibujado a intermitencias en el espejo cuadrado cercado de baldosas aventajadas, Mo observa con detalle las máculas de guerra grabadas en su corteza corporal."
¿Es esto escribir bien?

¿Es ésta la dureza y exigencia de la que hablaban? Dureza, sí, muchísima.

Y como siempre, el estilo se acaba convirtiendo en una cuestión moral (¿lo dijo Flaubert o fue Homer Simpson?).

Pues eso, que uno empieza poniendo tantos adjetivos y tantas palabras raras y a la fuerza acaba cayendo en los peores tópicos y volviéndose muy convencional.

¿Cómo de tópico?, ¿cómo de convencional?

(Y aquí venían tres párrafos que, después de muchas dudas, hemos decidido eliminar.

¿Por qué?

- No nos sentíamos cómodos con ellos.

- Parecía que hubiera algo personal contra el autor . Y no era así.

- Es la segunda novela de un escritor desconocido.

- No estamos aquí para mentir o para ser simpáticos, pero tampoco para hacer sangre.

- El libro, que nosotros sepamos y al margen de las entrevistas promocionales, ha pasado bastante desapercibido.

- Con lo que hay, ya queda bastante claro lo que pensamos de la novela.

- No queremos pecar de "graciosos" y perdernos por una serie de chistes encadenados.

- Lo que criticábamos lo podemos resumir en cuatro líneas. Poníamos un par de ejemplos sobre esos tópicos de los que hablábamos: tópicos que idealizan la prostitución y ese otro tópico que dice que toda mujer de izquierdas en realidad lo que quiere es que se la folle un buen macho fascista, reaccionario y que rezume testosterona, aunque sea viejo e impotente.

Podríamos haberlos eliminado sin más, pero siempre está bien respetar a los lectores y ofrecerles una explicación. Aunque seáis cuatro de momento y tanta gracia os hiciera a todos, cabrones.

Os dejamos el final.

Nota escrita en la madrugada del 2 al 3 de abril de 2009.)

¿Y el final? Tan convencional como lo demás. Cuidado que lo reventamos: Mo va a rescatar a Ruth a la isla, porque una mujer necesita siempre de un hombre que vaya a rescatarla, y juntos siguen hasta el final de sus días. Mo con su amante puta, que ya no es puta, sino que se casa con otro muy pijo (aquí todos son pijos). Y Ruth echa mucho de menos al fascista italiano y piensa que el viejo cabrón en el fondo tenía razón y en la última línea, al fin, ella comprende que la fiesta ha terminado.

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